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Poemas

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De Alborada del gozo

21

Esta estampida
de golondrinas. Este
batir de alas en la tarde
urgiéndole a tu pecho primaveras
y orillando el amor de terciopelos.
Vuelven a tu balcón, regocijadas,
hambrientas de tus nidos, que rezuman
las mieles del otoño.
Vuelven a tu calor, recuperando
las tibias oquedades de tu cuerpo.

 

29

Esperé a que escampara
y abandoné mi boca a tus caprichos.

 

35

No me quiero morir sin que comprendas
que para ti corté todas las rosas

de mi jardín. Y que las mariposas

de mi humano desvelo, son ofrendas
con que orillé de besos esas sendas
de tus carnes maduras y gozosas.

No me quiero morir en tu memoria
sin escribir a fuego lo que ha sido
para este corazón el estallido
del amor que vivimos y su gloria.

Quiero seguir ungido por tu noria
ayuntados en un mismo latido
y que los brunos vientos del olvido
no entierren de un plumazo nuestra historia.

 

De Jinetes de lo impuro

No aprendí a ser feliz en ningún libro.
No hay catones que enseñen
los firmes rudimentos de la dicha.
No aprendí a ser feliz,
y en el camino
tuve que diseñarme la alegría
y airearla en el mástil de mi boca
para espantar los cuervos, codiciosos
de mis tiernas espigas más cuajadas.
Es pesado y difícil, concedédmelo,
tener que soportar este aleluya
ficticio frente al luto
de los monstruos alados,
sin desfallecimientos, impidiendo
que al fin truequen en mueca tragicómica
la máscara de barro que me oculta.

No aprendí a ser feliz,
pero dispongo
de una aleve sonrisa multiusos.

*****

Cada mañana
tengo que repetirme que la muerte
es este sol que alumbra los rincones,
que rebulle el espíritu
y me desnuda el corazón de harapos.

Cada mañana
sacudo las alfombras de la angustia,
pinto de azul los miedos de la noche
y abro de par en par
las puertas a la vida...

*****

De pronto te das cuenta
de que las piernas fallan
y que cada micción
es un golpe de pelvis,
porque lo que fue géiser
es ahora goteo miserable.
Bien lo sabe el de arriba, que me siento
un brillante rockero cuando orino.
Son cosas de la edad, pero que joden.

 

De Canciones para las tardes de lluvia

El mayoral de una finca de un pueblo murciano,
mata a tiros de escopeta a unos maletillas que
tentaban un toro a la luz de la luna.

De los periódicos

El maletilla bajaba
nervioso por el atajo:
ojos de aceituna verde,
piel de lucero quebrado,
sueño y gloria en la mirada
y sobre el hombro, su hato.

—Ay, maletilla, ¿qué sabes
tú de cornás y de espanto?
Mira que allá en la dehesa
un utrero está esperando
y ha medido tu cintura,
y ha olfateado tu rastro
mientras patea la tierra
inquieto ya y resabiado.
Márchate a trenzar el mimbre
y a trabajar el esparto,
que los ríos de tus venas
perfumarán el sembrado,
con su amapola de sangre,
en un cuajarón morado.
Maletilla, espera al alba
para despegar el trapo
con sus luces, que la noche
conspira con el amago
donde acecha el enemigo
con su escope emboscado.
Si has de temer a algún toro,
no temas a ese morlaco
que danza ante tu capote
noble el gesto y bien plantado.
Témele a la luna, niño,
y a su brillar acerado.
Témele a esa luna lívida
que, en su luz, agazapado,
un toro de angustia y muerte
habrá de cortarte el paso
y acuchillar la hermosura
de tu perfil de gitano.
Maletilla, vuelve al mimbre,
a tu gente y a tu esparto.
Que no pisará el albero
tu cuerpo de junco y nardo;
pues dos cuernos te persiguen
desde la sombra, temblando,
llenos de pólvora y fuego.
Y han de matarte, gitano.

 

Hallan flotando en una playa de un pueblo
valenciano, el cadáver de un bebé con señales
de violencia en su cuerpo.

De los periódicos

A veces las olas traen
niños ciegos a la orilla
amortajados de espuma,
con las alas retorcidas
como ángeles perdidos
en cielos de sal y espinas.
¿Quién los sembrará en la mar,
si la mar nunca cobija
hijos de madres ajenas
sin entrañas y homicidas?
¿En qué jardín han cortado
el corazón de esta niña
que llega como un barquito
sin velas y malherida?
¿Qué puño desventurado
la segó cual una espiga
aventándola en lo azul
y haciendo del mar su cripta?

A veces las olas traen
niños rotos a la orilla.