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Cementerios

Ramiro Sanchiz

Una ciudad, cuando alcanza cierto volumen de población, necesita un cementerio. Parece ser una ley de la naturaleza, relacionada con los conceptos de equilibrio, simetría y proporcionalidad; el caso es que, como explicó cierto anciano filósofo neo-neoplatónico, los cementerios actúan a modo de contrapeso. Se sabe que un pueblo mínimo necesita no más que un gran pozo donde tirar a los difuntos; una ciudad importante, en cambio, requiere prácticamente una urbanización de idéntico tamaño para asegurar la correcta relación entre sus vivos y sus muertos (la estrategia es, generalmente, convertir esta gran Necrópolis ideal en cinco o seis cementerios dispersos entre barrios estratégicamente escogidos).

Como ocurre con todas las leyes concebidas por el hombre, en este caso se han dado fuertes radicalizaciones de la simetría, sobretodo en Geografías cercanas al Sueño o a los Accrosseas, según cuenta Arthur VanRockwood en la sección octava de su What is to be known by thee from here, or the book sculpted on a cave found in the third reign of the accrosseas (Dublin, Porterbloom & Sons, 1746), donde es comentada la suerte de una inmensa ciudad que carece del más mínimo cementerio. Existe para este caso una explicación mítica, una analogía poética que seguramente encubre algún hecho histórico, olvidado u oculto, afirmando que la carencia de necrópolis en la ciudad se debe a la decisión de La Muerte de abandonarla, por siempre, a causa de la caída de una hoja sobre la cabeza de un niño que soñaba con correr alegremente, junto a un amigo, alrededor de las lapidas de un cementerio siendo perseguidos por el viento, hecho en apariencia banal que en la verdadera naturaleza de las cosas se revelaba como un suceso extremadamente trascendente; lo "cierto", lo "observable", el "estado de cosas" es que, desde cierto momento imposible de datar, en la ciudad que nos ocupa absolutamente nadie ha muerto (indudablemente podemos teorizar acerca de una posible relación de la muerte y el sueño con esta ciudad; se ha intentado explicar de este modo el sueño del niño, pero ninguna conjetura ha sido, hasta la fecha, satisfactoria, según consta VanRockwood)

Se cuenta que los ancianos, en lugar de perecer, comenzaron a echar raíces, logrando anclarse en cualquier parte, en sus habitaciones, en los pasillos o incluso en las calles, imposibilitando así la circulación necesaria de vehículos. Los ciudadanos, desesperados y asustados ante estos acontecimientos (la masa de ancianos convertidos en fantasmagóricos seres parecidos a árboles vestidos crecía como un cáncer, y algunos de ellos alcanzaban el don terrible de ver más allá de las apariencias), intentaron construir por su cuenta un cementerio aprovechando los espacios libres en la red de las cloacas, pero la muerte, que, según la leyenda comentada por VanRockwood estaba enemistada con la ciudad, utilizó todas sus fuerzas para impedirlo, logrando el éxito. La población pronto fue paralizada: los habitantes que aún no se habían enraizado vivían a la sombra de sus ancianos, dando a luz hijos que permanecían en las cercanías, imposibilitados de avanzar entre los cuerpos que se recostaban unos sobre otros formando una intrincada montaña de carne. Al poco tiempo nadie nacería con piernas, y todos los habitantes, viejos o jóvenes, empezaron a fusionarse en una masa única compuesta por sus cuerpos adheridos los unos a los otros —aun así eran todavía diferenciables— gracias a sustancias verdes que nuevas glándulas aparecidas de la noche a la mañana comenzaban a segregar. Hasta la fecha en que VanRockwood escribió sus notas nadie había muerto; cuando hay hambre, leemos en el What is to be known, se devoran con alegría y sentimiento de estar cumpliendo adecuadamente un rito sagrado, pero ocurre que la persona masticada y deglutida continúa viviendo en el interior del que la ha ingerido para emerger cuando se produce la defecación. Parece que toda la ciudad está convirtiéndose en una gran montaña de excrementos pensantes que se comunican modulando su olor, y ha surgido la profecía de que, en algún momento, el mundo, es decir la ciudad, es decir la materia fecal, será destruida por el Gran Escarabajo, que los llevara al paraíso conocido como El Gran Pañal o, para otras religiones, el Reino de Cristo (una herejía habla de papel higiénico limpiando el ano de Dios, pero ha sido, aparentemente, erradicada). También ha surgido el mito de que la ciudad fue creada por un gran pájaro que había devorado el universo anterior, para defecarlo en forma de una inmensa gota marrón que se estrelló sobre el desierto dando origen a todo lo existente.

Como parece ser que el "Cosmos" es simétrico, o al menos así lo queremos creer, hay detallados informes acerca de un cementerio inmensamente poblado que carece de ciudad... es decir, del reverso exacto del caso anterior. Según cuenta VanRockwood (capítulo cuarto, sección ocho, libro primero), los muertos que habitan esta Necrópolis inmensa, preocupados por su imposibilidad de influir directamente sobre la materia, han creado un universo mental gracias al conocido proceso de la fusión de conciencias en un Sueño compartido, para lograr así moldear y mantener su Cementerio. Al parecer, todos los muertos de esta región viven en una especie de ensoñación en la que se pasean por las avenidas de su necrópolis, conversando sobre Platón, Nietzsche y Pitágoras en charlas interminables que a veces se manifiestan en el mundo de los vivos. En contadas ocasiones (algunas de ellas relacionadas, se dice, con la reiteración de ciertos ritos funerarios entre los vivientes) un muerto despierta y recorre las avenidas del cementerio real en el que todos se encuentran, contemplando entristecido la destrucción de las estatuas y la decadencia de todas las formas, lamentándose a grandes voces (esto daría origen, parece, a muchos mitos de apariciones) que son la imagen viva de su tristeza y se manifiestan en el aire, bajo la forma de un tipo particular de viento que ha sido descrito por Arthur VanRockwood en el famoso poema que comienza "Whispering the walking wind / and housed by the dead". Cuando el muerto concilia el sueño y regresa a la ensoñación, sus pensamientos adquieren materia y forma propias, para devenir con el tiempo en mitos, leyendas y conceptos filosóficos. De hecho es así como surgió la noción de entropía, traída luego por los vientos hasta nuestros parajes, que, influidos por su cercanía a nosotros, seres racionales, son bastante racionalizantes, disfrazándola de termodinámica.

Los muertos, por supuesto, están incapacitados para la reproducción, aunque no para la cópula, que presenta el inconveniente de producirles insomnio y la consecuente contemplación de la decadencia entrópica del cementerio real. Cuando la población siente la necesidad de nuevos nacimientos, todos se ponen de acuerdo y sueñan una generación nueva y distinta, que pasa a habitar su propia ensoñación, separándose así de sus progenitores. Eventualmente, esta generación sueña otra tras ver por sí misma que la reproducción es extremadamente necesaria; la ensoñación del cementerio se prolonga de este modo en innumerables capas, generaciones sucesivas alejándose rápidamente de la necrópolis real, sin saber a dónde tienden. Algunos dicen que hay, en el límite de la sucesión de ensueños, de muerte y sueño, de muertos y sueños, una enorme ciudad que no tiene cementerio, pero seguramente se trata tan sólo de habladurías. Quizás la progresión de generaciones soñadas termine por morderse la cola, y cierta generación nazca a nuestro mundo para luego soñar, pasado el tiempo necesario, una generación que será a su modo (si hace sentido tal afirmación) la primera del ensueño...

Afirma VanRockwood (en el libro citado y también en Viajes a Elea y Mileto) que probablemente este ciclo terrible de ensoñaciones ha venido ocurriendo desde siempre, y así cada generación ocupa el lugar de innumerables generaciones que han venido soñando y siendo soñadas, creyéndose únicas en su situación entre la que la soñó y la que habrán de soñar. Si esto fuese cierto, entonces nuestro mundo seria el sueño de alguna de estas generaciones, hermosa concepción que, por supuesto, aún tendrá que esperar mucho tiempo, muerte y sueño antes que decidamos si acaso la podemos probar.

En general se acepta que la regla de la proporcionalidad se cumple, y que no hay ciudad sin su cementerio proporcional; así, la imagen muy probable de alguien que esté, en alguna parte, interesado en el mantenimiento de cierta ecuación entre los vivos y muertos ha dado mucho que pensar en todas partes y en todas las épocas y generaciones; algunos, del modo más absurdo, derivaron de esta noción consecuencias incluso éticas o físicas, cuando quizás, como cualquier concepción humana, sólo tenga relación con el campo de la estética. Se cuenta que en la ciudad-cementerio, y también en la ciudad-excremento dominio exclusivo de los vivos, han logrado concluir que esta regla de la proporcionalidad no es otra cosa que la expresión o adaptación a términos humanos de otra ley desconocida y probablemente incognoscible, en una suerte de modelización del mundo real ofreciendo descripciones, modelos o bellas alegorías, todos ellos rigurosamente falsos pero equivalentes al verdadero estado de cosas, siguiendo el conocido principio de la analogía vedada (esto no es cierto, pero hay algo, muy parecido, que sí lo es), que parece ser la única manera posible de comprender el mundo, como ha manifestado un muerto que despertó cinco veces consecutivas mudándose de generación en generación, como ha afirmado también quien fue uno de los primeros ancianos en enraizarse, arrastrado ahora fuera de la ciudad por un pájaro que creyó adecuado construir su nido con excrementos de un olor tan ominoso.


       

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