Artículos y reportajes
Sobre Uno rojo, de Andrea Cabel
“Es huérfano el corazón del miedo”

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“Dos mujeres caminan por la calle / sugiriendo efecto mariposa, terremoto y oleaje inmenso”, así escribió Andrea Cabel en su poemario del 2006. Tres años más tarde, la joven poeta nos enfrenta a este verso: “los padres no existen, son viejas armas de guerra, / excusas falsas para evadir la sensación de estar solos” (tomado del poema “el once”, con el que se abre Uno rojo). ¿Qué experiencia lleva del recorrido telúrico de Las falsas actitudes del agua a esta revelación familiar con que abre su breve pero intenso nuevo poemario?

En este libro, la poeta peruana nos enfrenta a dos momentos claramente diferenciados. Los seis poemas que conforman la primera parte del poemario presentan a un sujeto que experimenta una extrema sensación de soledad debido a la ausencia/partida del otro a quien se ama. A partir de este momento, la mirada de Cabel en Uno rojo se fija nuevamente en los objetos, pues en ellos se deposita la sensación de abandono y de eternidad (las piedras, el arroz, el caracol). De esta manera, el espacio se desdobla: “la inmensa bóveda de soledad se abre en dos, en tres”, “la cama se hace dos veces ella”. Y el tiempo se experimenta como uno sin movimiento: se vive en la eternidad sin vista de escape. Así pues, objetos, espacio y tiempo no se presentan para resolver la situación sino para acentuar el encierro en el que se encuentra quien habla.

Las consecuencias de esta experiencia pueden resumirse en el siguiente verso: “es huérfano el corazón del miedo” (del poema “los deseos y la piedras”). Efectivamente, quien se enfrenta al silencioso abandono contempla en los objetos el lento y cruel paso del tiempo sin mayor respuesta que la opresión del miedo. Es decir, un encierro interior que no permite articular más palabras: el miedo lo invade todo y no hace más que afirmar la orfandad de quien habla. Esta sensación queda excelentemente graficada en la portada del libro (una bella foto del joven poeta Miguel Ángel Malpartida). En ella, una vieja bicicleta a la que le falta la rueda delantera sirve como representación del vasto mundo interior, ahora reducido a un objeto que ha quedado inválido y huérfano.

Frente a esta situación sólo queda la recuperación de los espacios compartidos. El recuerdo es el medio para regresar sobre lo perdido y sirve como cobijo al sujeto de estos poemas. De ahí que el poema “pagasarri” sea una clara referencia al refugio que se encuentra en las montañas de Bilbao, al domingo como día donde se pasea y se comparte con la pareja que funciona también como la familia, donde la naturaleza sea el espacio adecuado para expresar la totalidad. Así mismo, la presencia del poeta italiano Cesare Pavese como epígrafe en el mismo poema nos remite al texto italiano original: “La tierra y la muerte”. Éste consta de nueve partes y fue escrito para Bianca Garufi, amada de Pavese. Estos epígrafes no hacen sino confirmar la fuerte sensación de que nos encontramos frente a poemas escritos y dirigidos a un fuerte tú específico y con necesidad de establecerse como una respuesta cuando no como una explicación para quien habla. Si bien toda carta tiene a otro como destinatario, ¿no siempre se escribe o se responde ante todo para uno mismo? ¿No son acaso esas “cartas de calor” que “llegan silenciosamente” (como se cita al inicio) las que provocan y desencadenan la respuesta de la escritora en forma poética, en forma de este brevísimo pero intenso poemario? ¿Quién más es el destinatario? ¿La amada, el lector, el mismo autor?

El segundo segmento, titulado “la eternidad de una esquirla —una obra sin telón—”, recrea una conversación entre una pareja de amantes. Más que ser un complemento a la primera parte, como una suerte de explicación al sujeto abandonado de los primeros poemas, la eterna puesta en escena de esta obra revela el espacio donde se encuentran atrapados ambos sujetos. El tiempo envuelve a la memoria de quien recuerda una y otra vez los restos de esa totalidad de la que ya ambos sujetos no quieren o no pueden ser parte: “insistes. mi cuerpo murmura cielos y mares”. El recuerdo aparece como un arma de doble filo: al afirmarse como eternidad, se actualiza también ese lado oscuro, ese lado que no es sólo risa, mar y libertad sino también golpe, esquirla y fragmento.

Lo que queda es justamente aquello que es inasible: el murmullo, la sombra, la risa, la brisa. Es decir, la sombra de recuerdo, la sombra que yace tras los objetos. De esa historia, los protagonistas no pueden desandar el trágico final, pues siendo actores de esta obra no conocen o no pueden encontrar a un narrador “que hile el desencuentro”, y sólo pueden reafirmar “un golpe al no encontrar nuestros brazos”. En ese sentido, el corazón huérfano revela una verdad emitida en el primer verso: “los padres no existen, son viejas armas de guerra”. La revelación es que el problema de la soledad está ya reflejado en un tiempo anterior, donde la pareja familiar no es otra cosa que una reactualización de una batalla que evita la única y real guerra eterna e interna: aquella que se libra una y otra vez frente a uno mismo, frente a la nada.

Cabel, con Uno rojo, afrenta el desdoblamiento del yo interior en el vasto universo de objetos que aparecen y desaparecen en el vacío. Frente a este mundo en que se yace atrapado, Cabel encuentra verdades profundas que permiten afirmar(se) para evitar cualquier pérdida del yo: Uno y Rojo, afirma estoicamente la poeta, estableciendo contra ese miedo y esa la soledad la unidad del sustantivo. No la del verbo creador, sino la de la unidad que es nombre (y al mismo tiempo adjetivo). ¿Nos encontramos aquí frente a una propuesta estética? Sin duda. Andrea confirma que la poesía no es hacer o colocar verbos solamente, sino construir a partir de esa capacidad indestructible que tienen los objetos, especialmente el fragmento. Uno rojo, en sus brevísimos poemas, presenta nuevamente un trabajo poético que sorprende por su orfandad y que demuestra una vez más que la buena poesía no necesita de rótulos (pura, social, hermética o conversacional) para brillar por sí sola.