Entrevistas
Antonio Mora VélezAntonio Mora Vélez
Un pionero en la proyección de mundos alternos habita un país pre-moderno

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Antonio Mora Vélez es un poeta monteriano, ensayista, novelista y escritor de relatos de ciencia-ficción. Ha sido traducido a múltiples idiomas y es referente obligado para los aficionados a la ciencia-ficción que deseen leer algo de lo bueno producido, en este género, en Colombia. Nació en Barranquilla el 14 de julio de 1942, es docente jubilado de la Universidad de Córdoba, promotor cultural y conferencista.

Luego de un año de buscar el contacto, las redes sociales y tecnologías informáticas permitieron el acercamiento. En el lapso de una semana se cumplió el objetivo: entrevistar a uno de los padres de la ciencia-ficción colombiana. Cada una de sus respuestas resulta una cátedra de lucidez, de experiencia reveladora para entender la literatura, la política y la vida en este país supersticioso, anclado en el pasado, en los mitos y la tradición oral.

—Usted fue precursor en Colombia de la poesía de ciencia-ficción, ¿cómo llegó ahí y qué le permitió expresar, que quizá antes no haya podido manifestar en prosa?

—Esta idea de escribir poesía de ciencia-ficción me surgió después de leer un libro de divulgación científica titulado Informe sobre el Universo, de Timothy Ferris, y en el cual este autor utiliza o inventa frases poéticas para ilustrar los temas que trata. Por ejemplo, al referirse a los fuegos lejanos del Big Bang los llama, utilizando un verso de Poe, “los continuos muros dorados del universo”. Y para mejor definir el espacio según la teoría de cuerdas lo llama “malla espumosa”. Al leer estas y otras metáforas de los científicos me pregunté si yo no podría hacer lo mismo pero con otra intención, literaria y no científica, y sin perjuicio de utilizar el arsenal de propuestas y reflexiones de la ciencia-ficción. El resultado fueron mis tres poemarios Los caminantes del cielo, El fuego de los dioses y Los jinetes del recuerdo, que me permitieron plasmar de mejor manera que en la prosa mi concepción del mundo, de la historia y de la vida.

—¿Cómo están relacionadas en su vida la política y la creación literaria?

—La vida política de juventud me hizo interesar por el futuro y este interés avaló el surgimiento de mi afición por la ciencia-ficción. Hasta la caída del Muro de Berlín y del golpe de estado a Gorbachov yo creí, como muchos jóvenes de mi generación, que el comunismo sería el futuro de la humanidad. Después del estruendoso fracaso del sistema y hoy, releyendo a Marx, creo que el comunismo es una etapa más y no necesariamente la última del desarrollo social. En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 él señalaba que el comunismo era “un momento de la evolución” encaminado a superar la auto enajenación humana producida por la propiedad privada, y al final de ese capítulo dice algo más contundente que los teóricos y los políticos marxistas han soslayado: “El comunismo no es, en cuanto tal, la meta del desarrollo humano, la forma de la sociedad humana”. Por desgracia no caímos en cuenta de esa reflexión del joven Marx y dimos por sentado que la historia terminaba con “el gobierno y el estado de todo el pueblo” que se derrumbó en la URSS. No obstante lo anterior, creo que la tesis de la superación de la alienación de la propiedad privada trascendió su origen y que hoy sigue siendo válida para plantear que la esencia del hombre es el ser —que se realiza mediante la solidaridad— y no el tener —que la destruye—, y que el capitalismo tampoco es la sociedad armónica que todos deseamos ni el fin de la historia. Y esa tesis de la alienación, anclada en el mejor de los humanismos y que es compartida por filósofos católicos como Teilhard de Chardin y Roger Garaudy, alimentó ideológicamente mis primeros relatos y sigue alimentando los actuales.

—¿En qué ha variado el proceso de creación desde que inició en el oficio? ¿Tiene rutinas que cumpla disciplinadamente?

—En poco. Mi proceso de creación comienza con las lecturas tanto de temas de divulgación científica como de autores del género y de literatura realista, pero en definitiva la imaginación, que te genera temas y argumentos cuando menos piensas, es el motor real de mi trabajo. Por esto escribo cuando tengo una idea de algo que creo puede dar lugar a un cuento, a un poema o a una novela. E investigo para darle al texto la solidez que requiere la ciencia-ficción para ser creíble por el lector. Y en el caso de la poesía el trabajo es más serio porque hay que respaldar científicamente verso a verso. Una vez hecho lo anterior, me siento a escribir a cualquier hora, para poner en tensión las poleas de la creatividad y de ese modo, en la medida del desarrollo de la trama van apareciendo alternativas que me permiten desbrozar el camino y encontrar la luz al final del túnel. Después viene el trabajo de pulimento que puede durar días, meses y hasta años, según el género.

—Es curioso que siendo nuestro país tan supersticioso, no haya más tradición en ciencia-ficción. Según su experiencia, ¿por qué la ciencia-ficción sigue siendo un género subestimado en Colombia? En las librerías es difícil encontrar novedades, y conseguir libros de autores nacionales.

—Yo le atribuyo esa subestimación a la miopía de los editores, al bajo nivel cultural del pueblo colombiano que se expresa en los índices de lectura que conocemos y al desinterés de los dueños de los medios de comunicación por una literatura que enseña a pensar en el futuro, a imaginar mundos diferentes y a no creer en verdades eternas. Y al hecho de ser la mayor parte del pueblo supersticioso, lo que indica que poco cree en el pensamiento científico. Y la ciencia-ficción es hija del pensamiento científico, no de la superstición.

—¿Hasta dónde la mitología reemplaza en Colombia la necesidad humana por lo fantástico?

—Hasta el punto de que nuestro máximo escritor, Gabriel García Márquez, con algunas incursiones fantásticas, no se pudo sustraer a la influencia del mito popular en su obra. Y es que vivimos en una sociedad pre-moderna, en una especie de feudalismo mental, así tengamos fábricas, laboratorios y vías de transporte que nos hacen creer que estamos en el mundo de la actualidad. Y esta situación no ha permitido que la literatura colombiana moderna siga la ruta fantástica que las ciencias le trazan al pensamiento.

—Pero usted ha escrito obras donde utiliza mitos de nuestros pueblos.

—Porque entre el mito de origen popular y la fantasía científica hay vasos comunicantes y tienen en común la imaginación, el asombro, lo real maravilloso. Porque ambas expresiones son parte de esa capacidad humana de fantasear con la realidad, popular la primera y científica la segunda.

—¿Cómo llegó la ciencia-ficción a su vida?

—Fue el resultado de la conjunción de varios factores. Uno: mi afición temprana por la literatura fantástica (Verne, Poe, Wells, Orwell) y por los comics y filmes del mismo género (Supermán, Mandrake, Tarzán, Buck Rogers...). Dos: mi trabajo como profesor de filosofía en el colegio de bachillerato de la Universidad Libre de Cartagena, que me obligó a leer mucho sobre temas tales como el tiempo y el espacio, la teoría de la evolución, el origen del universo y de la vida. Tres: mis inclinaciones políticas de entonces que me pusieron en contacto con la literatura de ciencia-ficción rusa (Efremov, los hermanos Strugatski, Beljaev y los hermanos Abramov, entre otros). Y cuatro: la circunstancia de querer escribir un cuento para poner en su sitio a un bravucón de la derecha en la Universidad de Cartagena que nos rompía las carteleras, y me salió el cuento “El día en que los asnos acusaron a los hombres”, que fue publicado en el suplemento literario del Diario de la Costa de Cartagena.

—¿Cuál de sus cuentos le dio la confianza inicial necesaria para seguir creando universos paralelos?

—La crítica que el director del suplemento del diario cartagenero, el pintor Blasco Caballero, me hizo de ese primer cuento, me entusiasmó, y escribí entonces “La gota”, cuento breve que publicó el Magazín Dominical de El Espectador en agosto de 1970, y que motivó un comentario elogioso de su director, el intelectual barranquillero Gonzalo González, GOG. A partir de ese cuento supe que mi futuro como escritor sería la ciencia-ficción y escribí y publiqué seis cuentos más en el corto período de un año y medio en el citado Magazín, todos con elogiosos comentarios de GOG que ratificaron mi conclusión inicial.

—En “El mar en la ciencia-ficción” usted muestra cómo en la literatura fantástica los océanos contienen desde el origen de los mitos hasta la esperanza de vida para futuras generaciones. ¿De qué forma nacer y crecer cerca del mar alimentó su curiosidad científica?, ¿cómo lo ha influenciado temáticamente?

—No obstante el ensayo que usted menciona, y que escribí para responder al compromiso de asistir como ponente a un encuentro que organizó el Banco de la República en Santa Marta sobre el tema “La literatura y el mar”, debo decirle que el mar no ha sido el tema central de mi obra literaria, salvo en los poemas “Noé” y “La Atlántida”, aunque en muchos de mis textos aparece como telón de fondo. Pero no le niego que el mar, en mis momentos de reflexión frente a él, produjo ideas que fueron posteriormente plasmadas en mis cuentos y poemas.

—¿Será la ciencia-ficción la única forma posible, al mediano plazo, de ver cambios en la forma actual de vivir? ¿O cree posible que evolucionemos, desarrollando una conciencia colectiva frente a los retos ambientales que exigen estos años por venir?

—El papel de la ciencia-ficción ha cambiado en relación con Verne, Wells y los demás precursores, y hoy se limita a cumplir, en su vertiente apocalíptica, el papel de advertir al hombre de las consecuencias que se pueden derivar del mal uso de las ciencias. Y la contaminación, como usted advierte, es tal vez la más importante de esas peligrosas consecuencias. La otra vertiente, la utópica, imagina estadios de civilización que han superado esos problemas, para proporcionarle así al hombre una esperanza de la cual asirse. Pero en definitiva son las naciones y sus gobernantes los que tienen la responsabilidad de evitar la catástrofe, y lamentablemente las grandes potencias industriales, y en particular los EEUU, no parecen estar interesados en hacerlo. Por esta razón no soy muy optimista respecto de la evolución que usted señala.

—En “Ciencia-ficción, el humanismo de hoy”, usted afirma que la ética es una de los temas recurrentes en la ciencia-ficción actual. ¿Por qué el género favorece el desarrollo de estos postulados éticos en relación con temas universales, y la literatura “realista” no?

—Es evidente que la ciencia actual ha creado grandes males a la humanidad. Males como la contaminación que amenaza con acabar la vida en los mares y convertirnos el aire cada vez menos respirable, la energía nuclear que no solo contamina sino que nos amenaza con una destrucción masiva, y la biología molecular que nos puede llenar el ambiente de virus y bacterias que contribuyan a diezmar la especie humana y que le abre el camino a la guerra bacteriológica. Por las anteriores razones la ciencia-ficción se ocupa del tema con ese criterio ético de ayudar a salvar la especie humana de la locura demencial de la ciencia mediatizada y para sembrarle en la conciencia al hombre que el futuro está en los orígenes, es decir, en las estrellas, si queremos salvar el pensamiento que ha florecido en esta parcela del universo y que desaparecería, si no viajamos antes, con la conversión del Sol en una gigante roja o con la caída de un cometa o un asteroide. Y es la única que lo puede hacer porque su estructura literaria se lo permite, lo que no ocurre con la literatura realista, que es una literatura fotográfica matriculada con el presente, sea cual fuere el año o tiempo de su escenario. Mientras la ciencia-ficción, que es dialéctica, se pasea por toda la franja del tiempo: pasado, presente y futuro, y ve la realidad de un modo cambiante, la literatura realista tiene vedado el tiempo futuro porque éste no es fotografiable y porque ella nació en una época en que el futuro no se veía como previsible. La ciencia-ficción, en cambio, nació cuando al hombre se le hizo evidente que el mundo se modifica con regularidad, cuando al ser humano le resultó concebible un futuro diferente, como dicen los teóricos del género Scholes y Rabkin.

—Visto lo anterior, ¿cómo define usted la ciencia-ficción?

—Una obra es de ciencia-ficción si propone una realidad diferente en la Tierra —la de ayer o la de hoy— o en otro mundo. Una realidad que revolucione la vida del hombre y su comprensión de la sociedad y de la naturaleza.

—En “Glitza” se refleja, en tono futurista, una realidad actual, el distanciamiento en nuestras relaciones interpersonales en nombre del trabajo, y el progreso económico. De lo que ha escrito o imaginado, ¿qué le gustaría fuera posible en el futuro?

—Más que los pocos inventos o descubrimientos imaginarios que he dejado en algunos de mis cuentos, me gustaría más que la sociedad alcance ese grado de solidaridad que se dice en “Glitza” y que una a los pueblos en la tarea de hacer la vida más hermosa para todos los hombres, sin distingos de raza, religión, política o condición social.

—Viendo los avances actuales en tecnología y ciencia, ¿qué no le sorprendería ver dentro de poco en nuestro planeta?

—Que los magnates de la economía y el poder tengan clones que los representen en los actos públicos para evitar ser asesinados por los sicarios de la masa cada vez más empobrecida, y así poder seguir manejando a la sombra los hilos del dinero y del poder.

—¿Qué diferencia existe entre los escritores convencionales y los de ciencia-ficción?

—La perspectiva, el punto de vista, el criterio dialéctico. Nosotros vivimos viajando hacia el pasado para reinterpretarlo o para utilizarlo críticamente (las ucronías) o hacia el futuro para anticiparlo y también para hacer crítica con él. Los realistas cuando viajan al pasado lo hacen para reflejarlo en su esencia tal cual como él fue, como presente real e histórico en un tiempo pasado; y el futuro, como ya le dije, les está vedado. El gran tema histórico del realismo literario es el presente, el de hoy o el escogido de ayer. Para nosotros el presente es apenas un referente implícito, no un tema; toda obra de ciencia-ficción es una crítica del presente pero extrapolada a un futuro o a un pasado hipotéticos.

—¿Qué autores le enseñaron lo que tenía que saber de escritura?

—Mis grandes maestros en ciencia-ficción han sido Ray Bradbury, Iván Efremov e Isaac Asimov. En literatura realista le he aprendido a muchos autores —Faulkner, Cortázar, Borges, Vargas Llosa, Hemingway, Capote, Sholojov, entre otros—, pero al que más le he aprendido sin copiarlo es, sin duda, a nuestro Nobel García Márquez.

—¿Qué ha releído últimamente?

—La novela de ciencia-ficción de los hermanos Boris y Arkadi Strugatski titulada Qué difícil es ser Dios, con la idea de escribir sobre ella.

—¿Qué lee actualmente?

—La novela Kafka en la orilla, de Haruki Murakami, una obra que me deslumbra por sus diálogos, por el lenguaje narrativo y sus descripciones poéticas y en donde lo fantástico se mete en los predios de la realidad como Pedro por su casa.

—¿Qué requisitos, además de vocación, necesita un escritor para escribir ciencia-ficción?

—Tener, si no una buena formación científica, al menos una buena información y cultura científica y filosófica y la disciplina para leer e investigar cada vez que un tema de un cuento, poema o novela se lo exija.

—¿Con qué escritores de su generación congenió?

—He tenido la fortuna de contar con la amistad y el aprecio de tantos escritores que no quiero mencionar unos para evitar olvidos involuntarios. A todos les agradezco su solidaridad pero la mejor me la brindó Max Buelvas de la Ossa, que en paz descanse, el humanista que me convenció de enviar a Gonzalo González —GOG— el cuento “La gota”.

—¿Qué escritores colombianos de ciencia-ficción recomendaría leer?

—A René Rebetez, toda su obra. Y de Campo Ricardo Burgos, su novela El clon de Borges, sobre la cual escribí un breve ensayo publicado en la Revista Institucional de Cecar y en mi blog.

—¿Cómo imagina lo que viene después de la vida?

—Tal y como lo digo en mi poema titulado “El Gran Arquitecto”, me imagino navegando como idea en ese océano de amor que es el Dios de El Kybalión.

—¿Alguna vez estuvo en una situación en la que se sintiera de otro mundo, de otra especie?

—No. Y mejor que no porque si lo sintiera así, me sentiría menos como escritor porque no sería yo sino ese otro que me habita el verdadero autor de mis trabajos.

—¿De qué manera Montería estimuló su imaginación?, ¿es un sitio para soñadores?

—Conociendo cuentos de la tradición oral como el del campesino al que le cayó una astilla de leña en un ojo y cuando se la sacaron hicieron con ella varias bateas, canoas y taburetes. Y sí, yo creo que Córdoba es tierra de soñadores no solo por su vegetación, su río y su mar, sino porque creo que no hay nada que estimule más la esperanza de un cambio que la miseria y la muerte, que son las palabras más conocidas en el campo cordobés.