Artículos y reportajes
Esteban Echeverría
Esteban Echeverría. Óleo por Ernesto Charton.
Cuando don Juan María le enmendó la plana a don Esteban

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Las cosas ocurrieron así...

Con el título (impuesto por el diario) de “¿Cómo hablaban los unitarios?”, y ligeramente abreviado (debido al habitual tijereteo que, en las notas literarias, suelen ejercer los periódicos argentinos), publiqué cierto artículo en La Nación (Buenos Aires) del domingo 30 de diciembre de 2001. Un poco más tarde pude publicar mi texto original y completo en la madrileña revista digital Espéculo (Nº 20, marzo-junio de 2002).

Ese artículo empieza con el sustantivo “Verosimilitud”, concluye con el adjetivo “artística” y es el que discurre a continuación.

 

Verosimilitud literaria o academicismo gramatical

En 1871 Juan María Gutiérrez publicó en la Revista del Río de la Plata el relato “El matadero”, de Esteban Echeverría, que había hallado entre los papeles no publicados del autor, fallecido en 1851. Aunque no se conoce la fecha exacta de redacción, suele datársela entre 1838 y 1840.

Don Rafael Alberto Arrieta (Historia de la literatura argentina, Buenos Aires, Peuser, 1958, tomo II, pág. 91) opinó sobre “El matadero”:

Ninguna [otra obra] del autor la supera en nada. Las figuras inconfundibles y la acción animadísima; las viñetas ricas en detalles y de incisión precisa; los diálogos y el vocabulario de insustituible eficacia; la distribución y la gradación de los elementos, acumulados por una observación minuciosa y extensa, que desemboca en el desenlace involuntario de una farsa trágica entre sanguinarios habituales; todo, por cierto, revela una realización meditada y retocada a la que el propósito político debió de conferir alcance de ejemplaridad.

Sí, con certeza, y tal como afirma, don Rafael, “El matadero” es lo mejor que ha escrito Echeverría, y —agrego yo— supera con holgura los intentos narrativos de sus contemporáneos, sin excluir la Amalia de Mármol.

No obstante, siempre me ha llamado la atención que Echeverría, después de trazar con tanto realismo y vigor el cuadro sórdido del matadero del Alto, sucumbiera al academicismo de enmendar el habla de sus personajes.

Admitamos —con cierto esfuerzo— que el joven héroe unitario, en virtud de la educación que Echeverría le atribuye, emplee el y su plural vosotros:

Sin embargo, la primera vez que habla utiliza ustedes como plural de tú:

—¡Infames sayones!, ¿qué intentan hacer de mí?

Un poco más avanzado el relato, vemos que, sin duda, utiliza el tú:

—Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame.

Y casi en seguida recurre al pronombre plural de la conjugación de España:

—La librea es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres.

Veamos ahora el lenguaje que gastan los “infames sayones”, los “carniceros degolladores del matadero”:

—¿No le ven la patilla en forma de U? [utilizan ustedes como pronombre de segunda persona del plural].

—¿A que no te le animas, Matasiete? [en apariencia, emplea el tú; y digo en apariencia, porque en aquella época no había mayor puntillosidad en aplicar o no aplicar las tildes que, en este caso (animas / animás), es lo único que nos permite saber con precisión si el personaje está hablando de o de vos; lo mismo ocurre con un pasaje anterior, cuando, ante el inglés caído en el barro, exclaman: “Se amoló el gringo; levántate (¿o levantate?), gringo”].

Pero la incertidumbre se disipa pronto. En efecto, el sayón, carnicero y degollador habla con esta meritoria pulcritud:

—Degüéllalo, Matasiete; quiso sacar las pistolas. Degüéllalo como al toro.

Lo cual no impide que al singular de los españoles los carniceros lo mezclen con el plural ustedes de los argentinos:

—No, no lo degüellen [...].

—Preparen la mazorca y las tijeras [...].

Sin embargo, los sayones vuelven en seguida a sus maneras escolares:

—A ti te toca la resbalosa [¿no diría refalosa, como se ve en Ascasubi y como, desde siempre, dicen los muchachos del barrio?].

—[...] No hay que encolerizarse [¿no diría, más bien, enojarse?].

—¿Tiemblas?

—¿Por qué no traes divisa?

—¿No sabes que lo manda el Restaurador?

—¿No temes que el tigre te despedace?

Etcétera, etcétera.

En resumen: 1) el unitario (“de gallarda y bien apuesta persona”, “hombre decente y de corazón bien puesto”, “hombre ilustrado, amigo de las luces y de la libertad”) emplea sistemáticamente el cuando se dirige a un interlocutor en singular y vacila entre el vosotros y el ustedes cuando se dirige a un interlocutor en plural; 2) los carniceros (“dogos de matadero”) emplean sistemáticamente el cuando se dirigen a un interlocutor en singular y emplean sistemáticamente el ustedes cuando se dirigen a un interlocutor en plural.

De aquí podemos arribar a la lícita conclusión de que, en realidad, los “incultos” federales hablaban con más coherencia gramatical que el “culto” unitario. Esto, desde luego, es lo que se infiere del texto de Echeverría, a quien, sin duda, le hubiera encantado probar lo contrario.

Estos desajustes del habla —que no son menores—, unidos al exceso de énfasis propio del romanticismo (“horror”, “atónitos semblantes”, “infernal”, “bufido aterrador”, “impresión subitánea”, “voz preñada de indignación”, “pálido y amoratado rostro”, “labio trémulo”, “movimiento convulsivo”, “ojos de fuego”, “latido violento”, “respiración anhelante”, etcétera), contaminan de inverosimilitud los tramos finales del relato.

Es probable que lo mejor de él esté en las páginas iniciales, en las que participan la narración realista y la descripción costumbrista.

Por otra parte, es curioso que Echeverría, llevado de una suerte de prejuicio normativo, no se haya dado cuenta de que, de intentar imitar el habla de los matarifes y de no haber tenido miedo de utilizar el vos, habría ganado en expresividad, en fuerza, en calidad literaria.

Comparemos, si no, las insulsas expresiones anteriores con el apóstrofe —el vos pletórico de reciedumbre, el violentamente arcaico matastes— con que, unas tres décadas más tarde (I, ix, 1872), saluda a Martín Fierro un soldado “cualquiera” de la partida:

“Vos sos un gaucho matrero”,
dijo uno, haciéndose el güeno.
“Vos matastes un moreno
y otro en una pulpería,
y aquí está la polecía
que viene a ajustar tus cuentas;
te va a alzar por las cuarenta
si te resistís hoy día”.

A lo que Martín Fierro, tal como corresponde al sentido común y a la eficacia literaria, contesta empleando el ustedes:

“No me vengan”, contesté,
“con relación de dijuntos;
esos son otros asuntos;
vean si me pueden llevar,
que yo no me he de entregar,
aunque vengan todos juntos”.

No es la única razón para explicar por qué un narrador es superior a otro. Pero es una razón significativa, que forma parte de razones más generales, a menudo emparentadas con el buen tino y con la intuición artística.

 

Junio de 2012

Muy bien. Quod scripsi, scripsi. No creo haber cometido error alguno, pero sí una omisión importante, que, advertida diez años más tarde, modifica por completo la dirección y el núcleo del artículo del año 2002.

En estos meses que corren me hallo preparando —para la Editorial Losada, de Buenos Aires— una antología de cuentos argentinos de autores más bien arcaicos, hasta el punto de que algunos de ellos están casi olvidados. Como básica y filantrópica tarea, me propuse actualizar y normalizar las grafías y volver razonables las a menudo anárquicas o disparatadas puntuaciones de los textos originales.

Por razones de ineludible justicia cronológica, el relato que encabeza el volumen es, como de costumbre, “El matadero”, de Esteban Echeverría. Tengo en casa unas diez —o tal vez más— ediciones del cuento en cuestión, y me ha bastado una superficial mirada para darme cuenta de que ellas mantienen entre sí diversas discrepancias textuales y —oh, caramba— adolecen de errores varios.

En vista de tales contratiempos, obtuve una copia del texto original de la Revista del Río de la Plata, dirigida por Andrés Lamas, Vicente Fidel López y el mismo Gutiérrez, quien fue, como se dijo, el encargado de editar y cuidar el texto del amigo fallecido veinte años atrás. “El matadero” corre entre las páginas 563 y 585 del Nº 4, tomo I (1871), de la Revista.

Sin presumir de zahorí, pronto noté, en el texto de 1871, algunos pasajes que merecían ser enmendados.

Por ejemplo, este, de carácter sintáctico. Donde se lee (pág. 577)

esclamaron, y cruzando el pantano amasando con barro bajo las patas de sus caballos, su miserable cuerpo.

propongo leer

exclamaron y, cruzando el pantano, amasaron con barro, bajo las patas de sus caballos, su miserable cuerpo.

Y este otro resbalón, de índole semántica. Donde dice (pág. 580)

Una tremenda carcajada y un nuevo “¡Viva!” estertorio volvió a victorearlo.

el contexto pide

Una tremenda carcajada y un nuevo “¡Viva!” estentóreo volvió a vitorearlo.

Pues bien vemos que los “sayones” se hallan lejos de los agónicos estertores y asaz a gusto en un ambiente de hilaridad y chacota que los lleva a expresarse en voz muy alta.

***

Sin embargo —y aquí voy a mi objetivo esencial—, mucho antes de que se produjera la pulcra polémica verbal entre el delicado y joven unitario, por una parte, y los infames sayones, por la otra, aparece un pasaje donde se halla bien reproducida el habla que —desde que mi patria existe— nos aqueja a todos los argentinos: el excluyente, aunque no exclusivo, voseo:

—Che, negra bruja, salí de aquí antes que te pegue un tajo —exclamaba el carnicero.

Por supuesto, así hablaba el carnicero. Absurdo sería poner en sus labios (y en los míos, y en los de cualquier compatriota de la educación que fuere) una expresión tan increíble como, por ejemplo:

—Tú, negra bruja, sal de aquí...

Ignoro si existe el manuscrito original de Echeverría y me inclino a pensar que no hay tal cosa, de manera que no podemos verificar si, en lo que afirmaré a continuación, estoy, o no, en lo cierto.

Tengo la idea de que el editor decidió, por su cuenta y riesgo, “corregir” y “adecentar” el texto de Echeverría, y que, entregado a su tarea —siendo Juan María Gutiérrez un caballero, acaso, menos perspicaz que laborioso*—, no advirtió el imperativo salí dirigido a la “negra bruja” y sí, en cambio, concentró sus energías en “mejorar” el habla de los sayones en los diálogos que anteceden a la muerte del unitario.

Siguiendo el camino inverso, propongo “empeorar” el habla carniceril, para conducirla al modo habitual en que nos expresamos los habitantes de la orilla derecha del Río de la Plata y, mucho me temo, también el joven unitario del cuento. Van cuatro botones de muestra:

Don Juan María (mejorando):

—Degüéllalo, Matasiete: quiso sacar las pistolas. Degüéllalo como al toro.

—A ti te toca la resbalosa —gritó uno.

—Encomienda tu alma al diablo.

—¿Tiemblas? —le dijo el juez.

Yo (empeorando):

—Degollalo, Matasiete: quiso sacar las pistolas. Degollalo como al toro.

—A vos te toca la refalosa —gritó uno.

—Encomendá tu alma al diablo.

—¿Temblás? —le dijo el juez.

Esto, en lo que respecta a cuestiones de conjugación verbal. Pero ¿qué diremos de las denominadas “palabras malsonantes”, que aparecen, en el texto de la Revista del Río de la Plata, con inicial y puntos suspensivos?

A mí me parece que, en su manuscrito, Echeverría habrá escrito letra por letra, y sin olvidar ninguna, las palabrotas en cuestión:

—Son para esa bruja: a la m...

—Son para esa bruja: a la mierda.

 

—Hi de p... en el toro.

—Hi de puta en el toro.

 

—Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los c... si le parece, c...o!

—Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los cojones si le parece, carajo!

 

—Para el tuerto los h...

—Para el tuerto los huevos.

 

—Sí, para el tuerto, que es hombre de c... para pelear con los unitarios.

—Sí, para el tuerto, que es hombre de cojones para pelear con los unitarios.

En el caso de “—Para el tuerto los h...” se refuerza mi hipótesis de un don Juan María distraído, pues en este pasaje colocó los púdicos puntos suspensivos, pero, en otro, los testículos se burlaron de su celo:

—¡Aquí están los huevos!

Y, sacando de la barriga del animal y mostrándolos a los espectadores, exhibió dos enormes testículos, signo inequívoco de su dignidad de toro.

En resumen: me inclino a pensar que Juan María Gutiérrez, al editar el cuento de su amigo muerto, se excedió en sus funciones. Quiso “mejorar” “El matadero” y sólo logró crear una serie de disonancias e incoherencias que, sin duda, estropearon un texto cuya forma manuscrita era superior a la versión publicada en letras de molde.**

* En ocasión anterior me he referido —en estas mismas acogedoras páginas de Letralia— a otro aspecto de la producción de Juan María Gutiérrez: “Endecha por la ‘Endecha del gaucho’ ”.
** El texto de “El matadero” se halla precedido de una “Advertencia” de don Juan María. En la página 557 dice: “Estas páginas no fueron escritas para darse a la prensa tal cual salieron de la pluma que las trazó, como lo prueban la precipitación y el desnudo realismo con que están redactadas”. Si este aserto es verdadero, resulta difícil imaginar a Echeverría en la tarea de colocar los pudorosos puntos suspensivos en lugar de las feas palabras que nadie leería. Y, en la página 561, creo advertir que Gutiérrez niega lo que, precisamente, acaba de hacer: modificar el manuscrito original: “Este precioso boceto aparecería descolorido si, llevados de un respeto exagerado por la delicadeza del lector, suprimiéramos frases y palabras verdaderamente soeces proferidas por los autores en esta tragedia. Estas expresiones no son de aquellas cuyo ejemplo pudiera tentar a la imitación; por el contrario, hermanadas, por arte del autor, con el carácter de quienes las emplean, quedan más que nunca desterradas del comercio culto y honesto, y anatemizadas para siempre”.