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Lisbeth SalanderCarismáticos héroes de papel: Lisbeth Salander

Decía Schiller que lo que no nace no puede morir y al menos en un sentido convencional eso es cierto, pero en el mundillo de la literatura (o la leyenda) lo que nunca nació por medio de parto al uso está en ocasiones mucho más vivo y es más real de lo que pudiera parecer. Por ejemplo, la diosa Minerva fue el resultado de una jaqueca de Júpiter que Vulcano solucionó por medio de un martillazo y a consecuencia de semejante “cesárea” improvisada vino al mundo Minerva, o Atenea, saliendo vestida de punta en blanco, y adulta, de la cabeza de su padre.

Empero, dándole otro sentido a la frase de Schiller, podemos comprobar cómo sí encierra su parte de razón, ¿acaso todas las criaturas surgidas de la mente de sus creadores no son en cierto modo inmortales ya que no pueden morir?

Sin apartarnos del negro sobre blanco, que es lo nuestro, recorramos ese limbo ahora repudiado y allí nos encontraremos con todas las almas de papel que desde antiguo vienen inundando bibliotecas, heroínas y héroes, a los que amamos, antiguos y modernos, incluso recién nacidos, todos adultos en el momento de su nacimiento y dispuestos a lidiar con sus aventuras apenas comenzamos a leer.

La más reciente de estos personajes se llama Lisbeth Salander y pertenece a la saga Millenium del malogrado Stieg Larsson. Nacida sin jaqueca previa, de la mente del escritor sueco y con 25 añitos, aparentando 12, vestida de una forma estrafalaria, maquillada peor, carente de atractivos físicos remarcables, huraña e introvertida, este desconcertante personaje ha alcanzado en poco tiempo un status que para sí envidiarían muchos entes de ficción recién llegados a las librerías, y, lo que es más digno de atención: Lisbeth Salander ya se ha convertido en un arquetipo, en un modelo que dudo mucho nadie pueda derrocar de su trono. La nonata Salander ha barrido a las heroínas tradicionales y ha creado el concepto de un espécimen nuevo de mujer, la del tercer milenio... o tal vez no sea más que una vuelta a los orígenes ancestrales, a la mujer amazona, a la mujer guerrera, a la mujer que se defiende sola sin recurrir al varón, salvaguardándole incluso si se da la circunstancia.

Lisbeth Salander rompe moldes y esquemas, no es una belleza como Lara Croft pero también es autosuficiente y decidida. A Salander su propio autor la llama sociópata, ¿por qué, acaso se resiste a aceptar que una mujer pueda tomarse la justicia por su mano como muchos héroes reales o ficticios han hecho a lo largo de los siglos?

La dama gótica que borda frente al mirador de su castillo, la jovencita que lanza sus trenzas por el ventanal de un torreón inexpugnable para que por ellas suba su amante, la huérfana cubierta de ceniza que barre y friega por orden de una madrastra malvada mientras suspira por el príncipe azul, son ya clichés que pierden su fuerza como manipuladores, y Lisbeth Salander está ahí para demostrarlo, Lisbeth Salander con su enigmático poder de seducción que fascina a todos cuantos leen la trilogía Millennium.

Lo que asombra y maravilla a un tiempo, es que sea un hombre precisamente el “padre” de semejante criatura, y que, además, se inspirase, según propia confesión, en Pippi Calzaslargas al crearla, lo que viene a indicar que los caminos que puede seguir la imaginación son verdaderamente inescrutables... y sorprendentes.