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Cuando tengamos sesenta y cuatro

Omar Fuentes Martínez

Salmón Tostao entró nervioso al ascensor y peleó, como pudo, un espacio entre las sardinas humanas que lo ocupaban. Bajo el brazo llevaba el nuevo LP de Los Beatles, Lonely Hearts Club Band, y temía que en el apretujamiento le fueran a desgraciar semejante joya. Sus resoplidos hicieron volverse molesto al espécimen que le tocó delante. Éste tenía el ceño corrugado y la misma catadura del tío Lucas de Los locos Addams. Sin dejar de asaetearlo con la mirada, se desplazó hacia la izquierda para evitar que su cogote desguarnecido siguiera siendo blanco de los resuellos de mula de su inesperado vecino.

El cajón metálico, colmado de batas de médico y angustias mal disimuladas, reinició su tantálica rutina. La ascensorista era una catira que no estaba nada mal. Sentada sobre una alta silla, Salmón pudo vacilarse sus muslos por un instante cuando el ascensor se detuvo en el primer piso. El tío Lucas se movió para alcanzar la salida y le dejó libre el panorama. "¡Qué tremendos bates para alguien que se la pasa todo el día escondido en un bicho como éste!", pensó. "Debería ir a exhibirlas todos los días en Sabana Grande". De pronto le vino la imagen de Marilyn parada sobre el respiradero del metro. ¡Qué desperdicio! Ahora aquel festín de voluptuosidad no era más que un amasijo de recuerdos y misterio atrapado en una luctuosa caja de madera.

Empezó a sentirse disminuido y la respiración se le hizo dificultosa. Experimentó la necesidad urgente de estirar los brazos pero, obviamente, no pudo hacerlo. Cuando el ascensor volvió a abrirse en el segundo nivel, tuvo el impulso de salir disparado. Se contuvo y sólo él sabe cuánto esfuerzo le costó. Tenía que llegar lo más pronto posible al noveno. Allí de seguro lo estaría esperando su pana Alfredo. Le debía una disculpa por haber dudado lo del asunto de Lennon en el aeropuerto... "Es cierto que la letra en inglés no es una traducción literal del original, pero la similitud en la mayoría de los versos es innegable. Además, el leitmotiv es exactamente el mismo: sesenta y cuatro años".

Un par de meses más y ambos serían mayores de edad, lo que de alguna manera supondría un vuelco en sus vidas. "Cuando se cumplen los dieciocho, las pavas lo consideran a uno de manera diferente, o sea, con otra intención. Se puede entrar tranquilo y sin nervios a ver las películas censura C en los cines decentes. En las discotecas te venden cerveza sin ningún rollo. Ya no tienes que andar jalándole a los pures para que te dejen llegar tarde a tu gajo... ¿Te acuerdas de la vez en que nos echamos tremenda pea en Macuto con el par de gringas? Después no nos dejaron entrar al Sheraton a rematar la faena. No quedó más remedio que hacerlo a la orilla de la playa con ese tremendo zancudero. ¡Qué enchave..! ¿Y la noche en que fuimos a ver el reestreno de Lolita y llegaron los tombos pidiendo cédula? Nos rodaron en la patrulla y pasamos la noche con ese poco de malandros. El loco del Gustavo se metió solo a aquel infame remedo de baño en el retén. Hedía peor que un muladar. El muy bolsa se puso a evocar, mientras meaba, las turgencias de Sue Lyon. ¡Qué bolas tiene! De vaina no lo violaron aquel albino mofletudo que se parecía a Gasparín y el gigantón al que le decían Ratón Miguelito. Lo agarraron con las manos en la masa y le dijeron que si él quería ellos lo podían a ayudar a desahogarse. Imagínate: ¿con qué cara se presenta uno a revelarle a este mundo de creyentes que Gasparín y el primogénito de Walt Disney son un par de sádicos? Gracias a Dios los tombos llegaron justo a tiempo. Lo salvó la campana... Y todo ese vainero por no tener dieciocho años. ¡Qué increíble, mi broder!".

Las puertas volvieron a abrirse y entró una enfermera con cara de yonofuí. Salmón la miró y ésta le devolvió una sonrisa. Ya se habían visto antes, aunque jamás habían intercambiado palabra alguna. Era posible que mucha gente de la clínica lo conociera de vista. Hacía más de un mes que venía a diario. A eso de las dos y media llegaba y se iba un poco después de las seis. Además, hablando con objetividad, Salmón no hubiera podido trabajar como agente secreto. Era imposible que pasara inadvertido. Para empezar, lo delataban esos pantalones tubito que nunca nadie supo cómo se los metía. Le daban un aspecto de zancudo recién almorzado. Luego, aquel festival de arabescos, lunares y rayas de preso en la pinta. Salmón debe haber sido el primero en atreverse a salir a la calle vestido como el hijo de Jimi Hendrix. Encima, por si alguna duda quedaba de que los sesentas ya habían arrebatado, aquella pelambre hirsuta. Un nido de avestruz después de una ventolera se hubiera quedado pendejo... En fin, que aquél que no lo recordara sería porque no se lo había cruzado jamás en su camino.

El tablero marcó el número cuatro y del aparato se bajaron varios médicos. Todos primorosamente arrebujados en unas batas impecables. Parecían lavadas por el mismísimo Caballero de la Blancura de Ajax. "¡Uff, qué alivio!", susurró. "Menos blanco en esta jaula". Al menos ahora habría un poco de espacio para mover brazos y piernas. Un pelo más y le da la calambrina. No soportaba ningún tipo de encierro desde la vez en que se refugió en el baño para que su viejo no lo fuñera. El pure acababa de recibir un citatorio de la dirección del liceo en el que le informaban que su hijo estaba cojeando en los estudios. No era muy comprensivo en este aspecto así que montó en arrechera pura. Salmón, a la vista de aquel entrecejo contraído como un acordeón, salió disparado a refugiarse en el baño. Le pasó el seguro a la puerta y después el piazo e’ bicho se quedó atascado. Tuvieron que llamar a un cerrajero y estuvo preso por más de tres horas en aquel espacio tan pequeño y alienante. Todo allí era blanco. Las baldosas, el lavamanos, la poceta, el bidé, la papelera, las cortinas que protegían de la regadera, el papel toillette, la lamparita que pendía del techo, los paños para secarse, el plafón y hasta el piso y el jabón Camay, que su mamá siempre prefirió porque era el jabón de las estrellas. Todo blanco. Todo, menos los papeles untados con el amigable marrón del pupú familiar. Derramó, entonces, todo el contenido de la papelera. A esa nada popular mezcla colórica se aferró con esperanza y agradecimiento el resto del tiempo que estuvo encerrado. Nunca le había gustado el marrón, es verdad, pero entonces le pareció un matiz maravilloso. ¡Era injusto que los grandes pintores y diseñadores de alta costura lo desdeñaran! En cambio, el blanco era subrepticiamente sádico. Tanto así, que era la base excluyente del decorado de las cámaras de tortura de la policía política de Italia y de la Alemania Federal. Allí pasarían largas temporadas algunos de los miembros de las célebres Brigadas Rojas y de la furibunda Baader Meinhoff. Se llegó a decir que sus miembros más aplomados, después de varios días de reclusión, gritaban pidiendo cacao para que los sacaran de allí. Salmón superó la prueba con dignidad militar pero quedó marcado para siempre: en lo sucesivo su color favorito sería el marrón. (Éste, por cierto, no le sentaba, dada la pigmentación de su piel. Una sombra proyectada sobre la oscuridad, o algo parecido). A veces llevaba blusas, pantalones y zapatos en las tonalidades más sombrías del marrón. Cierta vez, cuando él y Alfredo estudiaban el tercer año de bachillerato, irrumpió al salón de clases más marrón que el tabaco de Fidel. Llevaba una camisa decorada con peces que parecían atunes o salmones. Un mamadorcito de gallo con voz de estropicio anunció su llegada desde el fondo del aula: "Ladies and gentelmen, this is... Salmón Tostao"... Claro que con el tiempo moderó un poco aquella fijación cromática e introdujo en sus perchas algunos amarillos soflamados y otros colores (aunque siempre emparentados con las gamas del pardusco y del cobre).

En el quinto piso entraron dos tipos. Un leve murmullo de las féminas a bordo previno a Salmón de que algo escapaba a su atención. Entre la sensación claustrofóbica que le producía aquel artilugio y la ansiedad de llegar adonde estaba Alfredito, había estado más ensimismado que una valla. Generalmente subía los nueve pisos usando las escaleras, pero ahora debía llegar lo menos agitado. Tenía que darle la noticia a su pana con la mayor cautela. Alfredo no estaba recuperado del todo si bien la junta médica que ventilaba su caso opinaba que había acusado una discreta mejoría en los últimos días... El más joven de los recién llegados chisteó en relación a la lentitud con la que se movía el ascensor y todos celebraron la ocurrencia con risitas de aprobación. Fue entonces cuando Salmón se dio cuenta de quiénes eran aquellos dos personajes. Eran José Fernández y su hermano Ricky Ferd, los popularísimos Friends. Eran los animadores del programa El clan del ritmo, mismos que habían catapultado carreras como las de Trini Moros y Francis, la sirenita que canta y baila. Salmón palmoteó suavemente el hombro al mayor de los Friends. "Seguro que ya escucharon esta maravilla", les lanzó mostrando el álbum del grupo de Liverpool. "Seguro", respondió Ricky sin vacilar, "¡es una nota!". "Pues se van a quedar locos cuando se enteren de algo relacionado con este disco. Es una cosa que tiene que ver con un artista que todavía no es conocido pero que muy pronto lo va a ser". Las palabras sonaron como una promoción leída por un locutor de radionovelas. Se notaba a leguas la parcialidad. A pesar de ello, José Fernández extrajo una tarjeta del bolsillo de su camisa y la extendió decididamente. "Llámanos a Ricky o a mí, mañana por la mañana", dijo y salió seguido de su hermano pues ya habían llegado al sexto piso.

Alfredito no lo iba a creer. ¡Los propios Friends! ¡Tremenda bronca si todo este asunto se hacía del conocimiento público! "¡Y pensar que me cansé de hacerle mofas..! Pero, ¿cómo iba yo a saber que era cierto? Se trataba de una situación arrastrada por los pelos a más no poder. Si bien es cierto que John Lennon pasó por el aeropuerto de Maiquetía hace algunos meses, también lo es el que sólo lo hizo en una breve escala. Apenas si le daría tiempo para mear un piche chorrito en el baño donde dicen que se metió. Nadie sabía que pasaría por allí. Ni siquiera los periodistas más mosca. Además, ¿qué carajos estaba haciendo Alfredito allí, precisamente ese día, o mejor dicho, esa noche? Según él, sus viejos fueron a despedir a unos amigos recién casados que se iban de luna de miel, lo que no tiene, por supuesto, mucho de extraordinario. Pero sí que lo tiene el que él estuviera acompañándolos. Por lo demás, ¿qué hacía el broder con sus versos y partituras encima, cuando esos bichos no salen nunca del escritorio de su cuarto? El año pasado, en el bonche de mi cumpleaños, le pedí que se trajera unos poemitas suyos para leérselos a una jevita que me estaba parando de frente. El tipo me dio corte violento de patas. Me dijo que no era un motivo suficientemente altruista. ¡Qué bolas tiene! No hay un motivo más altruista que una tremenda jeva. Si no, pregúntenle a Ladislao Platnik o a Reinaldito Carrera, que sí saben lo importante que es levantarse un hembrón".

El ascensor tuvo una turbulencia y por un momento Salmón pensó que se iban a quedar trancados. Atrapados y sin aire. "¡Como en un ataúd colectivo, coño! ¿Por qué no subí por las escaleras? Me hubiera tardado más pero habría llegado sin novedad. Por andar de atorao, como siempre". Sin embargo, el tablero marcó el número siete y las puertas se desplegaron. "¡Gracias, Dios mío! Permíteme llegar sano y salvo donde Alfredito. Yo sé que se va alegrar burda. Prometo no volver a burlarme de lo que me diga un pana". Respiró con alivio y se atrevió a sonreír. La imagen vino clara a su mente; como si hubiese sido testigo ocular. "Ya me imagino al intelectual de los Beatles pujando en ese recinto odorífico donde unos a otros se miran la verga con disimulo. La mía es subdesarrollada, a juzgar por mis propios estudios comparativos. Siempre trato de que nadie me vea. En cambio Alfredo es un peso completo. Ése sí. Seguro que se le paró al lado a John y se puso de pantallero. Bueno, quién sabe. A lo mejor la emoción de estar al lado de uno de Los Beatles lo puso como el propio pajúo. La verdad es que cuando me lo contó no me refirió nada al respecto. Lo que sí supe de su boca es que el tipo tiene una cara de bolsa que confunde a cualquiera. Confunde, porque es el personaje más arrecho de la música desde Elvis para acá. Claro que Paul McCartney tiene lo suyo, pero McCartney es otra cosa. Debe ser intimidante estar parado al lado de un gigante de la música y, sin más, decirle que uno también es compositor y encima entregarle letra y música de una canción que uno escribió. Hay que ser bien atrinca. Yo no me hubiera atrevido".

La ascensorista descruzó los piernones desembuchando el rojo que llevaba agazapado en lo más intimo de su minifalda. Salmón respingó. Un despabilamiento le sobrevino e incluso sintió que el miedo comenzaba a disolverse. Ya estaban en el octavo. Uno más y listo. Sólo él sabía que aquello había sido un sacrificio en serio. Una especie de tortura. No tan grande como la infligida a los rebeldes de las Brigadas Rojas, pero una tortura al fin. (Una torturita que se es capaz de sufrir estoicamente por un hermano). "En todo caso, ¿cuántas veces se ha sacrificado Alfredito por mí? Más de una. Como aquella en que el grandullón de Moco Sueco la quiso emprender en mi contra. Nada más ni nada menos que uno de los jefes de la patota del Este. El más bravo, dicen. Como tal, no iba a permitir que se pusiera en duda su superioridad. Con la chaqueta empapada y las gotas chorreándole por esa barba de beduino, se bajó de la moto. Era martes de carnaval. Lo recuerdo clarito. '¿Quién coño fue el chistoso?', inquirió con voz asesina. Su mirada se paseó de izquierda a derecha buscando descubrir al culpable entre el grupito sentado sobre la verja. Todos teníamos bombitas de agua en las manos y una tremenda urgencia de ser magos para desaparecerlas. Estábamos chorreados. Nadie se hubiera atrevido a mojarlo pero el tipo dobló hacia la avenida justo en el momento en que las jevas de La Santísima Trinidad llegaban a la esquina. El Gustavo fue el que tiró el bombazo. Y, ahora que lo pienso mejor, creo que sí lo hizo adrede porque a él le gusta meterse en vainas sin ton ni son. La verdad es que no sé cuál es el turuleque, pero así es. Y lo más bravo es que nunca termina de pasarle nada. Siempre sale ileso. Como ese día cuando el troglodita de Moco Sueco se enamoró de mí. Si no es por mi panita me desguazan en el sitio. ‘¿Tú eres al que le dicen Salmón Tostao, no? Tú fuiste el que me mojó’, sentenció. No atiné a responder ni pío. Estaba como palo de gallinero. Recuerdo que el tipo me agarró por la chemi se y de repente sentí que estaba guindando sin ser piñata. Cerré los ojos para esperar el primer trancazo cuando oí la voz de Alfredo. ‘Él no fue: fui yo’, dijo valientemente. Pobre Alfredo, la cara le quedó igualita a la de Quasimodo. Sin embargo resistió la embestida como todo un campeón... de otoño. Sonny Liston después de la pelea con Cassius Clay".

Estaba intentando sonreírse de nuevo cuando se encendió la lucecita que le daba vida al número mágico. Salió presuroso, importándole bien poco las sugerencias de Carreño. Inhaló de un solo tirón todo el aire del pasillo. Miró por enésima vez, y con mayor orgullo ahora, la portada del long play donde John, Paul, George y Ringo, asisten como fantoches a su propio entierro. Freud piensa en sexos melenudos. Chaplin, en plagios. El Che, en unas movidas vacaciones en Bolivia o Angola. Lucy en el cielo con diamantes. Con una pequeña ayuda de mis amigos. Cuando tengamos sesenta y cuatro... "Sexagenarios nos vamos a cagar de la risa, Alfredo". Avanzó rápidamente por el largo corredor. La habitación de su pana era la última. "Los últimos serán los primeros. ¿Los primeros en qué?, me pregunto. A los gringos no les gusta ser los últimos. Ni siquiera ser los segundos. A los perdedores no los recuerda ni su madre. En las olimpíadas, por ejemplo, toda la admiración y los máximos honores son para los medallistas de oro. Debieron haberlo puesto en la primera habitación del pasillo. Mi pana será un plusmarquista pero a mí esta recta final me escoñeta".

De la última puerta a la derecha salió agitada una enfermera. Le pasó por un lado acelerando el paso para no darle chance de abordarla. Entonces, el corazón se le encabritó y arrancó a galopar. En un movimiento desesperado, su mano arrancó torpemente el LP de debajo de la axila. El disco de acetato se deslizó fuera de la carátula forrada en celofán. Cayó y rodó unos centímetros y comenzó a girar sobre sí mismo hasta quedarse quieto a ras del piso. Al levantarlo, comprobó que se había rayado. Desde el interior de la habitación emergió el sonido rencoroso de una súplica. Un bisbiseo, una pena derramándose.

Salmón Tostao, de regreso a su casa, imaginó multitudinarios aplausos y los agradeció en nombre de su pana. Sostuvo en alto el álbum un buen rato, cual si se tratase de un trofeo, y luego le prendió candela. John Lennon no tendría otra oportunidad de conocer poetas en baños públicos y Alfredito no sabría lo que se siente tener sesenta y cuatro.