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Tres relatos
Un poco de reojo y, en medio de dos féminas, vio su cara retratada en una revista barata: Sensacionales de las Luchas, o algo así. Sin pensarlo la compró y se puso a leerla: era él, los mismos ojos, el lunar en forma de media luna en la mejilla derecha, el mismo gesto como de meditación. Le dio mucha risa, sobre todo al ver las aventuras erótico-deportivas en que lo había metido el argumentista. No se lo contó a nadie, quizá por pena. Tiempo después, en el mismo puesto de revistas se volvió a encontrar, esta vez en fotografías, ahora en Casos de Alarma. Era él, y era el personaje central, no había duda, se podía ver como en un espejo... La historia era tan truculenta como se podía esperar y culminaba con su propio asesinato. Esta vez no le dio risa, le dio miedo, pero tampoco se lo contó a nadie. La revista relataba parte de su pasado, era desconcertante, hablaba de asuntos muy personales y que nunca había comentado con nadie. Después, el relato pormenorizado de lo que le esperaba en el futuro inmediato. Lo leyó una y otra vez sin entender ni un poco de nada. Le producía una mezcla de asombro y terror a partes iguales, pidió otra cuba. La trama era simple: Conocería a una mujer de pocos encantos aunque de aspecto muy sensual, casada y con marido celoso. Como toda buena esposa, siempre fiel y esperándolo. Hasta una noche que llegó oliendo a algo perfectamente femenino y ajeno, primero lo negó, luego se hizo el ofendido, empezó por gritarle y acabó golpeándola, no muy fuerte, es cierto, pero fue la primera vez y ella decidió que sería la última. Abandonó el hogar temerosa pero resuelta, no permitiría que se repitiera aquello, así tuviera que vivir sola, aunque salió con la esperanza de encontrar a alguien que. Se conocerían cuando él saliera de una cantina, se verían intensamente, una sonrisa, unas palabras, después la confidencia de las comunes penas, la fusión de soledades, el consuelo mutuo, y... lo que tendría que seguir forzosamente de manera natural, horizontal y satisfactoria. Las noches de placer que dos o tres veces por semana prolongaban hasta casi el amanecer en ese motel de medio pelo. Hasta que una madrugada llega el marido rompiendo la puerta, los acribilla a balazos y después se suicida. Eso era todo, se vio a sí mismo tirado sobre la cama en una posición desagradable y obscena, con los ojos semicerrados sin ver a nadie ni a nada, pidió otra cuba. Recordó la revista de las luchas, le afloró una sonrisa que desapareció muy rápido al recordar las coincidencias. Masticó un diente de ajo casi sin notarlo, se comió un taco de barbacoa y dio un largo trago a su bebida. Al terminar con la cuba, cuando los hielos chocaron con sus dientes decidió que no había nada que temer, que sólo se trataba de una gigantesca y muy curiosa coincidencia, no podía ser otra cosa. Pidió la cuenta y volteó a ver a sus vecinos, pero nadie pareció mirarlo, casi todos reían, hablaban fuerte y cada quien andaba en lo suyo, la visión lo reconfortó. Salió a la luz de la tarde, volteó a la izquierda y sus ojos se encontraron con los de una mujer un poco desaliñada, aunque de aspecto muy sensual...
Sus papás me acusan de haberla violado, pero no es cierto; no la violé. Lo que hice fue salvarle la vida... nadie parece entenderlo. Ella no dice ni si ni no, sólo me ve y suspira, igual que yo al mirarla. Eso es lo que más nos acusa. Pero nadie toma en cuenta que las tradiciones no siempre son simples cuentos para niños, que algunas veces tienen importancias que no comprendemos, sobre todo cuando se trata de la menor de tres hijos, la única mujer, y a punto de cumplir los dieciocho. Es que ella me lo contó todo, y yo le creí; no pude hacer otra cosa. Me dijo acercando su boca deliciosa a mi oído: —Si llego vírgen a mi próximo cumpleaños, las fuerzas de lo oscuro me tienen destinada al sacrificio, como doncella en Creta, directo al Minotauro... —y yo le creí... y ella estuvo de acuerdo... es más, en este momento no sabría decir muy bien quién tomó la iniciativa... pero en todo caso, la intención de ambos fue que salvara la vida. Claro que ahora ya no es posible comprobar nada, ya no se puede cumplir la profecía, pero, que tal si ella no me dice nada, o yo no le creo, que tal si lo de las fuerzas de lo oscuro fuera cierto y ella ahora, en vez de prepararse para su fiesta de cumpleaños, estuviera a las puertas de la muerte... ...Era asunto de creer o no creer... una de esas pequeñas cosas que le cambian la vida a uno...
Lo tenía totalmente cautivado, no solamente con esa cara en la que resplandecían la virtud y la inocencia, sino también por el modo en que ella lo miraba, con esos ojos más profundos que el mar, o sea que estaban absolutamente enamorados. Sin embargo no todo podía ser felicidad, él no daba pie con bola y fue a la bella a la que achacaron su extraño comportamiento, la acusaron de hechicería y el castigo era la hoguera. Él, en pleno juicio, lanzó su guante a los pies del juez y pidió defenderla en la Prueba de Dios, en una lucha a muerte con el campeón que el jurado eligiera. El Ser Supremo decidiría con la victoria de alguno de ellos el triunfo de la verdad y la justicia. Si su paladín triunfaba salvaría la vida, pero sólo para ir al calabozo por el resto de sus días; si perdía, sería quemada viva. Por otro lado, si ambos caballeros morían, también iría a la hoguera. Además, si alguno de los contendientes lastimaba al caballo del otro, le sería confiscada su hacienda y se le confinaría al calabozo por un término de siete años; a ella de por vida. Y si por designio del Eterno, resultaba herido el caballo del campeón del jurado, los amantes irían a parar a la hoguera. Estas, entre otras más estrictas, eran las leyes de Caballería y nadie bien nacido podría dejar de acatarlas. Por lo que, como se podía juzgar, esta vez la virtud, la verdad y la justicia tenían muy pocas oportunidades de éxito. Ya por iniciarse la justa, cuando las fanfarrias llamaban a la lucha en el campo del honor, ella volteó a ver a sus jueces en una muda, pero elocuente y conmovedora súplica de piedad; sólo encontró miradas plenas de fanatismo, rencor y prepotencia. Supo que no tendría salvación. Así que, con un profundo suspiro, se sacó un amuleto del seno, cerró los ojos... y convirtió a todo el jurado en piojos, al contendiente de su paladín en chinche; su héroe y ella misma se transformaron en palomas y salieron volando en busca de algún país un poco más civilizado.
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