Los rechazados

Los rechazados

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Hay una especie de leyenda negra que asegura que los autores rechazados por las editoriales, lo son debido a su falta de calidad, por esa misma regla de tres esos autores son malos, no valen y lo mejor que pueden hacer es cambiar de oficio. Semejante bulo es una solemne majadería aparte de ser una opinión tendenciosa destinada a frustrar muchas vocaciones, y a los ejemplos históricos me remito.

Hubo una vez cierto escritor desconocido llamado Jules Verne que tuvo la moral de enviar a 15 editoriales el manuscrito de su novela Cinco semanas en globo. Las 15 editoriales se lo devolvieron. Entonces el desconocido Jules Verne, en un arrebato de desesperación, quiso arrojar al fuego su manuscrito, y suerte tuvo que su esposa se lo impidió, obligándole prácticamente a que probase de nuevo suerte. Lo hizo Jules Verne y esta vez encontró a su editor, y para toda la vida.

Otro tanto pasó con Vladimir Nabokov y su Lolita, devoluciones, desesperación y fuego en perspectiva, con final feliz al intervenir su esposa y rescatar el libro con los resultados conocidos por todos.

Ernest Hemingway, cuyos escritos eran devueltos sistemáticamente por las editoriales, en sus comienzos como novelista, es otro ejemplo a tener presente, y, cómo no, John Kennedy Toole, autor de La conjura de los necios, quien se suicidó porque los editores le rechazaban continuamente su novela.

Las hermanas Brontë, a las cuales nadie hacía caso, y que tuvieron que pagar de su bolsillo las ediciones de sus primeras obras.

Y hay muchos más ejemplos, recientemente; El niño con el pijama de rayas es uno de ellos, o al menos eso dice la leyenda, pero no los vamos a enumerar todos, baste con los acabados de mencionar, bastante ilustrativos por sí mismos.

Todo ello nos lleva a una sola conclusión, que la opinión de determinadas personas, personas indudablemente malintencionadas o, en el mejor de los casos, inconscientes del daño que pueden causar, no debe ser tomada en cuenta, cuando ejemplos periódicos tenemos de novelas que promocionadas a bombo y platillo por las editoriales, incluso generosos premios concedidos, son muchas veces obras mediocres, y hasta mal pergeñadas, indignas de recibir un galardón que no atinamos a comprender en base a qué merecimientos literarios se les ha concedido.

Por ello yo ruego a los rechazados que no pierdan la moral y que sigan insistiendo, que al final se encontrarán con su editor, o su público (en caso de que se autoediten), todo es cuestión de tener paciencia; ilustres precedentes lo aconsejan.