Uno
abre Internet y debe saber que este engendro de la ubicuidad e inmediatez es
también una Caja de Pandora. La sorpresa de los hechos instantáneos se
encuentra en esta comunicación global, un gran basurero mediático, donde puede
estar la aguja que buscas en el pajar o la viga en el ojo ajeno y propia. No
deja respirar la información con su feroz carga explosiva segundo tras segundo
y suelta el veneno o la chispa de los acontecimientos. Reconozco una vez más, y
ahora con sobrada razón, sin este aparato la ciénaga me tragaría sin ninguna
resistencia, borrado sin cuenta nueva.
En fin, más que una introducción estas líneas son un paréntesis para el
asombro. Terminaba de caminar frente a la selva que rodea mi casa en Panamá y
decidí entrar a Internet a revisar, pasar revista por el mundo noticioso en
Internet, y un titular me arrancó la retina: "Murió Bolaño". Sabía
de su enfermedad hepática, pero no pensé en este desenlace repentino, cruel,
sorpresivo, desagradable, inesperado.
Roberto Bolaño era narrador y poeta, y partió en la plenitud de sus
capacidades literarias, cuando se aprestaba a enfrentar un transplante de
hígado para seguir la novela de la vida.
La información nos habla de dos semanas de agonía, hecho que no deja de
sorprendernos, porque habíamos leído una irónica última entrevista donde
desparramaba contra el boom y sus pares, como era habitual en él, y anunciaba
que después de su operación, revisaría su novela intitulada 2666, de
más de mil páginas.
He revisado en detalle El Periódico de Barcelona, y no consigna la
noticia. Cosas veredes, Sancho. Allí vivía. Bolaño era una especie rara en el
mundo narrativo chileno. Un país con tanta poesía, no daba cabida, al parecer
a la prosa. Sin duda uno de los mejores prosistas. Polémico, arbitrario,
ácido, burlón, sin pelos en la lengua, parriano absolutamente, posiblemente su
desenfado se debió al hecho de vivir en países diferentes, no reconocer
fronteras, a no temerle a la palabras, en un país mojigato, cartuchón,
acartonado verbalmente, grisáceo y que vivió 17 años de dictadura real, donde
la palabra perdió hasta el poncho.
Escribí unos tres artículos polémicos sobre Bolaño, que no fueron
editados, sin desconocer nunca su valor literario, y ahora debemos decir que es
una gran pérdida para la narrativa chilena y latinoamericana. Se llevó
"por los cachos", a su manera Vivir para contarla, de Gabriel
García Márquez, y no dejaba títere con cabeza en un país que, como Chile,
los escritores sólo se pronuncian cuando obtienen algún premio literario.
Bolaño tenía la gracia de hacerse presente en cualquier ocasión, como un
boy scout, siempre listo, y no guardaba "compostura". Era nuestro
escritor más parecido a Woody Allen, en su mirada y talento narrativo, sin
cortapisas. Sus libros no se conocían en Panamá. Hace un mes, poco más,
trajeron Los detectives salvajes en la farmacia más grande y se
vendieron. Sólo había llegado aquí La literatura nazi en América, y
recuerdo que lo compré y leí. Mandé pedir a Chile, el Nocturno de Chile. Todo
lo demás nos queda de tarea pendiente, Putas asesinas, La pista de hielo,
Río Fugitivo, Dafne desvanecida, Linda 67, Historia de un crimen y El
crimen de escribir. Autor de tres poemarios, entre ellos, Los perros
románticos. Un narrador espontáneo, diría de Bolaño, no exigido,
natural, sólo comprometido con la historia, un entrevistado ingenioso, pero no
siempre, y un gran jodedor de paciencia, del establecimiento chilensis, y eso ha
sido bueno para la narrativa, me parece, porque le ha arrancado unas plumas a la
solemnidad, a la falta de imaginación, al libreto con los mismos espejos.
Premio Rómulo Gallegos con Los detectives salvajes, vivó casi 10
años de la literatura, un tiempo récord para un hombre que falleció a los 50
años en Balme, un balneario a 100 kilómetros de Barcelona. Su obra monumental
de más de mil páginas se desarrolla en México, y sostenía que era una
ficción brutal, que le impediría ingresar a ese país, por lo alucinante,
fuerte y que a él le asustaba.
México tiene ese imán extraordinario para los novelistas. Malcolm Lowry
escribió El volcán, Gabriel García Márquez, Cien años de soledad,
por citar dos clásicos.
Solía decir en sus entrevistas que el humor se parece a todo, inclusive a la
muerte, que es lo más alejado del humor. Un gran admirador de Borges y además
se confesaba un gran jugador. La vida le jugó esta mala pasada cuando aún
tenía mucho que decirnos. Se pronunció en vida de todo cuanto pudo, algo no
muy chileno, y de estos tiempos. Sobre la fecha maldita que se aproxima a su
cumpleaños número 30, dijo:
¿Qué significa para usted la fecha del 11 de septiembre?
Una putada. El inicio de un baile parecido al de San Vito. La caída de
Allende más la fiesta nacional de Cataluña, que conmemora otra derrota, más
el ataque de los suicidas a las torres gemelas, que viene a ser una tercera
derrota de la cultura frente a la religión. El 11 de septiembre catalán no lo
viví en carne propia y si lo hubiera vivido lo callaría pues eso significaría
que soy un vampiro o un inmortal. El 11 chileno lo viví, lo padecí y como
tenía veinte años también lo disfruté. Los jóvenes ignoran a la muerte.
Sólo quieren su dosis de adrenalina y sexo, y yo también. El 11 neoyorquino me
pilló en Milán, con mi mujer y mis dos hijos y cuando vi la explosión, en el
primer momento, pensé en las imágenes que teníamos en los ochenta sobre la
Tercera Guerra mundial. Por supuesto, volvimos al hotel de inmediato.
Nos ha dejado en duelo Bolaño, sin duda. Cómo decirlo de otra manera.
E-mail a Roberto Bolaño, en algún lugar de La Mancha
Las cenizas van al Mar Mediterráneo,
que es el vivir. R.G.
La Diáspora es un lugar bien berraco en el ninguneo, donde se nace y muere,
pero se crece como en un saco roto sin fondo ni punta, el vacío pesa y la voz
se siente en off. Extranjero, dijiste, siempre, en realidad se sale una sola vez
del vientre y no se vuelve más que otra vez, pero en forma definitiva, sin
regreso, más bien para adentrarse más y más al fondo de lo inminentemente
oscuro, otra matriz sin duda, que no será necesario abandonar. (Si Chile suena,
es porque piedras trae).
Es como la reversa y te vas despidiendo en el adiós final, sin pañuelo,
sólo con tu epitafio preferido y a pudrirse en el mañana con el polvo de las
estrellas. No es el momento ni en lugar, este paréntesis, para meter el dedo en
el tintero y untárselo en el guardapolvo al mejor alumno de la clase, más bien
rascarse la cabeza frente al ordenador, y no explicarse tu partida, aunque a
este país de tránsito, no nos llegaran más que tus puteadas e ironías bien
pulsadas, respecto de otros colegas latinoamericanos, y en especial los
chilenos. Ácido hasta el final, un camino que es un túnel, al que se entra
para no salir. Es un motor en marcha, difícil de apagar.
Más autobiográfico de lo deseado por él mismo, referencial, y con su bombo
personal, como debe ser. Pero supo agregarle dientes y muela a la literatura
chilena, para que tuviera dónde agarrarse. El trapecista de Hamelín que la
literatura chilena esperaba con su flauta, que algunos ratones tocaban airosos
en la fiesta del marketing, con ese oficio triunfal de pasarela, una estudiada
manera de sorprender a la audiencia a la hora del crepúsculo nerudiano.