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José Lezama LimaJosé Lezama Lima y “el saxofón sutil”

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El 9 de agosto se cumple un aniversario más de la muerte del escritor cubano José Lezama Lima (1910-1976), autor de la novela Paradiso y de una extensa obra poética y ensayística. Este asmático alucinado y solitario es bien conocido por la complejidad formal de su discurso, tanto poético como narrativo, del cual Paradiso, así como Opiano Licario, son una muestra en la que se fusionan diversos elementos de la cultura universal como la teología, la mitología y las filosofías orientales, por sólo señalar algunos. Todos estos componentes no sólo forman parte de su ideología y bagaje cultural, sino también determinarán en alguna medida el lenguaje tan particular con el que el autor describe y define el entorno perceptual que le rodea.

Aunque muchos son los temas que la obra de J.L.L. generan y proponen, lo que nos interesa abordar es un aspecto de la vida del autor que han pasado por alto los especialistas e investigadores de su obra, algo tan banal y cotidiano como el uso de broncodilatadores o “polvos fumigatorios”, como Lezama solía llamar al producto que usaba para combatir los síntomas del asma. Estos polvos estaban compuestos de efedrina, elemento químico activo de muchos de los psicodélicos conocidos.

Otro gran asmático, Marcel Proust, también hizo uso de los polvos broncodilatadores con base de opio y láudano para aliviar sus continuos ataques de asma. Tanto en Proust como en Lezama los efectos secundarios de la bencedrina se expresaban en uno y en otro de manera distinta. En Lezama estos efectos tomaban un carácter estético visual. Sigmund Freud definió el placer de mirar como scopophilia, del que se derivaron el voyerismo y el fetichismo, que según Freud tienen sus raíces en la infancia, y aunque ésta siempre se asocia a una patología, las scopophilia no necesariamente tienen que tener una connotación psicopatológica.

Esta experiencia visual en Lezama lo llevó a aceptar al barroquismo como un exceso del sentido de la vista, una cultura de la imagen.

En cambio, en Marcel Proust su asma se manifestaba de manera distinta, haciendo énfasis en la memoria y la experiencia sensorial asociada a ella en el monólogo interior, así como una percepción alterada del tiempo que incorpora a su estilo narrativo. Proust muere a los 51 años con unos pulmones totalmente debilitados por el uso y abuso continuo de estos inhaladores y las drogas.

En la edición crítica de Paradiso (Cintio Vitier, 1988; Madrid, pág. 488, notas finales al capítulo IX) encontramos que este tema se cita como un dato adicional sin detenerse en los posibles efectos de su uso en Lezama. Estos broncodilatadores, muy populares en Cuba, eran la terapia más efectiva para aliviar la respiración jadeante debido al estrechamiento o vías respiratorias angostadas, pero que no sólo operan como relajantes musculares, sino que también son un potente estimulante del sistema nervioso simpático y producen como efectos secundarios alteraciones perceptuales que inducen a estados hipnagógicos, o irrupciones visuales de carácter onírico en extremo breves y sorpresivos, que siempre tienen lugar entre la vigilia y el sueño. “...Yo, en cambio vivo como los suicidas, me sumerjo en la muerte y al despertar me entrego a los placeres de la resurrección” (“Conversaciones con Lezama Lima”, Artes poéticas).

La relación de la efedrina y la dilatación de las vías respiratorias, así como de sus efectos psicoactivos, es ancestral. La efedrina es derivada de una planta conocida como efedra. Restos de ella fueron encontrados en las cuevas de Shanidar, en Irak, junto con otros artefactos funerarios en una tumba donde fueron hallados varios fósiles de neandertales de hace 50.000 años aproximadamente. En Grecia era de uso común. Plinio el Viejo lo recomendaba como un estimulante muy efectivo para la relajación de los alveolos pulmonares. En China era conocido como mahuang entre los taoístas, pero no es hasta 1770 que el médico británico Philip Stern inventó el primer inhalador de bencedrina conocido como “éter balsámico”. En 1887 el químico japonés Nagai aisló y extrajo de la efedra un sustituto conocido como efedrina, que finalmente en 1920 se comercializa como un broncodilatador llamado Asthamatol.

Lezama Lima dependió toda su vida de estos productos, ya fuera en sus formas más primitivas como “humores inhalantes” o con la aparición de los más sofisticados inhaladores o vaporizadores mecánicos. En el capítulo IX, pág. 232, edición crítica de C. Vitier, 1988, Madrid, encontramos una descripción de su aplicación y uso: “Oyó en el comedor la conversación de su madre con sus hermanas, no lo habían querido levantar ni avisarle que iban a comer, pues cuando tenía asma nada le hacía tanto bien como entregarse al sueño, aunque éste fuera producido por las nubes de los polvos fumigatorios que comenzaban a dilatar el ramaje de su árbol bronquial, hasta lograr la equivalencia armónica entre el espacio interior y el espacio externo”.

Estos polvos se quemaban en un recipiente de metal o cristal, las ventanas y puertas eran cerradas para que el humo ocupara la habitación y así ser inhalados. Cuando comenzaba a hacer efecto los bronquios se dilataban facilitando la respiración e inducían en la persona un estado de somnolencia acompañado de una marcada distorsión de la audición y la percepción del tiempo. Al cerrar los ojos una profusión de imágenes se proyecta ante el campo visual interno. Y continúa Lezama: “Ese humo lento, y yo diría como lentificado, se iba expandiendo por los poros, ocupando todo el organismo, como una divinidad que fuera expandiendo una alfombra para hacer de cada pisada humana una maravillosa escala de ritmos, de algodón y de silencios multiplicados por ecos infinitos en las grutas donde se entreabren catedrales o elefantes transparentes, formados por inmóviles oleadas de estalactitas...”.

En qué medida el uso de la efedrina pudo o no haber tenido en Lezama una influencia en su modo de percibir la realidad inmediata y para ello recrear el idioma y un estilo literario capaz de expresar esta visión onírica mientras el individuo continuaba despierto, es algo que les queda a los investigadores futuros por dilucidar. La estructura narrativa de Lezama es en su raíz, como bien estableció Heráclito, un continuo fluir donde todo se transforma y transcurre y nada es uno y lo mismo, todo deviene... es.

Estos estados de conciencia son distorsionados por los efectos fisiológicos de la sustancia. La epifanía estética, el asombro, la violación del determinismo lógico en el uso del lenguaje cotidiano, la búsqueda de un modo de expresar relaciones no causales, y la percepción de la luz como entidad trascendente y animada, son para Lezama objeto de reflexión. Así lo podemos constatar en su concepto de lo que él denominó “vivencia oblicua”, un sistema de asociaciones causales creadas para responder a un hecho irreal, lo que Lezama denominó el “súbito”, un esclarecimiento sorpresivo e insospechado de esta compleja interrelación asociativa. Quizás la presencia de la efedrina y las posibilidades de exploración de la realidad alterna que le proporcionaba fue lo que llevó a Lezama a referirse a su inhalador como “su saxofón sutil” con el que decía sostener “interesantes conversaciones” (Paradiso, edición crítica, pág. 489).

En cuanto a materia religiosa, de Lezama podría decirse otro tanto. La llamada experiencia unitaria o mística no le era ajena. “El sueño artificial que lo aliviaba lo convertía a su vez en el análogo o pareja de los contrarios más inesperados en sus mutaciones...” (Paradiso, pág. 232). Y continúa: “Cuando salía de ese sueño provocado, no obstante la anterior situación dual, se sentía con la alegría de una reconciliación. Por ese artificio iba recuperando su naturaleza...” (Paradiso, pág. 233).

La experiencia no ordinaria de conciencia en cualquiera de sus manifestaciones se caracteriza por una reintegración o tendencia a promover el acceso a estados superiores no duales de conciencia. No es la intención de este trabajo reducir la genialidad de Lezama a un elemento tangencial de su vida como fue su asma y el modo de combatirlo, y las posibles influencias de éstos en la estructura narrativa, tanto de sus novelas y relatos como de su poesía.

¿Cuáles pueden haber sido las conversaciones interesantes que Lezama sostenía con su saxofón sutil? Sospechamos que de algún modo se esconden detrás del barroquismo verbal de su imaginería inducida.