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Mary ShelleyEl último hombre según Mary Shelley

Mucho más de un siglo ha transcurrido hasta que por fin a Mary Shelley se la ha empezado a conocer no sólo como la autora de Frankenstein, o la esposa de Percival Shelley o la hija de María Wollstonecraft y William Godwin, ahora también se la está descubriendo como una sobrecogedora profetisa que sin abandonar esa licencia que otorga la ciencia-ficción, se permitió en su momento, no sé si porque quiso escribir una novela más que le permitiese subvenir a sus necesidades económicas, hablarnos del fin del mundo, de nuestro mundo, del que conocemos, ya que incluso dio una fecha: año 2073.

Que la base de su inspiración fueran dos poemas, uno de Thomas Campbell titulado precisamente El último hombre, y el otro Darkness de lord Byron, es ahora por completo irrelevante, pues los poemas no pasaron de serlo sin más y ella creó su historia detallándola al convertir el esbozo en una realidad literaria mucho más compleja que se desliza por cauces de una asombrosa semejanza a lo que el inevitable futuro parece depararnos.

Lamentablemente, todavía, que yo sepa al menos, no hay traducción en castellano —si olvidamos la ininteligible traslación que flota por Internet—, por lo que nosotros la conocemos como The Last Man y cuanto nos llega de ella es a través de artículos o libros que hablen de su autora y lo comenten, eso, o leerlo en inglés.

Tal vez porque los tiempos invitan a ello, The Last Man empieza a convertirse en un libro de culto, o en un asombroso descubrimiento, como si no nos cupiera en la cabeza que “en aquella época” la gente pudiera pensar, deducir, suponer y atreverse a escribirlo. Ya sé que puede objetarse de que se trata de una novela y, como novela, tiene licencia para desbordarse imaginativamente, no lo niego, pero cuando esos desbordamientos se acercan incomprensiblemente a la realidad es cosa de pensárselo dos veces antes de empezar con críticas.

The Last Man habla del fin del mundo y tal como lo pinta nos resulta enormemente familiar. Su argumento describe la destrucción del género humano por la peste que sucede a continuación de guerras fratricidas.

(¿Contaminación atmosférica, marina, nuclear, guerra bacteriológica, migración de virus y microbios de las selvas deforestadas?).

Pero como no se trata de un documento periodístico sino de una novela, existen personajes en los que Mary, y aquí se aparta del Apocalipsis, camufla sin mucho misterio a su marido Percy como el idealista Adrián, a ella misma, el narrador, como Lionel Verney y a lord Byron en el papel de lord Raymond, heredero éste de la faceta pro griega de aquél. En cuanto al “malo” de la obra es Ryland, un político corrupto.

Ahora bien, influencias del siglo XIX, en las escenas de las últimas batallas las masacres concluyen con bellos y románticos gestos y alocuciones no menos utópicas por lo irreales, situación que no creo se dé nunca en el futuro; se llama hermanos a los enemigos y se les abraza, pero ya es demasiado tarde, como siempre suele suceder cuando el hombre recobra la cordura. La pregunta podría ser, ¿por qué la pierde?, ¿acaso le gusta tanto jugar a soldaditos?, lo que nos llevaría a deducir que el hombre es un niño grande y perverso.

En cierto modo creo que Mary espigó un poco en historias de la Revolución Francesa al describir los extremos en los que puede caer la humanidad en cuanto se deja llevar por el fanatismo y el abuso de poderío, pero aun y así, resulta pálido reflejo de lo que en realidad puede acaecer a finales de este siglo con los precedentes que vivimos en el XX y estamos viviendo.

En The Last Man no hay redención, porque la sensatez llega cuando todo está perdido; el que los malos pierdan y los buenos ganen con su explícita verdad, triunfo relativo que ya no conduce a ningún sitio, no es en Mary Shelley más que el final de una novela fantástica que en su día no tuvo demasiado éxito y sí fue recibida con escéptica sorpresa; sinceramente supongo que ella misma ignoró siempre el alcance profético de cuanto había escrito.

Y concluyo con un fragmento muy significativo de esta novela:

“El hombre, entendiéndole como sujeto que puede dormir y despertarse, que puede realizar todas sus funciones orgánicas, seguía existiendo a pares y a tríos, mas el hombre, vulnerable en sí mismo y no obstante, al transformarse en conjunto, más poderoso que el viento o el piélago, dominador de los elementos, dueño de la naturaleza creada, el hombre semejante a los semidioses, había dejado de existir”.