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Agatha Christie (1969)El mundo de Agatha Christie

Los novelistas desgraciados cuya existencia fue un calvario de incomprensión y lucha, sin final feliz en esta vida, abundan tanto que son muy conocidos y por ello me abstengo de dar nombres; en cambio, los escritores felices en ejercicio de la profesión desde el principio hasta el fin de sus días, esos se cuentan con los dedos de la mano, siendo una de ellos la famosa novelista inglesa.

Muchos escritores, Vargas Llosa por ejemplo, aseguran que sufren horriblemente en el momento de enfrentarse con la página en blanco, que padecen lo indecible escribiendo, y que para ellos es poco menos que una tortura el hacerlo, tormento que llega a su fin cuando la obra acaba.

Personalmente, y he escrito mucho a lo largo de mi existencia (empecé a los ocho años a escribir ficción), para mí emborronar páginas es un placer ya que puedo crear vidas e historias, y me lo paso muy bien, pero no soy la única. Mi ilustre colega, a quien admiro por su ingenio y su inteligencia, Agatha Christie, era de la misma opinión, también disfrutaba escribiendo, era feliz, pero además, y esto es lo más estupendo, fue novelista privilegiada ya que nunca conoció las angustias de una profesión en la que abundan más los sinsabores que las alegrías.

Agatha Christie es una de los pocos autores que publicaron su primer libro sin que mediara “enchufe” alguno, ni padrinos. Por una apuesta con su hermana escribió la obra, probó fortuna en el mundillo editorial enviando la novela y después se olvidó totalmente... La difícil facilidad, así suceden las cosas en ocasiones.

Demasiado atareada con su vida personal, era una joven esposa, ya ni se acordaba de la novela cuando recibió la respuesta: había sido aceptada. Agatha quedóse muy sorprendida pero innegablemente satisfecha y ese fue el arranque de su carrera literaria. Ahora bien, lo que en su caso es excepcional consiste en que tal carrera lo fue sin altibajos, presidida por el éxito desde el comienzo hasta el final, y aun ahora ya que sus obras se están reeditando constantemente.

Cada nueva novela policíaca era muy bien acogida y el público no se cansaba de leerla, paralelamente a esta progresión laboral que se mantenía en línea ascendente proporcionándole cuanto apeteciera en el terreno de lo económico, su vida privada tampoco podía pedir más en esos primeros años como novelista: un marido guapo del que estaba muy enamorada (aconsejo leer El hombre del traje castaño, en donde descubrimos a una Agatha vibrante de alegría de vivir y autobiográfica), una hijita, una madre cariñosa, un entorno familiar amable... ¿Se podía pedir más? Desde luego que no.

Pero surgió la serpiente en tan idílico paraíso, su única gran pena (aparte de la muerte de su madre por aquellas fechas), el único gran dolor de toda su vida adulta: el señor Christie le fue infiel dejándola por otra. Inesperado mazazo que la hundió en una profunda desesperación, hasta el punto que Agatha Christie vivió su propia novela de misterio desapareciendo en ignorado paradero por unos días con lo cual se promovió un gran revuelo en todo el mundo lector, que además se ha quedado con las ganas de saber el cómo del intrigante suceso; se hubiera necesitado a un Hércules Poirot para encontrar su pista.

Todo pasa en esta vida, sin embargo, y la tormenta se alejó para siempre de la de Agatha Christie comenzando la existencia paralela, o su segunda parte, más brillante si cabe, esa comunión indiscutible, en este caso ya libre de ingerencias emocionales externas, del autor con su obra, y aunque luego, muchos años después, contrajese matrimonio con el arqueólogo Max Mallowan (de quien dijera con su británico sentido del humor que “casarse con un arqueólogo tiene la ventaja de que cuanto más vieja te haces más te aprecia”), nada pudo romper el lazo.

Agatha vivió por y para sus novelas y cuentos policíacos (con la escapadita hacia otro tipo de literatura intimista bajo el pseudónimo de Mary Wesmacott), escribiendo sin parar y no atosigada por la necesidad sino por puro placer creativo. Vivió, repito, en su mundo paralelo completamente feliz disfrutando de su trabajo cada día, para mí la fórmula ideal, el auténtico país de las maravillas de cualquier escritor.

En su autobiografía (escrita a lo largo de 15 años y titulada An Autobiography), por cierto muy recomendable y optimista, más eficaz que un libro de autoayuda para escritores deprimidos, la novelista inglesa da toda una lección magistral de cómo vivir con alegría la presencia de cada nueva jornada en la que le espera su máquina de escribir, sus criaturas, y cuantas las aventuras imaginarias que se le ocurran.

Se podrá alegar que si todo le iba bien en la vida razón había para mostrarse satisfecha y contenta, a lo que yo respondo que es una cuestión de carácter y no otra cosa porque muchos hay, escritores consagrados y millonarios, que deambulan por este mundo con cara de amargados pese a su éxito (me viene ahora a la mente alguien muy famosa cuyo rostro no expresa ninguna felicidad cuando tiene que mostrarse en público para atender a sus fans), y otros se han retorcido entre sufrimientos mentales indecibles mientras creaban sus obras, Poe, Dostoievski (ambos enfermos, hay que reconocerlo), o bien que se han auto marginado condenándose al ostracismo pese a su éxito como Salinger, siempre con cara de pocos amigos.

Agatha Christie era una mujer equilibrada, sana, llena de alegría de vivir y enamoradísima de su profesión; leyendo su autobiografía traspasa ese estado de ánimo y te dices a ti mism@ que esa vida plena, de rica imaginación, plácida, tranquila, la otra cara de la moneda en la existencia de un novelista, es el ideal, escribir disfrutado, errar por mundos inventados en una realidad más poderosa que la virtual, y ser feliz con lo que se hace al sentirse plenamente realizada.

Indudablemente Agatha Christie tuvo mucha suerte en su carrera pero no dudo ni por un instante que su manera de ser, su carácter, influyese totalmente en esto. Deberíamos aprender de ella cuantos nos dedicamos a la literatura porque es todo un ejemplo a seguir.