Letras
Poemas

Comparte este contenido con tus amigos

Albada

Cuando deslices tu sombra
entre los brillos de un agua quieta,
te diré sin prisa
que amanece con pereza,
que el rumor
todavía no es voz
y que el sueño
aún habita en nuestras vidas.
Ven
y deja que el día
se asome sin eclipse.
Quítate el frío de la albada,
curiosea en mis recuerdos intangibles,
mata mi nostalgia con tu gesto
y dime que aunque muera
el sol
volverá a salir cualquier mañana.

 

Tu llegada

Sentado en una mesa sin fronteras
espero a que llegues con la bata descosida,
los zapatos con cordones malatados,
tus medias cortas,
tus cejas largas,
una pinza de ropa en la camisa,
en tu pelo una sortija,
un gorrión con el canto de un jilguero
empollando un galgo en tus palabras,
tu culto antiguo
de hablar bajito,
de bajar hablando,
de valsear silbidos,
de silbar bailando,
de morir prontito
y vivir volando.
Confío
en que dejes tres pasiones en la copa,
un dibujo,
un hilito de tu ropa,
la sonrisa en un espejo,
la bolita de pan sobre la mesa,
la cuchara zurda
y el malvón de aquel recuerdo en la ventana.

 

Mujer en la playa

Aún adormecido
el reflejo del sílice
tiene la playa
un secreto de foto antigua.
Desierta.
Sin brisa.
Quieta.
El mar se empeña en arrullar la arena
y deja un manto de espuma tenue.
Sentada ante la línea inmóvil
una mujer sola
desafía al tiempo
y escribe, despacio,
la vieja carta:
“Otro mar
borra mis pasos en la arena”.

 

El mar ha muerto

El mar ha muerto
y la tormenta seca
dejó una playa exhausta de horizontes.
El cielo es un cristal resquebrajado.

No hay luces ni aparejos,
el ancla navega en un desierto
callaron los cantos de marinos
y el faro dejó su luz inmóvil.

El mar ha muerto,
es la tumba del marinero ausente
y ella mira inútilmente al infinito.

 

Placeres

Tus pechos se derraman
en vorágines de besos.
Son una memoria adolescente,
un torero en la plaza,
el fulgor.
En el postrer adagio de la locura
tus caderas acarician lugares imposibles.

Y luego,
en la sombra del instante
es tu boca la que habla
de pájaros sin jaula,
de flores volando entre lagunas,
de barcos que nos llevan por mares sin finales.

 

Si he de elegir

Si he de elegir
elijo el rostro ancestral de la memoria,
la madrugada en el mar,
el balbuceante beso adolescente,
el barrilete que se va a otros cielos.
Elijo la palabra de mi historia,
el gesto del reparto y la justicia,
la voz que reclama hasta el silencio,
el dios ateo,
el canto de una niña.

Para que surja la nostalgia
como la vieja postal olvidada
en el libro que ya no leeremos.

 

Sola

Cierra los ojos
y en la sombra de su interior callado
sus pasos caminan la exquisita soledad.
Y vive esa otra vida,
suave,
sin amantes que traicionan,
sin pozos de pasión abrupta
sin rencores añejados en cubas oxidadas,
sin resacas agrias,
sin sed ni sequía.
Habrá en su boca una sonrisa
cuando el café con su perfume oscuro
complete el despertar en la cocina.
Y ella estará sola
leyendo el libro mudo.