Entrevistas
Julio Balcázar CentenoJulio Balcázar Centeno, ganador del Premio Nacional Eduardo Cote Lamus 2010
“Tuve una riña de enamorados con el mundo”

Comparte este contenido con tus amigos

Julio Balcázar Centeno viene de una larga conversación consigo mismo. Es oriundo de Cali, tiene 27 años, estudió en la Universidad de Caldas, y en la actualidad es profesor en un resguardo indígena en el Cauca. Es el ganador del XII Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus 2010, con su libro Últimos días de Robert O’Hara. Parece que las preguntas dolieran menos cuando él pregunta. Si la literatura es una mentira que nos ayuda a entender, sobrellevar, y reconciliarnos con la realidad, pocas veces el engaño ha sido tan hermoso.

El premio contó con el apoyo de la Secretaría de Cultura de la Gobernación de Norte de Santander, y consiste en 8 millones de pesos y la publicación de la obra. El jurado de la convocatoria estuvo integrado por los escritores Miguel Iriarte, Ramón Illán Bacca y John Jairo Junieles. Dice el acta: “Este libro ganador propone una poesía desatada y fresca, humorosa y culta, cuidadosamente fundada en cierto engañoso prosaísmo que conduce al lector al encuentro de un decir y una visión en donde vuelven a encontrarse la inteligencia y la poesía”.

Balcázar Centeno nos introduce a un mundo de verdades antiguas con novedosa factura. Esta entrevista, como los perros que ladran a la entrada de los pueblos, anunciando las llegadas, sirve para llamar la atención sobre una obra que servirá para aplacarle la fiebre a muchos y amansar angustias.

—En su perfil de Facebook, usted escribe: “De haber escrito mi propio epitafio este hubiese sido: ‘Tuve una riña de enamorados con el mundo’ ”. ¿Quién es Julio Balcázar Centeno?

—Bueno (tose), es decir... este... Primero hay que aclarar que lo del epitafio no es mío (el fino arte del plagio); pertenece a un escritor llamado, si no estoy perdido, Robert Frost. Sí. Creo. Lo vi en una película de John Travolta (A love song for Bobby Long). Me gustó y ahí está. Tiene una especie de ternura e ironía que yo quisiera tener en cada cosa que escribo. Igual pude haber colocado la de Marlon Brando en Apocalipsis Now: “¡El horror, el horror!”. Pero sí, la cuestión es quién soy yo... (tose), (mira alrededor)..., será decir algo desde la filosofía francesa. Tendría que citar a Foucault, Derrida, Bataille... no, mejor no; muy pretencioso; como si me pusiera a hablar pestes del yo cartesiano. No. La idea es ser sencillo y gracioso, y amable, y humilde, pero sobre todo amable. O podría hacer una suerte de inventario; es decir, mi novia dice que soy esto, mi familia esto, mis alumnos que esto otro, mis amigos que esto de aquello, y así, construir un bonito monstruo de opiniones, como un Frankenstein de fotografías y recuerdos. ¿No? A buena le dio al oráculo por el “conócete a ti mismo”; está para decir como Miguelito, el de Mafalda, después de leer la célebre frase: “¡Dios mío!, y si no me gusto”. No, no. La verdad es que no sé quién soy. Disculpe usted... (tose).

—Háblenos de Últimos días de Robert O’Hara, ¿cuál es la historia detrás de su libro, cómo llega a esa identidad de voz que sentimos en todos los poemas, algo tan difícil de hallar en la poesía que se escribe hoy?

—Últimos días de Robert O’Hara es un híbrido. Algunos poemas ya existían bajo otro nombre (los escribí en mi estado budista de desempleo y no tengo nada mejor que hacer); otros los padecí sobre la marcha ya pensando en el concurso. Otros se me cayeron estando en la parte final de la universidad (el poema titulado “últimos días...” tenía obviamente otro nombre, fue escrito para mi profesor-tutor-amigo-y-alcahueta J. Meléndez, mientras tomábamos algo, y él discernía sobre las flacas de tetas pequeñas). Pero creo que en gran medida es un homenaje a mi padre. El tipo lleva (y ha llevado) una particular vida (justo ahora estaba leyendo su último e-mail donde dice haber alcanzado la sabiduría: consiste en no tener nada. El tipo vive en un pueblito feo y caliente en Venezuela; ahí vende suministros para perros calientes y escribe cuentos). Lo de la identidad de voz, pues no sé; supongo que es por concebir los proyectos a partir de imágenes. Este es un vicio adquirido de mi gusto por el cine. Todo lo que escribo empieza por una imagen. Sabe usted, mi querido entrevistador, que alguien llamó a mi forma “poesía narrativa”. Ahí la segunda clave, creo yo; a mí lo que me gusta es contar historias.

—¿Qué cosas despiertan su curiosidad?

—Todo. Las excepciones a la regla. Las grietas en el techo.

—¿Qué poetas, escritores, artistas o experiencias primordiales han marcado su cocina literaria y también la propia vida?

—Hagamos el inventario: Bob Dylan / Al Pacino / El Nadaísmo / Joaquín Sabina / Joan Manuel Serrat (no se puede hablar de uno sin el otro) / Tom Waits / los cuentistas norteamericanos: King, Whitman, Hemingway, Faulkner, Poe, Carver, Cheever, Twain, etc. / Cabrera Infante / Richie Ray / los boleros / La Fania / John Lennon / Woody Allen / los hermanos Marx / la filosofía / Borges... haga de cuenta como en la carátula del disco de los Beatles Sgt. Pepper.

—¿Cómo ha sido su experiencia como profesor en un resguardo indígena?, ¿qué observaciones o hallazgos puede compartir sobre su vida en esa comunidad?

—Bueno... Estos chicos van a estudiar colgados en el techo de una chiva, chupando frío, lluvia, y a veces hasta plomo. Eso dice algo. He aprendido mucho estando con ellos. Están locos y yo los adoro. Aunque a veces me siento viviendo en el cuento de Juan José Arreola, “El guardagujas”. Complicado describirle. Si viera que les mostré los poemas de amor del maestro Darío Jaramillo, y los hombres se le pasaban susurrándole al oído a las chicas: “Yo huelo a ti”. Tienen cada cosa. Si te pudiera dar un diagnóstico de mi experiencia, te diría: afecto. A esos locos hay que llenarlos es de afecto, lo necesitan; su situación social y familiar es bastante complicada. Puro afecto. Y complicidad.

—¿Qué proyectos creativos tiene entre manos?

—Ahora quiero escribir una novela. Bueno, ya está escrita. La hice hace un par de años; lo que pasa es que siempre he tenido la sensación, como en las películas de detectives, de que “algo no cuadra”. Hay mucho papel suelto. Tengo que ponerme un poquito más disciplinado, y listo.

—¿Y si mañana despierta en otra parte, cómo le gustaría ser recordado?

—(Con voz baja y en tono humilde)... No quisiera ser recordado... (silencio). “Vanidad, mi pecado favorito”, decía Al Pacino en El abogado del diablo.

 

Un poema del libro ganador
Strip-tease de una mujer de 40 y tantos

Yo he entrado al cuerpo de esta mujer, a eso de las 6 de la tarde, y no he visto
más que maravillas: los átomos sedimentados en una sonrisa.
Liberadas las cosas de la ficción de años tempranos, todo brilla ahora con su belleza.
Esta mujer aparece de cuerpo entero en el aire, con todo y el exceso de grasa.
Divina en la caricia, que es su único vestido.
Pulgada por pulgada, puede hacer tranquilamente el amor con los tacones puestos.
Si le dicen puta, o romántica, poco tiene que ver con sus senos que van jugando
con la gravedad. Ya no tiene dudas. Es diáfano su deseo de placer.
Las horas no traen domingos frente a la tele, ni desayuno en la cama.
No hay hijos colgados de cada gemido. Su vientre sólo alberga la dulzura
de lo que se extingue con la pasión.
Es guapa porque goza pariendo un sueño. Porque tiene estrías y ha visto el mar.
Sus nalgas son firmes, con los tatuajes juveniles que se descubren
bajo la falda de colegiala.
Liberada del miedo, anda ligera de razones para su sudor.
Sin recibos de tintes para el cabello.
Es bella, a bocanadas de sus besos.
Los años han entrado en ella, como yo para poseerla, y no han podido escapar.
El perfume ya no miente, el jueves es su condena,
cuando usa medias veladas, y el rímel anda pidiendo a gritos, un alma para la noche.
Los silencios incómodos casi siempre anteceden la lluvia de su piel.
Su risa es el strip-tease perfecto, donde sólo queda el puro amar en labios pintados.