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El último rostro de Chávez
Sabaneta sin “El Arañero” y el duelo rojo de Caracas

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Mural con el rostro de Hugo Chávez

Nota del editor
El año próximo será publicado por Sudaquia El último rostro de Chávez, una minuciosa crónica del periodista venezolano Albinson Linares sobre los últimos días del líder caribeño. Un texto fundamental —del que hoy presentamos en exclusiva este adelanto— para conocer de primera mano las reacciones que la muerte del presidente generaron en su pueblo natal, en su país y en el mundo.

Cuando empezaron las colas vastas y desordenadas que se extendían por kilómetros para despedir al comandante fallecido, no estaba en Caracas. Recibí la noticia subiendo a la Sierra de Perijá en la frontera caliente con Colombia cuando iba a presenciar las exequias de Sabino Romero, el cacique yukpa asesinado el 3 de marzo. No habían pasado 48 horas de duelo por este crimen cuando la ciudad de Machiques enmudeció por el fallecimiento de Hugo Chávez.

El luto se suda a mares en los pueblos de Perijá. Las penas se lavan entre lágrimas y transpiración macerada por los 40 grados a la sombra que todo lo derriten. Un sol de huevo frito irradiaba toda su fuerza ese 5 de marzo en que los perros se escondían debajo de las bateas para mojarse los hocicos con el agua estancada. En el sopor de las horas nonas, en un bohío a la vera del camino que inicia el ascenso a la sierra todos los presentes se sumieron en un mutismo ensordecedor cuando vieron a Nicolás Maduro anunciar el fallecimiento del presidente venezolano.

“¿Vos sabéis lo que era Chávez?, ¿vos tas consciente de la belleza de hombre que era? Nadie sabe lo que era él, nadie”, gritó María Paredes, una de nuestras guías indígenas, desde la carretera. Al enterarse se bajó desesperada del bus que nos llevaba, y levantó una polvareda roja con la pataleta.

Verla aullar frente al sol rojo de 40 grados era recordar los ritos bíblicos de vestiduras rasgadas y cabelleras repletas de ceniza. Admiré su desahogo. Pronto la pena se apoderó de todo el autobús y al voltear podía ver a hombres y mujeres que lloraban por igual. Un hombre abrazó a su cachorro y moqueaba, una anciana gordísima se desplomó aplastando una gallina y todos los niños sollozaron, cual sirenas atadas, en un lamento ensordecedor.

Me bajé del autobús destartalado, viajé 22 horas por carretera y reporteé para el diario Últimas Noticias todo lo que vi en la tierra natal del revolucionario. Barinas se encuentra a 500 kilómetros de Caracas, es el estado llanero considerado la cuna del chavismo por ser el terruño del presidente y es hito fundamental en la comprensión del fenómeno político venezolano. Pero Sabaneta, población ubicada a 45 kilómetros de la capital llanera, es “el corazón de la revolución”.

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La tarde en que murió Chávez, su madre se encontraba en un oficio religioso en la “Plaza de los Poetas” al frente de la Alcaldía de Barinas. Elena Frías de Chávez rezaba, lloraba quedamente y elevaba su mirada al cielo rodeada de mujeres. En ese momento buena parte de las parroquias del sur de la ciudad sufrían los rigores de un corte de luz. El calor llanero lo hundió todo en un sopor espeso cuando cerca de las cinco de la tarde se supo la noticia.

“Fue impresionante, todo el mundo gritaba, hubo muchos desmayos y llegaron las ambulancias de una vez. Al rato nos dirigimos a la plaza Bolívar y yo estuve hasta la una de la madrugada pero muchos amanecieron”, dijo Nancy Rodríguez, vestida de rojo y con una gorra del Che y Chávez.

En la plaza Bolívar de la capital barinesa se concentró la colectividad chavista para rendirle homenaje al presidente. Desde la noche del fallecimiento se iniciaron actos políticos y cadenas de oración que transcurrían con el rumor de fondo de la señal en directo de los medios de comunicación. Los llaneros chavistas lloraban a su líder frente a la televisión.

“Amamos a Chávez y esto no se acaba aquí. Él nos dio voz y nos formó con su ejemplo, su palabra está con nosotros”, decía María Márquez, miembro del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en la zona. Juan González, ataviado de rojo y con lágrimas, se lamentaba: “Hay tanto dolor. Nosotros no sabemos quién era Chávez, lo vimos crecer y fue un gigante. Somos el pueblo llorando su muerte”.

Las horas transcurrían con lentitud mientras intervenían los colectivos políticos y socioculturales afectos a la revolución bolivariana. Estudiantes como Javier Prado ondeaban banderas gritando consignas en la plaza. Luego de secarse el sudor, mezclado con llanto, exclamó: “Viviremos y venceremos, Chávez. En mi casa no había luz cuando se murió y me enteré tarde. Me tuvieron que llamar porque yo no sabía nada, hermano. Y aquí estoy con él”.

Desde la misma noche del aciago martes los padres, hermanos y primos cercanos del primer mandatario partieron a la capital para participar en las exequias presidenciales. Las calles de Barinas amanecieron solitarias, los negocios cerrados y con muy poco tránsito. Los entes gubernamentales trabajaron media jornada y los locales de chinos y árabes que abrieron eran cerrados por la Guardia Nacional.

En la mañana del seis el secretario de Gobierno de Barinas, Antonio Albarrán, dio una rueda de prensa con escasa presencia de medios. Anunció la implementación de estrategias especiales de seguridad antidisturbios para afrontar planes desestabilizadores y garantizar la seguridad de los militantes presentes en las calles. Albarrán quería garantizar que los chavistas pudiesen vivir su luto a plenitud durante esos días en los que todo parecía eternizado por la pena colectiva.

Por la tarde se convocaron actividades en honor al mandatario fallecido en las treinta plazas Bolívar del estado Barinas, como para que no cupiese la menor duda del arraigo que los llaneros sentían por el extinto líder revolucionario.

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Apenas la noticia corrió como pólvora por el mundo empezaron las reacciones. En Caracas, el canciller Elías Jaua anunció siete días de duelo nacional y la suspensión de las clases en todos los niveles educativos hasta el ocho de marzo, y adelantó que los restos mortales serían trasladados desde el Hospital Militar hasta el hall de la Academia Militar: “Vamos a recibirlo en Los Próceres, donde se hacen los desfiles militares, con las tribunas llenas de pueblo, de esperanza, luego comenzarán las exequias y el homenaje póstumo en capilla ardiente”, declaró.

Las calles de San Martín en Caracas se llenaron de una multitud roja que rodeó el feo edificio del Hospital Militar “Dr. Carlos Arvelo”. Llevaban enormes banderas y pancartas, eran entrevistados por los medios estatales en un extraño rito de dolor y exhibicionismo pop. No bastaba que lloraran en sus casas, los militantes salieron a gritar su dolor ante las cámaras.

“¡Chávez al Panteón!, ¡Chávez al Panteón!, ¡Chávez al Panteón!, ¡Chávez vive y la lucha sigue!, ¡No volverán!”, coreaban entre llantos y risas histéricas. Al caer la noche Nelson Merentes, presidente del Banco Central de Venezuela, se subió al techo de una camioneta y gritó con un megáfono: “¡Todos somos Chávez!”, repetidas veces.

Los medios reportaban conmociones en todos lados y ceremonias religiosas desde Guatire, Los Teques y Vargas hasta Táchira, pasando por todos los llanos, Amazonas y las lejanías guayanesas. La geografía sentimental de Venezuela aparecía traspasada y dividida por la mitad de la población que lo lloraba, mientras que la otra mitad miraba con estupor la pena ajena.

La industria petrolera se sumó a la pena nacional garantizando la vital producción de crudo, no fuera a suceder una catástrofe financiera conspirativa, y otros gremios como los productores agropecuarios hicieron público su pésame: “Camarada, amigo presidente, vivirás por siempre con el pueblo”, declaró Balsamino Belandria, de Fegaven.

Sus grandes amigos presidentes expresaron el dolor que los embargaba de diversas maneras. El boliviano Evo Morales dijo sentirse “destrozado” y viajó de inmediato a Caracas. Dilma Rousseff declaró: “Lo reconocemos como un gran líder, una pérdida irreparable y, sobre todo, un amigo de Brasil”. Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner decretaron tres días de duelo en Ecuador y Argentina, respectivamente. Juan Manuel Santos reconoció sus valiosos aportes al proceso de paz en Colombia llegando a declarar, en un súbito arranque de espontaneidad que le valdría no pocas críticas en su país: “El mejor tributo que podemos rendir a su memoria es cumplir con ese sueño que él compartió con nosotros: llegar a un acuerdo para el fin del conflicto y ver una Colombia en paz”.

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Desde que se toma la autopista José Antonio Páez, de cuatro canales y recién refaccionada, se ven signos del amor de la gestión política en todos lados. A la izquierda silos nuevos, destellos de metal bajo el sol, más adelante a la derecha el Centro Técnico Productivo Socialista Florentino aparece vacío. Al avanzar un Mercal enorme, amarillo, surge en medio de bloqueras, fincas pequeñas y la llanura extensa donde brota el poblado de Sabaneta, súbitamente.

Espacios infinitos con el cielo como límite perpetuo engendran caracteres peculiares, tercos y salvajes, soñadores y valientes, como escribió Rómulo Gallegos en Canaima: “En estas tierras nuestras, de impresionante silencio y trágica soledad, se siente que todavía no ha terminado el día sexto del Génesis, y que aún circula por ellas el soplo creador. Y por eso las llamo las tierras de Dios”.

Aquí nació Hugo Chávez, el 28 de julio de 1954. En el pueblo natal del comandante muerto, había vigilia permanente desde el deceso y se prolongaría por los siete días de duelo decretados. En la plaza Bolívar había numerosas ofrendas florales y una exposición de retratos emblemáticos de Hugo Chávez a los pies de la estatua del Libertador. Sabaneta vivía el síndrome de los pueblos pequeños que paren hombres fuertes y, a su muerte, se sienten desvalidos.

“Viviremos y venceremos, porque somos hijos de Chávez y Chávez es el pueblo”, eran algunas de las consignas que gritaban los miembros de círculos bolivarianos presentes en el sitio. En la mañana se mandó a limpiar el cementerio de Sabaneta y la antigua casa de la familia Chávez (ahora sede del PSUV), ubicada en la avenida “Antonio María Bayón” con calle 12, por órdenes expresas de Aníbal Chávez, alcalde y hermano del presidente.

Fuentes cercanas al PSUV señalaban que cada hora cobraba fuerza la tesis de que los restos mortales de Chávez descansarían en su pueblo natal, bien en el camposanto o en alguna de sus casas familiares. Nada de esto sucedió.

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Pancho Lucena, amigo de la infancia y compañero de béisbol, recuerda que fue el primero en poner a lanzar a “Huguito”. Jugaban un partido difícil en el estadio “Francisco Contreras” y golpearon al pitcher del equipo, por lo que Pancho miró al centerfield y lo llamó: “Le dije: ‘Vas a pichar’, me respondió: ‘Pero yo no soy pitcher’. Le contesté: ‘No te estoy preguntando eso, prepárate porque vas a pichar, chico’. Lanzó y no le hicieron nada, desde entonces fue el pitcher”.

Lucena creía que el presidente debía volver a su tierra: “Queremos que lo traigan para acá, que descanse aquí. Nunca dejaremos de pensar en él. Los hermanos son buena gente pero ninguno tiene el rango de Hugo, que llegaba a jugar metras y al rato ya era el líder del patio. Sin pelear con nadie, se ganaba al pueblo”.

La sequía de esos meses vuelve ocre al llano, un infinito mar de tierra que se extiende hasta el azul del horizonte salpicado de palmeras. En estos espacios infinitos se crió el joven que sería líder de la revolución bolivariana. Alfredo Aldana estudió con él en la escuela “Julián Pino” y lo recuerda como un muchacho humilde de notas sobresalientes al que le encantaba jugar pelotica de goma, 40 matas y metras, y que todas las tardes iba al estadio.

“Era muy alegre, activo y respetuoso, y siempre salía a vender los dulces, las arañas de lechosa de la abuela. Por eso le decían ‘El Arañero’. Acá nunca se metió en política, pero recuerdo claramente que un día estábamos tomando agua de un tubo porque habíamos corrido mucho jugando, y me dijo: ‘Yo voy a ser presidente de Venezuela’. Teníamos como seis años”, recuerda Aldana.

Lucio Casanova fue otro “compinche” de Hugo Chávez y lo recuerda de buen carácter porque no era peleón. Dice que no es como lo pintan ahora, pero siente que el estrés de sus responsabilidades a veces le cambiaba el humor. “Le gustaba jugar pelota y recuerdo que como soy fanático de los Tiburones me creía Paúl Casanova y él se creía Isaías ‘El Látigo’ Chávez, porque era del Magallanes”.

Casanova fue a visitar al comandante preso en el Cuartel San Carlos, luego del 4 de febrero. Nunca olvida que al llegar lo encontró con la mirada baja, triste, pero cuando escuchó su voz “sonrió, me abrazó y dijo: ‘¿Cuándo vamos a jugar una partida de chapitas?’. Le contesté que cuando saliera de ahí, pero nunca pudimos y eso nos quedó pendiente”.

Muy cerca de la avenida Antonio María Bayón vive Flor Figueredo, vecina y amiga personal del mandatario. Enjugaba sus lágrimas al recordarlo cuando caminaban kilómetros para asistir a bailes y muchas veces Hugo espantaba a todos simulando ser un fantasma de la llanura. Dijo que todo el pueblo esperaba poder despedirse de Chávez: “Eso es lo que estamos rogando, que aunque sea por última vez podamos verlo aquí. Él vivirá para siempre en nuestros corazones pero toda esta gente del llano, sus campesinos, quieren decirle adiós a Hugo Rafael. Ya si lo entierran acá o en Caracas es decisión de la familia, pero nosotros todavía esperamos por él”.

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Desde las 4:25 de esa tarde su fallecimiento se erigió como el acontecimiento mundial más importante del día. Los diarios del mundo cambiaron su primera plana en un efecto dominó que recordó eventos míticos del universo massmedia como el asesinato de Kennedy, la muerte de Lady Di o el tsunami asiático.

En España, ABC, La Razón, El Mundo y El País titularon con el deceso. Lo mismo sucedió con el Corriere della Sera y Le Monde Diplomatique en Italia y Francia. En Colombia El Tiempo decretó: “Fin de la era Chávez” y El Espectador preguntaba a su audiencia: “¿Sobrevivirá el chavismo?”, el resto de América Latina se unió a la cobertura especial de las exequias. Y para hacerse eco de lo que ya era un tifón mediático, The New York Times abrió su edición con una foto de los seguidores llorando al enterarse del suceso.

Celebridades hollywoodenses se unieron al coro de condolencias planetarias. Fue el caso de Sean Penn, quien expresó en un comunicado: “Hoy la gente de Estados Unidos ha perdido un amigo que nunca supo que tenía. Y la gente pobre del resto del mundo ha perdido a un campeón”. Oliver Stone tuiteó: “Lloro a un gran héroe para la mayoría de su pueblo y de aquellos que luchan en todo el mundo por un lugar” y “Odiado por las clases arraigadas, Hugo Chávez vivirá para siempre en la historia”. Danny Glover se unió a los millones de “amantes de la libertad” que lo veían como un campeón social y, con su habitual acidez perspicaz, Michael Moore tronó: “Un total de 54 países permitieron a Estados Unidos detener (y torturar) a sospechosos. América Latina, gracias a Chávez, fue el único lugar que dijo no”.

El diputado Freddy Bernal sugirió por Twitter que se modificara el numeral 15 del artículo 187 de la Constitución Nacional para que el cuerpo del presidente fallecido pudiese ser trasladado al Panteón Nacional, donde descansaría junto a los próceres independentistas encabezados por el Libertador Simón Bolívar.

Ni corto ni perezoso, Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, tomó nota del clamor popular y aseguró con un tuit que se agilizarían las gestiones para aprobar esta petición. La maquinaria del mito chavista estaba en marcha.

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Funerales del presidente Hugo Chávez, en marzo de 2013

Era 1963 cuando Carmen Egilda, de 18 años recién cumplidos, entró por primera vez a un aula de clases como maestra. Fue un afortunado malentendido, perdió una entrevista de trabajo y luego sólo pudo encontrar una suplencia en la escuela “Julián Pino” de una Sabaneta polvorienta y campestre.

Allí enseñó a un grupo de 40 llaneritos traviesos. Como en cualquier salón había de todo: desde los rebeldes que no prestaban atención hasta los aplicados que sacaban puro 20. Hugo Chávez era un alumno distinto, jugaba y lideraba grupos pero también obtenía buenas calificaciones, según cuenta: “Era ese muchachito que siempre se sentaba en el primer puesto y copiaba toda la mañana. Yo nada más le veía esas rayitas que eran sus ojitos, un chinito, que siempre estaba observando”.

Los patios y pasillos de esta escuela llena de matas de mango y amplias estancias para correr en juegos infantiles albergan muchas anécdotas de travesuras y aprendizajes. La maestra Crespo se sumerge en su memoria para rescatar el gesto de un niño que revela el carácter que se forjaría con los años: “En una oportunidad me iba a entregar su cuaderno pero me lo tiró en la mesa y se cayó. Le dije: ‘Hugo, no se tiran las cosas’. Lo recogió de mala gana y me lo dio. Años después me cuenta que estaba celoso de un maestro que me regalaba chocolates”.

Pasaron 29 años antes de que Carmen Egilda volviera a recordar a ese niño llanero. Días después del 4 de febrero de 1992 recibió en Caracas, donde vive desde hace muchos años, la llamada de su hermano, quien le dijo que el comandante rebelde la mencionaba en una entrevista: “Todos los domingos leo Últimas Noticias y justo ese día no lo compré. Corrí a tocarle la puerta a los vecinos hasta que lo conseguí y en una parte Chávez contaba que no miraba al retrato del ‘cara ‘e cuchillo Zamora’ por mirarle los ojos a su maestra de cuarto grado, Egilda Crespo. Fue emocionante, brincamos y lloramos de emoción. Desde ese momento mi vida cambió”.

A los pocos días volvió a Barinas y visitó a la familia Chávez para solidarizarse con ellos. Allí surgió la idea de visitar a su alumno en Yare, donde se encontraba preso. Años después la maestra aún se emociona al rememorar el encuentro. Apenas traspasó las rejas de entrada sonaron los detectores de metales varias veces. Mientras se quitaba los objetos metálicos amenazó a los guardias con “entrar desnuda” si seguía sonando, pero entraría como fuese.

“Cuando entré a la habitación donde estaba Chávez, eso estaba full. Abrió la puerta y lo primero que dijo fue ‘Egilda’; me conoció por los ojos. Luego me dio un gran abrazo y conversamos por horas, era increíble cómo lo recordaba todo”, rememora la profesora de los ojos azules, medio siglo después, en la misma plaza de Sabaneta donde se le rindió tributo al presidente fallecido.

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Dos días después de su muerte, Pancho Lucena ya extrañaba a su amigo. Recostado en un banco frente al estadio de béisbol concluía que Sabaneta nunca volverá a tener una persona así. Mientras se lamenta, asevera: “Era humilde y muy inteligente. Siempre pendiente de todo. El que no siente a Hugo Chávez en su corazón no está vivo”.

Lo conoció desde la temprana infancia y le llevaba cuatro años. El béisbol era el “arte” al que se dedicaban de muchachos: “Yo jugaba primera base y shortstop, él era pitcher y centerfield, pero Hugo inventaba mucho, por eso siempre era echador de broma. Eso sí, la abuela lo tenía sometido porque era muy estricta”.

Como suele suceder con las celebridades basta con pasear por las calles de Sabaneta para conseguirse con gente que lo conoció, tocó, conversó y jugó. Cerca de la plaza Bolívar, en la avenida Antonio María Bayón, está el jardín infantil “Mamá Rosa”, edificio de tres pisos con aire acondicionado central y un baño para cada aula construido por Chávez como homenaje a su querida abuela. Hace décadas el presidente fallecido vivió allí junto a ella.

Muy cerca está la sede del PSUV, otra de las casas donde fue criado el Comandante. En ese patio hay una mata de mango, un árbol de mandarina y un naranjo sembrados por Chávez y Evo Morales, respectivamente. La jornada del ocho de marzo fue lenta en el pueblo llanero. A las 10:00 am comenzó a congregarse con fuerza la militancia chavista en la plaza Bolívar. Ataviados de rojo gritaban los círculos bolivarianos del municipio Alberto Arvelo Torrealba: “¡No estamos solos, Chávez somos todos!, ¡viviremos y venceremos!”.

Pasado el mediodía, una representación de la Escuela Latinoamericana de Medicina presentó una ofrenda floral en este espacio, al tiempo que brindaron discursos de agradecimiento al comandante fallecido. “Nosotros somos médicos gracias a él, a su empeño por brindarle salud al pueblo venezolano. Estamos conscientes de que no sólo somos médicos para la revolución, sino que adonde quiera que nos necesiten iremos para curar a los enfermos. Para eso fuimos formados”, dijo uno de los estudiantes.

Los militantes de Sabaneta aprovechaban cualquier oportunidad para expresar su esperanza de que los restos mortales de Hugo Chávez descansaran en el pueblo que lo vio nacer: “Eso es lo que nosotros queremos. Nada nos llenaría este vacío que dejó pero si lo tenemos cerca podemos visitarlo siempre y llevarle música llanera, esos corridos que tanto le gustan”, dijo Walter Pérez.

Otros como Sandra Castillo veían la vuelta de Chávez a Sabaneta como un impulso turístico para la región: “Si nos lo traen vendría gente de toda América y del mundo entero a visitarlo. Él siempre será un líder mundial y la gente no lo va a olvidar. Eso nos traería ese turismo que tanta falta hace en este pueblo para generar trabajo y seguir desarrollando el socialismo”.

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Capitales de todo el mundo se unieron a la congoja desatada por la desaparición física del mandatario venezolano. Bogotá, Quito, Managua, Madrid y la Franja de Gaza fueron algunos de los lugares donde se oyeron lamentos y discursos de homenaje a la figura de Hugo Chávez. Desde la Puerta del Sol madrileña hasta Cisjordania se congregaron simpatizantes de la revolución bolivariana, hechos sin precedentes en la historia moderna del país.

El cuerpo del mandatario recorrió las calles de Caracas durante ocho horas el 7 de marzo hasta que fue depositado en la Academia Militar, mientras los rumores seguían creciendo. Se habló de varios ataúdes intercambiables, y expertos aseguraban que los restos ya habían sido embalsamados por medio de un procedimiento “sencillo” que toma una hora: primero debió drenarse toda la sangre a través de una vena cercana al corazón, luego una inyección de formol al 10% permitió su conservación. De otro modo la canícula caribe del valle capitalino habría deteriorado los restos.

Nicolás Maduro anunció que el cuerpo se sometería a procesos de preservación y se metería en una urna de cristal para que “quede abierto eternamente, para que el pueblo pueda tenerlo allí en su Museo de la Revolución como están Ho Chi Minh, Lenin, Mao Tse-Tung”.

Paradójicamente el destino final de Chávez parecía estar ligado al de los rusos Vladimir Lenin y Josef Stalin, Horloogiyn Choibalsan (Mongolia), Klement Gottwald (República Checa), Mao Tse-Tung (China), Agostinho Neto (Angola), Linden Forbes Burnham (Guyana), Enver Hoxha (Albania), el matrimonio Perón y los infaltables hombres fuertes de Corea del Norte: Kim Il-sung y Kim Jong-il.

Sería convertido en una momia moderna, técnica que criticó en vida por parecerle antinatural. Sin embargo, nada de esto sucedió. Al final la exposición de sus restos momificados no sería el derrotero escogido por los líderes revolucionarios que le sobrevivieron. Fue depositado en un catafalco de mármol en el “Cuartel de la Montaña”, donde ahora es visitado por personas de todo el mundo.

Para ese jueves, ya muchos simpatizantes llevaban hasta 15 horas en cola para verlo. Más de cinco kilómetros, ocho mil pasos y muchas horas llevaban los chavistas en las columnas monstruosas que debían hacer para despedirse. Alguien llegó a contar hasta siete colas que se juntaban en un nudo gordiano donde las diferencias y los coleados se dirimían a empujones.

Unas barreras de seguridad fueron derribadas en el fragor de la pena y el hastío por verlo. La multitud enardecida le gritaba a los efectivos de seguridad: “Chávez es del pueblo, no de la oligarquía”, “Queremos ver a Chávez, déjennos pasar”.

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A miles de kilómetros de la barahúnda roja, Isaías de Jesús Romero secaba sus lágrimas mirando el horizonte llanero de Sabaneta. A sus 73 años lo ha visto todo pero jamás esperó que enterraría a su sobrino político predilecto. Es el entrenador de béisbol menor más veterano de los llanos venezolanos y tío político del líder revolucionario.

Con un dejo de cansancio infinito insistía en que “Huguito” era el mejor del mundo, un muchachito alegre y bueno en béisbol, bueno como presidente y ciudadano: “Fui entrenador de todos ellos pero él jugaba pelota pa’lante y no llegó a profesional porque agarró la carrera militar. Tenía condiciones sobradas para eso. Quién iba a decir que se iba a convertir en uno de los mejores presidentes del mundo. Adonde fuéramos a jugar lo llevaba para todas partes”.

En el pueblo todos le dicen “Chicho Panza” y se sostiene el abdomen escurrido mientras ríe por los recuerdos. Dice ser quien crió a Chávez de verdad, porque éste no recibió apoyo alguno de sus hermanos ni de sus padres. En voz baja explica que fue quien lo recibió de jovencito cuando quería irse a la guerrilla: “Estoy seguro de que va a reencarnar pronto. Un hombre así no se queda quieto ni en el más allá. Esos hombres vencen a la muerte”.

Pese a los rumores desatados por esos días, Hugo de los Reyes Chávez no estaba muerto ni sufrió ningún accidente cerebrovascular. Sin embargo padeció los rigores de vivir al revés el orden natural de las cosas: en vez de morir en brazos de su hijo Hugo, le tocó asistir a sus exequias. Siguió la agonía del último mes de la enfermedad de su hijo recuperándose de una apendicitis, diagnosticada en uno de sus chequeos médicos, que fue operada el 4 de febrero en el Hospital Militar de Caracas.

Por ello no pudo asistir a los actos conmemorativos de esa fecha y experimentó la peor tortura para un padre: ver languidecer a su hijo desde un lecho de enfermo, recuperándose para poder vestir la guayabera blanca que luego luciría frente al féretro del presidente. “Está destrozado, y cómo no. Pero no se murió como dicen esos canallas, está golpeado por los recuerdos y los achaques pero yo misma lo acompañé hasta el avión y lloramos juntos”, asevera Brígida Frías, tía abuela del líder bolivariano, en su casa de Sabaneta.

“Huguito lo adoraba, quería mucho a su papá. Se sentaban juntos y reían a carcajadas porque se parecían mucho. Les gustaba el béisbol y la gente tiene que recordar que el maestro le dio clases y era muy estricto, de ahí le viene la disciplina. Además, cuando el comandante se molestaba o tenía problemas, siempre acudía al viejo”, finalizó la anciana sentada en una silla plástica de un patio humilde a medio construir.

Al rato se paró y señaló un viejo televisor y VHS que cargaba a cuestas con sus hijos para mostrarle a la gente de los pueblos del llano los videos que Chávez grabó estando preso en Yare. Brígida Frías lo evocaba entre lágrimas, como si aún estuviese junto a ella, como si aún lo regañara porque no dormía, ni comía pensando en la revolución: “Su siembra no está perdida, aquí quedamos nosotros para luchar por los pobres hasta el fin”.

Funerales del presidente Hugo Chávez, en marzo de 2013
Funerales del presidente Hugo Chávez, en marzo de 2013.