Wilkie Collins
Wilkie Collins.

¿Folletines? La vida es un folletín

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Me hace gracia cuando los puristas de la novela, bien sea lectores o escritores con aires de suficiencia, dictaminan de manera irreversible, para ellos, que el género folletinesco es una porquería lacrimógena sin categoría e indigna de ser tomada en consideración.

Confieso que en mis comienzos también lo pensaba, luego crecí dándome cuenta de muchas cosas, una de ellas que el folletín no tiene que ser menospreciado, porque, tal vez, sea la auténtica novela real de la existencia, no un cuento de hadas con el inevitable final feliz.

Conozco vidas de personas que son auténticos folletines contemporáneos y que no mueven a la risa que digamos. Porque la realidad supera siempre a la ficción, y a veces la realidad es tan caricaturesca que si no fuera por lo que vemos, o nos cuentan fuentes fidedignas, no nos lo creeríamos. El malvado integral, la desdichada víctima, la justicia vendida hasta extremos inconcebibles, las situaciones ilógicas, todo eso se da cita en los folletines y en la existencia del día a día, pero no nos apercibimos hasta que nos toca de cerca bien sea a través de una novela o de una serie de televisión, bien a través de comentarios sobre otros.

El folletín literario surgió prácticamente en el Romanticismo, a raíz de esa Revolución Francesa que empezó a cambiar el mundo en todos sus aspectos. Así, las clases humildes comenzaron a alfabetizarse y puesto que sus gustos eran sencillos, viscerales y vulgares, nació una literatura de consumo que obtuvo de inmediato un gran éxito, al que contribuyó su forma de difusión, en este caso los periódicos... ya que ellos no disponían de Internet.

Aparecían por entregas, capítulos, en pequeños pliegos o cuadernillos, folletos o feulletons, de ahí su denominación posterior, y la gente los devoraba ansiosamente cada semana, luego estas entregas se convertirían en libros que son famosos aún hoy en día, famosos y leídos con interés a cada nueva generación.

Más arriba he mencionado que los gustos del público eran vulgares, y como vulgares viene de vulgo, ello no significa desestimación sino el reflejo de la colectividad en la cual vivían determinados estamentos sociales que necesitaban ver sus vidas reflejadas en el papel para sentirse alguien en el mundo, seres vivos y no simples comparsas de los más afortunados, la pobre costurera que cose para una reina espiada, el inocente joven que se ve enredado en una sucia intriga y acaba preso en cierta tenebrosa fortaleza durante años y años hasta que su cruel destino le libera y vuelve para vengarse de los poderosos que lo metieron en prisión... En fin, muchos son los ejemplos y de sobras conocidos.

Balzac, Dickens, W. W. Collins, Victor Hugo, Dumas, Flaubert, Stevenson, Dostoievski, Eugenio Sue, Paul Feval, Ponson du Terrail, hasta Carlo Collodi con su Pinocho, son nombres demasiado ilustres como para saltárnoslos alegremente, y, sin embargo escribieron folletines.

Estos autores que hoy reverenciamos y de quienes somos admiradores, en su tiempo, fueron mirados un poco, o un mucho, como escritores de a tanto la página, y varios pagaron con la vida, Dickens y Balzac por ejemplo, horas y horas de desvelo escribiendo a velocidad de vértigo, para poder entregar al día siguiente su folletín, y Wilkie Collins cuenta al respecto, sobre una novela suya, cómo estando gravemente enfermo tuvo que dictar uno de sus capítulos semanales porque el público lo esperaba y él no podía fallarles.

Grandeza y miseria de los folletines.

No, el folletín no es una lectura menor, es el reflejo de la propia existencia y nada más, ¿que en ocasiones exagera hasta la comicidad? No quiero ser mordaz, pero a veces he contemplado situaciones, que siendo auténticos dramas, más parecían una representación del teatro del absurdo y lógicamente movían a la risa.