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Ramón Cote BaraibarRamón Cote Baraibar

Lo conocí en la entrega de los premios de poesía Cote Lamus, el año pasado en la ciudad de Cúcuta, Colombia. Llegó de una manera muy silenciosa, hasta podría decirse que tímida. No es que yo estuviera esperando a alguien más exuberante, pero estamos hablando del hijo del poeta Cote Lamus a quien se honra creando este premio con su nombre y del cual su hijo Ramón es jurado permanente; por lo cual imaginé que encontraría algo de vedettismo en él pues en todas las ramas del arte, con sus códigos particulares hay divismos y fans y sin duda alguna a esto no escapa la literatura. Mas no fue así, Ramón Cote Baraibar resultó un hombre muy sencillo, parecía incluso, con deseos de pasar inadvertido.

Durante los tres días de literatura que conlleva la entrega de los premios Cote Lamus de poesía y los Gaitán Durán de narrativa, se congregan en Cúcuta las personalidades que ese año hacen parte del jurado calificador. Dictan charlas y conferencias a las personas interesadas en ampliar sus conocimientos en el campo de las letras.

En medio de este barullo donde hay montones de estudiantes, sobre todo universitarios, quienes literalmente acribillan a preguntas a cada uno de los ponentes, destaca la gentil paciencia con que Ramón los atiende, con una sonrisa un gesto amable, va respondiendo a las preguntas que le son formuladas o la atención que brinda a lectura que le hacen de algún texto en busca de su certero juicio.

Perteneciente a esa actual joven generación colombiana de escritores con poco más, poco menos de cuarenta años, quienes han resultado sumamente interesantes tanto como personalidades, como por sus trabajos. Egresado de la Universidad Complutense de Madrid como licenciado en historia del arte. Ha publicado cinco libros de poesía, siendo Colección privada (Madrid, 2003) premio de poesía americana de la Casa de América de Madrid, España. También es autor de Diez de ultramar (Madrid, 1992), una antología de la joven poesía latinoamericana, además de un libro de cuentos y una biografía de Goya. Sus artículos sobre arte y literatura han aparecido en diversas publicaciones dentro y fuera de Colombia.

Ramón Cote BaraibarMantiene una actitud reservada pero ello no impide que pueda captarse la calidez de un alma rica en matices. Esa reserva lo hace hablar del trabajo, la poesía, y poco de sí mismo. El hablar de sí queda restringido a la plática con los amigos, con los afectos íntimos. Quizás por ello al describir a Ramón Cote el hombre sostiene: “Hace poco compré un libro de Watzlawick que se llama El arte de amargarse la vida, en el cual me vi totalmente retratado. O sea que en vez de contar cómo soy los remito a ese libro”.

Bien reza el dicho: “Líbrame Dios del agua mansa, que de la brava me libro yo”, en la parquedad en cuanto a su persona descubrimos al intenso ser que subyace bajo esa apariencia imperturbable, rebosante de una pacífica y benévola dulzura que en un primer momento nos trae a la mente a un sacerdote o alguien que se ha dedicado a la vida espiritual de alguna manera, pero cuando lo miramos directo a los ojos descubrimos a un hombre de pasiones intensas y esto se confirma cuando le oímos decir que si supiera cuál es su filosofía de vida la diría, pero es una mezcla entre aceleración, tranquilidad, inquietud y felicidad carnal. O cuando comenta: “Al ser lo único que tenemos, la vida es nuestra respuesta a la muerte, por eso debemos tener un sentimiento de fortaleza anímica ante lo que nos sucede a diario”.

Actualmente está en la labor, como él dice, de carpintería de un libro de cuentos titulado Dos horas de aquí en el cual ha venido trabajando los últimos dos años. Acaba de entregar a Visor de Poesía una antología de la poesía colombiana del siglo XX y espera publicar muy pronto el libro de poemas Los fuegos obligados, del cual cree que es el mejor que ha escrito. Un hombre cuya vida y trabajo están muy relacionados. Una cosa tiene qué ver con la otra aunque sus productos sean totalmente distintos. Ambas se benefician, pero no se confunden. De hecho afirma: “La religión, como diría Eugenio Montejo, es la última poesía que nos queda. Sé que la cita es al revés pero queda bien así”.