Entrevistas
Francisco Ruiz Udiel
He inventado una nueva verdad con las palabras

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—Francisco, ¿cuándo y por qué empiezas a escribir poesía?

—Necesitaba olvidar, olvidar profundamente quién era. Desde los catorce años tuve esa necesidad tras una ruptura con mi madre adoptiva, con quien nunca he logrado establecer un diálogo verdadero. A esa edad me separé de ella y dos años más tarde me mudé a la capital, Managua, a 150 kilómetros de mi ciudad natal, Estelí, ubicada en la zona norte de Nicaragua. Entonces descubro, por medio de los libros, a Alejandra Pizarnik, a César Vallejo, y redescubro a Darío. Sentí también, tras leer mucha filosofía, una necesidad profunda de cambiar de identidad (al menos interiormente), pues me sigo llamando Francisco, pero del pasado sólo queda una idea de lo que he sido. La poesía me permitió a los 16 años empezar una nueva vida, una aventura profunda en la que me enfrenté a la soledad y a la muerte de mi propio yo, un yo que necesito abolir a toda costa. La poesía me ha permitido inventar, como aquella frase de Antonio Machado cuando dice “la verdad se inventa”, pero entendiendo invención como aquello que se crea o fabrica. Empecé a fabricar mi propia vida a través de los versos y puedo decir que lo que está escrito en mis poemas es la única verdad que existe. He inventado una nueva verdad con las palabras. Por eso escribo poesía, para derrumbar la imagen de mi infancia y para darme la oportunidad de existir con mis propias reglas. He transgredido mi propia vida con la poesía.

—¿Qué poetas son tus referentes y cuáles son tus autores de cabecera?

—Mi principal referente es la poeta salvadoreña-nicaragüense Claribel Alegría, discípula del Premio Nobel de Literatura, Juan Ramón Jiménez. Ella es mi mentora también. Fue ella quien revisó mis primeros poemas y me envió a trabajar, guiado por su sabio consejo que aprendió de Joseph Campbell de “seguir mi vocación” (Follow your bliss, decía el mitólogo estadounidense). Otro referente es Alejandra Pizarnik, conocí su poesía antes del 2000, cuando se suicidó mi mejor amigo y mi compañero de cuarto, pues alquilábamos juntos durante la universidad, en Managua. Aquel amigo también llevaba mi nombre. Una tarde se lanzó de una torre de radio de casi cien metros de altura, imagínate, fue terrible. Era como si mi otro yo me hubiera dejado en tinieblas. Pizarnik lo fue todo en aquel momento, sus referencias a la muerte me conmocionaron. Me volví un poeta lúgubre por muchos años. Sin embargo, creo que ahora el tema de la muerte ya no me obsesiona tanto. Más referentes han sido, entre otros, Cesar Vallejo, Rubén Darío y Anton Chejov. La verdad es que son muchos y diversos. No tengo autores de cabecera, pero tengo frases: Aquí te va una: “Vive, porque la vida es la poesía más alta”, del poeta guatemalteco Otto René Castillo, y otra: “Prefiero morir de vino que de tedio”, del poeta chileno Jorge Teillier, y una última: “La virtud está en ser tranquilo y fuerte”, de Rubén Darío.

—Tu poesía se nutre de una gran gama de imaginarios urbanos, sociales, culturales muy diversos, ¿qué me puedes decir al respecto sobre tu propia poética?

—Mi poesía se nutre de la imaginación y ésta se nutre de mis vivencias. Pero ahora me sucede algo maravilloso: cada vez que escucho la historia de alguien, me quedo en silencio, escucho atento y me voy en secreto a escribir. Luego intento imaginar que aquella historia fue a mí a quien le ocurrió. Es decir, vivo la vida de los otros por medio de la poesía y creo que la poesía me otorga licencia para eso.

—Tu libro Alguien me ve llorar en un sueño ganó en 2005 el Primer Premio Internacional Ernesto Cardenal de Poesía Joven, ¿qué me puedes decir de este libro?

—El libro refleja una poesía más autobiográfica. Sin embargo, esos poemas que escribí demuestran que la palabra puede transgredir la propia historia personal, como ocurrió conmigo. Por otra parte, a veces me asomo a algunos poemas que escribí y me provocan tristeza, en otras ocasiones ya no me reconozco en esos poemas, es como si hubieran sido escritos por otra persona, y evidentemente así fue. Es fantástico no padecer la nostalgia de uno mismo; a veces cuesta, sí... cuesta.

—Sé que eres un activo poeta y promotor cultural, ¿qué me puedes decir de tus proyectos?

—Trabajo en el Centro Nicaragüense de Escritores, la asociación de escritores más importante en mi país. Cada día pienso que estoy en un lugar que congrega a otros seres humanos que también sueñan como yo con la literatura y eso me conmueve, digamos que me otorga cierta humildad. Mi labor ahí es promover las actividades culturales que tienen que ver con un proyecto editorial que promueve las mejores obras literarias de escritores y poetas nicaragüenses. También soy editor de la revista Carátula. Se trata de una revista cultural centroamericana dirigida por el escritor Sergio Ramírez (Premio Internacional Alfaguara de Novela); y otro proyecto, no menos importante, es Leteo Ediciones, editorial sin fines de lucro que fundamos con el escritor Ulises Juárez Polanco. Con él tenemos la misión de promover la literatura joven de Nicaragua y ya lo estamos haciendo sin demagogia. Podés visitar www.leteoediciones.com para conocer un poco más de qué se trata.

—¿Cómo ves el panorama nicaragüense-poético actual? ¿Qué escritores recomendarías?

—El panorama contemporáneo tiene una frontera que divide a la poesía exteriorista (escrita desde 1960 hasta 1990) y la nueva poesía (escrita desde la década del 90 hasta ahora). Desde la época del 60 se empezó a escribir la poesía exteriorista, término fundado por el poeta de Vanguardia, José Coronel Urtecho, y continuado por Ernesto Cardenal. En aquella época (ya en el 70) uno de los referentes, Leonel Rugama, radicalizó los planteamientos éticos y estéticos de la poesía. Luego vino la década de ochenta, triunfó la Revolución Popular Sandinista y se democratizó la poesía a través de los talleres impartidos por el Ministerio de Cultura, en donde dirigía Ernesto Cardenal. Algunos poetas en la actualidad coinciden en que la poesía perdió fuerza, y uno de sus críticos de aquella poesía coloquial y realista fue el poeta Carlos Martínez Rivas, quien le increpó de forma casi violenta a Cardenal sobre el futuro de la poesía y cómo ésta perdía terreno en la búsqueda de nuevos lenguajes. Este relato lo cuenta el poeta indio Salman Rushdie en su libro La sonrisa del jaguar. Tras la derrota de los sandinistas, en 1990, el proyecto cultural de la Revolución se terminó y otros poetas comenzaron a separarse de la vieja escuela. Me refiero a la Generación del noventa. Aunque en mi opinión, esta generación es aún epígono del exteriorismo; sin embargo ya muchos poetas han empezado a buscar temas más interioristas en la poesía. Ya poco se escribe sobre la guerra, la lucha por la libertad de un país, los derechos humanos y la pobreza, entre otros temas. Ahora se reflexiona más acerca de la nada, la muerte y la soledad ontológica del ser humano. ¿Son reflejo dichos temas de la escisión en la historia de mi país? Quizá. Haría todo un análisis, pero faltarían muchas páginas para concluir. Los escritores que recomendaría leer son Sergio Ramírez, Claribel Alegría y Gioconda Belli, entre otros. Si te referís a poetas, me basta recomendarte a uno: Carlos Martínez Rivas.

—He escuchado en numerosas ocasiones que supuestamente la poesía sólo la leen y la consumen los mismos poetas, ¿crees que es así? ¿Cómo crear mecanismos para que la poesía llegue a otros sectores de la sociedad, pero sin que pierda su parte radical o subversiva?

Me parece que hay algo de razón en eso. ¿Mecanismos? Sí, claro, hay algunos. Propongo hacer alianzas con el Ministerio de Educación (o Cultura), según cada país, para que permitan lecturas de poetas y escritores en universidades y colegios públicos. Alguien o alguna asociación debe tomar la batuta para dirigir un proyecto que se haga cargo de esta logística. En la asociación donde trabajo hacemos parte de dicha labor. También propondría a los poetas y escritores que busquen cómo transgredir los espacios públicos. Un día cualquiera en tu país, donde alguien va sentado en el asiento de un bus y entra un poeta recitando poesía, sin duda irrumpe con aguzado surrealismo en la mente de la gente. El poder de la poesía es fascinante. Yo he hecho esa clase de intervenciones y me he sorprendido mucho de los resultados. Buscar cómo transgredir la realidad de la gente, sin herirla; provocarla, pero sin ofenderla, y tratar de buscar formas creativas de llevar el arte a las personas no es difícil. Lo que falta es voluntad.

 

Deja la puerta abierta

A Claribel Alegría
Su Majestad

Deja la puerta abierta.
Que tus palabras entren
como un arco tejido por cipreses,
un poco más livianas
que la ineludible vida.
Lejos está el puerto
donde los barcos de ébano
reposan con tristeza.
Poco me importa llegar a ellos,
pues largo es el abrazo con la noche
y corta la esperanza con la tierra.
Donde quiera que vaya
el mar me arroja a cualquier parte,
otro amanecer donde la imaginación
ya no puede convertir el lodo
en vasijas para almacenar recuerdos.
Me canso de despertar,
la luz me hiere cuando ver no quiero.
El viaje a Ítaca nada me ofrece.
Si hubiera al menos un poco de vino
para embriagar los días que nos quedan
        embriagar los días que nos quedan
                                         que nos quedan.

 

Habría que sembrar girasoles

A Vincent Van Gogh

Habría que sembrar girasoles
a lo largo del camino,
sembrarlos en la tierra,
en la ciénaga, en el barro,
plantarlos bajo el odio,
como se planta el fuego.

Habría que sembrar girasoles
aunque la tarde prosiga
con su rumor de polvo.
La caverna está en el centro,
y tras los días, los girasoles
subvierten al desprecio,
pero habría que sembrar girasoles, digo
—no por insistencia—,
sembrar girasoles con afán
de prolongar partidas,
regarles la noche con ajenjo,
cubrir de arena la sorda vida.

Habría que sembrar girasoles de pesadumbre,
de tallos largos que sostengan
la gravedad del hombre,
sembrarlos a lo largo del camino,
plantarlos en los techos de las casas,
en todas partes, con su luminosa forma.

Si hacemos esto,
de aquí a veinte años
aprenderemos a dar abrazos a las piedras
antes de arrojarlas al Sol.

 

Gesto desvanecido en la esquina
de una estación

Esta estación no será más una estación,
quedará únicamente mi gesto desvanecido
en el polvo de alguna ventana,
si acaso hay ventanas,
si acaso decido en las estaciones
desamparar algún gesto.

Esperaré junto a las cabinas telefónicas
a que las horas se desvanezcan azules
en mi cigarrillo encendido
de mirada triste e inclinada,
me verán apretar la mandíbula
para masticar, como las aves
que emigran de una tierra a otra,
cualquier bocado de aire
sin saber qué les espera.

El aire se ha vuelto amargo
y aún no sé en qué otras estaciones
abordará mi soledad otro cuerpo.

 

Cada cuatro años nace una poeta
suicida

A Sexton, Plath y Pizarnik
Nacidas en 1928, 1932 y 1936

Cada cuatro años la muerte
abre la llave del gas de una cocina,
se fuma un cigarrillo en el sofá y espera.

Otras veces enciende el motor de un automóvil
dentro del garaje
y canta Chair in the Sky,
un poco de jazz no despertará
a las muñecas recién maquilladas, piensa.

Cada cuatro años la muerte toma
anfetaminas para adelgazar,
pero se le pasa un poco la mano
y ya no despierta.

No se pone triste ni alegre ni neurótica, no.
pero cada cuatro años
la muerte amanece lúgubre
y observa la tarde roja
desde una ventana.
Alguien trata de invocarme, dice,
y cierra amargamente los ojos.

A mí me da pesar, no sé,
es como si ella quisiera decirnos
o contarnos algo desde su delgado rostro blanco,
como si estuviera cansada de estrangular mujeres.
Yo la conozco muy poco,
pero me consta que aborrece su funéreo oficio.
Últimamente la han visto respirar
cierto aire suicida.

Cada cuatro años a la muerte
se le irritan los ojos,
sabemos que ha llorado, lo sabemos,
pero callamos,
sabemos también que busca algún vientre
y como ella no tiene el privilegio de la carne materna
aferra entonces sus fríos y delgados dedos
en el primer ombligo que encuentra.

Por eso cada cuatro años algunas niñas
ya vienen muertas.