Sala de ensayo
María Luisa Bombal
María Luisa Bombal, un claro ejemplo de escritoras del siglo XX que han sido exitosas pero no muy estudiadas.
La amortajada de María Luisa Bombal: estudio espacial
El espacio permite la circularidad

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Resumen

La narrativa hispanoamericana del siglo XX producida por hombres es muy vasta. Las mujeres no han escrito la misma cantidad de novelas o cuentos, pero su calidad está lejos de ser inferior. A través de este ensayo estudiaré una de las obras importantes de la narrativa femenina chilena: La amortajada, escrita por María Luisa Bombal. Este ensayo demostrará cómo la novela es circular, a partir del estudio que hice sobre los espacios y los símbolos espaciales.

 

Los personajes, el espacio y la relación entre ellos

La novela femenina del siglo XX es un tema que últimamente ha captado el interés de algunos críticos; sin embargo, pocos son todavía los estudios que se pueden encontrar sobre las autoras de Hispanoamérica de este siglo, y menos estudios hay aún sobre sus novelas. La calidad de las obras de estas autoras está a la altura de muchos escritores famosos no sólo de Hispanoamérica, sino del mundo. En este trabajo voy a analizar una de las novelas de María Luisa Bombal, un claro ejemplo de escritoras del siglo XX que han sido exitosas pero no muy estudiadas. La novela es La amortajada, la segunda novela que esta escritora chilena nacida en 1910 produjo. Esta novela es considerada como su obra maestra por varios estudiosos y amigos cercanos a ella, como el mismo Jorge Luis Borges, pero irónicamente es la obra que menos estudios críticos tiene.

Esta fue la razón principal por la que emprendí el estudio de la novela, pues las escritoras hispanoamericanas han podido sobresalir en países de Europa e incluso en los Estados Unidos, y los críticos hispanoamericanos han olvidado su producción, que representa también a un sector de la sociedad de sus países. Los pocos estudios que encontré sobre esta novela la manejan como una historia lineal, que narra la vida, muerte y sepultura de un personaje llamado Ana María, pero al leer la novela y hacer análisis, descubrí que esos estudios, a pesar de analizar exhaustivamente los símbolos, los personajes y el discurso, pasaron por alto un detalle: el estudio del espacio.

Al analizar este aspecto narrativo llegué a la tesis de este trabajo: la novela no es una historia lineal, sino circular, y esto lo demostraré a partir del estudio de los espacios y los símbolos espaciales presentes en la obra. Para lograr esto presento dos temas: el primero se refiere a la empatía entre personaje y espacio, en donde ambos elementos se afectan creando una simbiosis, y el segundo tema se refiere a la reaparición de algunos espacios y símbolos presentados en la novela con anterioridad, para darles un significado diferente y crear un movimiento no sólo espacial, sino simbólico. Ana María narra su vida a través de los espacios y símbolos espaciales, y resulta ser tormentosa; cuando está en su lecho de muerte se retoman estos elementos, y la conducen a la libertad. Para analizar estos temas manejaré la herramienta de la narratología, con De Navascués y Adams como referencias; la simbología según Chevalier, y la poética del espacio basándome en la obra de Bachelard.

Sabemos que en todas las narraciones el tratamiento del espacio es fundamental: se trata nada menos que del lugar en donde las acciones se realizan y los personajes se desarrollan. En La amortajada el espacio está en función de un personaje: Ana María, la amortajada, y es a través de este recurso narrativo que nos daremos cuenta de la transformación del personaje. A lo largo de estos párrafos expondré los espacios y su tratamiento en la novela, para revelar cómo Ana María y los espacios se afectan entre sí. El juego que hace lo abierto y lo cerrado, así como el interior y el exterior, las acciones que en esos espacios se llevan a cabo y los estados de ánimo que presenta la protagonista, nos darán como resultado una empatía del personaje con su ambiente.

He expresado la importancia del espacio en una narración, pero dicha importancia es en cuanto a la estructura de la historia. No olvidemos que el espacio, tal como veremos en este trabajo, puede ser el reflejo de un estado que va más allá de lo físico: “Nuestros hábitos psicológicos, perceptivos, culturales, dependen en gran medida de nuestra relación con el espacio” (Llarena citada por De Navascués, 2002: 44). Nuestro personaje está relacionado con el espacio de esta manera psicológica y cultural, dándonos datos importantes de su estado anímico a través de los lugares en que se desenvuelve.

Para poder identificar estos datos, primero habría que diferenciar dos tipos de espacios que tenemos en la novela: el espacio real dentro de la diégesis —en donde se desarrollan las acciones del funeral, el traslado y el entierro en el cementerio—, y el espacio mental —por llamarlo de alguna manera, que se va a desarrollar a través de la memoria de la protagonista. Podemos observar que esta división es importante, porque siendo este último el tipo de espacio que más presencia tiene en la historia, nos dará los datos de importancia que necesitamos para conocer a Ana María, y por lo tanto descubrir sus transformaciones a través de los espacios.

Siguiendo la secuencia que se nos presenta en la narración, revisemos primero el recuerdo de Ana María cuando era joven. Aquí las acciones tienen que ver con un estado de agilidad tanto física como mental, de astucia, de juego y recreación inocente, y también de aprendizaje. Estas acciones van a estar determinadas por el espacio abierto y exterior: “La época de la siega nos procuraba días de gozo, días que nos pasábamos jugando a escalar las enormes montañas de heno acumuladas tras la era y saltando de una a otra, inconscientes de todo peligro y como borrachas de sol” (Bombal, 1941: 11). En esta etapa de la vida del personaje, el espacio exterior representa libertad sobre su cuerpo, sus acciones y hasta sus pensamientos.

Con este tipo de acciones dentro de un espacio, la imagen importante es la que representa la euforia y alegría del personaje, no la del lugar en sí. Este es un ejemplo de que el espacio refleja más allá de un simple estado físico. Pero en la obra de Bombal hay también oposiciones espaciales, y si el exterior para ella representaba la libertad y la alegría, el interior va a proporcionarle al personaje la intimidad que necesita en su etapa de juventud: “(...) desde la cumbre de un haz, mi hermana me precipitó a traición sobre una carreta (...) donde tú venías recostado (...). Y yo no supe cómo el abandono de aquel gesto pudo despertar tanta ternura en mí, ni por qué me fue tan dulce el tibio contacto de tu piel” (Bombal, 1941: 12). Es en estos espacios interiores en donde tendrá encuentros amorosos con Ricardo, el hombre que ella siempre amó y que se convirtió en el eje de su vida.

Hasta este momento, la vida de Ana María es sencilla, apacible. Está representada por dos espacios opuestos, pero que cumplen cada uno con su función esperada: el exterior representa la libertad que se le atribuye por excelencia, y el interior funciona como el que guarda el secreto, como el espacio en el que se pueden realizar ciertas acciones que no realizaríamos en el exterior. Es en el espacio interior en donde ella descubre su sentimiento hacia Ricardo. En la cita del párrafo anterior encontramos esta imagen. Nuestro personaje sufre su primera transformación importante en la historia.

Como segunda secuencia tenemos la etapa en que ella y su hermana son educadas en un convento. Este espacio por definición es cerrado; las puertas y ventanas son insuficientes para los muchos y altos muros que rodean los espacios en que se desenvuelven los personajes. Para Ana María, el convento es sinónimo de cárcel: “(...) cuando Sor Marta apagaba las luces del largo dormitorio (...) yo me escurría de puntillas hacia la ventana del cuarto de baño. Prefería acechar a los recién casados de la quinta vecina” (Bombal, 1941: 33-34). El espacio interior se convierte en esta ocasión ya no en confidente de secretos, sino en prisión, en imposibilidad de movimiento y de crecimiento. El espacio interno es retomado por la autora, pero tiene ahora otra significación.

El espacio externo sigue funcionando como el símbolo de la libertad que no tiene dentro del convento, y tenemos la aparición de un nuevo elemento espacial: la ventana. Ésta va a funcionar, como lo vimos en la cita anterior, como la vía de escape, de evasión de la realidad del personaje. Este breve espacio funcionará como el punto de contraste entre los espacios que se manejan en esta escena, tanto la habitación de los recién casados como la habitación de Ana María en el convento: “El marido tendido en el diván. Ella sentada frente al espejo (...); me costaba ir a extenderme en mi estrecha cama, bajo la lámpara de aceite cuya mariposa titubeante deformaba y paseaba por las paredes la sombra del crucifijo” (Bombal, 1941: 34). La aparición de la ventana funciona aquí como el punto de oposición entre los espacios y las muy diferentes acciones que se desarrollan en ellos.

La vida de Ana María en este momento ha tomado un carácter diferente: está sobrellevando el aborto del hijo que procreó con Ricardo y el rechazo de éste, por lo que su prisión no sólo es física, sino también emocional. La ventana espacialmente constituye su única opción de liberación, y simbólicamente Chevalier nos dice que “en cuanto a abertura al aire y a la luz, la ventana simboliza la receptividad” (1995: 1055). Este elemento de la receptividad es hacia algo nuevo, pues Ana María, después del rechazo y la indiferencia de Ricardo, ha decidido rehacer su vida. Así vemos que, en cuanto a lo espacial y a la simbología de algunos elementos, el espacio y el personaje se afectan entre sí; ambos se representan.

Para poder olvidar a Ricardo, Ana María se casa con Antonio, un citadino adinerado. Esto la va a guiar a una situación emocional insoportable, y esto se reflejará asimismo en los espacios. Si antes el interior funcionaba como cárcel y el exterior como el símbolo de la libertad no lograda, ahora, al lado de Antonio, ambos espacios van a retomarse pero para convertirse en prisión, representando la imposibilidad de escapar de una situación. El exterior (que ahora es el fundo de Antonio) está cercado por muros, lo que impide que Ana María escape: “Unos muros muy altos. Una casa de piedra verdosa” (Bombal, 1941: 63). Los muros son los elementos que espacialmente harán la diferencia entre el fundo de su padre (total libertad en el campo) y la propiedad de su esposo; son los que franquearán los espacios, y con ellos la libertad.

A pesar de que Antonio busca para ella bienestar y la mayor comodidad de que es capaz, Ana María no está contenta con su nueva vida. Los muros simbólicamente también tienen un impacto en el personaje, pues representan “seguridad, ahogo; defensa pero también prisión” (Chevalier, 1995: 739). Antonio afecta directamente a Ana María, y el espacio sigue siendo la representación simbólica de esto. Él funge como protector, pero, como nos dice Chevalier, al mismo tiempo la ahoga, la aprisiona, y tanto los muros como otros elementos que revisaremos más adelante hacen visible el encarcelamiento físico de Ana María, que es equivalente a su encarcelamiento sentimental y emocional.

El interior de la casa de Antonio es igualmente un símbolo de inmovilidad y prisión; es la antítesis de la casa de la abuela que Ana María recuerda con nostalgia, donde se sentía acogida: “Aquí, ni una sola chimenea (...), largos salones cuyos muebles parecían definitivamente enfundados de brin” (Bombal, 1941: 64). La casa, como espacio más reducido al del fundo completo, representa más el encerramiento de Ana María, y, contraria a la idea de acogedora y familiar que caracteriza a la casa, la de Antonio es tan lúgubre y fría como la relación de los personajes. Ahora ambos, y no sólo Ana María, están íntimamente ligados al ambiente que los rodea.

La nostalgia de Ana María hacia la casa de su abuela tiene una razón de ser, que va más allá del rechazo que siente por su marido, o del simple cambio espacial que le garantizará una casa más cálida. La casa es definida así: “Si nos preguntaran cuál es el beneficio más precioso de la casa, diríamos: la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz” (Bachelard, 2002: 36). Ana María podía sentirse segura para soñar en paz en casa de su abuela, y aun en la casa de su padre, pero el espacio que le ofrece Antonio le parece completamente opuesto: la seguridad que él le ofrece son los muros que la aprisionan. Para Ana María, el exterior va perdiendo su sentido característico de libertad, y así el sentido de los espacios se va confundiendo poco a poco, llevándola todos hacia la prisión.

Al haber una empatía entre espacio-personaje, podemos imaginar por qué Ana María no se siente a gusto en ese lugar, además del hecho de estar junto a un hombre que no ama. Si el espacio la aprisiona a pesar de encontrarse ella en el exterior, emocionalmente reacciona negativamente, y desconoce su nueva casa: “Recuerda que erraba de cuarto en cuarto buscando en vano un rincón a su gusto. Se perdía en los corredores” (Bombal, 1941: 64). Ella se siente perdida en ese espacio nuevo, grande pero no acogedor, frío y distante como ella misma con su esposo. En realidad es ella la que se siente perdida en sus sentimientos, y el espacio físico de la novela es la representación de esta situación.

No solamente es la casa o la alcoba nupcial la que hace prisionera a Ana María: son también los espacios más abiertos y externos a su casa o a la propiedad de su esposo. El significado se contrapone completamente, y la ciudad —que es el espacio que obviamente contiene a los demás que hemos mencionado— es para ella igualmente un espacio que le impide escapar hacia la felicidad y la realización. Esto se representa con la idea de que el espacio está contaminado con elementos que no se encuentran en la casa paterna: “Al final de sus estrechas calles, divisaban siempre las escarpadas montañas. La población estaba cercada de granito (...)” (Bombal, 1941: 65). La aparición de las calles no es una posibilidad de escape, como lo fue la ventana en algún momento, sino una evidencia más de su imposibilidad de irse. El hecho de que sean estrechas, simbólicamente dificulta más su paso por ellas. Pasa igual con su vida marital: no encuentra una calle que la conduzca a su realización.

Cuando decide irse a la casa de su padre, Ana María sufre los estragos de la soledad. Su confusión sentimental se agrava, y entonces llega hasta la contradicción, que igualmente se representa en lo espacial: mientras estaba en la casa de Antonio, evocaba con nostalgia la casa de la abuela, como ya lo vimos anteriormente; cuando está en la casa de su padre, no encuentra sosiego, y la libertad que pensaba que encontraría, nunca llega, por lo que termina evocando la fría y oscura alcoba de Antonio, que tanto rechazó y odió. El campo en el fundo de su padre, la casa, su recámara, todo le parece una prisión, un espacio sin sentido: “Erraba del bosque a la casa, de la casa al aserradero, sorprendida de no encontrar ya razón de ser a una vida que se le antojaba completa (...). Bajo el tul del mosquitero su cama le parecía ahora estrecha” (Bombal, 1941: 69). De nuevo vemos cómo el personaje y el espacio empatan perfectamente, representándose el uno al otro. Ana María tiene una prisión y confusión interna, y para ella todos los espacios son insuficientes y ridículos.

Cuando decide regresar a la casa de Antonio, parece tener ya clara su mente y sus sentimientos hacia él. Se dedica a ser una mujer abnegada y una buena madre y esposa, pero su identidad como mujer sigue estando oculta entre esa prisión física y simbólica que representa el feudo de Antonio. En oposición a la ventana del convento que le daba la oportunidad de recrearse viendo a las parejas, Ana María tiene ahora un espacio más reducido aun: una rendija, por la que se le revela la verdad sobre su relación con Antonio: “Creyéndose solo (...) al acercarse al velador para depositar la cartuchera, su bota tropezó con una chinela de cuero azul. Y entonces (...) brutalmente, con rabia, casi, la arrojó lejos de sí de un puntapié” (Bombal, 1941: 73). Se da cuenta de que su esposo la rechaza igual; entonces todos los espacios, incluso los que podían funcionar como vía de escape, se convierten en prisión, porque es la relación la que la aprisiona, y es ella. A partir de este momento, simbólica y físicamente ella vive en una cárcel.

Como hemos podido ver, a lo largo de la vida de Ana María se le atribuyen significados a los espacios, dependiendo de las acciones que se realicen en ellos y el estado de ánimo que muestre el personaje. Cuando era chica, el exterior significaba libertad; el interior, intimidad. Cuando estaba en el convento, el interior era cárcel; el exterior representaba libertad, y la ventana era el medio de escape. Cuando se casó con Antonio, el exterior (la ciudad) era prisión; un espacio exterior más reducido (fundo) era prisión; la casa era prisión; la casa paterna no tenía sentido como espacio, y la rendija —única oportunidad de entrar a un espacio de salvación— funge como espacio revelador de una verdad que la aprisiona aun más. Hasta este momento, la historia de Ana María está literalmente rodeada de espacios que le franquean la puerta a la libertad.

Hasta ahora hemos visto cómo, conforme fue avanzando la vida de Ana María, los espacios que llevaban a la prisión física fueron incrementándose, hasta volverse su forma de vida, y así pudimos deducir que espacio y personaje, en esta novela de Bombal, están íntimamente relacionados.

Por todo lo antes dicho, Ana María, y cualquier personaje, pueden ser definidos por su posición espacial, las acciones que realizan en ellos y los estados anímicos que presentan. La relevancia de los espacios va a depender de cómo los manejamos, y qué transformaciones provocan en el personaje. El análisis de éstos a través de los espacios nos puede dar pautas nuevas acerca de su definición, pautas que están escondidas entre los símbolos y los planos espaciales.

Todo lo hasta aquí visto —la descripción y simbología de los espacios, las acciones que en ellos se realizan, y los estados de ánimo que reflejan del personaje— nos dará la pauta para demostrar que esta novela de Bombal es circular en cuanto al tratamiento de los espacios y el personaje se refiere, pues hemos visto en los párrafos anteriores que ambos elementos narrativos se afectan mutuamente. Si antes vimos que los espacios aprisionaban a Ana María, en los siguientes párrafos veremos cómo a través de los mismos símbolos y espacios retomados el personaje se liberará, lo que sustentará la tesis de circularidad en la novela. Lo interesante de este punto es ver cómo muchos de estos símbolos y espacios son retomados para trasformar a un personaje en su interior.

 

“La amortajada”, de María Luisa BombalLo cíclico en La amortajada

Vimos que Ana María estaba completamente presa en la casa de su esposo, que ni los espacios exteriores ni abiertos la hacían sentirse libre; ahora veremos que en el momento en que ella es depositada en la caja de madera para ser sepultada, todos los espacios contenidos en ese espacio mental que mencionábamos al principio —pues todo lo que hemos revisado está en función de la memoria de Ana María— toman un significado diferente para desprenderse de sentimientos, de personas y de lugares. Al tener a Ana María tendida en su lecho, nos encontramos con la oposición del movimiento y la inmovilidad representada por el espacio y las acciones, y Bachelard nos explica que: “En cuanto estamos inmóviles, estamos en otra parte; soñamos en un mundo inmenso. La inmensidad es el movimiento del hombre inmóvil” (2002: 221). Ana María es presa en su féretro y en su lecho a través de la inmovilidad, pero irónicamente es ahí en donde se sentirá por fin liberada. A partir del momento en que es puesta en el féretro, el espacio mental que menciono ya no volverá a aparecer; ahora es el espacio real el que nos guía en nuestra interpretación, pues Ana María ha dejado de narrar.

Cuando ella está tendida recordando su vida, hace recuento de muchos espacios que la van encarcelando poco a poco. El ponerla en su féretro es la culminación de cualquier espacio cerrado e interior en que pudo haber estado; es la prisión y la inmovilidad por excelencia, pero en ese momento ella físicamente va a realizar un recorrido en los hombros de amigos y familiares hacia el exterior. Primeramente va del cuarto al umbral, símbolo que mencionó anteriormente Ana María en uno de sus recuerdos: “Largo rato permanecí de pie en el umbral de la puerta sin atreverme a entrar en aquel mundo nuevo, irreconocible” (Bombal, 1941: 24). Antes el umbral representaba el paso a un mundo diferente; ahora es el paso obligado hacia la libertad en la muerte, y no es ella la que tiene que atreverse: otros toman por ella la decisión al desplazarla en hombros.

Del umbral pasan a los corredores, y vemos que gradualmente se va abriendo el espacio en que se desenvuelven los personajes que llevan a Ana María, mientras que ella sigue contenida en un féretro. Los corredores habían sido en su vida lugares de recreo y de juego: “Un ancho corredor abierto circundaba tu casa. Fue allí donde emprendiste, cierta tarde, un juego realmente original” (Bombal, 1941: 12); ahora funcionan como el espacio que está después del umbral misterioso, y que conducirá a un nuevo estadio del personaje.

Los corredores conducirán a los personajes y a la amortajada hacia el exterior de la casa, y ya ha dejado atrás esa prisión que la atormentaba. Ni la alcoba nupcial ni los largos corredores, ni la casa: ahora se encuentra en el exterior del fundo de Antonio, rodeada por los muros, pero esos serán traspasados también en su momento. El espacio se sigue abriendo, dando espacio para que Ana María pase y se dirija a su morada final, pero también es cierto que conforme la procesión avanza, el personaje va recogiendo recuerdos de nuevo contenidos en los espacios. Bachelard nos dice que: “En el resplandor de una imagen, resuenan los ecos del pasado lejano” (2002: 8). Ana María ya recordó en su lecho de muerte todos los espacios y su significado en su vida; ahora los vuelve a recorrer para deshacerse de ellos, y tener de esta manera la libertad total, sin rencores, sin deseos incumplidos, y también sin amores que la aten a la tierra.

El cortejo se dirige hacia el cementerio, pero antes pasan por un camino dentro del fundo. Este símbolo del camino lo vimos anteriormente, representado por las calles, que si recordamos, son estrechas e imposibilitan cualquier intento de escape por parte de Ana María. Si antes el camino fue visto como parte de una prisión
—o prisión en sí mismo—, ahora es la vía por la que se dirige a un nuevo mundo que le ofrece libertad. Dentro de la poética del espacio, el camino es definido así: “¿Hay algo más bello que un camino? Es el símbolo y la imagen de la vida activa y variada” (Bachelard, 2002: 42). Ana María no tenía una vida así, porque para ella los caminos representaban prisión; pero a partir de este camino que la conduce al cementerio, su no-vida cambiará no a ser activa y variada, como nos dice Bachelard, pero sí diferente a lo que había conocido. Libre. El camino, pues, representa aquí movimiento: el espacio que conduce a algo nuevo. Como había dicho anteriormente, los espacios se retoman para darles un significado y una función diferentes, e incluso opuestos a como se habían manejado. En eso radica la circularidad.

El camino conduce al bosque, elemento espacial y simbólico que también se había manejado en el espacio de recuerdos de Ana María, como el espacio donde estuvo con Ricardo y descubrió sus sentimientos hacia él: “Hubieras podido llevarme hasta lo más profundo del bosque, y hasta esa caverna que inventaste para atemorizarnos (...)” (Bombal, 1941: 17). Ahora el bosque tiene otro significado; si bien es cierto que Ana María de alguna manera recoge ese recuerdo de Ricardo en el bosque a través de su recorrido para liberarse de él, este espacio ahora simbolizará el regreso a la tierra, a un seno materno: “(...) es un centro de vida, una reserva de frescor, de agua y calor asociados, como una especie de matiz. También es símbolo maternal. Es la fuente de una regeneración” (Chevalier, 1995: 195). Si conjuntamos el espacio que cada vez se va haciendo más extenso (desplazamiento de Ana María hacia lo abierto/exterior) y los símbolos que definen los espacios que se manejan, veremos que tanto el personaje como el espacio están entrando en un ciclo: el personaje muerto se está dirigiendo a la madre, hacia la vida —después de la vida.

El bosque tiene caminos que conducen al campo, por donde llevan el cuerpo de Ana María. Al ir caminando a campo traviesa, el espacio se ha convertido en lo más externo y extenso, y al ser la máxima expresión de lo abierto; el sentido cíclico de la narración tendrá que ir cerrando los espacios, como lo veremos más adelante. La secuencia de cuarto-umbrales-corredores-exterior de la casa-camino-bosque-campo traviesa, como podemos observar, va de menor espacio a mayor; y los espacios que se presenten en adelante serán encaminados hacia lo interno y cerrado, dándonos otro tipo de simbología: el retorno al seno materno.

Recordemos que Ana María está siendo trasladada al cementerio dentro de una caja de madera. Este espacio cerrado que confina al personaje al interior más sofocante no sólo se va a seguir oponiendo a los espacios abiertos y extensos, sino que va a funcionar ya no como cárcel, sino simbólicamente como un espacio igualmente maternal: “[la caja es] símbolo femenino interpretado como figura de lo inconsciente y del cuerpo materno” (Chevalier, 1995: 231). Si recordamos los muros en el fundo de Antonio y su simbología, veremos que en este caso la simbología de los espacios se contrapone: los muros son para dar protección, pero a Ana María la aprisionaban; el féretro es la expresión máxima de encerramiento e interior, y el personaje simbólicamente está retornando al cuerpo de la madre. Es aquí en donde se hace más evidente el sentido cíclico de la novela, no sólo espacialmente, sino simbólicamente también.

La caminata a campo traviesa conduce el cortejo al cementerio, un espacio que es más cerrado que el mismo campo o el bosque; los lugares se van reduciendo en dimensión. De nuevo aparece el muro como elemento del espacio, pero ahora tiene un significado opuesto al que tenía en el fundo de Antonio: ahora sí tiene como carga simbólica la protección, la seguridad: “De pronto un muro que limita el horizonte le recuerda el cementerio del pueblo y el amplio y claro panteón de familia (...); la invade una gran tranquilidad” (Bombal, 1941: 87). Esta imagen evidencia el cambio en el personaje al saberse en el lugar donde reposan los restos de sus familiares, por lo que el muro ha adquirido el símbolo de protección, y el cementerio —espacio cerrado— se presenta como el que acoge a Ana María. Esta visión se contrapone al resto de los espacios cerrados que se manejaron a lo largo de la novela, y que revisamos antes.

El cementerio se va a reducir a un espacio en específico: la capilla de la familia de Ana María; cada vez la dimensión se va cerrando más, y la tranquilidad del personaje va en aumento: “Ella se siente infinitamente dichosa de poder reposar entre ordenados cipreses, en la misma capilla donde su madre y varios hermanos duermen alineados” (Bombal, 1941: 88). El significado de los espacios cerrados se opone, de nuevo, al significado que tenía anteriormente. Mientras más se cierra el espacio, la dicha de Ana María se engrandece ahora que está muerta; mientras estaba viva, conforme se abría el espacio, ella se sentía más infeliz y prisionera. Estas oposiciones en espacios y símbolos conducen al movimiento de la narración, y por lo tanto a su circularidad.

La capilla se va a convertir en un espacio igualmente específico y cerrado por definición: la cripta. Este espacio cerrado y tan sofocante, como el féretro mismo, es donde ella va a descansar, y la tierra la va a acoger como la madre lo hizo en su momento: “Y he aquí que se siente precipitada hacia abajo, precipitada vertiginosamente (...), topando esqueletos humanos, maravillosamente blancos e intactos, cuyas rodillas se encogían, como otrora en el vientre de la madre” (Bombal, 1941: 89-90). La imagen es clara, y la comparación de la tierra con la madre también. Por lo tanto, el cambio de espacios de lo abierto/exterior a lo interno/cerrado, para Ana María representa el regreso a la tierra y la total liberación de las ataduras que la retenían en la tierra. La muerte y sepultura no es en esta novela el final de todo, sino el inicio de algo nuevo.

 

Simbología en la novela

Como hemos visto hasta ahora, en la novela La amortajada no sólo los espacios y los personajes se afectan entre sí, sino que también los símbolos manejados —que tienen que ver igualmente con lo espacial— nos dan la pauta para determinar al personaje, sus acciones y transformaciones. Ian Adams habla así sobre la obra de Bombal: “No descriptive note represents mere information or, even less, a documentation of the objective; instead each one is an element of interior life”1 (1937: 19). Con esto, Adams nos confirma que Bombal utiliza todos los elementos narrativos para definir la vida interior de sus personajes, y si tomamos en cuenta que éstas son mujeres, la carga social, psicológica y cultural que llevan es compleja, como la de Ana María.

Dejando de lado un poco lo meramente espacial, me dirijo al tratamiento de los símbolos, que también nos van a dar una idea de circularidad y retorno. Hay algunos que fueron utilizados a lo largo de la novela, y que se retoman en el momento en que Ana María es puesta en el féretro y trasladada al cementerio. Al hacer esto y darles —al igual que con los espacios— un sentido diferente, la novela va a hacer más manifiesta su circularidad.

La oscuridad es uno de estos símbolos, y la encontramos en la casa de Antonio como caracterización del lugar que hacía presa a nuestro personaje. Lo que antaño fue motivo de miedo, desubicación y encarcelamiento, ahora es lo que le da a Ana María quietud y tranquilidad: “Y he aquí que ella se encuentra sumida en profunda oscuridad (...) y ya no deseaba sino quedarse crucificada a la tierra” (Bombal, 1941: 89, 91). La oscuridad como símbolo es retomada y utilizada con un significado diferente. Ésta también es marca de circularidad y movimiento de los elementos narrativos.

La lluvia también es un símbolo importante y recurrente en la obra La amortajada, primero como algo turbio (tormenta) y después como la caída apacible del agua. Cuando Ana María nos habla de la lluvia durante su vida, son tormentas las que aparecen, y de nuevo este elemento simbólico va a representar el estado anímico de la protagonista. Para Chevalier, la tormenta simboliza “las aspiraciones del hombre hacia una vida menos trivial, una vida atormentada, agitada, pero ardiente de pasión” (1995, 1.001). Como podemos imaginar, efectivamente Ana María aspiraba a este tipo de vida, pues en ese momento se sentía sumida en su matrimonio, la casa, sus hijos y el rechazo que como mujer y esposa soportaba. La tormenta funge como símbolo del personaje, y la acción principal —la caída del agua— es retomada después para simbolizar algo opuesto.

Cuando Ana María se encuentra en su lecho de muerte, escucha caer incesante la lluvia, y este elemento no va a funcionar ya como la representación de una vida llena de pasiones, sino el descanso y la purificación. La lluvia simbólicamente representa lo siguiente: “Es universalmente considerada como el símbolo de las influencias celestes recibidas por la tierra” (Chevalier, 1995: 672). El hecho de que la lluvia tenga una simbología relacionada con lo celeste, en el momento de la muerte de Ana María es importante: ella está siendo preparada para estar entre esos dos espacios reales y espirituales: el cielo y la tierra.

La novela es circular porque los espacios y símbolos son retomados para significar algo diferente, además de representar el cambio de la vida a la no-vida, por llevarnos por la secuencia libertad-prisión-libertad, por presentar oposición de espacios y de sentidos, y por presentar a un personaje que, estando muerta, regresa al seno materno (simbolizado por la tierra), de donde surge no sólo su vida, sino la vida de todo.

A lo largo de este trabajo hemos visto cómo estos cambios y oposiciones se fueron presentando a través de la empatía del personaje con el espacio, y del uso repetido de ciertos espacios y símbolos para representar algo diferente. En esta novela, el movimiento causado por las oposiciones de significado nos lleva a la circularidad.

 

Conclusiones

La novela de María Luisa Bombal presenta espacios y símbolos íntimamente relacionados con los personajes, sus acciones y su estado anímico. A nosotros nos compete principalmente Ana María, por ser el personaje principal y receptor de todas las acciones descritas en la obra.

Al analizar la empatía del personaje con su ambiente y darnos cuenta de que los espacios y símbolos aparecían más adelante con un significado diferente, pudimos descubrir que en realidad lo que estaba ocurriendo en la novela era que Ana María estaba retomando su vida para darle un sentido diferente —irónicamente, ahora que ya estaba muerta. A partir de la descripción de los espacios y la vida que ocurría en ellos, lo que el personaje estaba haciendo era recolectando dichos recuerdos para despedirse de ellos, y de la gente que los vivió con ella. Esto le produce la paz y libertad que goza al final de la novela, y que pudimos observar a través de las frases que el narrador nos ofrece.

Propusimos que la novela de Bombal es circular, y lo reafirmamos a partir de la reaparición de espacios y símbolos en la novela, con un sentido diferente. Además Ana María es llevada a un lugar que, por ser cerrado, íntimo y subterráneo, es símbolo de lo materno: el origen de la vida —la madre tierra— se hace presente después de la muerte del personaje; es un retorno a la matriz de donde viene todo, contrario a la idea de término provocado por la muerte. Como vimos, tanto espacial como simbólicamente la novela presenta el retorno; primero de la libertad a la prisión y de nuevo a la libertad (plano espacial), y después de la vida a la muerte y de nuevo al origen de la vida: la tierra (plano simbólico).

 

Bibliografía

  • Adams, Ian (1937). Three authors of alienation. Bombal, Onetti, Carpentier. Austin: University of Texas.
  • Bachelard, Gastón (2002). La poética del espacio. México: FCE, 1957 (Breviarios, 183).
  • Bombal, María Luisa (1941). La amortajada. Santiago: Nascimento.
  • Chevalier, Jean (1995). Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder, 1969.
  • De Navascués, Javier (ed.) (2002). De Arcadia a Babel. Naturaleza y ciudad en la literatura hispanoamericana. Madrid: Iberoamericana.

 

Nota

  1. “Ninguna nota descriptiva representa pura información o, menos aun, la documentación del objetivo; al contrario, cada una es un elemento de la vida interior” (la traducción es nuestra).