Artículos y reportajes
Antonio Bolívar, tomillo y menta

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Antonio Bolívar Cardona

¡Amarte
es encontrar
una flor de agua
en el corazón
de los incendios!

Poema “Flor de agua”. Antonio Bolívar

El poeta cairolés Antonio Bolívar Cardona ha crecido como una sencilla hierba de jardín para inundar con su presencia medicinal las tardes de otoño. En la esquina del norte del Valle del Cauca, junto a la Serranía de los Paraguas y del Cerro Tatamá, la vida lo trajo al mundo.

Al entrar a su biblioteca, un centenar de autores asaltó mis ojos ávidos. Entre griegos, rusos, españoles, colombianos, romanos, estaba La azucarera del Nobel Naguib Mahfuz, también de El Cairo, Egipto. Allí estaban con él García Márquez, Oriana Fallaci, Saint-Exupéry, Kafka, Maurois, Isabel Allende, Marguerite Yourcenar, Álvaro Mutis, Hemingway, Ovidio, Pío Baroja, Neruda.

Su padre, Moisés, lo salvó de las aguas de la violencia de su pueblo natal y de Corinto, Cauca, y le marcó el sendero del trabajo como único medio para triunfar. Su madre, Carmen Emilia Cardona, al lado de sus cinco hermanos, le insufló en sus neuronas el arte entre tangos y milongas. La vio asistir juiciosa a recitales y teatro y cantar las melodías de su época.

Hasta los cinco años Antonio ejercitó la siembra del café y aprendió el arte paisa del aparejo de mulas y la arriería. Por entre veredas dejó sus huellas en las cuestas y las trochas y regó de sudores niños los días y los pedregales. Su tío Rubén se le aparece entre los cafetales, le relata historias profanas y lo pasea por la orilla del río mientras pesca y juega con el perro y el pueblo a lo lejos se ilumina con los fuegos artificiales. En lo alto estaba mirándolos la luna. Parece que hoy cerrara sus ojos para recordar su infancia en el amor paterno y las matas de café vestidas de rojo:

Estamos mirando
la madurez de la fruta.
Mientras tomamos un café
te escribo este poema
y tu existencia está tan cerca
de la mía
que un viaje sería
la prolongación de carne nueva.
Amor que ha madurado
silencioso,
mientras infantiles
inventamos flores y veranos.1

Las luchas fratricidas de conservadores y liberales lo sacaron de su cuna y lo llevaron a trasegar por dificultades y valles. Vivió en Palmira, en Santander de Quilichao, terminó bachillerato en Cartago y se graduó como abogado en la Universidad del Cauca. Su amor por la lectura lo aprendió en el Colegio Nacional Académico de Cartago de su maestro de español Apolinar Ante Mosquera, que les leía a Jorge Manrique, a Silva, a Castro Saavedra, a Ricardo Nieto, a Epifanio Mejía y a Ciro Mendía. Se dio cuenta de que en el verso el poeta registra lo que piensa y siente.

Hoy vive con su mujer, Carmen Elisa, en Cali, entre pepinillos, orégano, cidrón, tomillo, romero y menta, para recordar el campo donde el viento huele todo a florecillas y hierbas. De su tronco han nacido dos hijos orgullo de sus años: José Luis y Javier Eduardo. Ellos llenan el libro de sus amores y completan sus días con la melodía del descanso y la mirada sin deuda a la vida.

En la sala de casa tres óleos dominan la escena. Al frente un paisaje pueblerino a mediodía. Con luz plena retuercen sus troncos árboles añosos de cabello azul. Al fondo está el poblado sobre un collado con casas de tejas rojas. Dos pinos delgados elevan sus cuerpos como torres en lugar de iglesia. Al costado, en un jarrón de madera, Fals puso un ramo de flores con pintura impermeable de tierra. En un lienzo anónimo una flor desnuda con espalda de gacela porta en la mano un manojo de otras flores.

En Cartago participó con tres poemas en el Concurso Ecos-67, a sus 17 años, y así dio salida a una veta de versos que yacía dormida en sus venas. En 1972, en edición artesanal publicó, a dúo con su fiel compañero de estudios Orlando Restrepo Jaramillo, el poemario Pasos. Luego el parnaso ha visto la luz de otros seis brotes de su cosecha. Confiesa predilección por cultores del amor, la muerte, la noche y la rebeldía en sus años mozos. Neruda es el primero que aflora en sus labios, García Lorca, Andrés Caicedo, Mario Rivero, Castro Saavedra. Para él Aurelio Arturo es el máximo poeta de Colombia, por la profundidad en el trato a la tierra, a la nube, al amor familiar y a los árboles.

Antonio, delgado y casi translúcido, parece salido de un cuento de Antón Chéjov. Recatado, con mirada fresca y confiada, paso algo medroso y movimientos alados, va cruzando ante el universo con su rollo de versos de sus amigos de Cartago. Cuando habla de poesía se iluminan sus ojos de niño y aparece en sus labios el candor de la sonrisa.

Los versos del joven Antonio fueron tonadas de pueblo, como de Jara, de Puebla, de Silvio, de protesta. Son gritos que se elevan como cometas sobre los tejados. Huelen a caminata, a sudor y huelga de brazos y de esperanzas, a Gandhi. La sangre de su rabia de ayer pronuncia esta retahíla de anuncios como si fuera hoy:

Recolecta los desperdicios
y las enfermedades arrojadas al piso,
Luce tu elegante traje de obrero
para cubrir tu hambre.
Marcha luego a tu casa con tu
uniforme decorado de polvo
después de cumplir el plazo oscuro
y dejar las vías limpias.
Pero, ¿quién te asea las arterias y barre tu tuberculosis,
Hombre-amarillo
amarrado a la escoba?
¡Nadie! Tus cesantías son tus manos ampolladas
tus noches eternas
el despido inminente
y el hambre en tu casa.2

El adolescente va cambiando de piel y su lenguaje es intimista y reconcentrado sobre una soledad que lo asechará de ahora en adelante como una pasajera en su costado. Lo expresa así en su poemario Fruta a fruta llevo mi corazón a tu boca. Sin embargo, las palabras siguen repicando en los oídos como la escoba sobre la calle enmudecida:

Viaja en el tren
de estas líneas,
una ave taciturna
de alas rojas.
¡No podrá explicarte
nada de mí porque ella
siempre creció
rodeada de silencio!3

Antonio sabe que la poesía es como los pájaros o las mariposas que llegan a revolotear en la ventana. Ni importa que sea un colibrí o un cuervo, una alondra o sólo se oiga su canto o el aleteo de sus colores. Traerá en su pico una pajuela en añicos o vendrá a trinar cuando el poeta tiene el dedo sobre la tecla y la imaginación en vilo. La fuente, entonces, que bulle adentro, salta como Flor de agua y acompaña el vuelo o recoge el hilillo de musgo que quedó sobre la cornisa en la ventana para acomodarlo en uno de sus versos.

Me fui
y te dejé algo
entre los dedos:
un reclamo invisible,
tal vez un fantasma furioso,
¡quizás una paloma dormida!4

¿Por qué en la madurez del ser humano aparecen palabras hondas, lúgubres, como de sibila enferma? ¿Acaso es un mentís o un deseo para calmar la sed de la muerte o una seña de que la roca sigue impávida esperando la dinamita? Tal vez Antonio Bolívar lo presentía cuando en 1992 escribió una tarea que tituló De nuevo la canción. Es una melodía nocturna, son hilachas de nostalgias, de ecos perdidos que quieren retornar, de lluvias que calan hasta los versos y las esperanzas, como permanente herida.

Hilando te pasas la lluvia
de la mañana pálida
con esa tenacidad
de historia vieja
procurando romper el tiempo,
reconstruyéndolo a tu modo.

Quizás por eso tienes
en los ojos una esperanza húmeda,
una inexplicable manera
de sentirte líquida.5

El afán de poeta de interpretar y de descubrir los mundos donde habita no descansa. En 1987 había escrito El aire sembrado de señales, luego en 1998 De piel a piel, en 2009 Ediciones Apidama publica su libro Claves del silencio y ahora tiene un cuaderno inédito que abre con el título Ojo de tigre, en el que olfatea y ronda bajo guaduas y tristezas, alejándose de las aspas de los helicópteros y del ruido de las sirenas sin cola.

Antonio es una catedral gótica, dueño de una acústica risueña que sube por los huesos y resuena como un órgano de tubos por nichos y tabernáculos. Su poesía es su espejo y su sombra pintará su huella cuando su carne en buen corte, la Parca lo lleve consigo.

La muerte me olfateó
me dio un mordisco
pero devolvió la porción
de mis tejidos
y se alejó maldiciendo.
(Si ella hubiera sabido
que tengo el alma jugosa, tres cuartos,
de buen corte, me hubiera llevado consigo).6


Valle de la Luna

La piedra humeante,
el sol a plomo,
el cactus somnoliento,
la arena derretida
todo carece de olor
aquí en el desierto.

La piedra
se vuelve arena
y la arena
río fosforece de polvo.

El polvo
se convierte en montaña.

¡Cómo extraño
—patria—
tu olor a mujeres frescas,
a aquellas esencias
de tus bosques!

Patria de café humeante,
país hermoso
de agua y montañas,
tan distante y tan amado.

Desde aquí,
desde este valle de la Luna,
mientras veo alejarse el sol,
como una tea,
siembro una semilla de amor
que regaré con sangre
hasta verla convertida
en las misteriosas aceitunas
de tus ojos.

Antonio Bolívar Cardona*
De su libro Claves del silencio

* Antonio Bolívar. Obtuvo el II Premio en el Concurso Departamental de Poesía de la Casa de la Cultura de Jamundí, Valle del Cauca, 2007.

 

Notas

  1. Bolívar Cardona, Antonio. Poemas. Fruta a fruta llevo mi corazón a tu boca. “Ceremonia de amor vegetal”. Popayán, 1974. Pág. 12.
  2. Restrepo Jaramillo, Orlando, y Bolívar Cardona, Antonio. Pasos. Recolector. Mimeo. 1972. Pág. 53.
  3. Bolívar Cardona, Antonio. Poemas. Fruta a fruta llevo mi corazón a tu boca. “Envío de alas rojas”. Popayán, 1974. Pág. 5.
  4. Bolívar Cardona, Antonio. Flor de agua. “Algo entre los dedos. Talleres Editoriales del Departamento del Cauca. Popayán. Pág. 19.
  5. Bolívar Cardona, Antonio. Poemas. De nuevo la canción. “Mujer y lluvia”. Cali: Mimeo. 1992. Pág. 11.
  6. Bolívar Cardona, Antonio. Poemas inéditos. Sin título. 2012.