Letras
Tres poemas

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Sumersión

Escucho octubres perfumados en tu boca
se desprenden en torno a mis ojos somníferos,
desnudo la danza remota y deslizo tu materia nocturna.

Anclas en el umbral tibio de la fronda la estrella fecunda,
repartes espesura melancólica queriendo resucitar tu carne
y arriba, en la piel de mi candelabro húmedo
el leño es fundido en la penumbra del cuerpo celeste.

Aspiras a no morir por la piedad de la música entallada en su cintura
como alegría de dulces aguas que sostienen tu embriaguez
y caminas, derramando tus zurcidas plumas sobre repliegue abrevado.

Desfogo los temblores de tus verdosas várices con el vigor de un jadeo
mientras sucumbe la mirada de cóndor herido por espasmos serosos
dilatado, lustras con tus yemas eclípticas el plano de la órbita terrestre
mientras el eje de mi mano se inclina interceptando el goteo

y me inundo.

 

Desvelo

“Sísifos indolentes
flecos de luna llena en las ojeras
una vez más”.

Sara Vanegas Coveña

La humedad del fantasma dulce
derretida en mis manos,
el libro blanco en la estufa
abriéndose interminable
regada en paredes de humo
su seda secreta nocturna
conducida entre cristales
las voces piramidales.

Se sujetan las letras
al iris somnoliento
pestañas intermitentes
beben espumas astrales
resucita en los párpados
la danza acuosa y gotean
horas imaginarias
de clepsidras vacías.

Cabecea el poeta
su delirio de pájaros.

 

Mis ojos cansados ignoran el objeto inhallable

“En tus ojos nazco —tus ojos me crean”.
Miguel de Unamuno

Habré desterrado el día y su obscuridad milenaria
junto al ramaje de sangre crecido en páramo celeste
liberado del dios impuro enclaustrado en las horas
y de las verdosas llagas ceñidas en los vientos.

Habré respirado la savia oculta en anillo noctámbulo
desnudado inmaculados párpados de luz inmanente
saboreado dulce fruto de pan en planicie fibrosa
y vestido invisible materia con mis huesos.

Me hallaré despierta en la sal de tu pelo
con mis pies de violines llegaré al finito fondo
a desatar desolados y desgajados besos
derramarme dormida en la embriaguez de tus sienes.

¡Oh, ángel creciente, en la doncellez del vino
mojarás liviana herida con tu nombre;
me descubrirás arando callada música en las pestañas
y en la estancia límpida solamente tus ojos!