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Árbol genealógicoHerencias literarias

Decía André Maurois, el excelente novelista, biógrafo e historiador, que los escritores descienden los unos de los otros en virtud de la herencia literaria que se va asimilando en los primeros años de lectura, que son los que más huella dejan. Él mismo aseguraba ser “hijo espiritual” de Henri Beyle, Stendhal, afirmando que no sólo le había leído innumerables veces, sino incluso copiado —que no plagiado—, en un ejercicio que pudiéramos denominar estudioso, dando el ejemplo del niño que intenta aprender a escribir correctamente en sus primeros cuadernos de caligrafía; e innegable resulta la impronta de ese estilo stendhaliano a lo largo de toda la obra de Maurois.

Habiéndose puesto a sí mismo como ejemplo, menciona esas influencias literarias en otros autores citando a Edgar Allan Poe y su famoso “nunca más...” de El cuervo, hijo de cierto nunca más, proferido por lord Byron en uno de sus poemas.

Esos “parentescos” literarios que tan agudamente señala Maurois, no plagios, repetimos, ya que el plagio es otra cosa, abundan en muchos autores que componen la gran familia escritora, con lo cual se llegan a realizar hallazgos sorprendentes. Veámoslos si no.

Vamos a empezar por el mismo Poe ya que encontramos a cuatro autores —puede haber más indiscutiblemente pero yo sólo he identificado a éstos—, que son Arthur Conan Doyle, Horacio Quiroga, Edgar Rice Burroughs y Vladimir Nabokov.

Conan Doyle nunca ocultó la influencia de Poe en su saga holmesiana, mas, de haberlo hecho, hubiera bastado con leer Los asesinatos de la rue Morgue, para identificar inmediatamente a Sherlock Holmes y el doctor Watson en las figuras de C. Auguste Dupin y el narrador del relato, cosa que también sucede en El escarabajo de oro, cuya lectura nos recuerda, a través del personaje principal William Legrand, el método deductivo de Holmes —con otro Watson en el narrador para no variar—, hasta el punto, de que, llegado cierto momento, creemos estar leyendo una de las aventuras del famoso detective inglés.

Por lo que respecta a Horacio Quiroga, la influencia de Edgar Allan Poe es tan intensa que no se podría disimular jamás, cosa que el escritor, llamado el Poe uruguayo, tampoco esconde ya que siempre se declaró un ferviente admirador del primero..., así como de Guy de Maupassant, y se nota.

Ahora bien, cuando llegamos a Edgar Rice Burroughs, “padre” de Tarzán de los monos y de la serie de novelas dedicada al planeta Marte y a sus habitantes, descubrimos ese inesperado parentesco en una literatura que no observa ninguna similitud con la macabra de Poe.

Habiendo leído en mi infancia tanto las novelas de Tarzán como la saga marciana de Burroughs, me quedé muy sorprendida cuando, de mayor, leí El pozo y el péndulo; en el fragmento en que describe el pozo, vino a mi memoria el recuerdo de una escena familiar leída en uno de los libros de la serie de John Carter en su aventura marciana, en la cual el protagonista se encuentra prisionero en un pozo de similares características; su angustia y su terror son idénticas al del personaje del relato de Poe.

En cuanto a Nabokov, ya en la primera página de Lolita hallamos una clara referencia a Poe cuando se cita el poema Annabel Lee, y más adelante con la mención a su esposa Virginia y a la muerte temprana del ser amado; Lolita simboliza la resurrección de la desaparecida, fijada en su preadolescencia... Aunque, rizando aun más el rizo, en Nabokov hallamos también influencias de la Alicia de Lewis Carroll. Y, confesado por el mismo autor ruso, su devoción por James Joyce de quien asegura haber aprendido mucho. Ahora bien, de estos “padres” surge una hija y nieta, la escritora hindú, Arundhati Roy, autora de El dios de las pequeñas cosas, quien afirma hallarse completamente influenciada por ellos.

William Polidori, secretario y médico de lord Byron, fundamentó las bases de un mito literario con El vampiro, elegante, seductor y perverso, cuyo heredero más célebre es el Drácula de Bram Stoker.

Y el poeta argentino José Mármol, en sus Cantos del peregrino, delata la influencia de lord Byron.

A su vez Goethe se deja influir por Christopher Marlowe con La trágica historia del doctor Fausto, y Fausto nace de nuevo “corregido y aumentado”.

Por su parte Romeo y Julieta es “hija” de la leyenda de Píramo y Tisbe, cuya inspiración Shakespeare nunca elude ya que no tiene empacho en referirse a esos amantes griegos en El sueño de una noche de verano.

Por cierto, y ya que hemos mencionado más arriba a un autor alemán, es oportuno hablar aquí de Schiller, en el año del bicentenario de su fallecimiento; con este motivo y habiendo leído hace poco un libro suyo, Narraciones completas, seis ya que al parecer no escribió más, he hecho un descubrimiento sorprendente que merece su punto y aparte.

El tercer cuento que hay en el libro, Curioso ejemplo de una venganza femenina, al que él añade, “Sacado de un manuscrito del difunto Diderot —publicado por entregas entre 1778 y 1780—”, no es ni más ni menos que el argumento, con pocas variantes, de Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos. Teniendo en cuenta que Schiller lo publicó en 1785 y que Choderlos lo había hecho en 1782, con la enorme difusión que enseguida tuvo, no creo que sea errado adjudicarle un notorio parentesco, pero la cosa se complica cuando el propio Schiller apunta que lo ha sacado de un manuscrito de Diderot titulado Jacques el fatalista. Dado que yo no he leído este último, ignoro en qué se basa exactamente la herencia, pero, caso de haberla, nos encontramos aquí con una clara dinastía literaria si tenemos en cuenta los años de las diferentes publicaciones: Diderot = Choderlos de Laclos = Schiller.

Sin abandonar las Narraciones completas de Schiller, volvemos a efectuar otro hallazgo sumamente curioso; en el cuento El visionario, que escribió entre 1787 y 1789 dejándolo sin concluir, nos encontramos con una escena de boda alterada por la aparición de un novio espectral al que se creía raptado por los piratas berberiscos, acabando de desposarse la prometida del muerto con su hermano, quien había sido el causante de la desgracia del otro, vendiéndolo, al haberse enamorado de la que iba a ser su cuñada.

Esta misma escena, pero sin fantasmas, la hallamos en la novela de Rafael Sabatini, El halcón del mar, en la que el hermano pequeño quiere vender al primogénito a los piratas para casarse con la prometida de aquél. Sabatini por su parte comienza esta novela aludiendo a cierto lord Henry Goade sobre cuya reseña histórica afirma haber construido la novela; ahora bien, he buscado el nombre de este historiador y no lo he hallado por ninguna parte, en cambio sí el de sir Oliver Tressilian, personaje real a quien le sucedió una aventura muy parecida a la que se relata en El halcón del mar y, como el caballero en cuestión vivió en el siglo XVI, es de suponer que el relato trascendiera hasta Schiller. En cuanto a Sabatini —de quien hay que decir que en su adolescencia se leyó la obra entera de Alejandro Dumas, convirtiéndose a su vez en heredero suyo—, indudablemente debió de beber de la misma fuente que él amplió con toda clase de detalles y con los auténticos nombres propios. (Habrá que reconocer en este caso una línea de “parentesco” en verdad sofisticada).

Continuando con tan singular árbol genealógico, observemos la influencia que va de H. C. Andersen (cuyo centenario se cumple también este año 2005), a Oscar Wilde.

El parentesco en el presente caso se puede ilustrar con la lectura de La sirenita del escritor danés y El pescador y su alma de Wilde; en esta última es un pescador el que vende su alma a una bruja a cambio de vivir en el mar con su amada sirena, aunque el final sea igualmente trágico, pero hay más en El pescador y su alma, reminiscencias de La sombra de Andersen, y descripciones de paisajes, gentes y animales que evocan las de muchos cuentos de Andersen, por dar sólo un par de ejemplos: El jardín del Paraíso y Madre Saúco.

Si seguimos con el legado de Hans Christian Andersen en los cuentos de Oscar Wilde, no podemos pasar por alto El príncipe Feliz, cuyo precedente lo encontramos en El ángel de H. C. Andersen, y que cualquier lector interesado puede leer y comparar.

Otro autor que acusa el paso de Andersen por su obra es asimismo Charles Dickens, amigo personal suyo, y que en La casa vieja halló inspiración para escribir los primeros capítulos de David Copperfield, o al menos así afirman los estudiosos del tema.

Y el mismo Andersen nunca ocultó haberse inspirado en leyendas españolas e italianas para escribir algunos de sus cuentos.

En la actualidad podemos ofrecer un caso que debido a su fama internacional es de lectura multitudinaria: la saga Harry Potter en la que las influencias dickensianas comienzan con la orfandad de Harry, y capítulos después recuerdan a Wilde en El fantasma de Canterville; hagamos memoria si no de sir Nick Casi Decapitado que transita espectralmente por el colegio de Hogwarts y que parece arrancado del cuento de Oscar Wilde.

Podríamos mencionar igualmente la herencia literaria asimilada por Manuel Mújica Láinez a través de las lecturas de la obra de Marcel Proust, herencia, por cierto, cristalizada de forma maravillosa —leamos tan sólo Bomarzo—, mas, para no cansar al lector, nos vamos a detener aquí ya, no sin antes dedicarle una mención especial y obligadísima a Cervantes, cuyo Don Quijote rinde homenaje a todos los libros de caballería que le precedieron, bien que don Miguel lo haga en plan irónico y desmitificador, pero no por ello deje de revelar su impronta bebida de muchas fuentes de la novela caballeresca.

(Comentario final: una cosa son las herencias literarias y otra muy diferente las secuelas, que de esas, por desgracia, existen muchas).