Letras
El agua que fluye

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Este paraíso de sombras y silencios nos inunda de tristezas... se salva por un barquito de papel en el mar de las indiferencias.

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Tanta tristeza en la mirada hace creer que somos huérfanos de paz. Con la voz manchada y los huesos temblando, todavía somos capaces de reír.

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En otra tarde, en otro cielo, en otro rostro, hay otra mirada triste... no solo nosotros lloramos nuestros muertos. Otros, en otra parte, lloran los suyos.

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Si todas las heridas en el corazón, de todos los heridos por la indiferencia, fueran huéspedes de la paz por un momento...

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Tanta ceniza de muerto, tanta muerte sin duelo, tanta tristeza sin sentido, tanta lágrima al vuelo, para nada. Corazones de piedra ajena, tengan piedad de nosotros, amén.

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Y nos quedan las canciones tristes de una tierra sembrada de huesos. Pedazos de cielo sin emociones ni lápidas, de patria sin orgullo.

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Que las palabras de todos reclamen la verdad a las mentiras. Que la paz perdida se deje ver entre los rostros de los indiferentes.

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Todo diálogo roto, toda pérdida, toda desilusión, todo grito de rabia... nos condena. La paz que nos titirita arde en fogatas de leño verde.

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Los delirios de los guerreros terminan en fosas de cementerios sin epitafios. Frente a la guerra de los tontos, los ruegos son inútiles.

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Mis palabras no dicen nada, ni son nada. Mis miedos no son nada y a nadie le importan. En otro Universo mi clamor de paz tendría eco y amigos.

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La sangre derramada por mis mayores, tan grande como el miedo de mis noches. Y no crecerá la paz en esta pesadilla de miedos. Urge sembrar una semillita por la paz.

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La paz no existe por aquí. Es palabra incierta, polvo de ilusos, cielo de condenados. La paz, una lluvia de fábulas sin nombre y sin amor.

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Este país no tiene miedos, tiene silencios que es distinto. Los ruidos de la guerra ahogan todas las denuncias, todos los horrores.

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No me duelen los muertos ajenos. Cuando matan a uno de nosotros, a un hermano colombiano, muero de vergüenza un poco, morimos todos un poco.

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No hace falta hablar de guerra, cuando hay llanto de viudas en el cementerio y en el cielo no aparecen los nombres de los extraviados. La flor de la paz no quiere germinar.

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Comenzamos a flotar en sueños manchados de rojo. A vender ilusiones por la paz como milagros en papel de colores. Sin palomas blancas, no hay esperanza.

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He traído pan al desayuno una y otra vez. He colocado frutos en la mesa una y otra vez... Pero tú, con esa indiferencia, no alimentas mi paz, ¿entonces?

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Este país de aviones sin conductor, de rieles dañados y sirenas ahogadas. De esperas mutiladas y muertos en el río... era un sueño, es un sueño, será un sueño.

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Desde cada ventana de la nación, se ve un paisaje distinto. Hoy ya no quisiera ver más esas lágrimas tristes que lo inundan todo.

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Nuestro miedo no tiene boca para decir. Nuestra boca no tiene ilusiones para sembrar árboles ni semillas de paz. Vocación de paz sin alma y sin manos.

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No nos alcanza la sonrisa para vislumbrar la paz. Fuimos amamantados por noticias de violencia y guerra. Condenados a vivir con bastones de incertidumbre.

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Somos ciegos pero el fantasma del olvido no vuela en nuestra historia. Somos indiferentes, pero los huesos de nuestros muertos están allí.

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Embriagados. Ebrios de miedo. Con la mirada escondida. Sin sueños, pero tristes por el pasado. Mi alma en la jaula de un país en guerra.

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El silencio: el escondite. Hacernos los ciegos: la solución. Quejarnos por la ineficiencia de otros: el escape.

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Cabalgo en potros de miedo. Esquivo la mirada de escenas de miedo. No hago nada contra la violencia por miedo. El miedo ilumina.

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Matan a uno y resoplamos. Un muerto es luz que enceguece la ira. Insecto molesto para nuestra viva indiferencia.