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Águeda Pizarro OnicioÁgueda Pizarro Onicio, mujer de letras y ojos largos

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Dividida
en vida
e ida,
soy la luna
cuando hablo,
reflejando
otro algo
en mi cara oculta.
1

La noche es de Luna y Granada, de Gratiana y madre. La lluvia cae finita y los ojos lucen de vidrio. Nueve poetas recitan y la luna brinca con cara llena. Plenilunio está de fiesta porque otra luna blanca vino. Esta noche tiene agua porque Águeda Pizarro Onicio la tiene en su nombre. La luna ríe de gozo porque la noche le sabe a agua. Hoy la palabra rinde homenaje a la mujer que la honra en Roldanillo.

Águeda Pizarro es luna de plata sobre lienzo blanco. Espiga larga y trigo tierno. Nariz con punta de estrella y labios de cartucho negro. Nació con un pie en New York, un ala en Granada y su alma en Bucarest, en la cuna de su madre Gratiana, cuando el alba estrenaba su vestido de flores. Una cascada de mujeres indias con turbantes rojos y castañuelas flamencas en el hueco de sus manos salió a su encuentro para acompañarla en su camino siempre.

Jugo-naranja en mi boca
el día revienta de luz —cariño—
Sale del hidrante un chorro de agua —diamantes.
Árboles diciendo que sí —sus cabezas crespas—
y que sí...
Rayas amarillas en los bordes de las calles
soles serenos se van a ti.
Cinco palomas acarician el aire.
La bandera baila roja,
baila blanca,
baila azul.
Las ventanas guiñan.
El puente y yo
llegamos a ti.2

El paisaje granadino de la Alhambra de jardines, arabescos, danzas y caras morenas y la parentela abierta de Federico —el gitano esquivo e izquierdo cantor de caballos y almenas y la nube de poetas de la joven generación del 27—, Jorge Guillén y Pedro Salinas con su padre Miguel Pizarro y bizarro, signarían su estela de letras, de etnias y amores. Águeda bebió las aguas de los mares sin fondo, asistió al parto de cerezos blancos, gozó del sol rojo en verano y recogió del suelo en otoño botones sin abrir y hojas cansadas. Oyó crispada las voces exiliadas de España en una patria extraña y aprendió el español de Cervantes y Juana Inés, de Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou entre vocablos sajones y el sánscrito al que le abrió sus secretos de palabras compuestas su traductora Bárbara Miller.

Como todo enamorado y como todo joven Neruda tuvo presencia en sus primeras lecciones del arte de Erato. Residencia en la Tierra fue el primer manojo de versos que probó de manos de Suramérica y que inundó su arroyo naciente. Conoció al narrador “más poeta” García Márquez, a Rulfo, a Paz, a Cortázar y poco después al chileno Huidobro, que la deslumbró con su capacidad para la creación y el neologismo. Recuerda la anécdota que sorprendió a sus padres cuando de niña dijo: “Se descojinó la cama”, para expresar que los cojines habían caído al suelo.

A raíz de la muerte de su padre la invadió el ansia de regresar a sus orígenes en España, y reconoció su lengua de la que jamás ha vuelto a desprenderse. Ha escrito ensayos y poemas, mas no se ha atrevido a usar la primera lengua que bebió en New York, su patria chica. Ama y arma las palabras del idioma de Castilla como una araña teje su canción en la que vive. Porque Águeda duerme, come y sueña en verso y nada en las aguas agridulces que le dieron sus progenitores de Iberia y Rumania.

Hace mucho
que se fue mi padre
por el río del morir.
Las manos de los gitanos
detienen su fluir
en un baile de ausencia
donde la pausa respira
y él vive
entre palma y palma
como una llama
de silencio.
...
De la tierra de mi padre
ya nada me queda:
Las sombras de sus palabras
y el ¡ay! cuando me muera.3

A sus 20 años conoció a Omar Rayo y con él, como nuevo Virgilio, descubrió los meandros de la poesía, un nuevo mundo en Roldanillo, atravesó cordilleras y abrazó con su mirada al Valle, las sabanas del altiplano y los fríos de las montañas de los guambianos de ruana morada en Silvia. Llegaron hasta su sonrisa negras abundantes, cantaoras del Pacífico y centenares de mujeres de todos los confines llenaron el cenáculo del Museo Rayo. Alrededor de ella, las Almadres sabias de cabello ya blanco y la nieve del maestro creador del templo más alto del arte en Colombia fueron el suficiente estímulo con los auxilios del Estado.

En su obra extensa tiene tres poemas. Sara, su hija, y Mateo, su nieto y el viento. Y su poema más largo es de 26 estrofas, negras y blancas y multitud de versos libres, unos festivos, otros que desgarran la vida y al hombre, unos que abren puertas apenas y otros suben triunfantes hasta el Olimpo. Lleva por título Encuentro de Mujeres Poetas Colombianas de Roldanillo y de principio a fin tiene su sello y su mérito. Lo empezó a formar desde que llegó a Colombia en el año 75 y, formalmente, en 1984 lo echó a andar con una pequeña turba de quijotesas y poetisas con luz propia.

Ya no fueron sólo Safo ni las sibilas de Samos o de Cumas o Hipatia en Alejandría las causantes de la emoción, el oráculo o la magia de la poesía y las mujeres que se quedaron en la historia con la gloria de haberle dado patria al verso, la metáfora y la profecía. Fue también Águeda en Roldanillo la que fundó una ciudad nueva para que el Hada Poesía reinara y cada año celebrara unos juegos florales como los Píticos en Olimpia que lanzaran al mundo las vencedoras de las tempestades y del viento.

A los primeros encuentros llegó la maga Marga López Díaz con su aureola de agorera, un manojo de laurel y su alma-río pleno de resinas, perfumes de Oriente y el desierto del Serengueti. Águeda afirma que sin ella Roldanillo no sería lo que ha llegado a ser. “Ella dio la pauta y su carisma”. Sus talleres de poesía fueron faro que orientó las noches de duda e iluminó con tino el sendero para novatas y arriesgadas. Su trabajo transformó la fisonomía del encuentro porque después de su llegada los participantes “se dieron” al poema y al público.

A este alero del mito, el sortilegio y los conjuros, de los trenos de dolor de una patria herida, llegaron a posar sus plantas de ruiseñoras Matilde Espinosa, Dora Castellanos, Mariela del Nilo, Meira Delmar, Maruja Vieira, Olga Elena Mattei y Gloria Cepeda Vargas, heredera enhiesta. Su solidez poética y su sencillez serena fueron el toque de vidrio fino para que el encuentro les otorgara la “medalla” de Almadres.

Hoy el encuentro puede exhibir 20 y más “graduadas” en el arte del decir y desdecir, de fabricar palabras y mundos. Llegaron con timidez la primera vez ante el ya culto y exigente auditorio. Por allí pasaron Ana Milena Puerta, Martha Patricia Meza, María de los Ángeles Popov, Luz Ángela Caldas, María del Pilar Paramero, Andrea Naranjo, Gabriela Santa, Adela Guerrero, Fanny Muñoz, Gloria María Medina, Gloria María Bustamante, Claudia Trujillo, Leidy Yaneth Vásquez, Esperanza Jaramillo. A Roldanillo llegaron y subieron al podio de las grandes, las perlas negras María Teresa Ramírez, Mary Grueso Romero, Elcina Valencia Córdoba a impregnarlo de su fuerza, de olor y sabor de mar y crustáceos, alabaos y sinsabores de una etnia madurada a azotes y olvido. Esta escuela, de prestigio indiscutido, les otorgó el título de “Alma-negras” y las sentó junto a las Almadres. Guiomar Cuesta y Nora Puccini de Rosado también tienen puesto de honor en los cimientos del certamen actual.

Águeda ha logrado con su encuentro abrir un espacio de inclusión ilímite para las mujeres colombianas poetas que se encontraban expósitas. Toda mujer que haya sacado de sus cavidades la delicia o el grito de sus ecos tendrá lugar y voz en Roldanillo. Lo que más adora de este templo es porque da la oportunidad para escuchar, porque no hay unicidades en su mesa y no hay compartimientos exclusivos y caben todas las expresiones propias. Además, lo ama porque es netamente colombiano. El evento permite que el público “toque” la poesía y recoja el humor de las poetas. La poesía oral, como la de Encarnación o la medrosa que da los primeros pasos, es respetada y aplaudida. Ella teme calificar porque la poesía es sangre y saliva propia, es útero y placenta cuando sale a la vida a aromar o a saltar de gozo. Pero cuando la poeta sale al frente y derrama sus flores o su río Águeda brinda su sonrisa y deja oír el aplauso que espera el corazón anhelante que atrás dibujó una estela.

Tercer Mundo editó Aquí beso yo —1969, de corte erótico— y Sombra aventadora —1979—; son sus primeros libros de poesía. Ediciones Embalaje, su casa en Roldanillo, le publicó Al no ir —1988—, Soy Sur —1998—, Límites de la lumente, Saremas, dedicado a su hija Sara, y Ultramar —1998. De Saremas sale esta telaraña:

...
Corro hacia ti
y me encuentro
con mi propia cara
en un espejo
que nos separa
...
Quiebro
el reflejo
con una palabra
de piedra
y se extiende
la telaraña
luminosa de fisuras
...
De araña
a araña,
hija,
te ofrezco
el filamento
de esta red
que es nuestra.4

Águeda Pizarro alza su quijada y se confiesa feminista por convicción como que se considera una inmigrante de tiempo completo y no incluida. Su argumento es la defensa de los derechos humanos de la mujer en una sociedad machista. Gabriela Mistral, precursora de Neruda, Alfonsina Storni, Juana Inés de la Cruz, Juana de Ibarbourou, Blanca Varela y Virginia Woolf son sus estandartes.

La poesía de Águeda es un aluvión de palabras que cascadean entre los versos. Siempre se interesó por las vanguardias, como la francesa con los surrealistas, pero no se alindera en movimientos semejantes porque nunca quiso ser snob. En su poesía busca procesos de cambio, la paradoja, decir cosas expresivas, hallar acentos nuevos. Al llegar a Colombia entró en contacto en el Automático con los nadaístas Gonzalo Arango, Eduardo Escobar, X-504, y León de Greiff la presentó en un recital. Y recuerda esa época de riqueza grata mas su tesoro es el puñado de mujeres que han ido formando una ronda expansiva que llena espacios y hace honor a la diosa Poesía.

Maga
eras
yo,
Águeda,
En manta
de imán,
agujas
como avispas
de noche
en amante
carne
de luz...5

Águeda Pizarro Onicio de pronto voltea su cara de pergamino egipcio y veo escrita en su sonrisa la satisfacción de un sueño que camina y habla con ropaje de mujer en verso. Sus ojos negros adornan su mirada limpia. Sus manos delgadas que aprendieron a moldear y a aplaudir buscan en silencio un duende en la lejanía que le traiga el recuerdo de Miguel, su padre y a Gratiana, sus maestros, que le digan “sí” con sus rostros porque la tarea soñada está bien bordada.

 

Águeda Pizarro OnicioViento
(Inédito)

Águeda Pizarro

El viento descansa en un remanso de la noche
entre remolinos de estrellas que su corriente
susurra a la luna, mientras tú, en la ensenada
de tu madre,
                    duermes envuelto
                 en el recuerdo
de la leche
                     navegando la Vía Láctea de tu sueño.
Tu aliento caracolea
                               hacia la orilla
                    de la isla
que te abriga y su suavidad
                                            se insinúa
en espiral a la suya,
                                  sus eses flotando
                                                       como
                                                                plumas
                                                                            hacia el oído del viento que te inspira
y espera que amanezca.
                                       Clarea el día.
Las hojas tocadas por la luz se estremecen
                                                                y en las arrugas
                                                                             profundas
                                                                            del árbol
                                                                            de mango
la negrura se disipa
                               mientras centellean sus fucsias
los pétalos de veranera.
                                     Tiemblan las lenguas de hibisco
esparciendo el rocío que se irisa en la brisa.

5 colibríes rizan el aire
                                     Chirrían
tornasolándose mientras beben
                                                de las frescas llamas de las heliconias.

Irrumpes
               de tu puerta corriendo
                                                      y arrastrando
                                                                           una estela de risas y de sílabas.

 

II

Despierto de mi invierno de sueños
reverdecida por tu paso, y me asomo
al aire conmovido por tu oleaje
luminoso de niño o de cometa
recordando tu cuerpo de seis meses.
Las plantas de tus pies
                                    redondeadas
como albaricoques
                               todavía
no pertenecían a la tierra
y bailaban en el aire
                                 mientras yo te apretaba contra mi tronco viejo
como otro corazón que latía
más vivo aun,
                       más mío,
                                     más de la luz del día
                                                                      que el que encierra mi corteza.
Esperábamos con un ringlete alzado
al viento recio de las cuatro de la tarde
                                                              que descendía como un tropel de potros desbocados
                        sus colas y sus crines relinchando como los verdes
que cantan su atardecer desde la cordillera.
Viento verde, viento verdadero,
Vente viento
                     Vente
                                ven ventarrón

exhalado
por el mar lejano que suspira su azul,
ulula su huracanto
enamorado del contorno ondulado
de la montaña
como tú de la orilla de tu madre.
Llegaba a halarles las ramas a los árboles

Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu decía
como un lobo enternecido
y te rozaba las pestañas, las cejas
y la pelusa dorada
haciéndote parpadear.
Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
decías tú
en eco de alborozo, llenándome
de bocanadas de vocales.

Te enseñaba a volar antes de que la tierra
te sedujera con su firmeza
y tú inhalabas el frescor,
                             Inspirabas el verdor azul
que te traía desde la lejanía marina
Jiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
decías, y él mientras nos envolvía en su remolino
girándonos
                girasoledándonos a su danza de ángel de largas alas.

 

Notas

  1. Pizarro, Águeda. Soy Sur. Di vida. Ediciones Embalaje, Museo Rayo. Roldanillo: 1988. Pág. 3.
  2. Pizarro, Águeda. Aquí beso yo. Viento. Tercer Mundo. 1969. Pág. 35.
  3. Pizarro, Águeda. Al No Ir. Flamencos. Ediciones Embalaje, Museo Rayo. Roldanillo: 1988. Págs. 11-13.
  4. Pizarro, Águeda. Saremas. Ediciones Embalaje, Museo Rayo. Roldanillo: s.f. Págs. 33-34.
  5. Ib. Imaga. Pág. 45.