Dos textos
Luisa Futoransky
París, desvelos y quebrantos
un timbrazo anónimo
imperioso
miserable
en la madrugada
me
tropieza
de renovados
temores y temblores
insomnio
vergonzante
sin paz
del solo
y sin embargo
qué hermosas las
ciudades cuando
despiertan
ingobernables
lagañosas
adormiladas
negociando
borrando
latrocinios
todos los grados del gris
al amarillo
violento del neón
soy tierra prometida
en París, la impostura
soy rosa
de los
vientos
instrumento marino
cada grado tironeada por un viento
me
llaman la blancura de Jutlandia
los azahares de Heraklion y de
Minori
me enrosco y concentro en los rieles del elevado
en lo más
sombrío de cada pétalo
origen de mi origen
sangrada a
blanco
media luna de la uña
pétalo, puente pestaña a
pestaña
mentira a mentira, hasta
la artrosis ceguera casi
totales
¿por qué no ya mismo Dakar
o Bamakó?
navega gaveta de los
sueños
mía
la más mía
cintita celeste
la más desvaída
para
anudar cartas y fotos
atajo y hatillo
de mi muerte al otro
siglo
que espío
como Moisés con las Tablas de la ley
con la toga
refrescante
al viento del sur
Déjame déjeme entrar
un cachito,
¿querés, quiere?
Soy Colón, Vespucci, una grieta en el parquet
una fisura en la
pared
un viento en la botella
de las mil
de la unísima noche de
más
de yapa
de nada
de hierba
pasto
alto
palo
largo
enjambre de estambres
de polen y
pistilos
cual piuma
piuma al huracán
ojo de ciclón
y brisa de
fatiga
que llega boqueando
como puede al amanecer
Estrellita
mirame
la más pequeña infinita
unidad de lo que
respira
a la retranca
ainda
ainda
la correa transmite
empecinada el
embrión de la alegría
o la mera
esperanza
dame, dale
a la tan
atribulada
que soy
Buñuelos a la hora del té
A Luis Buñuel
Para los que sólo nos es preciso
entornar levemente los párpados y atroces marabuntas invaden nuestras
manos y ascienden velocísimas y eficaces a tomar cuenta con dentelladas
exactas de los húmedos restos de nuestro corazón
para los que todos los días ejércitos disciplinados afilan navajas a
fin de abrirnos los ojos en medio de siete círculos de espectadores
cadenciosamente crueles
para los que enloquecen de temor ante las relaciones secretas con los
objetos y sólo pueden balbucear algunos torpes saludos a sus vecinos
porque en ese instante ante su ventana se deslizan pianolas embriagadas
que les arrastrarán por las cuerdas de los andamios al funeral solemne del
tiempo perdido
para quienes son devanadas interminables madejas de telarañas venenosas
y en sus habitaciones el murmullo de los relojes se extiende gomosamente
hasta ser esa espantosa mancha de aceite que predice un futuro no
venturoso
para los que abren inocentes armarios y se encuentran con momias
petrificadas en su dolor pero que tienen los ojos vivos y exigen sangre
para alimentarse
para los que viven en las tierras sin pan y la inocencia no puede ya
nutrirlos les quedará siempre el recurso de las sábanas primorosamente
extendidas las sábanas añosas del ajuar bordado —y es inevitable— con
pérfidos diseños
para nosotros los que sentimos el dolor como un cuchillazo en pleno
rostro a la hora de la siesta mientras las cartas de nuestra partida las
que desde antes de siempre nos están destinadas se cargan de maleficios y
alguien lustra desde la memoria del mundo la vajilla para nuestro té de
hierbas amargas la mesa del comedor ya está dispuesta y la copa salta en
los juegos de las damas espiritistas en sus torpes preguntas y los
manteles y el sudario perfumado en sándalo también participa
siempre a esa hora incierta
a la hora de todos los suplicios
con
la sombría palidez que es propia de estas ocasiones
entra ella
porque desde siempre también se sabe que uno acabará jugando
una
partida de tute con su prima Viridiana
De Babel Babel (Buenos Aires, 1968).