Letras
Tenerlo por escrito

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Todo estaba misteriosamente empezado. La vida de los demás, y los demás. Eso piensa el niño mientras su madre pega su cara a la de él para despedirse. Empezado. Todo empezado. Triste, insólitamente empezado. Se mete las manos en los bolsillos y saca un lápiz del tamaño de un dedo. Su madre ve el lápiz y se lo saca de la mano. Los lápices en cualquier parte no. El niño no dice nada. La mira y se pregunta ¿Quién es esta mujer? ¿Quién es? Ahora se va, gira y su espalda lo saluda, aleteando. Chau, mamá, dice él, bajito, sólo para escucharse a sí mismo, sólo para asegurarse al menos la palabra mamá. Allí, a tres metros, una señora mayor lo mira de costado. Piensa algo sobre él. Piensa los niños, los niños. Ser niño. Haber sido niña. Él la mira y no piensa los viejos, los viejos; ser viejo; haber sido viejo. Mira el cielo. Ambos miran el cielo. Él se sienta en el murito junto a los demás niños y la vieja mira una baldosa.

Llega la camioneta ya, para llevarlos al club. De a dos o de a uno o de a tres van subiendo y a él le toca la ventanilla esta vez. Mira la calle. Allí están. Personas y niños que no van al club, que no tienen que ir; personas y niños con lápices en los bolsillos. La camioneta da vuelta a la plaza así que puede verla otra vez, la señora sentada mirando una baldosa; quizá esté dormida, piensa él, quizá ya esté dormida. Le ve la nuca, gris, ve alejarse la nuca ahora, gris, volverse diminuta ahora, como una chapita de coca cola, brillando pálida. Y ahora nada, nada, nada. Ahora la ciudad; empezada. Mira los altos edificios, las cúpulas, los balcones, techos imprevistos, malformaciones, y piensa que no quiere ir al club, que lo último que quiere en la vida es ir al club y que estar allí, en esa camioneta, con los demás niños que se agitan como bolsas, es un castigo inmerecido por algo que creyeron hizo mal. Llevar un lápiz, simplemente un lápiz en el bolsillo, siempre del tamaño de un dedo; llevarlo caprichosamente siempre, quizá. Rasguñó en el interior de su bolsillo encontrando nada. Malformaciones. Cúpulas. Techos desiguales. Roncos carteles. Todo era feo. Todo es feo, piensa. Empezado. Si la camioneta chocara. Si un accidente ocurriese en ese mismo instante, él lo agradecería. ¿Qué pensás?, pregunta ella, una mujer. Pienso en accidentes de camionetas que van al club, diría él, si fuese niño, inocente, verborrágico, uno más. Niega con la cabeza y vuelve a la calle afuera. La mujer es curiosa, piensa. Tanto como su madre. Una curiosidad que es como un despojo. Te despojan, te sacan algo. Un lápiz o el centímetro que tenías guardado para medirte los brazos. Los centímetros en cualquier parte no. Y el agua fría o tibia; o sólo y el agua. Derrumbarse sobre ella. Caer enteramente sobre ella. Fingir que no, o que pasa rápido, que algo de todo eso pasará rápido. No quiere. Llegar no. Quiere estar en su casa, en su cuarto, perdido en su destreza. Una destreza invisible que se dispara hacia los demás y ellos sin siquiera darse cuenta. No lo perciben. Sólo dicen Dame ese lápiz, Dame eso ya. Y entre tanto, la destreza corriendo a través de ellos, abriéndose paso, generosa, amplia, eficaz. Y ellos sin darse cuenta. Bamboleos. Quizá sí choquen, piensa. Su padre había chocado una vez. Había chocado solo. Después, había contado el choque a los demás. Se señalaba la minúscula herida en la frente y se reía, todos se reían, asustados, ansiosos, conmovidos. Naciste de nuevo, le habían dicho. Y a él esa frase lo había impactado. Él quería también nacer de nuevo. Verificar algo. Él quería, necesitaba, verificar algo. El descampado. Azul o violeta. Vasto. Cada vez que la camioneta pasaba por el descampado él sentía ganas de correr. No. De escapar. Ganas de escapar. Ser no el niño al que es posible hurtarle un lápiz del bolsillo, ser el niño que corre por el descampado, que sólo corre y brilla por el descampado. Y después nada, nada, nada. Pero era mucho menos que un pensamiento, aquello. Era menos que una imagen, aquello. Un dolor en el estómago. Una asfixia chiquita. Nacer de nuevo. Certificar algo. Tenerlo por escrito. Mostrarlo a los demás. Señalarlo como si fuese una herida en la frente. Eso quería.