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Atrapado en el tiempoEl Día de la Marmota

Hace ya algunos años se estrenó una película titulada aquí Atrapado en el tiempo y protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell, en la que se hablaba de la curiosa costumbre que tiene lugar en Punxsutawney (¡vaya con el nombrecito!), Pensilvania, cada vez que el invierno ya toca a su fin.

Todo iba, y va, acerca de la salida de una emblemática marmota de su madriguera; los expertos deducen de esta salida si la primavera, léase el buen tiempo, está próxima, caso contrario, siempre los expertos, el frío se alarga.

Pues bien, éste era el hilo argumental sobre el que se montaba una historia de lo más singular cuya originalidad nos sorprendió a todos.

Resulta, por si ustedes no lo recuerdan, que el héroe de la película, despertaba siempre el mismo día, que casualmente era el día de la marmota, como si toda su vida estuviera condenada a repetir eternamente, con algunas pequeñas variantes, esas 24 horas.

El film tuvo un gran éxito, luego se hizo una deleznable secuela televisiva, y llevó a los espectadores a plantearse unas preguntas casi filosóficas: ¿es nuestra vida una rutina por la cual transitamos sin darnos cuenta?, ¿todos mis actos de hoy son repetición de los de mis días pasados y premonitorios de los que vendrán?, ¿qué es lo que cambia y lo que no cambia realmente en la existencia?

Hace mucho tiempo leí que la rutina, por muy adocenada que parezca, es saludable porque inspira seguridad; si cada día hacemos lo mismo, el camino está trazado, lo conocemos de antemano y es seguro, nos dejamos llevar por él con la absoluta tranquilidad de que no habrá sorpresas, y no suele haberlas, será aburrido, no lo niego, pero lo haremos una y mil veces sin sobresaltos. En realidad esa es la vida, el día a día que sólo varía según cada persona y su ritmo existencial. La rutina de París Hilton, por ejemplo, ya sabemos de qué va y realmente difiere poco de la de cualquier otra persona porque ella hace siempre lo mismo, como todos lo hacemos, la diferencia es que hay unas rutinas más variadas que otras.

Pero la cosa no se detiene ahí, la constante repetición de nuestros actos obliga a veces a la confusión y en ocasiones no sabemos con seguridad si esto o aquello lo hicimos ayer o anteayer; los días son tan iguales y las tareas siempre las mismas que cuesta encontrar las diferencias si no recurrimos a la agenda o el calendario de mesa.

¿Y qué es lo que cambia y lo que no cambia en nuestra existencia? Día a día poca cosa o nada y año a año igual, pero si la rutina habitual se quiebra inesperadamente es lo mismo que la erupción de un volcán, de repente te ves arrojado de la cuerda floja al vacío y te contorsionas y pataleas hasta llegar al puerto seguro de la nueva y tranquilizadora rutina.

Otra vez encarrilado (por mala que sea siempre es un camino a seguir, y nada consuela más que saber por dónde se avanza) se sigue adelante, se atonta uno y todo permanece igual. Es verdad que vivimos atrapados en el tiempo como en un eterno día de la marmota y lo único que puede alterar esa imagen perpetuamente similar son los acontecimientos inesperados, como si mañana, por ejemplo, cayese un meteorito sobre el planeta, pero no hay que preocuparse, la vida, de una forma o de otra, siempre continúa y es madre de infinitas rutinas por las que dejarnos llevar.