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Sherlock Holmes, el padre Brown y lo sobrenatural
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Holmes shrugged his shoulders.
“I have hitherto confined my investigations to this world,” said
he. “In a modest way I have combated evil, but to take on the
Father of Evil himself would, perhaps, be too ambitious a task...”.

Arthur Conan Doyle, The Hound of the Baskervilles

“It don’t seem to bother you much,” said Byrne to the priest;
“and yet I thought you were the only one who believed in spooks.”
“If it comes to that,” replied Father Brown, “I thought you were one
who didn’t believe in them. But believing in ghosts is one thing,
and believing in a ghost is quite another”.

Gilbert K. Chesterton, The Ghost of Gideon Wise

Nada malo parece haber en el hecho de escribir sobre un cuentista, recurriendo a un cuentista previo para establecer una sucesión, o una influencia; el juego de Kafka y sus precursores, que son tales en tanto Kafka, a partir de Kafka, y no por sí solos.

Menos malo aun será escribir sobre un cuentista que combina, en una sola pieza, lo que su precursor desarrolló en obras separadas. Lo peligroso, en este caso, es generar una impresión equívoca de la linealidad que une a los dos autores. Lo peligroso, en efecto, es presentar como innovador el arte de un cuentista que, lo que hace, no es combinar lo que el precursor concibió separado, sino adoptar y modelar a su gusto la combinación que un primer sucesor hizo de los géneros que el precursor mantuvo recíprocamente aislados. En este esquema, la innovación está en el medio, no en uno de los extremos.

 

Sherlock Holmes, de Guy Ritchie

Recientemente, se estrenó la película Sherlock Holmes (2009), dirigida por el inglés Guy Ritchie. Se trata de una adaptación bastante consistente, a la vez que actualizada, de las historias y personajes creados por el escritor británico Arthur Conan Doyle hacia fines del siglo XIX. Si bien la trama es original, retoma muchos elementos presentes en los cuentos y novelas de Conan Doyle.

En dicha película, el detective privado Sherlock Holmes (interpretado por Robert Downey Jr.) y su compañero y amigo, el doctor John Watson (interpretado por Jude Law), investigan una serie de asesinatos rituales que tienen como protagonista, según se descubre al inicio del filme, a un aristócrata inglés apellidado lord Blackwood. Holmes y Watson logran detener el asesinato, en una antigua cripta, de la que podía haber sido la sexta joven víctima del oscuro ritual, y lord Blackwood es apresado y condenado a la horca.

Sin embargo, la trama comienza a ponerse interesante cuando, desde la cárcel, lord Blackwood demuestra tener algún tipo de influencia o poder que parece exceder el plano de lo natural. La primera muestra de ello la comporta un fenómeno que sucede poco antes de que llegue el día de su ejecución: un guardia carcelero se retuerce sobre el suelo justo frente a la celda de lord Blackwood, como poseído por algún tipo de hechizo, o como sostiene uno de los guardias que lo observan, “como si se estuviera quemando por dentro”. Más interesante aun resulta, de todos modos, la conversación que tiene lord Blackwood con Holmes, el día mismo de la ejecución, en la cual le advierte al detective que otras tres muertes sucederán a su defunción. Llamativamente, tres días después de su paso por la horca y de ser declarado muerto por el propio doctor Watson, lord Blackwood es visto por un testigo en el cementerio saliendo de su propia tumba. Al día siguiente, al llegar al lugar Holmes y Watson, luego de encontrarse con el inspector Lestrade de Scotland Yard, descubren que, en efecto, en el cajón que debía contener el cadáver de lord Blackwood había otro cuerpo, y que el cuerpo de lord Blackwood había desaparecido.

De aquí en adelante, la trama atraviesa momentos de aplicación de la más clásica lógica inductiva de Holmes, y momentos en los cuales lo sobrenatural parece gobernar el curso de los acontecimientos. Este hecho es interesante, y valdrá la pena tenerlo presente mientras nos ocupemos de las líneas que siguen.

 

Una inquisición

El nombre de Arthur Conan Doyle fue muchas veces borrado de las memorias de la literatura universal, por algún afán ingenuo que descreía del valor verdadero y legítimo de su obra (acusándola de popular —cual si esto conformara un pecado literario— o denigrando al propio género policial). Sin embargo, y en un contexto en el cual esta tendencia fue mermando considerablemente, resulta llamativo percibir una omisión sospechosa de parte de un autor que, es sabido, respetaba en grado sumo la obra de Conan Doyle. Nos referimos al escritor argentino Jorge Luis Borges en un ensayo que publicó en 1952.

Borges ve (y nosotros también lo haremos) a un precursor del género policial, Edgar Allan Poe. Ni el lector ni Borges (ferviente admirador del cuentista americano) ni yo podríamos negar la certeza de tal afirmación. Sin embargo, Borges parece negar (siquiera inconscientemente, o literariamente) al verdadero cultivador del género policial en literatura. Quizás no Borges, realmente, pero la inquisición Sobre Chesterton de la que Borges ha sido autor, calla (acaso con la justificación del título) al menos un dato (“Data! data! data! I can’t make bricks without clay”, demanda Holmes en la nueva película de Guy Ritchie, al igual que lo hiciera en La aventura de la finca de Copper Beeches de Conan Doyle), consignando como certeza implacable, en el primer párrafo, una ecuación no necesariamente incorrecta, pero claramente incompleta. Justo será decir que el objetivo de Borges al escribir dicho texto no era detenerse en aquello que pienso ahora resaltar. Mi objetivo es distinto del de Borges, y por lo tanto no es una discusión. En todo caso, se trata simplemente de otra breve y, en este caso, humilde inquisición.

¿Qué hace Borges en el primer párrafo de su ensayo Sobre Chesterton? Trataré de ser gráfico y lo plantearé en términos geométricos. Lo que hace Borges es dibujar una línea recta horizontal: escribe en un extremo E. A. Poe, y en el otro extremo, G. K. Chesterton. Por último, dibuja (intuitivamente) una flecha ensamblada en la línea recta, haciéndola apuntar hacia el extremo en el cual reposa el nombre de G. K. Chesterton. Nada hay que cruce o interrumpa aquella línea, nada se interpone entre los dos grupos de iniciales y apellidos, pues la flecha une de un modo directo los dos extremos. Nada se agrega cuando la firma de Borges define la obra terminada. Y, sin embargo, algo falta.

No es que Borges haya cometido una injusticia, pues ya remarcamos que su objetivo era bien distinto del mío; lo que a mí me interesa, en todo caso, es enmendar lo que yo considero un descuido.

Borges escribió sobre el escritor británico Gilbert Keith Chesterton, y decidió referir un antes (una dispersión) en Edgar Allan Poe, para resaltar cómo esa dispersión (el uso recíprocamente repelido de los géneros policial y fantástico, emblemáticos del autor pero nunca combinados en ninguna de sus obras) deviene unidad en los escritos sobre el padre Brown. Aquí, en efecto, Chesterton articula los dos géneros que Poe sólo concibió aislados. Pero, ¿qué elemento se interpone entre el C. Auguste Dupin de Poe y el padre Brown de Chesterton?

Ni más ni menos, la obra del mayor representante de la literatura policial, del iniciador del género que apenas comenzó a gestarse en la obra de Poe. El Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle.

 

Otra inquisición

Ahora bien, cuando leemos el párrafo de Borges, nos da la impresión de que Chesterton fue quien combinó por primera vez los géneros policial y fantástico, presentando un acontecimiento misterioso que parece corresponder al mundo de lo sobrenatural y que requiere una explicación en el marco de una investigación, pero cuya explicación es finalmente brindada mediante la apelación a la razón y la refutación final del hecho sobrenatural (pero nunca de lo sobrenatural). Sin embargo, conviene que hagamos lo siguiente. Copiemos la línea de Borges con las iniciales y apellidos en los extremos. Junto a E. A. Poe escribamos el año 1841 (año de publicación del primer cuento de Dupin), y junto a G. K. Chesterton escribamos 1910 (año de publicación del primer cuento del padre Brown en la revista The Storyteller). A continuación, dibujemos una línea perpendicular a la línea original, que cruce a ésta hacia la mitad. Junto a la intersección escribamos A. Conan Doyle y el año 1901. En este año, en efecto, Conan Doyle comenzó a publicar, en The Strand Magazine, El sabueso de los Baskerville, tercera novela protagonizada por el detective Sherlock Holmes. Y en esta novela, es decir, nueve años antes del nacimiento literario del padre Brown, Conan Doyle conjugó del modo más inteligente que se haya hecho hasta el presente, los dos géneros que hasta el momento carecían de filiación: la novela policial y el género fantástico. Y, similar a como hiciera Chesterton desde 1910 con sus investigaciones del padre Brown, en El sabueso de los Baskerville Conan Doyle inicia el caso como la búsqueda de una solución a un problema que parece exceder lo racionalmente explicable (la muerte de sir Charles Baskerville, al parecer provocada por una antigua maldición de la cual es agente un sabueso infernal), y lo concluye, precisamente, explicándolo racionalmente (el asesinato, y otros atentados posteriores, fueron planeados por un heredero no reconocido de los Baskerville, con el motivo de quedarse con la herencia familiar, empleando para ello un sabueso cuidadosamente entrenado y cubierto con un preparado a base de fósforo para simular su carácter infernal y, por ende, la pervivencia de la maldición).

Es así, pues, que este Conan Doyle de principios del siglo XX, distinto de aquel menos fabulista de fines del siglo XIX, aunque aún no influido por el credo espiritista que marcaría sus últimos años de vida, diseñó una nueva estructura de novela policial que continuó fielmente los patrones del género por él mismo creado, con un agregado: lo sobrenatural como parte del misterio; una pregunta de base, ¿cuál es la explicación lógica?, que muta en esta otra: ¿hay una explicación lógica? Y, sin embargo, siguiendo el viejo modelo, es contestando a la primera pregunta que se llega a una respuesta implícita de la segunda. Esto, pues, lo hizo Conan Doyle nueve años antes que Chesterton, y lo que Chesterton hizo, en definitiva, fue insertar su estilo personal en el género, modificando ligeramente el concepto (de acuerdo con sus propias inquietudes personales): para el padre Brown, el misterio religioso no muere con un caso resuelto, sino que pervive en tanto misterio, la creencia en fantasmas no muere aun cuando se descubre la identidad (humana) de un(supuesto) fantasma.

 

Nuevamente, Sherlock Holmes de Guy Ritchie

Cuando decíamos que la nueva película sobre Holmes es bastante consistente, en parte nos referimos a que articula de un modo muy inteligente los dos elementos que, acabamos de ver, fueron integrados por Conan Doyle en El sabueso de los Baskerville: lo sobrenatural como misterio inicial, y la resolución racional a partir de la lógica inductiva de Holmes. Aquí notamos algo muy interesante, sin embargo, que también equipara en parte la trama de la película con ciertos elementos de los relatos del padre Brown de Chesterton, lo cual, en la medida en que ya señalamos la consistencia holmesiana de la película de Guy Ritchie, deja en claro que la articulación entre relato fantástico y relato policial es algo que forma parte del universo creado por Conan Doyle, y por ello puede ser hoy retomado desde el así llamado séptimo arte.

Pensemos en un relato de la compilación La incredulidad del padre Brown, del año 1926: El fantasma de Gideon Wise. En este relato, tres magnates capitalistas son asesinados simultáneamente en tres lugares distintos, justo en medio de un conflicto de intereses con tres militantes bolcheviques, sin que se hallen indicios de los responsables. Los tres militantes son convocados por las autoridades policiales para ser interrogados, pero son dejados en libertad al no contarse con evidencias en su contra. Sin embargo, uno de ellos vuelve espantado a confesar su crimen, alegando haber visto al fantasma del magnate a quien él había asesinado, Gideon Wise, cuyo cadáver no había sido encontrado pues se suponía que había sido lanzado al mar desde un acantilado, contándose como evidencia de su muerte violenta, el avistamiento de su sombrero de paja muy lejos en el mar, y marcas de sus pies en el borde del acantilado en señal de agitados movimientos.

Lo que nos interesa aquí es la actitud del padre Brown respecto de la confesión del militante bolchevique. Para sorpresa del detective a cargo del caso y del periodista irlandés que acompaña la investigación, el padre Brown escucha con atención el relato sobre la aparición del fantasma, y admite que “hay tantas pruebas para muchos fantasmas como las hay para la mayoría de los crímenes”. Sin embargo, lo que claramente se propone el padre Brown al investigar el caso del fantasma, es encontrar la respuesta al misterio de los asesinatos, respuesta que sólo puede encontrar si presta atención al misterio del fantasma.

Esta actitud se acerca a la que adopta Sherlock Holmes en la película de Ritchie cuando la policía le informa de la resurrección de lord Blackwood. Watson se muestra incrédulo, mientras que Holmes se muestra decidido a aceptar el hecho y a investigarlo de cerca. Claramente, al no descartar el testimonio de la resurrección, Holmes está siendo fiel a su lógica de no desechar nada que pueda parecer irrelevante o inconcebible, y lo hace en todo caso pensando en la probabilidad de explicarlo. Su actitud al escuchar con atención e investigar lo que parece ser una resurrección (por lo tanto, un hecho sobrenatural), difiere de la mera credulidad de, por ejemplo, los oficiales de Scotland Yard, que se muestran reticentes a sacar el cajón de lord Blackwood de su tumba, por alguna especie de temor a lo desconocido o a fuerzas que suponen de otro mundo. Holmes se acerca al fantasma, para poder explicarlo racionalmente. Tal como hará el padre Brown. En este caso, es ilustrativa la escena en que el padre Brown, el detective y el periodista irlandés se acercan al acantilado en que fue visto el fantasma del magnate Gideon Wise, y al ver el espectro de lejos, el padre Brown, quien primeramente demostró que no tenía problemas en creer en la existencia de fantasmas, es el único que decide acercarse sin temor, mientras que los incrédulos de la primera hora, ahora se mantienen a una prudente distancia. El diálogo entre Byrne (el periodista) y el padre Brown es de lo más demostrativo:

—No parece preocuparle a usted mucho —dijo Byrne al sacerdote—, y sin embargo pensaba que era usted el único que creía en espectros.

—Considerando las cosas —respondió el padre Brown—, pensé que era usted quien no creía en ellos. Pero creer en fantasmas es una cosa, y creer en un fantasma es otra completamente distinta.

Finalmente, este acercamiento permite descubrir que el espectro de Gideon Wise era, en verdad, Gideon Wise, vivo y coleando, quien supuestamente no se había propuesto pasar por un fantasma, pero había caído en una grieta del acantilado luego del forcejeo con su (fallido) verdugo, y bañado en el polvo blanco de los peñascos intentaba sin éxito escalar para llegar a la cima.

Resuelto el misterio del fantasma, el padre Brown emplea su más notable agudeza para desentrañar el misterio de los asesinatos (de los dos magnates que sí aparecieron muertos), y sólo podrá resolver el caso gracias a su indagación en el misterio del fantasma, gracias a haberse acercado al fantasma. Así es que descubre que nunca hubo forcejeo, que la actuación del militante asustado y del magnate salvado de milagro, formaba parte de un acto especialmente diseñado para ser contemplado por las autoridades, las cuales habrían llegado a la conclusión de que el militante no era un asesino (pues no hubo asesinato) y que el magnate, habiendo estado al borde de la muerte, había prometido a Dios perdonar a sus enemigos si lograba volver a la cima del acantilado, y por lo tanto no levantaría ningún cargo contra su fallido victimario. Lo que descubre el padre Brown, es que este acto suponía la coartada perfecta para ambos, el militante y el magnate, quienes en verdad, tenían motivos para asesinar a los otros dos capitalistas (Gideon Wise tenía intereses que chocaban con aquellos de los otros dos magnates, mientras que el supuesto militante en verdad no era otra cosa que un infiltrado de Wise). Wise y el falso militante eran los asesinos de los otros dos capitalistas, nunca había habido forcejeo en el acantilado, sino dos asesinatos simultáneos cometidos por cada uno de ellos en dos lugares distantes entre sí, pero el fantástico espectáculo les había garantizado una poética coartada.

Sherlock Holmes también, y de un modo mucho más claro, sólo logra resolver el caso que se le presenta en la película, mediante su acercamiento a lo sobrenatural. No sólo su acercamiento a la evidencia de la supuesta resurrección de lord Blackwood, sino y más patentemente, en su reconstrucción de un ritual del Templo de las Cuatro Órdenes cuya solución le dará la llave para descubrir cuál es el lugar en donde se llevará a cabo el atentado final del aristócrata redivivo. Con la acumulación de datos, el recorrido inductivo y este acercamiento clave, Holmes logra develar todo el misterio, el del fantasma y el del caso en su totalidad (salvo por un último detalle que se le revela a partir de un acontecimiento que da cierre a la película y abre perspectivas de una secuela).

 

Conclusión

Como decíamos anteriormente, en la obra de Chesterton, si bien determinados misterios que parecen tener un carácter sobrenatural, resultan ser explicables racionalmente, lo sobrenatural no es puesto en cuestionamiento. En las aventuras de Sherlock Holmes, esta permisividad es menos evidente. No obstante, en la película de Guy Ritchie, al tiempo que vemos que todo el misterio en torno a los sacrificios rituales y a la resurrección de lord Blackwood tiene una explicación racional, y que forma parte de una estrategia muy inteligentemente planeada con fines de dominación (no nos extenderemos en estas explicaciones racionales, bastará con ver la película para comprender los detalles), el elemento sobrenatural no es cuestionado del todo. De hecho, cierta idea del protagonismo de algún tipo de fuerza oculta, persiste aun a pesar de haberse desentrañado el fraude cometido por lord Blackwood, y esto queda claro en una simple figura, que es la del cuervo. En efecto, el cuervo acompaña a lord Blackwood en los crímenes que comete antes y después de morir y resucitar. En rigor, el cuervo parece ser el centinela, la personificación del Mal (o, por lo menos, de algún tipo de fuerza sobrenatural), que guía o supervisa los asesinatos cometidos o planeados por el lord. Y lo más interesante, hacia casi el final de la película, cuando Holmes y lord Blackwood tienen un enfrentamiento en lo alto de la obra en construcción del Tower Bridge sobre el río Támesis, el cuervo observa con impaciencia la escena, en la cual no queda del todo claro si habrá una nueva víctima y, en tal caso, si puede tratarse de Holmes o del propio lord Blackwood. La sensación que transmite la presencia del ave es que aún queda un sacrificio por realizarse, pero esta vez la víctima será el propio victimario. Así, cuando cae una viga y unas cadenas rodean el cuerpo del lord y lo llevan hacia el vacío, una de dichas cadenas le queda enrollada alrededor del cuello y, en la caída, lord Blackwood muere ahorcado. Al cumplirse este último sacrificio, el cuervo se aleja volando. No había magia negra, todos los crímenes habían sido meticulosa y humanamente planeados, a menudo empleando técnicas científicas para generar la impresión del protagonismo de un poder oscuro, pero sin embargo, lo sobrenatural no queda descartado del todo cuando termina la película.

En conclusión, la lectura transversal que hemos hecho de las aventuras de Sherlock Holmes y del padre Brown, a la luz también de la nueva película de Guy Ritchie, nos permite completar el esquema esbozado por Borges, situando a El sabueso de los Baskerville de Conan Doyle como el elemento de ruptura que define el nuevo género policial-fantástico que será característico de la obra de Chesterton y en el cual Borges lee la conjunción de géneros presentes por separado en la obra de Edgar Allan Poe.

Quizás, lo que hizo a Borges omitir a Conan Doyle en el juego de la creación del género policial-fantástico chestertoniano, fue ese trato irresistible de Chesterton que Borges se preocupó por remarcar en Sobre Wilde y del que, seguramente, Conan Doyle carece. Acaso el mismísimo Sherlock Holmes le hubiera reprochado a Borges el dejarse llevar por el trato y perder de vista el análisis cuidado de la evidencia.