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¿Y si todo saliera mal?

Oscar Arévalo

Ella se colocó el tubo en la boca, los ojos entreabiertos, medio cerrados, medio perdidos. Esperó. Él cogió el encendedor y acercó el fuego al compartimiento donde estaba la hierba chamuscada. Ésta se encendió por un momento con un brillo naranja que pronto desapareció. El humo se elevó dentro del tubo. Ella aspiró varias veces, tratando de atrapar el humo espeso de la marihuana entre sus labios. Él la vio beber de aquella niebla que se propagaba dentro de la pipa. La miró. Pero ella no levantó los ojos y sólo se echó hacia atrás, recostándose aun más en el sillón. Estirando el cuerpo y abriendo los brazos, dejando escapar un ligero gemido. "I'm high, dude", dijo ella.

Él tomo el tubo de las manos de ella, se lo acercó a la boca y aspiró largamente. Por un momento la vista se le perdió entre las paredes, luego dejó la pipa encima de la mesa que había frente a él. Recordó.

Hacía frío —demasiado. Nunca habían sentido tanto frío en Lima. Eso se lo dijo ella. Pero él no pensaba en el frío. No. Había más cosas en qué pensar, había tanto qué pensar. Y tanto por hacer.

No, ¿por qué pensar en el frío?, ¿por qué pensar en Lima? Ya no tenía caso pensar en Lima, en esa ciudad que ahora estaba a miles de kilómetros —detrás de otras distancias más grandes aun. Ahora era Birmingham. Sólo Birmingham y nada más —lo que había por delante, todo lo que habría que pensar sería en tiempo futuro, o mejor aun, en presente. Pero ya no más pensar ni hablar en tiempo pasado; el pasado era Lima, ayer fue Lima, ayer fue aeropuerto y despedida, ayer fue llorar con los amigos y la familia, ayer fue cruzar la escotilla del avión, sin decir nada, pero con un pensamiento —Birmingham, el sur de Estados Unidos, el norte de Lima. No, sin decir nada, pues todo recién estaría por decirse. El futuro.

Pero hacia frío y ella temblaba; en la puerta del aeropuerto, en los pocos metros que tuvieron que caminar hasta el auto.

Afuera estaba Alex, esperándolos. Él era amigo de ellos —desde Lima— y ya había vivido en la ciudad por algún tiempo.

"Esto no es frío, mujer", había dicho Alex, "espérate unas semanas y vas a ver lo que es de verdad el mal tiempo".

Llegaron antes del invierno —noviembre.

Volvió a inhalar del tubo. "Noviembre", pensó. Y ahora era octubre. Por un momento estuvo al borde de sorprenderse por cómo había cambiado su vida en once meses, pero no lo hizo. "¿Para qué?". Volvió a inhalar.

El departamento. Nunca habían vivido solos antes, ni tampoco nunca antes habían vivido juntos. Algunas veces unos días fuera de la ciudad, pero eso había sido todo. Y juntos habían decidido todo esto. Habían tomado la decisión una noche en el carro de él, frente a la playa. Decidieron irse a Estados Unidos, juntos, pasar por encima de todos los peros y los números, dejar de hundirse en círculos en esa Lima que parecía exigirles más de lo que estaba dispuesta a darles. Alex los ayudaría —así lo había dicho, veinte, treinta veces. "Podríamos vivir juntos por un tiempo", había dicho él. ¿Por qué no? Al final todo siempre se resumía en esa pregunta, "¿por qué no?", se miraban y se lo preguntaban, una y otra vez. Se lanzaban respuestas, excusas, pretextos, buenas y malas razones, pero nuevamente volvían a mirarse a los ojos. "¿Por qué no?". Y al final fue sólo eso, darse cuenta de que si nadie los detenía o de que si todo estaba en contra suya, daba exactamente lo mismo. No importaba lo que hicieran, no importaba dónde estuvieran. Pensaron que de cualquier manera la vida seguiría su curso, y si el sol y la luna en Lima, entonces también sería el sol y la luna en Birmingham, o en París o en Beirut o en Karachi. Pero en Birmingham estaba Alex. Entonces hicieron el amor.

"I need some more", le dijo ella dejándose caer sobre las piernas de él. Ella se reía con una risa tonta. Él pasó una mano sobre su cabello, la bajó por el cuello y después por sus senos; pero luego la retiró.

"I think you've had enough already".

"Oh, pleeease", dijo ella, alargando el sonido de la i. Él le acercó el tubo y lo volvió a encender. El humo ascendió rápidamente hasta los labios de ella. Entonces se quedó mirándolo y se acercó hacia él. Se besaron.

Era rubia, debía de tener diecisiete o dieciocho, aunque parecía mayor. Tal vez por eso estaba afuera del club tratando de escabullirse entre el tumulto y pasar sin ser vista por los guardias para que no le pidieran alguna identificación. Pero ella ya estaba ebria cuando le empezó a hablar. Él se dirigía al departamento de David y por alguna razón —que hasta hora no alcanzaba a comprender— ella se le había acercado preguntándole en voz baja si podría conseguirle algo de marihuana, "Can you get me some weed, dude?". Pensó que lo mejor sería seguir caminando y no hacerle caso, pero aun así se detuvo y la miró bien. Vio sus ojos celestes, el cabello rubio, el dibujo de sus senos bajo el vestido. Pudo haber pensado que debería haber tomado otra ruta para ir al departamento de David, pero en su lugar pensó en cómo llegar donde Richard. Richard conseguiría weed para ella. "¿Por qué no?", pensó.

Ahora los tres vivían juntos. Ambos habían conseguido trabajo en un restaurante y por las tardes iban a las clases de inglés que ofrecía una iglesia cercana. Alex se mantenía ocupado entre la universidad y su trabajo. Todo empezaba a engranar lentamente en la maquinaria: ella y él iban adoptando sus posiciones de fichas del sistema. Lo que alguna vez había sido algo restringido al dominio de la esperanza empezaba ahora a volcarse a la realidad. Cómo siquiera atreverse a soñar que en Lima, trabajando de meseros, podrían pagar un departamento como el que tenían e incluso empezar a ahorrar para comprar un auto. Todo era diferente ahora y sentían —cada vez que sus miradas se cruzaban de casualidad al despertarse juntos cada mañana— que habían hecho lo correcto. Pronto, en algunos meses más, podrían incluso pensar en su propio departamento y ahora sí —finalmente— vivir juntos y solos. En ese momento sabrían que habrían llegado así al final del viaje. Ya no sería más la odisea, ya no sería más la aventura hacia una ciudad extraña; finalmente sería el nuevo hogar.

Richard salió de su habitación y luego se fue, "I'll be back soon, guys. Don't open to anyone, ok? Y'all have fun".

La oscuridad. En el pasillo, en la habitación de Richard: oscuridad, eso era todo lo que había ahí. Por dentro y por fuera, entre los ojos. Ella se pegaba invisible contra él, lo besaba, él sentía las manos de ella metiéndose bajo su camisa. Tropezando con algunas sillas y cajas en el suelo —y en la oscuridad— llegaron a la habitación de Richard. La silueta de la cama se distinguía entre el vacío de objetos.

No se preocuparon cuando a ella la despidieron del restaurante —ya encontraría otro lugar pronto, le dijeron entre Alex y él. Tampoco se preocuparon demasiado cuando a él le dio una infección y tuvieron que pagar una suma considerable puesto que ninguno tenía seguro médico —el auto podría esperar un poco más, pensaron. Ni siquiera el lento progreso con el inglés les quitaba esa sensación de que habían hecho lo correcto. Al menos eso decían.

Sí, pensaban que habían hecho lo correcto. Siempre cualquier cosa sería mejor que Lima —"¡Esa Lima de mierda!", se burlaba él. Pero, entonces, ¿qué eran esos silencios repentinos que empezaron a brotar de a poco?, ¿por qué aquellas miradas que siempre acababan por desviarse cuando él las sorprendía en ella o ella en él —y que solían disfrazar rápidamente con una sonrisa, un beso en los labios y un "Te quiero"—? Entonces, ¿que era todo eso? Pues todo eso, antes que nada, era silencio —uno de esos silencios acribillados de palabras, de otras palabras distintas a las que se deberían decir.

Ella se recostó. Estaba oscuro pero él sabía que ella lo estaba mirando; sentía sus ojos claros llamándolo, entrando en él. Sí, él lo sentía, no podía ver —no interesaba ver—, pero esos ojos que él sabía en la oscuridad eran como manos atrayéndolos hacia ese cuerpo que yacía en la cama. Y también él podría haber sentido —o dicho— que unas manos invisibles lo empujaban desde atrás. Sentíase empujado hacia ella —no sólo atraído, sino también impulsado. ¿Quién lo empujaba? Pero no pensaba en eso, no quería pensar en eso. Ya no había pensamientos en su mente, tan sólo imágenes, algunos recuerdos, unos ojos en la oscuridad, el frío afuera del aeropuerto, una noche frente al mar. Imágenes, mezcla de nieblas. Se dejó jugar por los vientos, y cayó sobre ella. Vio sus ojos finalmente, claros, hermosos —vacíos, vidriosos. Ella lo mordió en el cuello. Pero él no sintió el dolor, sino solamente el cuerpo de ella presionando distintamente sobre el suyo. Algo tibio y suave. Más imágenes, más recuerdos mezclados. Pensó también en ella —la otra. Pensó, o más bien, vio, sus rasgos dibujándose finamente en la oscuridad. En esa oscuridad de ojos cerrados, de mente clausurada. Aun ahí ella se reconstruía frente a él. Pero también —aunque esto fue un segundo después— volvió a esa misma tarde, a aquel cruce de miradas entre ambos, ahí cuando no se dijeron nada y sólo se dieron media vuelta y él se fue solo porque sintieron que alguien tenía que irse. Ese momento en que pareciera que ambos hubieran coincidido en idénticos pensamientos, en idénticos reproches, en las mismas sombras de arrepentimientos. Un instante en que hubieran podido sacar al aire todo lo que llevaban por dentro y que ninguno había dicho, pero que en su lugar decidieron callar una vez más. Volvió a sumergirse en ese momento, en esa confusión en la que no había querido pensar por varias horas. En aquella otra mezcla de ideas, pensamientos y sensaciones —en el cruce de miradas previo a la caminata, previo a la idea de ir donde David sólo por no saber dónde más ir, previo a esa rubia que se le acercó frente al club hacía sólo un par de horas, previo a Richard y a toda su hierba de mierda que lo habían ayudado tan mal a no pensar. Todo eso —la mezcla otra vez, la confusión. Y ahora aquella mujer, cuya piel seguía a escasos milímetros de hilo o algún otro material sintético. Pensó —sí, pensó. Pensó en cómo ella sería también otro artificio más para no pensar, para actuar por actuar. Ahí, en ese momento, en ese ahora que no se constituía de un futuro ni de un pasado, ni de esperanzas ni de posibilidades en ciudades lejanas. Ahí, en ese ahora que no importaba en lo más mínimo, en ese ahora que no admitía arrepentimientos ni reproches ni resentimientos no dichos. Una mujer, que en realidad no iba más allá de un pedazo de carne, que bien podría ser tan sólo una visión debida a la marihuana; una mujer que estaba frente a él, y se movía y lo acariciaba y que en esa fracción de segundo en que duraba todo esto —esa fracción de segundo en que se deciden nuestras vidas— esperaba a que él siguiera actuando en la oscuridad. Confusión, amargura, un auto frente al mar.

El letrero que decía "Fasten your seat belts" se encendió. Se miraron.

—¿Y si todo saliera mal? —le preguntó ella.

—No pienses así, amor, mejor duerme. Es un viaje largo —le dijo él.

    11 de abril de 1998


       

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