Entrevistas
Luis Alberto BravoLuis Alberto Bravo
Me invento todo el tiempo

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Luis Alberto Bravo (Milagro, Ecuador, 1979) reside entre el cantón Naranjito y el cantón Bucay. Estudió Arte en el ITAE y actualmente estudia dirección cinematográfica. Ha escrito guiones y dirigido varios cortometrajes. En el 2009 un trabajo suyo fue incluido en la muestra de cortometrajes de las escuelas de cine de Hispanoamérica: Ibergente. Ganador, con su poemario Utolands, del concurso de poesía y cuento Lenguaraz 2009 (México) y mención de honor por su novela Septiembre del XII Concurso Nacional de Literatura 2009 “Dr. Ángel Felicísimo Rojas”, entre otros reconocimientos importantes. Publicó este año su poemario Antropología pop (para árboles epilépticos) y Utolands (Editorial Lenguaraz, México, DF, 2010). Próximamente aparecerá en Chile en la antología de poesía latinoamericana 4m3r1c4 (recopilación y prólogo del vate chileno Héctor Hernández Montecinos); Ediciones Arlequín, de Guadalajara, México, acaba de publicar su libro de relatos Cuentos para hacer dormir a una niña punk. Tiene preparados cinco poemarios Utolands! (Redux), Recuerda que naciste en una carpintería, El Blues de la Pequeña Naranja, Interstella 5555 (The 5tory of the 5ecret 5tar 5ystem) y Stars & Marcadores; así como una novela con ciencia ficción llamada Septiembre y un libro de cuentos, Las ardillas del Orden Enano. Actualmente trabaja en una novela-clip Te espero en Montauk, en el libro de ensayo y ficción progresiva Capítulos que se le olvidaron a Vila-Matas y en tres poemarios. Es miembro del grupo cultural Buseta de Papel.

—Luis Alberto, ¿cuándo y por qué empiezas a escribir? ¿Qué poetas o escritores son tus referentes o tus autores de cabecera?

—No recuerdo exactamente la edad que tenía cuando se da este especial encuentro con el destino. Pero sí recuerdo el momento en que supe que quería ser escritor, aunque esto no es exacto, yo no tenía idea de saber lo que era un escritor, lo que yo entendí en aquel momento fue: que me gustaría ser alguien que crea historias. Dicho episodio se dio el día en que me enfrenté a un especial título de una página, del tomo 10 de la enciclopedia El Mundo de los Niños: El País de los Castillos Encantados. Fue algo maravilloso aquello, nunca me ha dejado de producir fantasía y de gustar dicho título. Leí con devoción lo que contenía aquella página y quedé satisfecho pero además sentí que era muy poca información (acostumbrado a evitar libros sin ilustraciones, aquella fue una revelación: era la primera vez que sentía avidez por leer más sobre un tema). Di vuelta la página y... lástima, ya no había más castillos encantados. Me di a la tarea de buscar todo sobre Luxemburgo, a la caza de otra leyenda de castillos (quería conocer más de estas historias por las que llegaron a catalogar de esa manera a dicho país). Pero nunca encontré nada. Triste, al no hallar ninguna historia, me las empecé a inventar. Es en ese momento en que llego a cuestionarme sobre la existencia de los escritores.

Han sido muchos los autores que me han entusiasmado; dejo de leer a algunos pero suelo volver a ellos cada cierto tiempo. Me gustan poetas como Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Braulio Arenas, Enrique Lihn, Javier Heraud, Armando Uribe, Charles Bukowski, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Claudio Bertoni, Erick Pohlhammer, George Trakl, Leopoldo María Panero, René Char, Emilio Adolfo Westphalen, Charles Simic, José Eugenio Sánchez, etc. En narrativa me gustan: Italo Calvino, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Georges Perec, Julio Cortázar, J. D. Salinger, Enrique Vila-Matas, Sergio Pitol, Roberto Bolaño, César Aira, Leonardo Valencia, Jeffrey Eugenides, Miranda July, Juan Forn, Ray Loriga, etc.

—Has publicado en el 2010 el poemario Antropología pop (para árboles epilépticos), el poemario Utolands que ganó el I Premio de Poesía de la revista mexicana Lenguaraz y el libro Cuentos para hacer dormir a una niña punk publicado en México. ¿Qué me puedes decir de estos libros?

—En primer lugar que se trata de libros contemporáneos. Los escribí aleatoriamente. Y en segundo lugar que estos libros eran un salvoconducto, una forma que había encontrado para hacer literatura ante la imposibilidad de escribir una novela. Yo tenía desde el 2001, 2002, no es exacto esto, una novela relacionada con el mes de septiembre, aparentemente acabada, llevaba unas 120, 140 páginas. Y no lograba ni que la historia me convenciera ni que el resultado fuera consistente al paso de los años. En la búsqueda del tono de la narración, de la experimentación de las formas, de editar mucho; y con un sentimiento de fracaso (al no poder llevar la novela a buen puerto) es cuando me veo con abundante material para otros libros. De pronto me vi escribiendo poesías, cuentos, canciones. Yo no era un gran lector de poesía. Así que lo que escribía no necesariamente era poesía, sino tal vez lyrics de canciones (sin música). Empecé a leer mucho, también para descubrir parentescos con lo que yo estaba haciendo. Pero siempre me sentía inconforme porque mi objetivo principal era aquella novela sobre el mes de septiembre que me daba vueltas en la cabeza; esto se prolongaría muchos años más, la retomé en el 2009: eliminando más del noventa y ocho por ciento de lo escrito (apenas me quedé con el nombre de un personaje) y terminándola en tres meses. Un nuevo tratamiento de la novela lo hice este año.

—Tu poesía se nutre de una gran gama de imaginarios sociales, idiomáticos, artísticos y culturales muy diversos, ¿qué me puedes decir al respecto sobre tu propia poética?

—Que en vez de concentrarme en un discurso retórico, efectista, sorprendedor (cosas que sólo sirven para quedar bien con el canon), siempre le doy especial énfasis a una estructura, donde vaya a caber el contenido. Encuentro mi estilo ahí. La búsqueda de la “forma” es muy importante para mí, es lo primero que busco y muchas veces es donde más me demoro; es la parte estética de la obra. Es en ese momento cuando me enfrento a algo amorfo y empiezo a darle precisión a partir de mis gustos pictóricos, musicales, cromáticos, literarios; atiendo todo el tiempo una mitología personal (nada alejado al ejercicio que hacía Stéphane, el protagonista de La ciencia del sueño, de Michel Gondry). Una vez que tengo resuelto esto, el contenido debe funcionar en dicha forma. En este punto corrijo leyendo el texto en voz alta (una y otra vez) atendiendo un ritmo (que ha sido impuesto por la forma) y editando mucho; un “ruido” o algo que no me deje leer fluidamente, que no encaje la lectura de una imagen en la estructura: es indicativo de que algo anda mal, y hay que corregir.

En ocasiones el contenido viene ya con la forma. Pero básicamente las cosas que quiero contar son en apariencia sencillas, fáciles de digerir para el lector; aunque el camino para la construcción no sea así. Me interesan los contextos, las connotaciones, mover los elementos en la naturaleza para que sean sugeridos de otra manera, un texto reciente: Una muchacha lanza una hamburguesa al océano: ella jamás dirá su nombre, es un ejemplo de lo que acabo de decir, son cosas que excitan mi imaginación. A veces creo que son como los ready mades de Duchamp. Pero en fin, es la apariencia sencilla del texto, lo que resulte que determinada índole lo vea como algo malévolo, mediocre, pobre, fácil. Y se pasa por alto el ejercicio de la búsqueda de un orden, de un montaje, ignorando que estructura y ritmo han convenido para que el contenido sea natural.

Un discurso retórico aparentemente gana por su elegancia, por su poder de persuasión, por su aparente dominio y técnica; cuando no es así, es un texto que muchas veces no encaja en nada, ni simula un orden, pero tiene un contenido aparente. Los escritores de esta índole: se repiten. La retórica es una técnica artificiosa que persigue el efecto y descuida el contenido. Pero esto no es del todo condenable: apenas es su concepto. Lo condenable es creer que es el único medio válido para la celebración poética.

En mi caso una forma o estructura termina, finaliza con el texto en el que lo he utilizado, no me parece ético que vuelva a utilizar la misma forma para otros discursos, de esa manera tendría una fórmula (podría escribir muchos libros así). Sucede que a mí me gusta hallar otras posibilidades y formatos en que la creación y contenido coexistan. Invento todo el tiempo. Me invento todo el tiempo. Estoy muy de acuerdo con lo que dice César Aira de la poesía: “Es el laboratorio de la literatura”.

—Sé que también escribes narrativa, por ejemplo tu novela Septiembre ganó una mención en un concurso nacional de novela, y sé que pronto publicarás el libro de cuentos Las ardillas del Orden Enano, ¿qué me puedes decir de esto?

—A mí me gusta pensar que mis textos pueden ser la base, producto en potencia o punto de partida para que otro agente creativo logre que mis historias, mis personajes, mis procedimientos... puedan alcanzar otras formas de expresión, ya sea pictóricas, musicales, cinematográficas, incluso literarias (productos apócrifos, no sé); un amigo lo llamó cross media. Yo lo encuentro así como un ejercicio de sinestesia, el final sería una comunidad que ha creado a un público simpatizante de determinado tema.

Para hablar de Septiembre en principio tengo que dejar de hablar de mis otras obras. Pero diré que es la matriz. Lo que es un poema en Utolands acá es el epitafio en la tumba de un personaje. Lo que es un relato en Cuentos para hacer dormir a una niña punk, acá es el epílogo de la novela, el making off. ¿Ya dije que mis otras obras se gestaron mientras no podía escribir Septiembre? Es algo así como la cosmovisión de mi obra literaria (hasta el momento).

Las ardillas del Orden Enano en principio fue evitar escribir una novela corta, basada en uno de los relatos incluidos en Cuentos para hacer dormir a una niña punk; conservé el cuento, y en cambio escribí la configuración de la mitología particular, alrededor del mundo de los personajes: que habitan donde se da la historia de Las ardillas del Orden Enano; sus ídolos, sus enfermedades, la configuración del paisaje, sus miedos, sus pasatiempos. Ahora la publicación responde a un proyecto paralelo, a veces por su carácter de respuesta medito en que se trata de un happening, pero no quiero especular. Un grupo de lectores paga por la obra antes de que ésta salga de imprenta, con aquel dinero reunido se paga la financiación de la postproducción: diagramación, impresión, etc. Es cuando una emergente editorial independiente como El Quirófano (que de ser un dibujo de editorial va encontrando cuerpo a través del diálogo, escuchando y proponiendo otras posibilidades); de esta manera Las ardillas del Orden Enano a paso lento va esbozando un camino hacia el lector. Alguna vez pensé que las editoriales cartoneras eran acordes para este tipo de procedimientos; intenté contactarme con Matapalo y no obtuve respuesta. Que un editor no responda o no emita su criterio de evaluación o punto de vista acerca de una obra, pone en evidencia su incapacidad de profesión, pone en perfil su inoperancia y finalmente muere.

—Pienso que eres parte de la nueva generación de escritores y poetas ecuatorianos que su gran meta no es publicar en el Ecuador sino de traspasar los límites-paredes mentales y publicar en el extranjero para abrir nuevos diálogos y perspectivas a la literatura ecuatoriana al mundo, ¿qué piensas al respecto?

—Es de poco aliento volver a las palabras del escritor Fernando Nieto Cadena, cuando dice: “Estar publicado en Ecuador es como estar inédito en el extranjero”. Y sí. En lo particular obedece a dos razones, soy una persona muy ambiciosa (en cuanto a lo que quiero hacer y a dónde quiero llegar con mi obra). Todo lo hice distinto. Dejé mi carrera cuando supe que lo mío era la literatura. Soy un poco como El barón rampante de Calvino, no me adapto a que nadie me diga lo que tengo que hacer, ni qué cosa tengo que leer. Si me metía a estudiar literatura, sin duda terminaba enviando al carajo a algunos profesores y renunciando a la idea de escribir. Sabía que ninguna universidad me iba a hacer escritor; era una decisión muy seria que yo tomaba y por ello iba a configurar un sistema de aprendizaje basado en autocrítica y en lo que me daba auténtico placer: lecturas y horarios de creación; es decir, aquello que en el sistema educativo normal responde comúnmente a un verdadero sacrificio. En segundo término, lo de no publicar acá y hacerlo afuera se debe a que responde a mi percepción de cómo está configurado el mercado editorial: es poco, con canales de distribución mínimos o nulos, lo que a escala de un país: no existe. Por ejemplo, para mí no existen en el país editoriales independientes, ni editoriales cartoneras, ni siquiera existen editores. Lo que existen son personas que publican libros a escritores que pagan por la publicación de su obra. Eso está mal y va a terminar mal. Sin mencionar la frustración de estos autores que... ni por la forma monetaria pueden ver despegar su obra literaria. Además, tengo la sospecha que las grandes editoriales, con sucursales en Quito, apuestan por la obra de figuras públicas, entes mediáticos; algo que es razonable: quieren vender (esto es un fin y a la vez un principio). Yo no soy figura pública, entonces tengo que buscar otros rumbos. Mi relación apenas con el movimiento literario del país se da en que tengo amistad con varios escritores locales y por el hecho de que participo en concursos literarios. Esto último lo hago por dinero. Para mí la literatura se termina con la literatura, todo lo demás es accesorio y no tiene que ver nada con el quehacer literario, una vez que culmino una obra, lo empiezo a ver como un producto comercial.

Lo de publicar afuera es consecuencia de tu labor de difusión, de asistir a ferias internacionales, a donde llevaste borradores (me refiero al viaje que hiciste a la FIL de Guadalajara, México, en noviembre de 2007, entre ellos llevaste uno de mis libros y lo acercaste a editores). Un día Ediciones Arlequín me escribió un mail diciendo que estaba interesado en mi libro. Y lo de Utolands, fue porque gané un concurso (el libro lo envié en formato digital). De igual manera está en que hayas leído en festivales y acercado mi obra a otros autores, como en el caso de Héctor Hernández Montecinos, quien prácticamente conoció mi obra a través de ti.

El acercamiento de la literatura ecuatoriana en el exterior se da gracias a labores como la tuya; en este caso estás haciendo el trabajo que no hace tanto funcionario de pacotilla, tanto pipón, tanta momia coctelera. Pienso, además de ti, en Fernando Iturburu, en Fernando Nieto Cadena, en Xavier Oquendo Troncoso. Mi caso responde a algo mínimo: yo soy muy ególatra (y respetuoso a la vez), sólo acerco lo mío.

—¿Qué piensas de la joven poesía ecuatoriana actual?

—Pienso que yo no soy el indicado para emitir juicio sobre este tema. Uno porque sólo me ocupo de lo mío. Otro porque creo que es afirmativo lo que dice Héctor Hernández Montecinos, en el prólogo de su 4m3r1c4, dice: “Ellos no representan en nada al promedio poético de sus lugares de origen, de hecho son los raros, los ‘anormales’ (...)”. Mi obra y yo no representamos al país, ni a nadie, sólo a mi literatura. Además el ángulo de visión que emitiría sobre lo que se hace aquí, sería muy reducido, porque en mis inicios pequé de extranjerizante; me interesaba saber más lo que se estaba haciendo en otros lugares. Lo único verdadero es que en el país hay gente que se dedica a la creación poética, pero esta no es su principal actividad sino que es la que ocupa sus ratos libres. Hay autores interesantes y otros que escriben textos viscerales pensando más en el canon que en el lector. Y obtienen lo que quieren: un cargo burocrático, el aplauso de sus mayores, el abrazo hipócrita, el ego desmedido, la indiferencia del lector. Celebran la exaltación poética, pero la poesía misma los detesta.

—He escuchado en numerosas ocasiones que supuestamente la poesía sólo la leen y la consumen los mismos poetas, ¿crees que es así? ¿Cómo crear mecanismos para que la poesía llegue a otros sectores de la sociedad, pero sin que pierda su parte radical o subversiva?

—Eso es verdad. Al menos los dejan muy en claro los recitales de poesía, los encuentros de literatura. Donde la ausencia de público deja en foco a tal o cual asistente: siempre somos los mismos, además del que quiere escribir porque le gusta y no puede, la groupie (cuyos fines son más sexuales que devoción literaria), el pana gay que está enamorado de un compañero del trabajo, la pelada rica que se va en medio del recital, el pana que vino solamente porque lo trajo un amigo, el antiguo declamador con cara de cabreado, nada más. Es un paisaje patético. Donde no se sabe qué es más patético, si venderle tu libro de poesía a uno de estos tipos o regalárselo. Sin embargo, es agradable pensar que sí había personas que en verdad querían venir al recital, pero se quedaron atrapadas en un ascensor, el tráfico, fueron asaltadas en el camino, a última hora el jefe les impuso más trabajo, olvidaron el día, la hora o murieron. Mecanismos ha existido siempre, pero a quien no le gusta leer no le va a gustar nunca, por más campaña que se haga; y esto también hay que respetarlo. Yo creo en aquello que decía Cortázar, que el azar a menudo hace mejor las cosas que la lógica. Un día, tal o cual libro o poema llegará a quien en verdad quiera leerlo, a quien en verdad esperaba leer algo así.

—¿Actualmente en qué proyectos literarios estás?

—En muchos. Terminando la trilogía Antropología pop (la componen Antropología pop [para árboles epilépticos], Utolands y El país de los malls embrujados, estoy trabajando este último). Acabo de terminar un libro de ensayos, Capítulos que se le olvidaron a Vila-Matas, en un primer acercamiento Leonardo Valencia me recomendó que hiciera algo con Juan Montalvo para cerrar, y lo haré. Estoy terminando una nouvelle denominada Los bosques de cervezas azules (una ficción lárica). Y esbozando dos novelas: Febrero y Te espero en Montauk.