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Atrapada Sabe que se encuentra en la calle en la que ha vivido siempre, y sin embargo, no consigue dar con su casa. Busca en cada balcón el suyo, y a medida que recorre la acera, se encuentra más perdida. Las paredes se estrechan a su paso y aunque hay gente alrededor, no ve sus caras. Ha rodeado varias veces el bloque en el que juraría que está su piso, pero no se atreve a entrar porque no le resulta conocido. El corazón se le saldrá del pecho si no sube el escalón de ese portal, flexiona la rodilla y pone un pie en la entrada; nada ocurre, avanza y se detiene en el zaguán. Mira arriba. Sus ojos ascienden por las escaleras y su cuerpo experimenta la urgencia de subir tras ellos. Teme lo que podrá encontrar e intenta girar y huir de nuevo a la calle, pero ha llegado al primer piso, y de las dos puertas, la de la derecha, reclama ser abierta. Extiende la mano para empujarla, pero se detiene antes de llegar para decidir qué hacer. Si abre puede esperarla cualquier cosa al otro lado, y si regresa a la calle, se encontrará de nuevo desorientada y sola entre personas sin rostro. En plena duda, traspasa la puerta sin antes abrirla, y encuentra un salón iluminado y sencillo. Superado el temor irracional levemente, se atreve a recorrer la estancia curioseando entre los muebles; hasta que al llegar frente a un sofá grande, se detiene intranquila. Aunque lo intenta, no puede separar los ojos de él, y justo al darle la espalda para marcharse, y antes de que consiguiera dar dos pasos, sale de detrás del sillón a toda carrera un hombre delgado vestido de negro que, superando el obstáculo del sofá del que había escapado, se prepara con disposición felina para atraparla. Ella vuela hacia la puerta y baja perseguida los escalones. Al llegar a la entrada, teme ser alcanzada y mira atrás esperando encontrar a su verdugo dispuesto a devorarla; mas su presentimiento de muerte no es satisfecho. Al salir del portal, un coche fúnebre azabache de lujo, aguarda la llegada del último pasajero y mantiene la puerta trasera izquierda entreabierta. Ella da un respingo asustada cuando la forma oscura saltó al último peldaño, e impulsada por el pánico corre a refugiarse en el coche de muertos alrededor del cual la calle vuelve a estrecharse de nuevo. Sentada entre un grupo de personas de luto, desaparece la puerta por la que había entrado y el coche se pone en marcha. Haciéndose espacio entre los siniestros pasajeros, ella gira para mirar por la ventana posterior y ver cómo queda en el portal del edificio el oscuro perseguidor contemplando desolado alejarse el coche con ella dentro por la calle estrecha.
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