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Héroes y ladrones

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Nunca había creído que podría morir, él era sin duda una de esas personas que crees que siempre estarán a tu lado y que jamás te dejarán. Y ahora ves sus ojos azules cerrados, su largo cabello rubio cayendo tristemente sobre sus hombros y ya no sabes qué pensar. Estaba realmente guapo, siempre lo había sido, con su traje nuevo, con aquella camisa tan cara que en vida siempre había rehusado a ponerse, con la corbata que solía llevar en los conciertos... pese a tener ya cuarenta años, asemejaba unos diez menos. Siempre había sido un niño, no le había dado tiempo a crecer. Un chico pelinegro con un flequillo rubio tapándole uno de sus ojos, que Kristen reconoció como el bajista del grupo, se acercó al ataúd abierto y se santiguó. Su madre lloraba, o hacía que lloraba, pues la adolescente estaba casi segura de que no lo amaba, de que no lo había hecho nunca, de que se había casado con él simplemente por el dinero o la fama, o porque una pequeña Kristen se desarrollaba en su útero. El segundo guitarra se acercó a ella lo más disimuladamente que pudo.

—Tu madre está realmente conmocionada, me alegro de que tú estés más entera —se fijó en los ojos de la chica, eran una réplica exacta a los del fallecido Blake, mas la mirada era diferente, cada vez que sus ojos se cruzaban veía los de la muchacha como dos témpanos de hielo, demasiado fríos y maduros a sus dieciséis años—. Veo que tu hermana no está aquí, menos mal, habría sido demasiado para ella. Yo mismo no consigo creérmelo, todavía lo veo con esos jerseys holgados que siempre se ponía en casa, escribiendo canciones y haciendo garabatos sobre lo que podría ser una carátula de un CD o un videoclip... —al no encontrar respuesta alguna en la joven se limitó a decir:— Lo echaré mucho de menos.

Ella tenía sus ojos clavados en la nada, estaba recordando, pensando, dejando su cabeza hecha un lío... ya no sabía qué era verdad o mentira, si había sido ella la fallecida por una sobredosis o su padre... lo único de lo que estaba realmente segura era de que no podía estar segura de nada... en absoluto.

 

Avanzaba lentamente por el blanco pasillo, odiaba aquello y de nada servía ocultarlo. Odiaba la manera en que todas esas caras ojerosas escudriñaban su rostro, odiaba el modo con que se excusaban, odiaba como trataban de ocultar sus brazos al resto de la gente... lo odiaba todo. Y lo peor es que no era la primera vez que estaba allí.

—Supongo que sabrás qué clase de lugar es este —dijo de mal talante a su hermana pequeña.

—¡Claro que sí! —se defendió la niña cruzando los brazos a la altura del pecho—. Papá me lo explicó por teléfono, es un hospital especial para gente famosa.

—Om —replicó Kristen pulsando el botón del ascensor tan fuerte que se quedó atascado y no tuvo más remedio que volver a infringir fuerza sobre el mismo—. ¿Y te explicó por qué está aquí?

La pequeña puso los ojos en blanco entrando en el elevador.

—De verdad, Kristen, cada día estoy más convencida de que tienes un retraso mental o simplemente algo no va bien en tu cabecita, ¡la gente normal no va a los hospitales a tomarse unas vacaciones! —después, satisfecha de lo que había dicho, pues estaba absolutamente segura de que era así, añadió:— Pero tú no eres normal.

Las grandes puertas metálicas se abrieron al sonido de un “clac”, caminaron por el pasillo sin decir ni una palabra, nada que rompiera el incómodo silencio.

—Habitación 782, ¡hemos llegado! —exclamó la pequeña Vanessa con una sonrisa en sus labios, iguales a los de su progenitor.

Al no encontrar respuesta alguna en su hermana procedió a abrir la puerta.

—¿Papá? —preguntó observando minuciosamente a aquel hombre cuyos ojos se mostraban perdidos, pálido y con una expresión como la de alguien que lleva varias semanas sin dormir. La niña se percató de que estaba algo más delgado, pero lo alegó a la falta de comida rica en un hospital.

—¡Hola, Vane! —saludó reincorporándose con la mayor de sus sonrisas—. ¡Hola Kristen! ¿Qué tal? ¿Ha sido dura la vuelta al colegio?

—¡Pero si no empieza hasta dentro de dos semanas! —se rió Vanessa, quien creía que se trataba de una de las bromas de su padre.

—Pero... hoy es... lunes, martes, miércoles... —se confundió Blake contando los días en el calendario.

—Sábado —aclaró una cortante Kristen—, dos de septiembre.

Su padre se limitó a fruncir el ceño como si alguien le estuviese gastando una broma pesada.

La pequeña había estado a punto de verificarlo cuando se dio cuenta de algo que no podía dejar escapar.

—¿Y esas marcas de tu brazo? ¿Es que te han puesto inyecciones?

El hombre observó la parte delantera de su codo y tras unos segundos sentenció:

—Sí, me han puesto un montón de vacunas. Ya sabes, el riñón, es muy moles...

—¡Oh, ya está bien! —chilló la mayor totalmente alterada—. Pensaba preguntarte qué había sido esta vez, pero por lo visto está demasiado claro, ¿así que heroína? No te mentiré si te digo que me lo esperaba. Aunque había creído que lo de ahora había sido uno de esos cócteles de pastillas y cocaína, pero ya veo que sin duda me equivocaba de medio a medio.

—¡Eh! —gritó Vanessa enfadada—. ¡Papá no es ningún drogadicto! ¡Todo el mundo sabe que drogarse es malo y papá no es tan estúpido como para hacerlo!

—Al menos no ha sido como aquella vez, ¿recuerdas? —prosiguió su hija como si no hubiese escuchado a la pequeña—. Un coma etílico, y a los dos meses volviste a las andadas, hasta ahora.

—¡Estuvo en coma porque se cayó por las escaleras del estudio! —chilló al borde de las lágrimas la niña.

El hombre suspiró y miró a la pequeña a los ojos.

—Tengo un problema, Vane, estoy muy enfermo, hay veces que el riñón me duele tanto que creo que podría curarme y... me inyecto una especie de vacuna espantosa que parece que te alivia el dolor, pero en realidad te enferma aun más, y cuanto más enfermo te pones más veces deseas ponerte esa especie de vacuna espantosa, ¿lo entiendes? Es parecido a comer chocolate, sabes que después tendrás dolor de barriga y granos por toda tu cara, pero una vez que empiezas ya no puedes parar. ¿Puedes verlo?

—¡Pero eso es drogarse! ¡Y está mal! ¡Nos lo enseñaron en el colegio!

Kristen suspiró con evidente enfado.

—Nos vamos, lo siento pero nos esperan, ya llamarán luego con la excusa que te hayas inventado.

—¿Qué? ¡No! ¿Adónde? —preguntó Blake todo nervioso, tanto que apenas se le entendían las palabras de la rapidez con que las pronunciaba.

—A casa de la abuela —respondió la menor ante el silencio de la otra.

—¡P-pero si está en la otra punta del país!

—Vámonos, Vane —fue todo cuanto dijo la muchacha jalando de su hermana para salir de la habitación.

—¡Esperad! —exclamó cuando ya casi estaban pasando por el umbral de la puerta—. Ante todo, jamás, jamás vayáis al parque. Por favor. Al parque Miguel Servet —añadió al ver las caras de incomprensión de sus dos hijas, y tras un incómodo silencio Kristen se despidió fríamente, obligando con la mirada a su hermana para seguirla.

Blake tragó saliva reincorporándose, de todos modos ya lo sabía, había sido todo un detalle no habérselo recordado.

 

Una casa color salmón se imponía ante las dos niñas, era una morada de dos pisos, con grandes ventanales blancos y una puerta de madera que daba la sensación de que chirriaría nada más entrar, pero jamás lo hacía, en la parte trasera se aparecía un gran terreno asfaltado con unas canchas de baloncesto y un balancín oxidado, de esos que te ponen los pelos de punta con tan sólo fijar la mirada sobre ellos. No hacía tanto frío como se habrían esperado, a decir verdad, de hecho hacía algo de calor, lo único a recalcar era una niebla poco espesa que otorgaba al ambiente un aspecto algo más siniestro.

—¡Hola, abuela! —saludó la mayor abrazándola, no recordaba demasiado acerca de Huesca, a excepción de las últimas Navidades que había pasado allí, cuando tenía diez años y su padre le había enseñado a esquiar, dándolo como una causa perdida después de los veinte primeros intentos de mantener el equilibrio.

 

Y allí estaba otra vez, estaba segura, era el motorista de todos los días, llevaba algo así como tres o cuatro persiguiéndola y nunca había tenido ocasión de verle el rostro. Las primeras jornadas la había llegado a asustar, ahora simplemente la intrigaba, aminoró el paso. Escuchaba el ruido proveniente de las ruedas del vehículo avanzando entre el alquitrán, miró al suelo, la “persecución” nunca había durado tanto, de un modo u otro le daba la sensación de que el motorista la llevaba a ella, como quien pasea a un perro manso, o tal vez fuese su subconsciente, amante de lo prohibido, pero el caso es que siempre acababa a las puertas del Miguel Servet, a pesar de no entrar, el motorista apagó el motor, la chica sintió cómo un sudor frío avanzaba por su espalda, unos pasos tras de ella: pam, pam, pam..., la gente andaba más despacio, sin fijarse en su persona, permanecía inmóvil mientras los pasos se acercaban más: pam, pam, pam... cada vez más tenues y ella más feble, nunca había pasado eso, del juego había acabado a la pesadilla: pam, pam, pam... finalmente entró, corriendo podría decirse: pampam, pampam, pampam... no era la única que lo hacía: pampam, pampam, pampam... a paso ligero se adentraba dejando atrás las pajaritas hasta el punto de casi chocarse con las mismas: pampam, pampam, pampam... a medida que aumentaba su paso, el chico lo hacía también. Al poco tiempo se paró en seco, casi llorando y roja de la rabia, segundos después ya no había más pasos. Por primera vez se dio la vuelta.

—¡Ya está bien! ¿Qué quieres? —chilló con el miedo como único dueño de sus jóvenes entrañas.

—Blake... —musitó el chico, de cabellos casi blancos y ojos azul hielo—. Está claro que eres su hija, no sólo es que te parezcas a él, es algo... en tu olor, ¿sabes? En tu manera de huir de mí...

—V-voy a llamar a la policía —sentenció ella tratando de sonar serena y calmada.

—Oh, vuestra policía no puede hacer nada —Kristen se alejó unos pasos hacia atrás, arrimándose a la casa de Blancanieves—. Nada. ¿Sabes, pequeña? Tengo una deuda pendiente con tu padre, llevo tantos años esperando este momento... él pensó que con alejarse del parque estaría, estaríais a salvo de nosotros, pero no es así. Estando vosotras aquí tenemos total y plena libertad para vagar por toda la ciudad. Puedes darle las gracias, preciosa.

—¿Qué eres? —quiso saber ella, todavía temblando y fuertemente agarrada a la amarilla pared de la casita.

—Tal vez sea más atinado que pienses qué eres tú —fue toda respuesta del rubio, quien levemente la empujó al arbusto frente a la casa.

Una leve sacudida atacó el cuerpo de la muchacha, un halo de luz la cegó por momentos, un mareo esporádico la invadió... y abriendo los ojos se percató de que todo estaba exactamente igual.

—¿Qué artimaña se supone que has hecho? —quiso saber, mas el miedo la anonadaba de forma pasmosa.

—¿Qué crees que he hecho? —respondió el chico con su voz aterciopelada.

—Nada —respondió ella agarrándose tan fuertemente al seto que sus nudillos se tornaron de un amarillo enfermizo.

—¿Nada? —cuestionó a su vez él abriendo los ojos enseñándole el parque; un “déjame irme” por parte de la chica, que más que petición había sonado como un murmullo quejumbroso, lo alarmó—. ¿Y si te dijese que no hay caminos? Verás, querida, déjame mostrarte la Huesca dentro de la propia Huesca.

Una lechuza increíblemente blanca sobrevoló sobre ellos a velocidad pasmosa.

—Esto es imposible —murmuró Kristen segundos antes de que el animal se convirtiera en una joven de vestimentas blancas, largos rizos negros y ojos grises de matiz violáceo.

—¿Serías tan amable, Lyween? —quiso saber el rubio alzando sus finas y luengas cejas.

La mujer agarró a Kristen por el codo y posando sus marmóreas manos sobre la puertecilla de la casa la hizo abrirse ante los pasmosos ojos de la adolescente, a quien invitó a entrar.

—Esto no es normal —sentenció al ver que la estancia era enorme en su interior, las paredes caían como de un cristal transparente de luces plateadas, entre tanta amplitud tan sólo yacía en el centro una pequeña mesa de vidrio con una pequeña botella del mismo material rellena de lo que parecía ser plata líquida.

—Si tienes alguna pregunta, formúlala ahora, luego será tarde —dijo dulcemente Lyween sentándose en el suelo, la muchacha la imitó sintiéndose de lo más pequeña.

—Bien, ¿qué fue de la gente? Cuando cerré los ojos estábamos rodeados de personas por doquier y al abrirlos ya no había nadie.

—¿Por qué habría de haber gente de vuestra Huesca en la nuestra?

—Es que no lo entiendo.

—La gente puede verte y pensar muchas cosas de ti —le explicó el chico caminando hacia ellas—, tú haces lo propio y te comportas como crees que eres, pero en tu interior, en lo más profundo de tus pensamientos eres otra, eres la Kristen dentro de Kristen. Como la Huesca dentro de Huesca. Y ahora dila. La pregunta más obvia.

Ella tembló e instintivamente se acunó hacia atrás mordiéndose el labio inferior.

—¿Por qué? —con rota voz salió de sus labios al fin.

—Tu padre fue el primer de fuera en entrar en mucho tiempo —comenzó la fémina—, debía de tener más o menos tu edad, quizá algo más joven. Nos hizo una promesa, una promesa caía que pronto llegaría a desmoronarse. Nos traicionó con la más afilada arma de doble filo. Arrancó la primordial página de nuestro libro y marchó con la llave de nuestra Huesca cerrando el puente entre las dos, de modo que sólo estando su sangre cerca pudiese abrirse. Y aquí estáis tú y tu hermana: sangre de su sangre.

—Como te dije —terminó por ella el muchacho—, él creía que si simplemente os manteníais alejadas del parque todo iría bien, pero como puedes ver se equivocó de cabo a rabo.

Kristen pestañeó contrariada, repentinamente se sentía mareada y febril, ¿estaban hablando de su padre? ¿El mismo heroinómano con quien había discutido apenas unos días antes? ¿El mismo depresivo y solitario artista? ¿El mismo a quien atormentaban los hirientes ataques por parte de su madre? Parecía ser así.

—La página... —comenzó notando la lengua como papel de lija.

—Era la única capaz de hacer que nuestro poder se extendiese más allá de las fronteras. La que podía hacer que dentro fuese fuera como arriba podría ser abajo —explicaron al unísono los otros dos.

Y en un instante, Lyween se convirtió en la lechuza blanca, mostrándole los más bellos parajes de modo que Kristen veía como ella sobrevolando húmedos bosques y cristalinos ríos al ras del suelo.

—Es hermoso... —suspiró dejando caer sus párpados con suavidad.

 

—Es horrible —afirmó Blake a kilómetros de distancia, la llave que colgaba sobre su pecho le quemaba tanto como podría quemarle una plancha enchufada, con rabia se la quitó y la dejó caer al suelo—. No puede ser... no puede ser... —repetía dando vueltas y moviendo las manos maniáticamente, buscó con nerviosismo la llave por el suelo y cogiéndola cerró los ojos. Luego, un fuerte golpe que alertó a las enfermeras.

—¿Blake? —preguntó una de ellas entrando para asimilar que no había nadie, ni tan siquiera polvo rezumando a los alrededores.

 

La niña se encontraba mirando a la sucia ventana con la vista clavada en la nada, no había cosa en esa casa que pudiera interesarle ni un ápice, podría salir afuera, estaba segura de que había un montón de actividades que hacer, pero el caso es que para ella era uno de esos días en que hagas lo que hagas lo verás todo gris y nada, prácticamente nada te llenará en absoluto.

—¡Aaaah! —chilló dando un salto en la silla de modo que a punto estuvo de caerse hacia atrás. “Debo estar volviéndome loca”, pensó escudriñando el rostro de aquel rubio de ojos intensos que relacionó como su padre. Pero lógicamente no era posible que estuviese allí, no, está claro, había perdido la razón por completo, ¿desde cuándo la gente se aparece de la nada así porque así? De modo que optó por colocarse bien en la silla y organizar sus ideas.

—Vanessa, ¿dónde está tu hermana?

En ese momento fue cuando la niña pensó que si ahora sus alucinaciones le hablaban tal vez sería sensato el plantearse si realmente eran tan ficticias como pensaba.

—No está... creo. Me parece que fue a dar un paseo... o algo así. Pero volverá pronto, al menos eso dijo...

Luego murmuró algo así como “la muy idiota... ”, pero su padre prefirió pasarlo por alto como si no lo hubiese escuchado.

—Da igual, no hay tiempo. Quiero que me escuches muy atentamente a lo que te voy a decir...

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —interrumpió la niña clavándole su mirada inocente deliberadamente a la par que se plegaba la falda al saltar de forma brusca de la silla.

—Muy atentamente —prosiguió él haciendo caso omiso a su pregunta—. Es muy importante que abras bien los oídos y guardes las preguntitas para luego, ¿okay?

La pequeña asintió con la cabeza absolutamente convencida de que era otro de sus juegos, aunque aún no había pensado la manera en que podía haber llegado hasta allí en tan poco tiempo.

—Escucha —prosiguió él—, estoy casi seguro de saber el paradero de Kristen, esto es serio y bastante importante según mi desequilibrada noción del tiempo estima. ¿Ves esta llave? —Vanessa asintió levemente como en un sueño, sólo que estaba despierta, más que nunca—. Pues... abre una puerta a una especie de... ciudad dentro de la nuestra, ¿me sigues?

—Eso creo —alegó la hija sin sonar demasiado convincente.

—La cuestión es que a los habitantes de esa ciudad no es que... les caigamos especialmente bien, y sus expectativas de futuro para nosotros no son lo que se tiene por buenas. Pero para conseguirlo tenían... tienen algo parecido a un libro de instrucciones y, ¿ qué pasa si le arrancas una página a un libro de instrucciones? —preguntó dando vueltas por la habitación y justo cuando Vanessa abrió la boca para hablar prosiguió—. Exacto, no puedes hacer lo que pretendías hacer siguiendo las instrucciones a no ser que supieras hacer lo que se supone que quieres hacer, cosa que no es el caso.

Ella parpadeó varias y repetidas veces, por su cerebro se unían en una misma frase las palabras “loco” y “papá”, muy a su pesar.

—¿Y tenemos que arrancar esa página de ese libro? —preguntó tras pensárselo largo y tendido.

—Mmm... ¡No! —suspiró el hombre—. Tenemos que recuperar esa página.

—¡Creía que querías que los “habitantes” no cumpliesen sus expectativas no demasiado buenas!

—Sí, pero... si recuperamos la página escondida y la destruimos jamás podrán tener acceso a ella.

Dicho eso la niña se calló y no volvió a pronunciar palabra, siguió a su padre quien le señalaba el camino hacia la calle y le pedía con un gesto que se mantuviese así de silenciosa. Ya abajo la condujo hasta la parada de autobús más cercana y trató de calmarse, con resultados prácticamente nulos a decir verdad.

—¿Por qué cogemos el bus? —preguntó la inocente niña frunciendo el ceño mientras se subía al vehículo.

—No hay que levantar sospechas —susurró él cogiendo sitio en la parte trasera.

La pequeña comenzó a aburrirse en el momento en que vio que no dejaban de pasar y pasar y pasar sin detenerse, al fin llegó la penúltima parada y fue cuando su progenitor tiró de ella para salir.

Caminaban por calles de piedra, en el cielo las golondrinas volaban alejándose como en el poema de Bécquer, el blanco bus giró en una rotonda y desapareció ante sus ojos.

—¿A dónde vamos? —preguntó agarrando a su padre de la mano, él llevaba una gorra tapando su característico pelo y unas enormes gafas de sol de modo que sólo un fanático extremo pudiese reconocerlo.

—Lo sabrás cuando lleguemos —contestó él con la voz queda.

Continuaron marchando hasta que el hombre se paró enfrente de otra parada de autocares, la niña dejó caer un suspiro que empañó la cristalera de la marquesina. Cuando el ómnibus aminoró la marcha subieron.

—¿No decías que no teníamos tiempo? ¿No sería más fácil pedirle a la abuela las llaves del coche?

—Espero que no te hayas olvidado que se supone que estoy en una clínica de rehabilitación en la capital.

Un silencio penetrante se interpuso entre ambos, Vanessa dirigió sus ojos verdosos al cristal y apoyó su mano izquierda sobre su mejilla.

—Entonces así se llaman —dijo sin separar la vista del vidrio— los hospitales de famosos.

—En efecto —fue todo cuanto pudo decirle Blake agarrándose para no caerse debido a la fricción de una frenada.

—¿Por qué lo haces? —preguntó mirándolo durante un efímero momento—. Drogarte.

—Ya te lo... he explicado. Es una adicción. Si lo dejase ahora enfermaría y si sigo también. Es como... una calle sin salida o una dirección prohibida. Puedes empezar pero sabes que no podrás acabar.

—Pero ya lo hiciste otras veces —insistió su hija sin comprender—, como aquella vez que estuviste tan enfermo y dejaste de fumar. Mamá siempre nos recuerda que te costó mucho. Pero lo hiciste, ¿no es lo mismo?

—Hemos llegado —indicó él bajando las escaleras.

Pero pisando la planta la chiquilla lo seguía escudriñando con la mirada, llegando a levantar las cejas pidiendo una respuesta cuando sus ojos se encontraron.

—Sí, supongo que será... parecido. Es como un examen, los hay más fáciles y más difíciles, pues bien, este es sin duda el más complicado de todos.

—Y tú siempre me dices que debo pasar todos mis exámenes.

Nada más. Ni una sola palabra perdida, tal vez no las necesitaran en absoluto, hay veces que el silencio más abrupto es la respuesta más clara a todas las preguntas que no te atreves a formular.

—Aquí es —dijo el varón señalando un pequeño puente de piedra marrón—. La hoja escondida en el puente de San Miguel sobre el río Isuela.

Corrieron hasta el viaducto y esperaron hasta que nadie pudiese verlos, justo en el medio se colocó el rubio y posó la llave sobre la tercera piedra contando desde arriba diciendo unas palabras en un idioma desconocido a los inocentes oídos de la pequeña. Un fuerte viento irrumpió estremecedor, ni pestañear les habría dado tiempo a hacer hasta que un pequeño papiro se apareció ante ellos.

—Era aragonés —aclaró cogiéndolo, de súbito se le escapó un grito sordo agarrando fuertemente la llave.

—¿Qué pasa?

—Ahora sí que no tenemos tiempo.

Lo siguiente que recordó Vanessa fue una sacudida; abrió los ojos y pudo ver los árboles de un parque, tardó unos segundos en comprender qué estaba pasando.

—¿No nos habías dicho que no viniésemos nunca aquí?

—Esto es una ocasión especial. Es una excepción.

Y cogió la hoja con sus manos, estaba dispuesto a hacerla añicos pero no lo hizo, a ella le habría gustado preguntarle a qué esperaba pero justo cuando iba a hacerlo hizo un ademán de dejarlo destrozado.

Otra sacudida más, otra vez esa sensación de vacía, arriba y abajo.

—No se te ocurriría hacerlo, ¿verdad, Blake? —inquirió el hombre rubio.

—¡Papá! —exclamó Kristen, Vanessa seguía fuertemente agarrada a los vaqueros de su progenitor—. ¿Por qué? ¿Te has detenido a pensar en lo que piden? Es fastuoso.

—No lo es, es una dictadura, no querrás ser dirigida por gente como ellos.

Lyween se apartó la melena de la cara en un rápido gesto y observó a Blake amenazadoramente.

—Supongo que no hará falta que te diga que si lo haces no nos quedará más remedio que matarla —dijo cogiendo a Vanessa de la camisa.

—¡Soltadla! —gritaron al unísono él y Kristen, la adolescente tenía los ojos vidriosos como si no estuviese demasiado segura de qué estaba haciendo o dejando de hacer, como si no supiese nada.

—Entrégame ese papel —Blake dudó ante la pregunta del varón y se metió una mano en el bolsillo de la chaqueta doblando los labios—. ¡Entrégamelo!

—¡Oh, vamos, dáselo! —imploró la mayor con los labios sangrando de tanto mordérselos, Lyween colocó una afilada navaja sobre el blanco cuello de la niña, por lo que Blake tendió la hoja al rubio sin pensárselo dos veces, pero al coger el papel rehusó soltarlo, por lo que la mujer apretó con más fuerza sobre la pequeña provocando que lo dejase sobre las manos del otro.

—Vaya, nunca creí que llegases a hacerlo, Blake, aunque supongo que ahora habrá que hacer buen uso de este pequeño regalo que nos has entregado.

Y comenzó a leer en aragonés antiguo mientras él acercaba a sí a sus hijas; de repente se escuchó un sonido, al principio Kristen creyó que era de parte de Lyween o su acompañante pero un olor a quemado provenía de su padre, pudo comprobar que en sus manos se iba quemando un papel lentamente.

—¡NO! —gritó Lyween uniéndose a su compañero a leer más rápido la hoja.

—No insistáis —dijo Blake mientras los “extranjeros” iban desapareciendo—, con una copia falsa es efímero hacerlo.

Sólo cuando los dos hubieran ido del todo Kristen se atrevió a preguntar qué había sido de ellos.

—Ellos están en algo así como un limbo —le contestó—, ni aquí ni allá, ahora debéis iros a casa de vuestra abuela.

—¿No vienes con nosotros? —preguntó Vanessa temerosa.

—No —respondió él—, creo que mi lugar es el de las almas de dentro de Huesca ahora que los que querían salir de allí han caído, tal vez mi cuerpo continúe aquí pero me parece que lo que en él habita no.

—¿Volveremos a verte, no? —dijo Kristen antes de que se desvaneciese.

—Claro, si calculo bien el tiempo, dentro es un poco diferente a fuera.

 

Horas después del funeral la chica entró en casa, escuchó un murmullo proveniente de una de las habitaciones principales; “Vanessa”, pensó alicaída, mas cuál fue su sorpresa al encontrar a su madre hecha un paño de lágrimas; no había nadie alrededor, nadie podía verla o escucharla, puede que todo fuese real.

—Realmente lo querías —susurró de un modo tan desagradable que pronto comenzó a auto odiarse.

La mujer afirmó con la cabeza acurrucándose sobre la gran cama de matrimonio.

—Supongo que jamás podrás ver lo que tienes hasta que ya no está, ¿eh? —le dijo forzando una sonrisa nerviosa que se asemejaba más a la mueca de un payaso.

—Creo que volverás a verlo pronto —perjuró la muchacha—, estoy segura.

En esos momentos se preguntó cómo sería, cómo sería la vida de dentro ahora que ya no estaban oprimidos, al principio odió a su padre por abandonarlas, luego comprendió que ella también lo necesitaba, que no había lugar al que ir y lo más importante, que si no lo hubiese hecho ya nada sería lo mismo. Y en el cielo, golondrinas marchando exactamente igual que en cierto poema de cierto poeta olvidado.