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El adiós de Kurt Wallander

Kurt Wallander, la criatura de Henning Mankell, nos dice adiós, como otros ilustres detectives del mundo de la literatura, Holmes, Poirot, se despidieron con anterioridad (Holmes a la brava, con posterior rectificación forzada a todas luces, y Poirot melancólicamente apagado el brillo de sus inteligentes intervenciones).

Wallander se aleja siguiendo los pasos de ambos, no diré que de igual forma pero fiel a su particular modo de ser que en nada observa parecido alguno con los acabados de mencionar, porque Kurt Wallander no es ingenioso ni pedante, ni refinado en sus gustos (si exceptuamos la música clásica) y vestimenta, es simplemente un ser humano con todas sus miserias y flaquezas, que más que vivir parece que se arrastre por la vida deseando que ésta acabe cuanto antes. Sus amores son tristes, por llamarlos amores ya que más bien son desamores que no otra cosa, tiene un padre con el que no congenia, una hija joven a la que quiere pero con la cual no se lleva muy bien, y está divorciado. Vive en un piso pequeño y barato en el que ejerce de amo de casa no con excesiva eficiencia, come muy mal, es bebedor de cerveza, y parte muy grande de las 24 horas se las pasa entre la comisaría y la calle intentado solucionar casos la mayoría de las veces espeluznantes.

Wallander es un solitario depresivo, nada que ver con el mejor detective consultor de Inglaterra o el irónico y agudo Hércules Poirot, Wallander es muy real, muy humano (hasta es diabético), tiene miedo a la vejez porque dejó de ser joven, no es un hombre atractivo y por todo ello enternece y se hace querer. Para él perseguir y dar con el criminal no es una autoafirmación vanidosa, Holmes, ni sagaz, Poirot, es casi un drama que contribuye a entenebrecerle la vida aun más. Porque este comisario sueco es un amargado que nos contagia su amargura a lo largo del transcurrir de sus novelas, en las que ejerce poderosamente, como otro personaje más, el clima de su país.

Si te abismas en su lectura llegas a identificarte con esos días cortos, con esas noches largas, con ese frío y con ese viento inmisericordes que te calan hasta los huesos y te hacen añorar el sol mediterráneo, pero es el mundo de Wallander, y Suecia le tendría que estar agradecida por haberla popularizado a nivel internacional.

La primera novela que yo leí de la saga fue La quinta mujer y me fascinó, no tanto por la historia que relata sino por el paisaje que se funde con ella como en todas las obras que protagoniza. Y sigue impactándome. Creo que ese es el mérito de todo buen novelista, trasladarte al escenario de los hechos sin moverte de tu butaca.

Pero Wallander se va porque su autor le jubila en una excelente aventura final, El hombre inquieto, que aún no he leído, son referencias de críticas entusiastas, y me parece que retrasaré cuanto pueda el momento ya que al cerrar el libro sabré que no hay continuación, a menos que Henning Mankell se retracte presionado por los admiradores de Wallander, cosa que no creo que vaya a hacer porque ya está cansado del personaje olvidando que gracias a él se ha hecho famoso en el mundo entero que lo ha descubierto como gran novelista y dramaturgo. Mankell no debería menospreciar el género al que pertenece la saga de Kurt Wallander puesto que le ha permitido denunciar muchas irregularidades que existen en su país, al que todos considerábamos una especie de paraíso escandinavo. Puede que haya influencias de otros autores nórdicos en él y a su vez a él le hayan salido discípulos, o imitadores, pero, lo que me sorprende de toda esta gran familia es su ingenuidad, parecen niños que descubran el mundo con sus maldades, traiciones y corruptelas y, asustados, nos las quieran señalar, algo que no sucede con Holmes ni con Hércules Poirot (o con el inspector Brunetti de Donna Leon), éstos saben que en el mundo existe la maldad y no les sorprende ni traumatiza, la descubren, la denuncian y a otra caso.

Un nombre destacado y tristemente desaparecido, Stieg Larsson, se destaca como un discípulo aventajado, sin embargo existe una gran diferencia entre ambos, mientras que Mankell es un escritor profesional, Larsson es un periodista que escribe novelas a la manera de reportajes en muchos de sus capítulos, y, en concesión a los tiempos que vivimos, utiliza desenlaces truculentos que seducen al personal, con ello no pretendo restarle méritos pero sí señalar la diferencia entre los dos autores más taquilleros de Suecia.

En fin, hasta algún día, amigo Wallander, y cuando éste llegue tal vez imite a mi hermana, quien concluyendo ya Cien años de soledad dejó sin leer el desenlace de la novela “porque así me hago la ilusión de que nunca terminará”.