Letras
Cuatro poemas

Comparte este contenido con tus amigos

pereza versus vanidad

La tibia pereza asciende por mi nuca y se enrosca como una gargantilla en el cuello de mis ganas, apretando con tanta fuerza que no sale la voz de mis versos. Denostada vanidad, te imploro para que acudas a mi reclamo. Necesito de ti para emprender el camino del ausente poema, para que recojas las palabras que bailotean desnudas en el alféizar de mi ventana y que la desidia me impide cazar. Enfréntate a mi pereza, sedúcela, fóllala, noquéala, mantenla apartada el tiempo necesario para que pueda escribir algo digno de ser leído y pagar el tributo que te debo.

 

la sonrisa interina

De un tiempo a esta parte, una leve sonrisa sobrevuela mi cuerpo y anochece en mi piel, semeja repentina e indescifrable pero es el efecto de la causa de mi espera como si tu llegada invocara en mis labios la luz y una bombilla prendiera detrás de mis ojos; la sonrisa se esconde en mis manos esperando atraparte y esconderte tras los visillos de mis párpados, encerrarte en el agujero de mi desnuda oreja o en los pequeños huecos entre los dedos de mis pies, pero sólo es tu aliento el que se acerca oliendo a despedida, le pido a mi sonrisa que resista hasta que la ligera brisa se beba el humo de tu cigarro y escriba con él la palabra adiós.

 

ocurrencias mientras leo a Alejandra Pizarnik

Canto para que no canten ellos, los dueños del silencio. Pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan y caen como cae el agua en mi arcano sueño. Y las palabras son la clave, la llave que abre nuestros cuerpos a la revelación del deseo y el deseo se hace rey de nuestra jaula que se vuelve pájaro. Pero yo no sé de pájaros y creo que mi soledad debería tener alas para que en mi garganta no buscaran asilo las palabras mutiladas, danzantes como en la boca de un mudo y salieran al sol negro para dorarse en el mar que humedece las únicas por las que vale la pena vivir. Antes del silencio mi última palabra fue yo pero quería decir inocente y el mar se hizo niebla.

 

para hacer funcionar las estrellas (recordando a Jaime Sabines)

Para hacer funcionar las estrellas es necesario apretar el botón azul, pero no encuentro el puñetero botón en ninguno de mis insomnios. Espero sonámbula que la vida me dé un recreo, la noche es agria y, como siempre, no tengo hambre. Enciendo mi sangre para que se ponga en movimiento mi mano, ésta que lee y escribe palabras que me hacen llorar. Escribo amor y lloro, escribo reloj y lloro, escribo y lloro, escribo poemas. Me creo poeta pero cuando voy por la calle nadie me reconoce, ningún rayo sale de mis orejas, por la calle soy un peatón sorteando otros poetas y este descubrimiento extrañamente me tranquiliza y parece que un frágil sueño me invade. Me autorreceto una cucharada de luna cada dos horas para que aleje la intoxicante filosofía de que es inútil vivir, no somos nadie, pero es más inútil morir, a no ser que muriéramos sólo una semana.