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“Lenguaje del sol”, de José Ángel Fernández Silva WulianaAcercamiento a Lenguaje del sol

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“Escribir, en nuestros días, se ha acercado infinitamente a su fuente. Es decir, a ese rumor inquietante que, en el fondo del lenguaje, anuncia, cuando uno acerca un poco el oído, contra qué se resguarda uno y al mismo tiempo a qué se dirige”.

M. Foucault, El lenguaje al infinito.

Hay prácticas ancestrales que nos llevan hacia la construcción del lenguaje. Las palabras, en el inicio de la comunicación, no eran tales, eran signos que se dibujaban en piedras o cuevas, y aún muchas de ellas nos sorprenden por lo indescifrable de sus significados. Sin embargo el ser humano siempre ha intentado descifrar lo que no comprende: los signos que él mismo ha construido son a veces ininteligibles para él, y sus significados son infinitos.

Cuando leemos lo escrito en cualquier lengua que no es la propia, siempre nos queda la duda. ¿Será correcta esta traducción? ¿Será que esto fue lo que el autor trató de expresar en esa frase, en este caso, verso? ¿Será confiable el mensaje que llega desde la traducción que tenemos? Siempre la duda razonable. Sin embargo, cuando el autor se traduce a sí mismo, no queda duda de lo que quiere expresar en la textualidad que se nos presenta. Tal es el caso de José Ángel Fernández Silva Wuliana o, como se le conoce en su tierra, Jusiyanjerü Pennante Siiruwa chi Wulianakai.

Dice Michael Foucault en un trabajo titulado Lenguaje y literatura: “No estoy seguro de que la propia literatura sea tan antigua como habitualmente se dice. Sin duda hace milenios que existe eso que retrospectivamente tenemos el hábito de llamar ‘literatura’. Creo que es precisamente esto lo que habría que preguntar”. Y entonces uno se pregunta: ¿a qué se le llamó literatura? Y entonces viene toda una cantidad de explicaciones culturales donde hay siempre contradicciones entre lo dicho y lo hecho. Es decir: las palabras naturales se convirtieron en reglas para poder ser reconocidas, por “los que saben”, como literatura. Así se fue anulando el lenguaje de las etnias y se vio relegado a “curiosa forma de expresión”.

Sin embargo, como el río trae consigo toda una historia natural que fluye de la cabecera hacia su desembocadura al mar, la expresión poética también tiene esa fuerza natural para ser vista con la mirada de la universalidad que se tiene dentro de sí misma. Fuerza de fe y esperanza, mientras que la libertad es una señal de vida que se mece en las ramas de los versos. Tal es el caso de la antología poética de Jusiyanjerü Pennante Siiruwa chi Wulianakai, es decir, José Ángel Fernández Silva Wuliana.

En estos textos encontramos imágenes sugerentes siempre a la vida y al misterio de estar vivos o de eso tan inimaginable, por lo tanto poético, que es Jepira o el Paraíso de los wayúu muertos. Expresa el poeta en su lengua materna: “Joolu’u toushi aka / chayaainje’e sümaa talataa / mooútpünaa yaa / eekai tü napülajanakaa wayuu outushii”, y nosotros al leer esto pensamos: ¿qué será lo que quieren decir? ¿Cómo podrán entenderse con tantas vocales y tantos apóstrofes y tanta rara expresión? ¿Cómo pueden transmitir algún significado estas palabras? Y lo que pasa es que nuestra cultura puede acercarse a culturas foráneas, pero es muy cuesta arriba acercarse a nuestras culturas porque sigue habiendo una suerte de exclusión inconsciente que tiene que ver con las informaciones que, desde la forma de haber sido abordados por los diversos coloniajes que hemos sufrido, y aun con los neocoloniajes que seguimos sufriendo, nos hicieron descreer de nosotros mismos y de nuestros orígenes, renegar del lenguaje, de nuestras diversas formas expresivas y hasta de la belleza de las tradiciones orales de las diversas etnias indígenas que aún siguen en resistencia, ahora con mayor ferocidad, ante la cantidad de información que sigue agrediendo a la cultura y por tanto a la sensibilidad.

“Ahora abuela / por el destino infalible / debe estar feliz / en el Paraíso de los wayúu muertos”. Definitivamente, existe una rebeldía y un intento de salvar la subjetividad de un pueblo como el wayúu, ante tantas ideas que han querido ser impuestas dentro de su modo de vida, en lo que hoy conocemos como Jepira, y que los salva de la aberración de lo que es la transculturación: Jepira o Paraíso de los wayúu muertos. Me pregunto, ¿habrá un Paraíso para los yanomami, para los pemones, para cada tribu indígena, incluso, para cada ser humano particularmente? Yo creo que sí, puesto que la poesía ya es un Paraíso en sí misma.

Expresa Ernesto Cardenal, en el prólogo de la Antología de poesía primitiva (lo de primitiva, por cierto, no sé por qué), que “Adán en el paraíso hablaba en verso, según una antigua tradición islámica. En realidad, el verso es el primer lenguaje de la humanidad. Siempre ha aparecido primero el verso, y después la prosa, y ésta es como una especie de corrupción del verso. En la antigua Grecia todo estaba escrito en verso, aun las leyes: y en muchos pueblos primitivos no existe más que el verso. El verso parece que es la forma natural del lenguaje”.

Por eso cuando Foucault habla de que no está seguro “de que la propia literatura sea tan antigua como habitualmente se dice”, es porque el vocablo literatura se inventó para toda aquella expresión que, por bella y elaborada, transportaba el alma a otros lugares, quizás hacia el Paraíso de los poetas. Entonces, ¿cómo puede llamársele a esos cantos que, además de tener un sentido místico-religioso, también llevan consigo un componente de amorosa cotidianidad en las construcciones de la poesía aborigen? ¿Es necesario hacer diferencias, como lo hace Ernesto Cardenal, entre poesía “primitiva” y otra poesía? ¿Quiénes son los primitivos cuando hacen versos?

Buscando comprender lo humano, lo primero que deberíamos estudiar es la poesía. Ella nos habla de cómo los hombres han ido viviendo la historia, desde sus culturas iniciales hasta la invasión por los diversos coloniajes de los cuales hemos sido víctimas en cualquier lugar de la geografía y en cualquier época. En el caso, los wayúu, entre otras etnias de nuestro país, han sido capaces de resistir, proteger y comprender que su idioma, su lenguaje, tienen tanto valor como los idiomas de uso universal, con todas sus connotaciones, y ahora nos lo dan a conocer porque ya no es un asunto de exclusión (ya no es sólo para ser estudiados por los “especialistas”), sino que es un asunto de comunicación.

La poesía, escrita en cualquier idioma, tiene su validez de poesía. Tiene su propia arte poética, pero cuando proviene de pueblos aborígenes lo que nos sorprende es que la misma es una revelación celeste, un canto cotidiano a la vida, un inventar de cielos, paraísos, dioses que nos son extraños y fascinantes a la vez. Que surgen en cualquier orilla del río, tejiendo cualquier cantidad de mantas, en los colores, en los afectos cotidianos, en la matrilinealidad con la cual se identifican por el orden natural de lo que es la naturaleza.

En este poemario de Jusiyanjerü Pennante Siiruwa chi Wulianakai, o José Ángel Fernández Silva Wuliana, se expresan cantos a la libertad, a los pájaros, a las flores, al silencio, al afecto. Es una reconciliación espiritual con el lenguaje amoroso de la poesía cotidiana: con su música, con su misticismo, con su vinculación estrecha a la vida y con la identidad humana, con el soñar que hemos perdido en las tiendas y en los centros comerciales. Parafraseando a Cardenal: “Esto no es un trabajo científico, esto es comentario sobre poesía”. Sobre la poesía que hallé en Lenguaje del sol, Nünüiki ka’ikai.

Wunu’ulia Kasiisü

Cha’aya wanaa sümaa tia
eepünaale nikerolüin ka’ïkai
taapapuuinjase’e matsapa ka’ikaa
sünüiki wanee jierü:
“Anteerü taya putunkuleru’umüin
jee taküjeerü achiki pümüin
jamakuwa’ipalüin
maliyo’uka taya
taashaje’erataain tü putchiirua”
Süpüshuwa’ale’eya tia lapu.

Árboles floridos

Hacia allá vivo
Donde se oculta el sol
Por eso suelo escuchar
Cada atardecer
La voz de una mujer:
“Llegaré a tu aposento
Y te contaré cómo salí ilesa
Leyendo el lenguaje secreto
De los árboles floridos”.
Todo ha sido un sueño.