El rictus de la máscara
Edith Checa
Uno solo
Escucho a Mahler y siento,
como tú,
que todos los instrumentos de la orquesta
son
uno
solo.
Ser uno solo
y al mismo tiempo independientes
es un acto de amor.
Mahler, Albinoni, Bach...
crean un acto de amor:
convertir la orquesta por unos minutos
en un solo instrumento
en una sola persona,
como nosotros,
crearse y fundirse
en una sola voz
en un solo violín
en una sola respiración
y en un solo pensamiento.
Al concluir,
con la transferencia de tanto amor,
ser más que nunca
uno mismo.
Al otro lado del arco iris
Hoy he visto el arco iris.
Cabalgaba hierático sobre una nube de azúcar
al borde mismo de las montañas.
Quieto, reposado y meloso,
como si la mañana, tan hermosa, pudiera escapar
por un leve movimiento.
He recordado viejas historias
con las que soñaba.
Tiempos de correteo
por los enormes lazos de colores:
cuerdas del arpa creada
con limaduras de lluvia y ráfagas de sol
Y las viejas historias han pasado
como un relámpago por mi retina
y han dejado una leve estela,
una mínima punzada, de melancolía.
Hoy he visto el arco iris
y me ha parecido distinto:
majestuoso, brillante;
perfilados los colores,
intensos y vehementes.
He seguido la curva del arco
hasta descender por fin en el otro lado.
Y allí estabas.
Como la bruma
El sueño baila en mis párpados
como tul sobre una ola de brisa
con el vals de la Barcarolle.
El arpa que acaricia mis párpados
me balancea entre el preludio y la rabia,
entre la melodía y el silencio gélido,
entre la soledad
y la soledad.
Suena un violín
azul, gris, negro,
como el aire,
como la bruma
mis pensamientos.
Cabriolas de arpegios y melancolía.
Violín herido.
Herida.
Herida el arpa.
Herida.
Violín de alabastro y mariposas negras
en la pautada página de una vida.
El sueño me vence con el vals de la Barcarolle,
y una góndola silente entre los vericuetos
húmedos de Venecia
admira desconchones y el moho que corroe su piel,
histórica leyenda verde y gris.
Y soy casa, y góndola, y agua, y arpa,
y violín:
azul, gris, negro
como el aire,
como la bruma
mis pensamientos.
Voz de árbol
Me lees versos al oído
con tu voz de árbol.
Versos que son hojas
caídas una a una
por el frío viento
del último otoño.
En ti mis versos juegan como pájaros
que se alejan venturosos del nido.
Pájaros que vuelan entre tus ramas
de álamo,
y crecen, y maduran en el revoloteo
de tu garganta.
Llegan a mí, como nuevos hijos
henchidos de vida:
impetuosos, sonoros, ágiles,
pasionales.
Los creía muertos.
Tu voz de árbol
penetra por los agotados ventrículos
de mi vieja corteza.
Y tu voz y mis versos
han tejido otro poema.
Rictus
Recostado en esta hierba mullida y fresca
en que se convierten mis sábanas,
en esta nube algodonosa
redonda y cálida,
tu cuerpo es ascua,
y, en breve, rescoldo,
y, con el paso ligero de un cometa, ceniza tibia.
Ahora creo que duermes,
pero no, me miras.
De soslayo diviso la estela en el mar
que deja tu sonrisa de buque abatido,
es un centelleo fugaz de faro efímero,
un rictus aprendido de amabilidad
que se desvanece en el dibujo perpetuo
de tu boca de máscara griega.
Parece que duermes.
Respiro a tu ritmo,
y cierro mis párpados imitando tu ficticio sueño,
y con mis labios apenas prendidos de los tuyos
hago una promesa tan sorprendente como inútil:
no amarte nunca.