Letras
Memorial del árbol
Extractos

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Arenga del hogar

I

Él siempre permanece anclado
a un lebrillo de granizo.
Ella ha decidido perpetuarse
sobre las arenas movedizas
                                              a orillas del sexo.

Pero también es él quien ríe más alto,
quien lleva entre la jaula una mosca de humo.

Ella sólo sobrevive
en la multiplicación de las cosas,
como la onda de una piedra
                              arrojada en aguas distintas.

 

II

Dejar atrás los viejos rincones,
la ropa sucia,
                          la música
                          apresada en hilos de tiniebla.

Cada acto que hacemos
es un barco hundido
                                    por la mano de un niño.

Pero todo,
                        hasta lo que no conocemos,
                        lo circunda la soledad del árbol.

 

Velo de noche

Vivir la lentitud
                           de la hormiga,
                           confuso
                                        en una ola de arena.

               Entre el amor y mi sangre
               hay un silencio de pájaros,
                                    velos
                                    como mareas de hielo
                      bordados
                                       con filamentos de sal.

Alguien ha escrito mi nombre
    en
        una
               roca
                      incendiada

                      con el carbón que tiñe
                                                        lentamente

                      la noche.

 

Hay soles que caen

Un ángel juguetea en el ramaje del árbol.

Es tan grande el abismo,
y tan silencioso el techo del mundo,
que nos abraza la pesadumbre,
y bebemos aguardiente,
                                                    y lloramos,
porque no entendemos
cómo Dios juega con sus dedos de piedra
entre las hojas del álamo

 

Amantes

Ella camina por las calles malgastando su desnudez,
luego se bebe un campo de leños
silenciados por el fuego.
Él se cuela en los cines de la tarde
y llora con sus zapatos al aire.

Un valle líquido.

Una mosca zumba moribunda entre papeles viejos.
La lluvia cae sobre una guitarra abandonada en el desierto.

El demonio dijo que nos llevaría a casa.

 

El adiós

I

En la tarde,
las semillas del diente de león,
vulneradas por el viento,
                                         se disipan
como limadura de espejo
                                     en la memoria.

Atrás queda la página en blanco,
la mirada imposible, lo que ya no despierta.

 

II

Sin rumbo,
                 sin regreso,
                 en un vacío de huesos,
el crepúsculo devora los pies del caminante.

 

La lentitud

En lo profundo
                             del río
                                         brama
                                         a veces
                             un árbol
                             que no para de crecer.

                             La mosca
                             siempre teje
                             el hilo de su araña.

                             Es el diablo
                                           quien desliza
                             el cerrojo
tras girar, quedo, la puerta.

 

El ángel negro de la isla de Kampa

Nadie lo vio entrar en su casa. Era una fría noche de Praga, era un poema tirado a la alacena.

Al principio, con el orgullo herido y las polillas sacudiéndole los trajes, se acostumbró a vivir con la noche colgando de su espalda.

Decidió el encierro porque los hombres sencillos mueren solos.

Con la pupila altamente dilatada, Vladimir Holan entendió que las sombras viajan empedradas de palabras. La piedra oscura había regresado cargada de frutos.

En aquella casa había tanto ruido, tanta miga de pan en las esquinas.

Se dice que la luz de la ventana duraba encendida toda la noche, en el resplandor de la vela se diseminaba el diálogo del mundo.

La claridad no se hacía esperar. Nadie y todo había en él. La campana detenida por el lápiz, Hamlet conversando con las ruinas del espejo, la muerte escondida en las catedrales.

Pero los años no pasan en vano. En la pesada puerta crecía un caballo atado con alambres.

En el instante en que la voz del ángel deshizo los colores de las cosas, cuando la tierra de los cementerios colmó de cicatrices las estancias, pronunció estas palabras:

“Kateřina ha muerto. Hoy no ha venido nadie a preguntar. La casa ha ocultado, al fin, todos sus ruidos”.

 

Georg Trakl en el ocaso

Un rostro púrpura se ciñe al abrazo calcinado de la noche.
El espíritu oscuro de los bosques, las sombras venenosas,
el grito moribundo de los guerreros otoñales,
cubren de opio el azulado cuerpo del espino.
Aletean los murciélagos alrededor del joven que sueña.
Se escucha un lamento crepuscular.
El niño Elis le besa la frente sangrante
y la hermana juega con alcoholes mortíferos,
deambulando entre los catres del centro hospitalario.
Qué luna más amarga. Cuánto silencio existe
en el canto último del mirlo.
Tierra negra amasa una música nocturna
y se extingue un corazón huérfano de flores amarillas.
La tumba aguarda a los ángeles caídos;
un venado azul corre en delirio a la primavera.

 

Jaguar

In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Could frame thy fearful symmetry?

William Blake

El enigma de sus pieles me sorprende una vez más
a la hora de la muerte.
Otra vez la madrugada socavando las angustias
y los temibles secretos; he soñado un jaguar ciego
pariendo los miles de espejos que lo preceden
desde el primer tigre de Adán en el paraíso:
un laberinto de perlas negras, de negros anillos de fuego,
de umbrosos trazos de jade negro,
en el marfil dorado que yace en la penumbra
de la indómita selva.

¿Qué visión inmortal? ¿Qué misterio esconde su carne?
Sus flameantes ojos ciegos aún me siguen
en la oscuridad de mis pasos hacia la tumba,
como una piedra de oro inconmovible
en las molicies del firmamento de Alá en el desierto.

Lo soñé una y mil noches en esta eterna madrugada.

Lo soñé en la forma del tigre, del lince, del leopardo;
en la forma del puma, del león y de la imponente pantera.
Lo soñé en el rostro infame del cazador
y en el sagrado rostro del hechicero.
Lo soñé en el altar de sangre de una raza
que veneró tu terrible simetría con el universo.

Lo soñé al asecho, en la tarde de un árbol muerto,
y devorando un hombre bajo el amazónico diluvio.
De la mano de Poe y Blake soñé también a Tzinacán
en su hemisférico encierro, descifrando la escritura de Dios
en sus indescifrables pieles.

Espíritu del cometa que le ruges mil veces al alba
despertándome en mis noches ciegas y blandas,
¿Qué portentosos e inmemoriales sigilos
le guardas a la espesura de los sueños?
No soy yo el que presume de tu esfinge,
ni la ligera aurora que me trae tu recuerdo.
Es la soledad que encierra mis días y mis libros
y un tiempo de otros tiempos que revela nuestros miedos.