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Ilustración: Image.comLos libros invisibles

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Amanece en Nueva York y por la Quinta Avenida se aproxima un taxi amarillo que se detiene y del que desciende Audrey Hepburn. Es la primera escena de la película Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s, 1961). Desde una imagen espectacular se ve a la protagonista de espaldas, vestida con un impecable traje negro de noche. El zoom de la cámara la reduce a un plano medio que, en contrapicado, lee el letrero de la joyería Tiffany & Co. Se acerca al escaparate mientras el plano se abre. La cámara la rodea, ya la podemos visionar de perfil, instante en el que abre su bolsa, extrae un cruasán, un vaso de café y comienza a desayunar mientras contempla, a través del cristal, las joyas de la tienda neoyorquina. La banda sonora de la canción Moon River la envuelve.

Similar éxtasis experimentamos los amantes de los libros ante las vidrieras de las librerías. La luna desciende, se nos posa en el hombro y nos ilumina, primero hacia aquellas cubiertas llamativas, coloristas, raras, diferentes. Los best-sellers suelen ocupar casi todo el territorio y se entremezclan con novedades de autores consagrados, reconocidos, premiados, algún ensayo, cada vez más biografías, los libros de historia a veces logran centímetros, y ediciones especiales de alguna rama del arte, ¿y los de poesía?, no importa, nos gusta leer: títulos, nombres, y adivinar el universo que nos aguarda dentro de una forma rectangular.

Los cazadores de libros, los lectores, ignoramos los cantos de sirena de los escaparates y nos adentramos por los pasillos de las grandes librerías o por los recovecos de las pequeñas tiendas, ya con la luna instalada en nuestro interior. Los hay que buscan un estilo, un autor, un género, novelas famosas, autores laureados. Están, también, los que simplemente desean perderse, ingresar en una dimensión pausada y humanista. Contemplar solo los lomos de los libros atrapados entre baldas y anaqueles justifica una tarde de viernes, una mañana de sábado, un momento cualquiera. Recomiendo en los días bajos de niebla, turbios de luz, de aire gélido o candente, de instantes tristes, de ánimos en caída libre, sucumbir a esos espacios repletos de mundos tan dispares, tan distantes, tan íntimos, tan lejanos, tan próximos.

Sé de lectores menos avezados que precisan una guía para orientarse en sus procelosos laberintos, ¿qué comprar?, ¿qué leer? Y la lectura es una iniciativa tan personal que no diseñaré, siquiera organizaré, un esquema elemental bibliográfico. Sin embargo, recomiendo alejarse de los expositores, de las mesas, y demás superficies, y explorar aquellos estantes recónditos, hacer uso de las escaleras y trepar a lo alto, o rastrear por las zonas menos frecuentadas y abrir libros, acariciar la superficie de las tapas, deslizar la mano sobre el papel y sentir el sonido de la hoja cuando pasa y se abre otra página. Y dejarnos seducir por la palabra, por la frase, por la imagen, por el impacto en el alma, en el corazón o en la mente. Ese libro, el que nos atrapa, nos zarandea, nos causa inquietud, placer o curiosidad, ese el que tenemos que adquirir. Después debemos acercarnos a la sección de poesía y profanar cuantas más publicaciones mejor, y padecer un verso aquí, y llorar otro allá, y sentir el del estante de al lado y tener la paz de recorrer un poema completo. Y hacernos con un ejemplar y sumarlo al otro, como los trofeos del día, como los senderos por los que transitaremos durante un tiempo.

Remover esos libros invisibles de editoriales modestas, independientes, poco conocidas, que esconden tesoros accesibles para los que perseveran. Para quienes desayunan soñando que es posible llevarse a casa, de vez en cuando, joyas de incalculable valor emocional.