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Ojos de gatoRadiografía de una foto

Describir una fotografía, que nadie más que yo veo en esta ocasión, es una tarea difícil, y lo es sobre todo porque no puedo adjuntarla al presente artículo ya que pertenece a una postal y tiene su copyright.

Hace años que la compré yo misma en París y no para enviar sino para quedármela porque me gustó, sin embargo no es que se trate de una postal de esas que podríamos llamar de coleccionista, ni paisajes ni monumentos históricos, nada de eso, es vulgar e insignificante según como se contemple: un gato pequeño subido al mármol de una mesa en la terraza de cualquier bar anónimo, en este caso parisino. Detrás del gato el fondo se separa en dos partes, bajo un cielo nublado, a la derecha la acera, unos árboles y una parada de autobús, a la izquierda la fachada del bar (un bar de lujo) consistente en una larga vidriera dividida en paneles que reflejan la calle de una manera fantasmal y las sillas, que como un escuadrón de húsares, vacías, esperan a la clientela detrás de sus respectivas mesas.

El gato sobre la mesa —una mesa redonda, por lo que no podemos hablar de ángulos—, situado al borde de la misma, y en el centro de ésta dos tazas blancas con filo dorado, vacías también, una mostrando gotas secas de café en el costado visible, inmediato a una cucharilla plateada, y, tiradas de cualquier manera al lado de los platillos de ambas tazas unos papeles blancos arrugados que se supone deben ser servilletas.

El gato sobre la mesa se halla situado más a la diestra y su cuerpecito en el punto perfecto, intersección, que anula la monotonía de acera y sillas.

Es un gatito atigrado, gris (yo diría mejor una gatita) de orejas enhiestas y puntiagudas, su pelaje le envuelve como un abrigo suave y algodonoso en el que las rayas forman un gracioso estampado. El animalito contempla al fotógrafo y su gesto es todo un poema de expresividad, ¿quién dijo que los gatos parecen esfinges inescrutables?

Teniendo en cuenta que la foto fue una instantánea lo milagroso es que el gato posara, involuntariamente desde luego, un segundo o dos, tiempo suficiente para entrar en la posteridad inmortalizado, una posteridad de la que él jamás tuvo la menor idea porque esta fotografía fue tomada hace 24 años si hemos de fiarnos de la fecha que aparece situada en vertical, y con letra diminuta, en la esquina inferior de la imagen, a la derecha.

El gato mira al fotógrafo con una enorme curiosidad y sorpresa; parece que pensara: ¿quién eres y por qué haces estas cosas tan raras? De la misma manera me mira a mí, a todos los que adquieran la postal o la reciban, una curiosidad y una sorpresa que permanecerán por siempre inmovilizadas, fijas: un gatito atigrado de enhiestas orejas grises, y grandes, redondos, ojos verdes, que está empezando a conocer el mundo que le rodea.

Al verle por primera vez me dije “¡Pobre animalito, gato callejero sin duda a la búsqueda de restos comestibles en el entorno de los bares!”, más tarde, cuando se me pasó el arrebato sensiblero, me di cuenta de un detalle muy significativo, su pelaje era precioso, y estaba bien alimentado, además su expresión denotaba una curiosidad exenta de sobresalto o inquietud, y entonces caí en la cuenta de que debía ser propiedad de los dueños del bar. Un gatito mimado, con aires de amo y señor, que contempla tranquilamente a un intruso, a todas luces incomprensible, que le está fotografiando. Una nueva lección con la cual enriquecer sus experiencias callejeras.

¿Qué fue de este gato, qué vida tuvo, una existencia larga y feliz o por el contrario fue corta y acabó bruscamente?, ¿tuvo hijos?, detalle importante, ya que el creced y multiplicaos alcanza también a los animales.

Pequeño felino encaramado a la mesa de un bar, nunca lo sabremos, y, como todos los ilustres retratados de la historia, tu identidad permanecerá por siempre envuelta en el misterio para estimular la imaginación de quienes te contemplen: enhiestas orejas grises, redondos y grandes ojos verdes, naricilla rosada, blancos bigotes y boquita cerrada en un eterno rictus de estupor.

Mi gatito del recuerdo, como una flor prensada entre las páginas de un libro, compañero fiel mientras trabajo, mi pequeña mascota en cartulina, siempre juntos hasta el final de los días. Te quiero.