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Blancanieves y los siete enanitos de Walt Disney

Blancanieves y los siete enanitos

Ahora se ha puesto a la venta, supongo que aprovechando la campaña de Navidad, una nueva copia restaurada de los estragos ocasionados por el paso del tiempo en la película de Walt Disney, Blancanieves y los siete enanitos, ésta en DVD por supuesto, y así la magia continua.

Yo la vi por primera vez cuando tenía cinco años, regalo del día en que los cumplía, fui con mi madre y una amiguita, y aunque parezca bobada confesarlo (una crece, se hace mayor y adiós al mundo infantil) no he olvidado aquella tarde.

En la calle hacía frío, estábamos en diciembre, y ya era oscuro aunque fuesen las seis de la tarde, yo estrenaba un trajecito de color marrón con pequeños botones cónicos en los hombros (evidentemente eran de adorno) en rojo y negro a círculos concéntricos. Me sentía emocionada y mi amiguita también, nerviosas e impacientes, hicimos cola, entramos en el cine y al cabo de unos momentos que se nos antojaron eternos, empezó la película.

Cuando muchos años más tarde la volví a ver, fue como si hubiera entrado en la máquina del tiempo, y todavía hoy viéndola en casa, primero en versión video y ya ahora en DVD, experimento la misma sensación imborrable que me produjo aquel día lejano en el que hasta las luces de la calle parecían festejar mi cumpleaños.

El cuento me lo habían explicado, o leído, muchas veces, pero verlo en imágenes fue todo un hallazgo, diría mejor una revelación de esas que sólo se experimentan cuando eres muy pequeña y vas descubriendo el mundo a tu alrededor, son esas primeras sensaciones que marcan una huella indeleble. Para mí lo fue ese filme. Los fotogramas iniciales me llevaron muy lejos de la sala de proyección, me metí en la película y la viví como algo propio y con la intensidad adecuada en una niña de cinco años recién estrenados, y me cuesta describirlo porque no sé cómo hacerlo sin parecer o ridícula o cursi; resulta difícil hablar de una misma cuando no lo haces enmascarada a través de la novela que escribes.

Blancanieves y los siete enanitosEl caso es que siempre después, todas las veces que la he visto, la última hace una semana, experimento idéntico escalofrío al de aquella tarde en la cual, agarradas de la mano mi amiguita y yo, contemplábamos boquiabiertas el castillo de la malvada reina y luego a la linda Blancanieves fregando y más tarde mientras cantaba junto al pozo que le hacía eco; por cierto que ese eco me dio mucho miedo no sé por qué aunque la canción era, y es, preciosa. La llegada del príncipe lo complicó todo y los acontecimientos se precipitaron, el espejo delator, el esbirro de la reina que debe arrancarle el corazón a Blancanieves, sombra ominosa puñal en alto, mi amiguita y yo, y el cine entero, chillando de excitación entre gritos de “¡corre, corre!”, y mi madre enfadada que decía: “¡Niñas!”. Por suerte el esbirro no era malo, en fin, que el resto ya lo conoce todo el mundo, los enanitos, la asquerosa bruja; a propósito, que cuando la reina aparece transformada, mi amiguita y yo desaparecimos bajo los asientos, cosa que nos valió otra reprimenda materna.

Llegó el desenlace y lloramos como magdalenas ante el ataúd de cristal, cuando momentos antes habíamos pateado de gozo con el despeñamiento de la bruja en medio del fragor de la tormenta.

Hace algunos años, en el transcurso de una entrevista que me hicieron en la radio, al locutor se le ocurrió preguntarme cuál era la película que me había marcado más de todas cuantas podía haber visto, y sin pensarlo le dije: Blancanieves y los siete enanitos, el locutor se rió de buena gana y a mí se me subieron los colores a la cara, pero era verdad, sigue siéndolo.

En la infancia concedemos mucha importancia a cosas que a los mayores les resultan intrascendentes o nimias, pero que para nosotr@s no lo son, por eso es tan importante que los niñ@s vivan plenamente esos años infantiles como criaturas que son, no como adultos recortados, porque creo que fue Rilke quien habló del País de la Infancia, lugar en el que al menos much@s hemos vivido felices y que existe aunque ya estemos muy lejos de él; lo verdaderamente triste es que haya niñ@s que no lo conozcan, pequeños que ya con tres años empiezan a trabajar en condiciones infrahumanas buscando en los vertederos para sobrevivir, criaturas que son explotadas sexualmente, criaturas que mueren de hambre, de enfermedad, en las guerras (cuando no son niñ@s soldados), que se unen a pandillas callejeras, los famosos “niños de la calle”, criaturas a las que les han robado la infancia como a tantos niñ@s actores o cantantes, otro tipo de víctimas el relumbrón de cuya popularidad encubre verdaderos dramas.

Yo tuve una infancia feliz, una auténtica infancia, y su agradable recuerdo ha sido la vacuna que a lo largo de la existencia me ha inmunizado contra el desánimo y las preocupaciones, por eso considero un crimen de lesa humanidad robársela a quienes más la necesitan.

Blancanieves y los siete enanitosY volviendo a aquel día tan lejano ya, quiero romper una lanza a favor de Walt Disney, de quien se ha llegado a decir que sus películas de dibujos encubrían violencia y sadismo; Walt Disney no hizo sino llevar a la pantalla esos venerables cuentos clásicos que se han ido repitiendo a los niñ@s de generación en generación, nada más, y doy fe de que ni mi amiguita ni yo nos convertimos en psicokillers por haber ido a ver Blancanieves y los siete enanitos.

Las dos éramos unas criaturas muy inocentes y salimos del cine deslumbradas, siendo la película en cuestión motivo de posteriores y largas conversaciones, en las que, con un espíritu crítico cómico para la edad, opinábamos sesudamente que la reina era mucho más guapa que su hijastra, y que la reina era tonta al tenerle celos, por lo cual le estuvo muy bien empleado lo que le pasó después. Otro motivo del maduro análisis de dos renacuajos, que todavía no sabían leer ni escribir, fue el largo debate que sostuvimos sobre si (casi al final de la película) el esqueleto que aparece en el suelo de la mazmorra del castillo tendiendo las manos a través de los barrotes hacia una jarra de agua puesta lejos de su alcance, era el del esbirro o no, costaba admitirlo pero en el fondo creíamos que sí, aunque discutiéramos la incógnita acaloradamente.

Pero la cosa no acabó ahí, salieron los álbumes de cromos de la película un tiempo después y las dos, cómo no, empezamos la tarea de llenarlos comprando los sobrecitos verdes que los contenían y pegándolos en las páginas de cada álbum, con lo cual el encanto se alargó, intercambiábamos los cromos, para nosotras pedacitos vivos del filme, y el encuentro con cada uno de ellos era lo mismo que reunirnos con unos viejos y queridos camaradas.

Hace muchísimos años que no sé nada de mi amiguita Mary Paz, relación nacida por el hecho de que nuestras madres se conocieran en un parque público mientras llevaban de paseo a sus hijas, pero quiero imaginar que aún se acuerda de aquella tarde tan importante en que se abrió ante nuestros ojos atónitos el mundo de Blancanieves y los siete enanitos.