Sala de ensayo
Emily DickinsonEmily Dickinson

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Tomé en la Mano mi Poder-
y me fui contra el Mundo-
No era tanto como David- tenía-
Pero yo- era dos veces más osada-

Apunté mi Guijarro- mas yo Misma
Fue todo lo que cayó-
¿Era Goliat- muy grande-
O era yo- muy pequeña?
1

Emily Dickinson mira al lente de un daguerrotipo desde lo más profundo de sus ojos negros. Está fechado en 1846 y es una de las pocas fotos que se hicieron de ella.

Lleva un vestido oscuro de mangas largas de donde asoman unas manos delgadas y en aptitud de entrega. De su vestido ajustado apenas sobresalen las formas de unos senos infantiles. “Soy pequeña como el gorrión y mi pelo es tan puntiagudo como el erizo del castaño y mis ojos son como el jerez que el invitado deja en la copa”.2 Su pelo recogido atrás divide su frente en dos mitades exactas. Todo en su imagen parece contención y calma, aceptación de una realidad que no puede cambiar; sometimiento y voluntad replegados a lo más recóndito de su mente.

Pero su mirada desdice su postura, la complementa y la divide, esos ojos oscuros miran con firmeza y decisión el lente, ahí no hay recato, ni sometimiento; hay una voluntad que quiere emerger con personalidad propia y lo hará por medio de su voz, aunque sea en tono bajo, se relacione poco y tenga que crear su universo propio.

De esas dos mitades que la conforman surge la mujer escritora, la poeta innovadora y prolífica, de versos pequeños y personalísimos, que expresa los contenidos de su mente con entera libertad y audacia propia de mujeres que aún tardaran años en tomar la palabra.

De la mano firme de su padre, el juez Dickinson, y de la biblioteca familiar, conoce los primeros libros, se acerca a ellos y empieza a sentir que sólo en esos objetos cerrados, que se abren como cajas mágicas y contienen miles de palabras, que aparecen milagrosamente ordenadas y en perfecta alineación al volverlas a abrir, encontrará aquello que calma su ansia de conocimiento y dará sentido a una vida de clausura y ensimismamiento que ella escogerá.

 

En 1840 los Dickinson inscriben a Emily en la Academia Amherst, fundada por el abuelo Samuel Fowel Dickinson en 1814. Allí aprende literatura, religión, historia, matemáticas, biología y geología. Recibe también instrucción de latín y griego que le permite leer la Eneida en su idioma original. Participa en los juegos infantiles y está integrada con la mayoría; disfruta de contar historias e inventar juegos donde sobresale su imaginación.

Estudia además canto los domingos en la iglesia, piano con su tía; jardinería, horticultura y floristería, actividades éstas que la acompañarán el resto de su vida y a las que dedicará pasión y tiempo.

En el Seminario de Mount Holyoke donde van a parar las señoritas de su clase social, recibe formación religiosa con vistas a que, más tarde, ella misma haga el papel de difusora de la fe. Pero Emily se excusa y dice que también puede servir a Dios en lo cotidiano del ámbito doméstico, protegida por los suyos, ya que han comenzado los primeros síntomas de una sensibilidad extrema que la empuja a mirar hacia el interior de ella misma, donde habita lo informe y el sinsentido de la mente humana. El seminario pertenece a un sistema de colegios superiores fundados entre 1837 y 1889, llamados las Seven Sisters, y se fundan con el propósito de ofrecer posibilidades de estudio a las mujeres de la época. Se construyen cuatro en Massachusetts, dos en Nueva York y uno en Pensilvania. El nombre de las siete hermanas proviene del mito griego de las Pléyades, las siete hijas de Atlas de Titán y la ninfa del mar Pleione.

Y es en ese mundo de límites y horizontes cuadrados, donde empieza a escribir versos, creando una rima y un ritmo novedoso y particularísimo, abriendo camino a la poesía moderna. En una simbiosis entre candor e ironía, introspección metafísica y simplicidad, como un péndulo que busca su lugar, oscila entre sentimientos contrapuestos.

 

La familia Dickinson pertenece a una clase media alta instruida donde ha habido jueces, abogados, educadores y funcionarios públicos, descendientes de los primeros colonizadores puritanos que llegaron desde las costas inglesas en el siglo XVII. Buscan las tierras vírgenes poco pobladas, donde practicar la doctrina puritana, planteamiento radical del protestantismo que comienza a germinar en Inglaterra durante el reinado de Enrique VIII, por el cual se separa de la Iglesia Católica, formando una iglesia aparte y declarándose máxima autoridad de ella. Acción que obedece más a un acto de soberbia caprichosa y a la idea de ostentar todos los poderes políticos y religiosos en su persona, que a un planteamiento de orden moral o filosófico.

Más tarde, su hija Isabel I gobierna también con mano firme e intransigente y el descontento que se ha gestado durante décadas ve una salida en las tierras lejanas y escasamente pobladas del otro lado del mar. Se instalan en el noreste del nuevo país, casi al frente de las costas inglesas, y la llaman Nueva Inglaterra. Llegan hombres y mujeres. Familias enteras cruzan el océano. Llevan su cultura y su propia historia en baúles junto al sonido de sus antepasados; la Biblia y otros viejos relatos en sus libros.

Esperan que sea la tierra prometida de la que tanto han oído y desean conocer.

Confían en Dios ciegamente, en su infalibilidad para decidir por ellos y determinar sus vidas, y por eso agradecen, porque han sido bendecidos con el perdón del pecado de haber nacido como seres pensantes. El miedo que genera la libertad de elección ante la toma de decisiones provoca la determinación de dejar que sean los otros, o el Otro,3 el que se encargue de la responsabilidad, y así, cualquier acto producto de la decisión del ser al que nos confiamos plenamente, por absurda e incomprensible que nos parezca, siempre tendrá el recurso de la fe sin el razonamiento que le podría llevar a la desobediencia o la incomprensión. Siempre es más gratificante el amparo del grupo, la creencia que sostiene y da asidero ante la duda, que la soledad y el señalamiento del que está afuera y duda, y cuestiona los principios.

 

Y de nuevo en esas costas, el llamado del mar se hace inquietante, porque las tierras que encuentran son pobres para el cultivo, someras y pedregosas en esta parte del país.

De los bosques pródigos aprovechan los árboles, del roble harán barcos fuertes que naveguen firmes, y del pino harán los mástiles para afianzar sus velas. Construyen puertos de donde zarparán sus barcos hacia otros lugares intercambiando mercancías, y la pesca se constituye como una vía fuerte y próspera de recursos para entonces renovables.

El enriquecimiento que produce el comercio hace que estas comunidades prosperen rápidamente. El apoyo de la comunidad que avala a sus miembros, el conocimiento que deviene acción y el respaldo de la fe, van dando forma al carácter que distinguirá luego al pragmatismo del norteamericano. Con la proximidad de los asentamientos, se facilitan y promueven las reuniones de los miembros para la lectura de la Biblia y la alfabetización, se construyen escuelas para las comunidades, e iglesias para la difusión de su fe.

En 1840 Amherst ya se considera una ciudad cultural, por las numerosas instituciones educativas que habían construido los inmigrantes europeos. La vida en la ciudad situada en el valle del río Connecticut transcurre tranquila, la ciudad es cruce de caminos entre Boston y Albany, Hartford y Brattleboro; las diligencias hacen parada y fonda, los viajeros descansan y conversan mientras comen e intercambian historias de tierras lejanas y cuentos de camino.

 

La casona de la familia Dickinson está a dos cuadras del centro de Amherst, en Main Street. Construida por el abuelo en 1813, conserva las viejas glorias de sus antepasados, vivida y confortable, fue la primera casa fabricada con ladrillos y está rodeada por jardines con árboles, escalinatas y recovecos a la sombra de las miradas ajenas. Pasa parte del día cuidando las flores del invernadero que su padre manda construir para ella, es el lugar de la casa donde observa el pulso de la vida, el desarrollo de la naturaleza que corre en paralelo a su formación; admira su simplicidad y estudia lo complejo de su arquitectura biológica.

La casa para Emily va a significar mucho más que el lugar donde se nace o se vive, va a ser su microcosmos, el espacio que dará forma a sus poesías, la seguridad que representa el núcleo familiar tan necesario para su estabilidad psíquica; el ámbito donde se encuentra concentrado todo lo que será la elección de vida para ella. Con el paso del tiempo ese ámbito se reducirá a su habitación en el piso de arriba, desde donde mirará la vida pasar mientras ella compone poemas sobre abejas, pájaros y espacios abiertos.

 

La casa encantada

El más hermoso Hogar que jamás conocí
Se fundó en una Hora
También por Grupos que yo conocía
Una Flor y una araña-
Una casa de encajes y de Seda-
4

Cuanto más leemos la extensa bibliografía que hay escrita sobre Emily Dickinson, más sentimos que su luz se escapa entre nuestros dedos, y apenas logramos retener una imagen ambigua y escurridiza que no se deja apresar en lo reducido de las definiciones.

Esa parece ser su esencia, la no clasificación, el andar libre y segura entre las palabras hasta lograr que el poema sea, más que signifique. Y ahí caemos una y otra vez en nuestro afán de decodificar y clasificar, lo que ella no quiso dejar hecho.

Sus pequeños poemas escritos a veces en hojas sueltas, esquinas de recetas de cocina; a lápiz algunas, en sobres de cartas recibidas otras, se encontraron en algún cajón o baúl de su cuarto, amarradas y sin fecha ni título; sin orden aparente. Será en 1955 que Thomas H. Johnson publica la primera edición de sus poemas en 3 volúmenes. Los ordenó cronológicamente según el estudio que hizo de los rasgos de su escritura, donde se muestra una clara diferencia de cómo las letras de sus primeros versos se van espaciando y haciendo redondas con el tiempo, dando a estas últimas, características de rastros, o de huellas firmes sobre el papel.

 

También su traducción se enfrenta al problema de decodificar y cerrar en una unidad de lenguaje: sensaciones, voces, sentimientos e imágenes distintas a las escritas originalmente. Su poesía no proporciona fechas, nombres o datos, en los que podamos apoyarnos para su comprensión. A pesar de lo que se puede suponer después de la lectura de sus poemas, su verso no es libre, emplea en todos ellos los metros derivados de los himnos y devocionarios con los que estaba familiarizada desde pequeña. En ellos predomina el pie yámbico o trocaico de origen grecolatino, en los que alterna la sílaba breve con la larga, versos de 6 y de 8 sílabas, los cuales se consideran semejantes a la cadencia natural de habla. Algunas traducciones que se han hecho de ella son poemas paralelos que crea el traductor al hacerlos suyos, en un acto de buena voluntad orientado hacia el entendimiento de éste, a su interpretación. Otras traducciones respetan las incoherencias o los sinsentidos y no poetizan buscando la armonía sonora que el autor no quiso originalmente para su verso. Generalmente encontramos su poesía en ediciones bilingües, para facilitar su lectura y comprensión.

 

Emily Dickinson utiliza la imagen de casa encantada para nombrar a la naturaleza, y su significación en la obra va a ser de gran importancia. En la naturaleza es el escenario donde transcurre otra vida paralela a la de ella, y en paralelo la vivirá y hará de ella el reino de lo posible, donde el absurdo y lo incoherente no necesita de la explicación, el método y el orden que apresan el pensamiento y la voluntad inherentes al ser humano.

En la casa encantada todo transcurre con la precisión y normalidad de lo programado y donde se dejó sin lugar a la inquietud y al desasosiego. Cada elemento ejerce su función apoyado en el otro, complementándolo en una simbiosis que enriquece a ambos y éstos, al conjunto de la totalidad.

La abeja es el animal más nombrado (52 veces) en sus poemas, pareciera que la identificación las acerca. Un animal pequeño y laborioso, incisivo, que cumple la función para la que fue creada. Tiene la capacidad de volar, de ver las cosas que le rodean desde la altura y la distancia, permitiéndole una mayor libertad de movimiento. El cuerpo poético y el cuerpo físico se funden en las imágenes del vuelo que nunca hizo.

¡Abeja! ¡Te estoy esperando!
Ayer yo lo decía
A Alguien que tú conoces
Que estabas al llegar-

Las Ranas volvieron la Semana pasada-
Ya están instaladas y están trabajando-
Casi todos los Pájaros de vuelta-
El Trébol, cálido y espeso-

Te llegará mi Carta
Alrededor de diecisiete; Contesta
O mejor, ven conmigo-
Tuya, la Mosca.
5

 

Poesía de amor y de muerte

Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía.6

No hay una manera más clara de expresar el significado de la poesía para Emily Dickinson. La fuerza de esa imagen se corresponde con su voz poética. Su pasión y empeño será conducir la palabra a través de laberintos donde se pierda para luego encontrar salidas novedosas. Tiene a la palabra por espada y a las sílabas por punzantes.Sólo utiliza las justas, las necesarias, recurre a los silencios, a la musicalidad de la palabra bien administrada. Las acompaña o las rodea de guiones y las destaca con mayúscula.

Emily Dickinson con su poesía traza un camino nuevo, desconocido, donde la sorpresa espera escondida entre las líneas. No se parece a ninguno de sus contemporáneos, no tiene contacto con los movimientos artísticos de la época, pero se mantiene atenta a su tiempo. Sus lecturas han ido evolucionando: la Biblia, los Salmos, Virgilio, Shakespeare, Emerson, Dickens, Coleridge, Poe, las Brontë, Nathaniel Hawthorne. Se nutre y recibe sus influencias para al final no parecerse a nadie.

La publicación de su obra parece no importarle; lo intenta al principio, pero le piden que cambie, que corrija, que altere su voz por sonidos más convencionales. Entonces se repliega y no lo vuelve a intentar, pero sigue escribiendo como siempre.

En su experiencia de vida el amor va unido a la muerte, como el sol a la sombra; no hay sensación o emoción que no conlleve la unión de ambas, el encuentro y la pérdida, porque la una dará sentido y valor a la otra. Lo más querido para ella será revalorizado por la muerte. No tiene el concepto de ésta como sus antepasados, como el temido castigo por el pecado; como una vía de tránsito hacia la verdadera Vida; el Paraíso prometido en las escrituras. La muerte para ella será la consecuencia lógica de la vida, la asume con naturalidad y a veces con ironía, sólo cuando la siente cerca, aproximándose a sus seres queridos, su ironía se transforma en silencio y aislamiento.

En una carta a Higginson, su mentor y amigo, en ocasión de la muerte de su esposa le escribe: “La soledad es nueva para usted, Maestro; permítame conducirlo”.7

A partir de 1861 empieza a no salir de la casa de su padre, y convoca a la soledad para que sea su compañera.

Borges escribió sobre ella que había preferido soñar el amor o acaso imaginarlo y temerlo. Pero no por ello lo evadió o dejó nunca de buscarlo, porque en él reconoce la pasión que la habita y mueve su espíritu ayudándole a enfrentar los días, uno a uno, administrando su tiempo con avaricia, mientras sus pensamientos que evocan fracasos y pérdidas se diluyen en los ires y venires del invernadero a la cocina o a los salones de la casa familiar.

 

Con BF Newton conoce el primer amor, un ayudante de leyes de su padre el juez Dickinson. Hay pocas o ningunas ocasiones para el roce, para el tacto de las pieles que se buscan, su amor es contenido y represado verbalmente, sólo en las cartas apasionadas que ambos se escriben dan cuenta de su intensidad. Comparten el interés por la literatura, Newton le regala los poemas de Emerson intentando acercarse a ella tanto como le permite el padre. Muere de tuberculosis el 24 de marzo de 1853, tenía 33 años.

 

Unos años más tarde, en ocasión de un viaje a Filadelfia, conoce a Wadsworth, pastor de la Iglesia Presbiteriana, de 40 años, casado felizmente, reservado y tímido. En las 3 o 4 entrevistas que tuvieron en sus vidas se afianzó una amistad profunda por parte del pastor, y un enamoramiento en solitario por parte de Emily. Las cartas se hacen frecuentes, hablan de poesía, religión y temas de interés para ambos. Ella tiene 23 años y busca la manera de hacerse un espacio en su vida; la falta de presencia física se sublima con la poesía y la mirada del pastor desde el daguerrotipo, único cuadro que cuelga en las paredes de su habitación. La correspondencia se interrumpe cuando Wadsworth se muda de la costa este a San Francisco, en la primavera de 1861.

¡Salvajes Noches - Noches Salvajes!
Estuviera yo contigo
Noches Salvajes serían
¡Nuestro gozo!

Vanos - los Vientos-
Al Corazón en puerto-
A la Brújula hecho-           

¡Por la Carta medido!

En el Edén remando-
¡Ah, el Mar!
Pudiera yo amarrar- Esta Noche-
¡En Ti!
8

Susan Gilbert es la amiga y compañera de colegio con la que crece y comparte el descubrimiento de los misterios de la vida. Inteligente y hermosa, será una de las destinatarias de la abundante correspondencia de Emily. En 1856 se casa con su hermano Austin y el padre de Emily les regala una casa que colinda con la familiar de los Dickinson. Esta proximidad de parentesco y espacios hace que se unan más en tertulias e intimidades, sus amores comunes, Austin, y Gilbert, hijo de la pareja, sueldan unos lazos entre amistad y amor platónico, una situación común en esa época y en las relaciones entre mujeres de una misma sensibilidad y afinidades intelectuales.

El juez Otis Phillips Lord, amigo y compañero del padre de Emily, será su amor tardío, con el que mantiene una relación epistolar abundante, amor correspondido y adulto, pero en el que deposita una vez más su pasión intacta, y una vez más también ésta se verá imposibilitada al ser él un hombre casado, al que aún pesan los convencionalismos sociales de la época. Harold Bloom comenta: “Contamos con datos biográficos suficientes para comprender que el de Dickinson es un drama de pérdida erótica; acaso la pérdida de Charles Wadsworth, y la de su cuñada Susan, y más probablemente las de Samuel Bowles y el juez Otis Phillips Lord. Sin embargo hasta la pérdida erótica es transformada en imágenes poéticas”.9

 

Según Tolstoi lo que buscamos en una obra es el alma del artista, porque ciertamente la palabra está precedida por el pensamiento y éste ha sido condicionado por los sentimientos y emociones que conforman su alma. Buscamos su identidad, aquellos rasgos especiales y únicos que lo hicieron distinguirse de su grupo, de una época; de su entorno. Como en una cadena interminable buscamos los condicionantes que intervinieron en la conformación de esa personalidad, que se escapan de lo que nos es común y cotidiano, de lo que se nos ha hecho costumbre, quizás sólo por azar, por condicionamientos sociales e intereses.

Tendemos a extrañarnos, admirar o simplemente satisfacer el morbo con esos seres extraños al común denominador de los demás humanos.

Buscamos asirnos a la razón como guía y sostén de nuestras vidas, tan frágiles somos, sin darnos cuenta del inmenso terreno inexplorado por donde campea a sus anchas la imaginación, a la que tratamos de parcelar y ponerle linderos.

Se ha escrito mucho sobre los últimos años de Emily Dickinson, su reclusión en la casa familiar, la escogencia del color blanco para su vestimenta; su escasa comunicación verbal con los miembros de su familia y amigos cercanos.

Y no podemos sino especular con su silencio, leer una y otra vez sus poemas buscando las claves y respuestas, porque se es dueño de la palabra emitida, pero no de la interpretación de la misma, que dependerá de factores tan volátiles y cambiables como la conveniencia personal, el estado de ánimo o la capacidad intelectual del lector.

Tampoco sabemos con seguridad cuáles fueron sus últimos poemas, ya que no los dejó fechados ni en ningún orden especial que nos pudieran dar claves para su entendimiento, quizás esto ya le era indiferente. Sin embargo, sus poemas se encontraron atados en un solo lugar de la habitación que ocupó durante toda su vida.

No sabemos si buscaba la trascendencia en el sentido de ir más allá de sus propios límites, el no olvido o, simplemente, fue un aliviadero y una forma de expresar inquietudes y buscar respuestas.

Ante el dolor, la muerte, la alegría o el amor, su poesía está fuertemente enraizada en la naturaleza, entre la que se movía con más confianza que entre la especie humana a la que amaba y a la vez temía.

Ironiza con la idea de la vida, la muerte o la soledad para aliviar tensiones y minimizar la intensidad de su protagonismo. Con ella lograba expresar su malestar, y se rebelaba ante el absurdo que sentía en el mismo corazón de los hechos.

No vino Todo a un tiempo-
Era un Asesino por etapas-
Una Puñalada- luego una oportunidad para la Vida
La Dicha de cauterizar-
El Gato da tregua al Ratón
Lo suelta de sus dientes
Justo lo suficiente para que juegue la Esperanza-
Y luego lo machaca hasta la muerte-
Morir- es el premio de la Vida-
Mejor si es de una vez-
Que no morir a medias- luego recuperarse
Para un Eclipse más consciente-
10

En 1855 viaja con su hermana Lavinia a Washington y Filadelfia por motivos de salud, sus ojos enfermos le dificultan la escritura. Emily en lo sucesivo no se alejará sino lo necesario de la casa familiar, del claustro paternodonde ha desarrollado su vida y pensamiento, cobijada por la seguridad que proporciona lo conocido y rutinario.

Con la muerte del padre en 1874 comienza a sentir el cerco de la muerte. Ocho años después muere la madre, figura anodina y opacada por el padre, pero que no obstante ha sabido permanecer de pie como un árbol, dando sombra y cobijo. El miedo y la soledad la van cercando. Se repliega en sí misma, entre sus laberintos y poemas, y espera al 15 de mayo de 1886 para mimetizarse por última vez con la naturaleza.

 

Notas

  1. Ardanaz, Margarita. Poemas, Emily Dickinson, Ed. Cátedra. 2007, Pág. 185.
  2. Página oficial de Gustavo Martín Garzo.
  3. La palabra el Otro está utilizada aquí para nombrar a un Dios, un ser superior, y más concretamente en el pensamiento judío-cristiano.
  4. Ardanaz, Margarita. Pág. 369.
  5. Op. cit., p. 265.
  6. José Andújar Almansa.
  7. Emily Dickinson en Wikipedia.
  8. Ardanaz, Margarita. Pág. 113.
  9. Bloom, Harold. Cómo leer y por qué. Ed. Anagrama, S.A., 2003, Pág. 101.
  10. Ardanaz, Margarita. Pág. 239.