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Ilustración: Philip de BayEl imprevisible porvenir del libro impreso

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He leído en Letralia un interesante artículo firmado por Benedicto González Vargas, “La falsa batalla entre los libros de papel y los libros digitales”, donde se examina con especial claridad la realidad actual del libro impreso y del libro digital, a la luz de las necesidades de los lectores, tanto desde Internet como desde el clásico formato impreso. Casi todas las ideas expresadas en este trabajo desean atenerse al máximo a verificaciones contabilizadas de ejemplares difundidos por ambos medios en Europa, Norteamérica y Latinoamérica, y aunque pudiera diferir de algunos de los vaticinios que hace, el planteamiento general es bastante cercano a nuestra realidad, en el momento de ejercer la lectura de obras literarias. Tampoco soy de los que piensan que el libro impreso desaparecerá en el largo plazo, pero por si esto llegara a ocurrir algún día, me he detenido en esta posibilidad haciendo una consideración personal bastante nostálgica, si se quiere, de aquello que los libros han significado para mí. Hela aquí.

Hasta ahora, el libro ha sido el vehículo principal del pensamiento, la literatura, el arte y la ciencia, ha sido el soporte principal para difundir las ideas de los seres humanos, sus hallazgos conceptuales, sus avances materiales y espirituales. En sus frágiles páginas se ha construido buena parte de lo que hoy conocemos con el nombre de cultura o sociedad. El papel con letras impresas o escritas ha soportado la mayor y mejor carga del pensamiento y la sensibilidad humanos.

Sin embargo, el papel es hoy un recurso de escasa capacidad renovable, por lo menos hasta ahora no ha podido ser reciclado adecuadamente para suplir el consumo de los propios libros, revistas o diarios que se imprimen a nivel mundial. Bosques enteros se talan para fabricar cantidades enormes de un papel que no se repone en la misma proporción con que se gasta. Ya empezamos a notar la escasez de papel en distintos países de todo el mundo, y cómo éste ya no puede seguir soportando la inmensa demanda de publicaciones impresas a nivel planetario. Enormes cantidades de bobinas de todo tipo de papel ingresan a diario a las imprentas a un costo que se triplica o cuadruplica. Sumado a esto, los insumos para las imprentas se han encarecido de una manera gigantesca: planchas, material fotográfico, tinta, repuestos para las máquinas y mantenimiento técnico de las mismas por un personal especializado se han elevado a costos astronómicos. Poco a poco vemos cómo los dueños de imprentas se llevan las manos a la cabeza cuando una máquina les falla o cuando se terminan los insumos. Las ganancias de los editores ya no son tan altas como antes, y las de los escritores menos aún. Tal situación afecta directamente a editores, escritores y lectores, profesores y educadores, pues todos forman parte de la cadena del libro. En la enseñanza actual, vemos cómo el libro de papel poco a poco va siendo sustituido por el libro electrónico y la información en Internet. Los soportes digitales y electrónicos, por su rapidez y bajos costos, ganan terreno como vehículos de transmisión de información y conocimiento. Sabemos que información y conocimiento son cosas diferentes; en cierto modo el conocimiento es la asimilación plena de la información para el provecho del hombre y la naturaleza; pues no siempre debemos colocar al hombre y la mujer primeros que todo, no hay razón para pensar siempre que los seres humanos seamos necesariamente más importantes que los pájaros, los gatos, los ríos o los árboles.

A veces me siento frente a mis viejas bibliotecas y las observo como si fueran objetos de museo: ahí están los libros que adquirí desde los años 70, y a medida que las bibliotecas se han ido renovando, década a década, hasta llegar al siglo XXI, veo cómo los libros de hoy se han ido convirtiendo en objetos lujosos, de un colorido y vistosidad que se imponen a los mensajes de la palabra escrita. Los libros ahora deben impresionar por su diseño externo más que por su contenido, para poder competir en el canon económico del marketing, en esos sitios donde se venden libros tan “bonitos” que no parecen libros, sino objetos artísticos o esculturas, independientes de su contenido.

Los libros también pueden ser objetos físicos donde se colocan tarjetas, facturas, pasajes de bus o avión, billetes, pétalos, cartas, son suertes de confidentes de nuestra identidad; permanecen en nuestros dormitorios o salas, autos o cocina; pasan de mano en mano y luego regresan a nosotros, pudiendo percibir luego en ellos una suerte de historia secreta. Al releerlos, algo se despierta en nosotros; como si leyéramos en nosotros mismos algo nuevo en cada ocasión, como si las tramas, historias, personajes, diálogos, escenarios o ideas volvieran a anidar en nosotros con una fuerza diferente. Los percibo con el tacto de mis dedos, sopeso el tamaño y forma de sus caracteres y hasta el olor de cada papel estando en el estudio, la cama o la hamaca (el libro es imbatible en la hamaca, recuerdo que dijo una vez Umberto Eco); disfruto de las primeras ediciones, de la delicadeza o devoción puestas en los ejemplares antiguos, cuando el libro impreso con tapa repujada en cuero no tenía rival como depositario del pensamiento.

A los libros que adquirí siendo joven de veinte años les tengo un afecto especial; a ellos hice construir una biblioteca con un viejo carpintero de San Felipe, que me la hizo de una madera noble y resistente. Otros se encuentran en una pequeña y antigua biblioteca que me donó mi padre. Así mis libros han ido rodeándome a lo largo del tiempo de mi vida como referencias indelebles de mis aventuras intelectuales o imaginarias; he regalado muchos y recibido otros tantos; me han seguido a todas las casas y departamentos donde he habitado: los tomo al azar o por curiosidad, y siempre me revelan algo nuevo. Quizá desaparezcan un día, no lo sé, pienso que nunca lo harán del todo. Por lo menos me aseguraré de que los míos estén allí.

Lo cierto es que he logrado verme en ellos como si fuesen espejos de mi conciencia, o viejos amigos que aparecen ante mí de repente para saludarme con calidez, cada uno de ellos entrañando un universo diferente que desea hablarme a toda costa.