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Alberto Barrera TyszkaAlberto Barrera Tyszka

De alguna manera los escritores vienen a ser como una suerte de misterio para sus lectores. Y son también los más incógnitos de los creadores artísticos pues son los menos visibles al ojo del público (a excepción de esa minoría que se vuelven vedettes de las letras). A diferencia del músico a quien podemos escrutarle el rostro al momento de ejecutar su instrumento, o del actor que siempre ha de mostrar las emociones —las suyas o las del personaje— el escritor es un creador solitario, escondido o protegido tras una pluma, una máquina de escribir o el teclado de una computadora; tal vez sea ésta la razón por la cual muchos de ellos son personas tímidas y retraídas, y hasta me atrevería a afirmar que la timidez y parquedad de los escritores es casi proporcional a su imaginación: mientras más encerrado en sí mismo, más silencioso, más renuente a la exposición de su interioridad, más brillantes y exuberantes resultan su imaginación y creatividad. Tal es el caso de Alberto Barrera Tyszka, quien a cada pregunta me miraba con tamaños ojos, como intentando taladrarme el cerebro a ver si conseguía la razón exacta a tanta preguntadera e intromisión en su vida. A pesar de su reticencia a desvestir su intimidad, resultó una entrevista grata. Es un hombre de hablar y gestos bastante suaves, a quien se le intuye una personalidad intensa bajo un manto de calma.

Nos conocimos en el marco del XVI Encuentro de Escritores de Colombia y Venezuela en la ciudad de Cúcuta en agosto de 2008. Él, junto con Jorge Gómez Jiménez —los invitados de honor por Venezuela—disertó sobre la novela actual venezolana. Hicimos la entrevista en una cálida tarde bajo un frondoso mango a la orilla de la piscina del Hotel Bolívar, sede habitual del encuentro en aquellos predios.

Barrera Tyszka dice ser un hombre básico, no dudamos que lo intente, que haga el esfuerzo por ser y vivir cada día de manera más sencilla; pero bien sabido es que nadie es un ser básico y simple, todos, en mayor o menor medida, tenemos rasgos complicados y enrevesados. Durante esos días en Cúcuta nos topamos con un hombre, si bien amable y solidario, también un tanto distante y alejado del “mundanal ruido” que rodea a este tipo de actividades. Cierto es también que en este encuentro la hora de la llegada y la del brindis de apertura son como los momentos de reconocimiento e identificación de todos y todas, a partir del día siguiente los escritores se dividen en subgrupos por afinidades y convergencias. Además éste resulta, amén de un hombre práctico y concreto, también un ser muy claro consigo mismo, muy diáfanamente ubicado en el tiempo y en el espacio, sobre todo en lo que atañe a su realidad, su verdad sin adornos ni eufemismos. Así se evidencia perfectamente cuando lo interrogamos sobre su infancia y nos dice: “Bueno... fue una infancia como suelen ser las infancias. Hay gente que tienen una infancia que son una mierda pero en general la gente recuerda su infancia con cierta alegría porque hay despreocupación, hay descubrimiento, hay ingenuidad, hay inocencia y los adultos se aprestan a que uno trate de disfrutar lo más que pueda la infancia. Mi infancia tuvo eso con algunos sucesos, fíjate que yo fui damnificado del terremoto del sesenta y siete con mi familia, en Caracas. Y después pasamos como un año viviendo en el kinder de una escuela porque mi papá era profesor, pero aun así, todo eso incluso, lo viví como una aventura”.

Para el momento en que realizamos la entrevista se disponía a comenzar a escribir un dramático para el canal venezolano Venevisión, telenovela que se tituló Las trampas del amor, historia con algunas reminiscencias del clásico cuento “El príncipe y el mendigo” pero aderezada con el melodrama y la truculencia que el género implica. Por cierto que allí tocó el tema de la transexualidad: el padre de la protagonista, perdido durante un muy largo tiempo, reaparece en la vida de ésta convertido en una bella y sexy dama interpretada por la reconocida actriz Alba Roversi, todo esto en la Caracas de nuestros días. Digamos entonces que ese era su plan inmediato; luego, para fines de ese 2008 o comienzos del 2009, Anagrama le editaría y publicaría un libro de cuentos y además de esto comenzaba a escribir una novela-libro. No es hombre de planes a largo plazo, prefiere tener como plan el seguir vivo pues reconoce no ser nunca muy optimista.

El escribir es sin duda alguna la vida de este hombre; una de las preguntas de esta entrevista es justamente sobre eso, sobre si desvincula o no vida y trabajo, a lo que nos respondió: “No, no las puedo desvincular. Además trabajo en mi casa. Me cuesta mucho como separarlo porque trabajo escribiendo, es lo que me gusta hacer. Entonces... Pues a veces trato de mantener horarios donde diga: Bueno, esto es escritura para mí, no literaria, y esta es la escritura para traer... para pagar la renta, pues para comprar las cebollas, las medicinas, el whisky ¿entiendes?, es un poco como eso. Pero en general lo he logrado hacer porque me paro muy temprano, y entonces mis cosas como más de literatura son entre cuatro y media o cinco de la mañana y ocho, ocho y media de la mañana, es la mejor hora para mí. Bueno, nadie te llama por teléfono, no hay ningún banco abierto, no hay ministerios... eso es”.

Diríamos entonces que Alberto Barrera Tyszka, en vez de desvincular vida y trabajo, lo que hace es organizar y clasificar los tiempos y espacios para que nada choque entre sí, pues sin duda ambas cosas son sólo facetas de un todo que es él mismo. Pero entonces había que preguntarle qué cosas lo motivan o lo desmotivan a la hora de escribir y no dejó de sorprendernos su respuesta: “Pues, no sé... Ya a estas alturas tengo una cosa como de disciplina, ¡y yo creo tanto en la disciplina! Casi te diría que creo más en la disciplina que en el talento y creo que lo que hay que hacer es trabajar, de verdad. Entonces, más allá de que haya pequeñas cosas que te motivan, siempre tienes que escribir así estés desmotivado. Escribir es un oficio, ¿verdad?, entonces pues yo ahorita escribo, bueno, en la mañana me siento muy bien, si escucho determinada música me siento pues mejor. Pero en general creo mucho, muchísimo en la disciplina”. Y a esto añade sobre la musa inspiradora: “Hay momentos donde uno se siente especialmente sensible o que tiene un rapto especial con respecto a la escritura, pero la musa no sirve de nada si no hay disciplina”.

Para él la poesía no está en crisis ni nada por el estilo. “No, para nada, yo no creo en eso”, observa. “No, no, digamos, ¿y cuál poesía, la venezolana, la poesía en general..? No, yo no creo que esté en crisis para nada. Creo, es más, que cada vez, por lo menos en Venezuela, hay como siempre —Venezuela es un país de grandes poetas— jóvenes poetas extraordinarios”. Y añade: “Creo que hay muchísima gente que escribe poesía a su manera y que es una poesía que puede ser tan legítima, o sea que escribe rimas, que escribe coplas, que escribe décimas. La poesía es una forma de expresión, obviamente sí hay algo que se considera poesía como más elaborada o que dentro de la cultura lo consideren poesía... al que tiene acceso muy poca gente, pero además tampoco le gusta a mucha gente. Tampoco tiene por qué gustarle la poesía, no tiene porque ser tan democrática como el arroz”.

Con estas preguntas culturosas ya habíamos entrado en calor y en un poquito más de confianza, lo cual aprovechamos para pasar al aspecto personal, le preguntamos cómo es su familia. “¿Preguntas personales?... Cómo es mi familia... pequeña. Mi familia en general... Estoy casado con Cristina Marcano, que es una periodista, no tengo hijos con ella. Y tengo de mi primer matrimonio dos hijas que se llaman Paula y Camila, Paula tiene veintidós años, Camila tiene dieciocho. Tengo un padre y tres hermanos, los cuales por desgracia no viven en Venezuela sino en una diáspora un poco enloquecida, entonces tengo un hermano en Buenos Aires, una hermana en Madrid, otro hermano en Miami, todos por asuntos de trabajo”. Aun cuando la mitad de su familia se encuentra en sitios tan distantes, siempre hay tiempo para compartir con esa otra mitad que vive en Venezuela; sobre todo los domingos, día en el que igual se levanta muy temprano aunque su mujer lo haga tardísimo, él aprovecha para hacer diligencias, pero como casi la mayoría de la gente el domingo lo ocupa en ese ritual de la comida familiar, busca a su papá —o su viejo, como él dice— y a sus dos hijas, y por lo general comen juntos. Ya al final de la tarde puede ponerse a leer, cosa que le agrada mucho. Al preguntarle sobre algún dolor nos habló del que es suyo y compartido con su familia: “La muerte de mi madre. Es un dolor, es más, todavía recuerdo diariamente a mi madre, o sea que sí es un dolor muy fuerte, me figuro que para cualquiera, la experiencia de la pérdida de los seres queridos es algo de lo cual no es fácil recuperarse, pana”.

Le preguntamos su opinión sobre Dios: “Dios es una ficción humana bastante redonda y perfecta. Eso es lo que pienso, es una buena ficción. Que además ayuda a mucha gente al parecer, a vivir pues, esa ficción. Pero no creo, pues... No creo que Dios exista como una fuerza superior, mayor, religiosa... No”. Entonces ¿cómo es el aspecto místico, espiritual de este hombre?: “Pero desde esa perspectiva es bastante deplorable. Pues que uno puede tener una mística... Lo espiritual no. Yo puedo tener una espiritualidad no ligada a la creencia en Dios. Entendiendo por espiritualidad una cosa mucho más amplia, no ligada a la experiencia religiosa. Pero no creo, en realidad soy un ser bastante racional”. Afirma no saber si tiene una filosofía de vida: “Oye, no sé cómo responder a eso. No sé si tengo filosofía como de vida, claramente, ¿qué puede ser una filosofía de vida?, yo trato de..., es que son cosas como muy sencillas, pues, mantengo una ética que es la ética en la que me educaron y que está cerca del cristianismo aunque yo no me siento católico... Trato de sufrir lo menos posible y de hacer cosas que cada vez me hagan más feliz, ¿no?, tener más gozo. Realmente quiero es tiempo, es lo que realmente busco”.

Le resulta difícil describirse: “porque yo creo que casi nadie sabe muy bien cómo es, yo agarro los rasgos más normales. Un tipo de cuarenta y ocho años que se dedica a escribir, que nació en Venezuela. Un poco como por ahí, que es fanático del equipo de beisbol de los Cardenales de Lara”. Ya antes habíamos dicho cuán reservado resulta el caballero de marras; esa “simplicidad” es una manera de no evidenciar su intimidad, pero es también un buscar o un necesitar una vida más sencilla, menos “moderna” y como más real. Si tuviese la oportunidad de hacer otra cosa con su vida preferiría tener más esfuerzo físico: “Pues a mí me gustaría hacer una cantidad de cosas a medida que va pasando el tiempo. Creo que me hubiera gustado, por ejemplo, ser pescador, la idea del mar y de estar en un barco como pescando, me parece fascinante. La relación, incluso sacar los animales, ver la cosa de los pescados, me gusta toda esa onda. Pero creo que las vías que me gustan o que me estoy perdiendo de esto, me gusta más las relacionadas a la acción y al trabajar con las manos que las intelectuales, pues. En mi vida pensaría jamás, por ejemplo, ser abogado, o pintor, no, creo que no. Creo que me tienta más bien todo lo demás. Oficios mucho más sencillos y que implican más trabajo físico”.

Es sumamente amplio en sus gustos musicales; es la música su compañera cuando escribe, puede perfectamente disfrutar de Janis Joplin como de unos madrigales de Monteverdi así como de un conjunto experimental neoyorquino de salsa. Allí el estado de ánimo es quien decide lo que oirá en determinado momento. Aunque en el baile sea como el título de una canción de Julio Iglesias, “a veces sí, a veces no”. Con la comida también tiene un gusto amplio aunque hay dos manjares por los cuales siente una irrefrenable debilidad: la berenjena y las anchoas; de las primeras podemos decir con toda propiedad que es un adicto confeso.

Le pedimos que describiera el amor y lo que significa para él, y descubrimos que definitivamente es algo de vital importancia en la vida de este hombre: “Chica, el amor es como el sentimiento que en el fondo mueve todo lo que tienes y lo que pasa en nuestras vidas. El amor o el desamor no. Y lo que significa para mí es también eso. Finalmente uno escribe también para eso, para ser amado; esa es una frase famosa de Bryce Echenique: uno escribe para que lo quieran más. Entonces todo está de alguna manera relacionado un poco en el ser humano con esa experiencia, con la experiencia del amor. Del amar a otro o no y del ser amado por otros, ser tocado por la experiencia del otro, y le pasa a uno con los padres, con los hijos, con los amigos, las mujeres, las parejas. Es decir, es impensable la vida sin amor, digamos es una experiencia como sin demasiado sentido, pues. Es una de las cosas que te ayudan un poco a combatir la certeza de que te vas a morir”. Dice que no cambiaría nada de su vida, reconoce estar bastante conforme con lo vivido, incluso con las cosas malas pues lo han ayudado mucho. No es un insatisfecho ni mucho menos. Dice: “No tengo cosas tan terribles como para decir que las cambiaría. Me han pasado cosas como jodidas pero entiendo que lo que soy también tiene que ver con eso, entonces no... Creo que no, no cambiaría nada”.

Hay dos lugares en la vida de las personas que tienen una importancia especial, importancia intangible e incuantificable por estar estrechamente ligada al sentimiento, a la emotividad. Esos lugares son el de los sueños, ese sitio real o ficticio pero que en el fondo del corazón produce un anhelo nostálgico, y ese rincón del mundo al que se desea visitar de nuevo pues su magia nos capturó. En el caso de Alberto Barrera Tyszka estos lugares resultan muy distantes geográficamente aunque ambos habiten el corazón de este hombre; del primero responde: “...Fíjate tú que hay un lugar que a mí me gusta mucho, que es una playa que se llama Palancar, que queda en la isla de Cozumel en la Riviera Maya mexicana, más allá de Cancún —donde comienza una zona que no es turística y que es muy, muy sabrosa—, cerca de las ruinas de Tulum, y por ahí hay una islita, y es una playa como medio desierta, que tiene unas palapas, que son unos ranchitos de madera. Y ahí fui yo dos veces y me parece extraordinario. Allí hay un lugar donde uno puede echarse y descansar, leer, no ver a nadie... para que tú veas”. Y del segundo dice: “Praga. Hice un viaje a Praga ¡y pasé tres días! Y realmente creo que hubiera podido pasar más, y me gustaría volver a verlo con más tranquilidad”.

Para finalizar esta entrevista contaremos lo que, después de mucho pensarlo, Alberto nos narró al preguntarle sobre alguna grata anécdota. Lo pensó mucho porque muchas son las que tiene en el haber y no encontraba cuál contar: “Una grata anécdota... Yo te voy a echar una anécdota, ¿no?, pero tiene que ser un cuento que puede funcionar. Yo no sé por qué en 1979, cuando yo tenía diecinueve años, decidí meterme a cura. Y fui cura por dos años. Es una cosa como que la gente no sabe, ¿no? Pero que... y resulta como interesante, porque, es más, yo soy un tipo que soy como, como ateo. Como no, soy ateo ahorita, pues. Y no me gusta ni el catolicismo, ni nada; pero pasé dos años que son muy interesantes, una formación muy buena, lo viví en Barquisimeto. De los cuales salí un poco como decepcionado de la experiencia religiosa pero cuando me salí y volví a mi casa, mi mamá me dijo: ‘Yo no entendí por qué te metiste y tampoco entendí por qué te sales, o sea que mejor no te hago ninguna pregunta’. Y quedamos así. Perdí dos años. Hubo dos años de mi vida que fueron como una especie de limbo...”.