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“Guillermo el rebelde”, de Richmal CromptonGuillermo Brown

Este verano, bueno, una parte, he decidido regresar a la infancia, y en lugar de distraer mis ocios abismándome en filosóficas levedades del ser como muchos de mis apreciados colegas, he vuelto a leerme todos los libros que tengo de las aventuras de Guillermo Brown.

Y ahora supongo que muchos dirán, ¿quién es Guillermo Brown?, lo cual es bastante triste, sobre todo si se lo pregunta el gran público, más absorto en las peripecias mágicas de Harry Potter, también inglés e inmensamente popular en el mundo entero desde hace unos años, siendo lo único que le hermana con Guillermo Brown, la ambigüedad impuesta por la editorial, del nombre de su autora, ese J. K. Rowling por aquello de que pareciendo masculino sería mejor acogido por el publico infantil, ya que se ve que, en opinión de muchos, todavía hoy en día, y parece mentira, venden más los autores que no las autoras en la literatura infantil. Me explico: quien escribió las aventuras de Guillermo Brown, un chiquillo travieso que se mantiene en los once años durante toda una serie de 38 volúmenes, se firmaba como Richmal Crompton, y yo, durante muchas décadas, estuve convencida, como la totalidad de sus lectores, de que Richmal Crompton era un hombre, sólo hace relativamente poco descubrí que se trataba de una mujer y me llevé la gran sorpresa. Una mujer maestra de escuela que por añadidura contrajo la poliomielitis en la edad adulta quedando condenada para siempre a caminar apoyándose en un bastón.

Pocas veces una autora de tanta fama en su momento, o un autor, ha sido menos conocido y más confundido en su identidad debido a que su personaje era el más perfecto exponente de la psicología masculina de un muchacho, en este caso inglés: su famosa frase “no hago más que hacer constar un hecho”, sus inocentes interjecciones “troncho” y “caray” (en la traducción española) son ya míticas, así como también sus aventuras cotidianas llenas de una picardía real pero inocua (es decir, que no dejaba secuelas en el lector de pocos años convirtiéndole en un psicópata del futuro) me acompañaron en la infancia en una de las tantas ediciones que se hicieron en mi país hasta que la censura, que impartía el clero, lo censuró definitivamente porque solía mencionar a los pastores protestantes en muchos de sus relatos, por otra parte algo normal ya que el niño era inglés, y como los traductores hubieran mutilado más de una narración si no se mencionaba que Guillermo había ido a la clase dominical o bien que el reverendo de turno había puesto en marcha una tómbola benéfica, pues se acabó Guillermo aquí.

Richmal CromptonPor supuesto que después se han vuelto a reeditar sus libros, pero inexplicablemente no han obtenido el mismo éxito porque los gustos infantiles han variado, sensiblemente “mal educados” por la televisión y esos programas llenos de violencia con los que se bombardea las mentes de los niños de hoy en día, un día demasiado largo según parece.

Yo creo, visto lo visto, que las aventuras de Guillermo Brown son lectura más apropiada actualmente para aquellos que lo leímos en la infancia, hoy en día papás y mamás, algunos incluso abuelos ya, porque nos devuelve a nuestro pequeño mundo infantil y tal relectura nos hace felices.

Su autora era una mujer inteligente, muy observadora, y los personajes que creó, chiquillería y adultos, están perfectamente retratados con una fina ironía. Las aventuras de este niño, hijo de una familia de clase media, con dos hermanos mayores, Roberto y Ethel, pecoso, eternamente despeinado, sucio de tanto subir y bajar por los árboles, meterse en charcos y jugar al deshollinador en cuanto la ocasión se presentaba, son un clásico de la literatura infantil que convendría no olvidar.

En su momento, antes y después de la Segunda Guerra mundial —a España llegaron sus libros en los años 40—, las aventuras de Guillermo Brown fueron todo un éxito internacional; luego, repito, en España, of course, la censura se encargó de anestesiarlas, después no se reeditaron aquí en tiempo, volviendo a salir más tarde como aquél que pide permiso.

A finales de los 60 en Inglaterra se hizo una serie de televisión con el protagonista y sus amigos los proscritos, tan perfectos en sus papeles que parecían haber brotado de los dibujos de Thomas Henry, el excelente ilustrador que les dio rostro y figura. Yo vi la serie cuando la trajeron, tarde, a España y me gustó aunque debí ser de las pocas porque la serie tuvo poco éxito en mi patria, vuelvo a repetir que los tiempos cambian y los gustos también ya que todo depende de las modas lamentablemente.

Por eso he regresado a la niñez este verano, a refugiarme en aquel mundo lejano (mundo perdido sin dinosaurios) viajando en la mejor máquina del tiempo, el libro, que me ha arrancado de este momento actual poblado de crisis variadas y de epidemias, de inquietud constante, para devolverme a los verdes prados ingleses, a los cottages de un pueblecito sin nombre cercano a Londres, espectadora de las aventuras de Guillermo, Pelirrojo, Enrique y Douglas, los proscritos, que siempre estarán ahí alegrándome la vida al llevarme con ellos al ya muy lejano País de la Infancia.

¡Gracias, Richmal Crompton!