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“Masa”: una escena de la guerra civil española

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Miliciano herido de muerte. Fotografía de Robert Capa (1936)
Miliciano herido de muerte. Fotografía de Robert Capa (1936).
 

Masa

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “¡No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
“¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: “¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: “¡Quédate hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

César Vallejo
10 de noviembre de 1937

Los momentos espantosos de la guerra civil española, con sus innumerables demostraciones de heroísmo e idealismo, produjeron marcas imborrables en los intelectuales de la época. Son conocidas las atestiguaciones de Octavio Paz en El laberinto de la soledad y los testimonios llenos de nostalgia de Pablo Neruda en España en el corazón.

César Vallejo también se conmovió con la violencia de la contienda. Tras asistir en Madrid al segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura viajó al frente de batalla, donde presenció personalmente los horrores de la guerra. Tal vez en algún momento deseó quedarse, con un fusil y un revólver lavado en las manos, para pelear junto con los otros voluntarios de la República.

Pero, como afirmaba Miguel Hernández, mientras que algunos tenían que morir con el mentón firme y la cabeza bien en alto, otros tenían que cantar los hechos por encima de los fusiles. Entonces Vallejo regresó a Francia para sentir el calor diario de la amada debajo de las cobijas y para redactar, con todo lo visto y oído, el poemario titulado España, aparta de mí este cáliz.

Esta fotografía de un miliciano herido, que ya dobla las piernas y suelta el fusil, fue la más difundida de todos esos tiempos. En ella se ve caer al combatiente Federico Borrell García, de Alcoy, luego de ser alcanzado mortalmente por una bala franquista en la batalla del cerro Muriano durante el último empeño republicano de recapturar la ciudad de Córdoba.

Fue tomada por el fotógrafo húngaro Robert Capa con una cámara Laika de 35 milímetros, y apareció publicada en la revista VU de París el 23 de septiembre de 1936, convirtiéndose innegablemente en la imagen más renombrada de todo el conflicto.

Al año siguiente, el autor de Piedra negra sobre una piedra blanca concluyó su composición más surrealista y universal, el poema “Masa”, y le puso la fecha del 10 de noviembre de 1937. Es posible que haya sido concebido casi al final de la obra, luego de varios intentos; inclusive el poema que lo antecede parece ser un borrador de lo que viene. Sin embargo no pudo verlo publicado porque falleció poco después, el 15 de abril de 1938, aniquilado por una fiebre maligna de origen incierto que nadie pudo entender.

Fue como si la formidable Muerte que Vallejo describiera caminando por los cementerios bombardeados y por los campos de batalla de España, con su cognac, su pómulo moral, sus pasos de acordeón y su palabrota, hubiese venido a buscarlo hasta su habitación parisina para llevárselo al Montparnasse aunque lo hubiese tenido que hacer en contra de su propia voluntad.

Hoy, 10 de noviembre de 2010, meditamos por unos momentos para recordar la mañana en que en una antigua máquina de escribir César Vallejo dio forma final a este poema. Y aunque fuimos los únicos, nos alejamos caminando detrás del combatiente que se acababa de incorporar lentamente y que se había echado a andar...