Letras
Autoestima

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Lo que más le preocupaba era el carácter irreconocible de su rostro. Es decir, tenía cara de desconocido. No lo llegó a saber, sino a través de la experiencia. Llegó a conocer personas, pero en los segundos y terceros encuentros, éstas no lo recordaban o reconocían, por lo que se veía obligado a presentarse de nuevo como si fuera la primera vez.

Inicialmente, cuando le ocurrió esto las primeras veces, intentó evocar en sus interlocutores la memoria de aquel encuentro original. Algunos asentían, con cara de duda, para salir al paso del momento incómodo; otros, los honestos, hacían genuinamente un esfuerzo por recordar, pero no lo lograban.

Percatándose de la situación, trató de hacerse notar en las presentaciones, y se esforzaba por decir cosas ingeniosas y hacer observaciones agudas. Pero si bien sus interlocutores llegaban a recordar lo que decía, no podían precisar si había sido él o alguien más el autor de tales reflexiones notables.

Se marcó la cara, modificó su peinado, jugó con las formas de su barba, se tatuó el brazo, se perforó la piel, cambió de colonia varias veces y afinó su voz. Pero ninguna de estas acciones logró hacer la diferencia. Seguía su rostro siendo más que anónimo.

Conforme se fueron acumulando experiencias de desencuentro, también se fue conformando con el fenómeno y se convenció de que tenía una cara que no dejaba huella en la memoria de los demás, un semblante plano, llano, uno que resbalaba ante la mirada de los otros. Como si la suya fuera la genética del olvido ajeno. El tema no era menor. Lo angustiaba.

Una mañana se despertó sofocado porque sus dientes trituraban algo duro que se partía en piezas menores, y no eran sino sus propios dientes lo que machacaba, hasta percatarse de la pesadilla molar.

Regaló al perro, porque el ingrato tampoco lo reconocía como amo, ni siquiera con el olfato. Se negaba a orinarlo.

Pidió a Dios por ayuda, pero Él también pareció olvidarlo. Montó en cólera y cometió crímenes atroces, pero fueron perdonados por desatención. Sobreseído por el olvido. Incurrió en deudas monumentales, pero fueron condonados por la despreocupación de los acreedores. Procreó multitud de hijos, pero nunca nombraron su memoria porque sus madres no recordaban al dueño de la semilla, y por ende, no cobraban la pensión alimenticia.

Finalmente un día, se rajó un pedo estrepitoso que, sin duda, llevó placer a su colon, por la vibración interna que acarició sus tripas. Y se complació, por una vez, de sentir placer, aunque fuera auto infligido. Entonces ahí, comprendiendo lo que significa no ser nadie, supo que siempre podía contar consigo mismo.