Letras
Tres microrrelatos

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Cupido, inventor del limpiaparabrisas

Acababa de cerrar la puerta. Aquella de madera que carcomía sus lados. El portazo anunciaba que las cosas no iban bien. Mi concentración se mojó con el contacto del agua que bajaba desde arriba. Las gotas resbalan a través de mi cuerpo: llovía copiosamente.

Por mi cabeza sólo caminaba una idea: dejar a Lucía, pero no lo tenía del todo claro. Dudaba, siempre dudaba: decírselo ahora o callar para siempre. Yo la quería: me afirmaba a mí mismo con la cabeza. Mientras, por la calzada circulaban bajo la lluvia intensa coches, muchos coches. Todos siguiendo el mismo criterio. Todos dirigidos por el veredicto de sus limpiaparabrisas: aquellos que se movían de izquierda a derecha. Un movimiento obsesivo que negaba, que me animaba a renunciar a mis pretensiones de dejarla. Los coches insistían en su empeño. No vacilaban. Se mostraban imperativos. Eran muchos. Eran como un no lo hagas persistente. Las dudas ante tal insistencia me obligaron a replantearme las cosas. La decisión estaba tomada: abandoné. Cerré los ojos y di media vuelta.

Caminaba con las manos abrigadas en los bolsillos y con paso indeciso. Antes de abrir la puerta regalé unos segundos a la reflexión: —Cupido: inventor del limpiaparabrisas —pensé en un acto de lucidez mientras esbozaba una sonrisa contenida.

Lucía seguía siendo mi novia.

 

Violencia de género

Va a ser el día más especial de tu vida, me dijo mi madre mientras daba los últimos retoques a la cola de mi vestido. Tuvo toda la razón del mundo... aunque a la pobre mujer se le olvidó avisarme de que papá solía llegar tarde a casa y de que, a veces, también le pegaba.

 

Seres desconocidos

A Lucía le costó algunos años entender que tanto el amor como la amistad se construían con el tiempo y que, por tanto, era imposible que nacieran así de repente, como lo pudiera hacer, por ejemplo, una flor. Por ello, finalmente se resignó a aceptar que los flechazos eran simples invenciones válidas para ambos casos y que, del mismo modo, tampoco existirían entonces, ni las almas gemelas, ni menos aun, eso de las medias naranjas.

Sin embargo, aquella tarde todo cambió, sobre todo para Lucía, después de que un chico desconocido le salvara la vida en un cruce de carreteras.