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Patti Smith y Roberto BolañoPost Bolaño que estás en el mar y vienes volando

Antes de que le lloviera la fama tardía y merecida a Roberto Bolaño, suponía que, a los miserables restos de gloria que se le pegaban junto a los tramos finales de su fuerza física, estaba la nunca bien concluida metamorfosis del poeta al narrador. Bolaño era un poeta “desconocido, sin universidad”, y tenía el rótulo de “poeta chileno”, país de poetas. (Sólo nombro a Gonzalo Millán y a Oscar Hahn, para no ir a las llamadas vacas sagradas de ayer, ahora y siempre.) La prosa no se devora ni traga como una boa a un poeta que siempre se la jugó por la poesía y literatura, pero lo puede poner en el mercado. En nuestra época, la prosa narrada en el género novela es la vedette y el infrarrealista poeta autor de Los perros románticos y La universidad desconocida, libro post-mortem este último, no habría dado vuelta la gran página de la escritura si hubiese permanecido aferrado a su poesía. Bolaño escribía los gérmenes de cuentos en su poesía narrativa y era cuestión de tiempo que cambiara de género, por decirlo de una manera prosaica. Hizo historia cuando ocurrió ello.

Los poetas sobreviven en la marginalidad y orilla del mercado lector, pueden llegar a ser autores de culto, siempre restringidos, voces “secundarias” en el escaparate mediático, detrás y lejos de los rockeros, pintores, narradores, artistas de cine, animadores de TV, políticos de ocasión, futbolistas, modelos, conejitas, y vendedores de alguna pomada, terroristas, encantadores de serpientes y mesías, ilusionistas a tiempo completo.

La poesía no es negocio / La poesía no negocia / El negocio de la poesía / son sus palabras nuevas / luminosamente usadas, oscuras / imposibles, desconocidas / siempre verdaderas / lenguaje intransable / Poesía no subastada // pública y privada / sin dueño / con duende / Palabra sobre palabra / el poema tiene un peso específico / como el aire / que tú respiras / cuando escribo estas palabras. RG.

Bolaño no sólo escribía y vivía la poesía con sus pares transgresores mexicanos, los desafiantes infrarrealistas, que probablemente para la intelectualidad como Octavio Paz y el consagrado establecimiento cultural mexicano, no sólo eran parias, sino lúmpenes, poetitas menesterosos de la palabra. Incorregibles, inútiles canallitas del verbo arado en el mar. Ellos, los de abajo, mostraban los dientes y seguramente el establecimiento se reía a carcajadas. La poesía tiene caminos más o menos similares en América Latina, salvo algunas excepciones, hay mucho silencio, y esas grandes figuras han tenido compañía de los escenarios, la historia, embajadas, desde luego su gran e innovadora poética, lucidez, y porque han abrazado la vanguardia de su propio instinto, un nuevo lenguaje y su carne siempre le perteneció al Olimpo por obra y gracia de su instinto y también por apoyos oficialistas. Son definitivamente inspiradores. (¿Hoy el marketing es el dios de la palabra?) Bolaño despreciaba, al parecer, estas dotes, características, que las veía muy marcadas en Paz, Neruda, a quien no le dio cuartel, aunque perdonó al mexicano finalmente. Muchos de estos vanguardistas per se, kamikazes poéticos, poetas biográficos, relámpagos, malditos delirantes de las tribunas y cafés, tan necesarios, aborrecidos por la academia, abandonan el circo de tres e infinitas pistas en que se transforma la maratón poética llena de obstáculos. Algunos se salen de las pistas y mueren antes de tiempo, o se hacen humo. Bolaño escogió el camino de la resurrección e insurrección, cambió de género, aunque nunca dejó de ser poeta, porque es una enfermedad incurable. En España, al igual que Neruda, cambió su vida, pero no su literatura, como el vate de Isla Negra. Curiosamente, dos poetas interesantes que acompañaron la bohemia de Neruda murieron jóvenes: Alberto Rojas Jiménez y Romeo Murga, como Mario Santiago Papasquiaro, el mítico cofundador de los infrarrealistas (real visceralismo en la vida real), Ulises Lima de Los detectives salvajes. Murió arrollado por un automóvil en el DF, tal como vivió, en velocidad permanente. Imagino que su cuerpo fue a la morgue, que conocí una noche de visita a comienzos del 69 porque un primo mexicano, médico, laboraba allí y las estadísticas que leí aún dan vuelta en mi memoria como los pasillos interminables, fríos, del último paradero de muchos mexicanos. Bolaño, ganador obsesivo y afortunado de concursos de provincia en el reino de España, mantuvo su impronta como si fuera el último de los mohicanos. Alguno de sus pares le reconocieron finalmente, y aunque decidió controlar su propio timón, convivió como un Llanero Solitario y fue el único que le disparó, hizo pum, pum, al Boom latinoamericano. Sólo Mario Vargas Llosa opinó favorablemente del autor de Los detectives salvajes, en medio de un silencio sepulcral de las restantes estrellas vivas del Boom. Ahí ya construía su mito y disparaba con sus balas de plata. Las raíces del mito Bolaño también están en su fuerza poética y la historia de sus personajes que se mueven por las ciudades del mundo. (No es suficiente el paisaje en literatura, o estar en muchos lugares). Es un francotirador innegable contra el establecimiento literario y son los poetas sus blancos favoritos, al menos en sus libros, aunque tampoco se le escapó el chileno José Donoso y otros más. Solidario con sus gustos literarios obsesivos e implacable burlón de los que descalificaba como autores. Esta época era una suerte de Guerra Fría, monótona, la década más intensa de la pasión viva de Bolaño por la literatura y la polémica, cuando tenía auditorio.

La correspondencia urgente, urgida, perentoria, necesaria, solicitada al poeta chileno, Enrique Lihn, autor de la magnífica Pieza oscura, resultó finalmente su tabla de salvación, en momentos en que la asfixia le consumía y los caminos se le habían estrangulado, coagulado en la garganta. Al principio, relata el mismo Bolaño, la respuesta fue seca y hosca. Conociendo a Lihn, algo de lo que no tuvo el privilegio Bolaño, al principio producía distanciamiento, pero después entraba en materia como un colega, afable, lúcido, abierto, exigente y sincero, tal como seguro respondió al desolado autor de Los detectives salvajes y náufrago existencial en ese entonces. No sabía cómo ni para dónde remar. La historia está plagada de maestros, guías, consejeros, simples y lúcidos lectores, críticos audaces y también aduladores, mesías de papel maché. Pound y Eliot hicieron historia, dieron un ejemplo de humildad y compromiso. Para Pound no había amigos, sino compañeros de juego, repetía Jorge Teillier. T. S. y el magnífico Ezra cambiaron la poesía inglesa con unas bien afiladas tijeras de il miglior fabbro, al podar La tierra baldía.

Poesía de paso, de Enrique LihnLihn, primero, rechazó los poemas de Bolaño, en alguno de mis escritos lo he comentado, y posteriormente vio en ellos al poeta. No es fácil ser objetivo, es difícil ponerse en el lugar del poema del otro, es más complejo aun revelar lo inefable, traducir lo invisible, poner el oído justo en el ombligo de la poesía. Lihn era un crítico lúcido, honesto, confiable, asertivo, no más comprometido con el lenguaje que asociaba a sus lecturas, cultura y propio aprendizaje y modo de ver, sentir y creer descifrar donde había poesía. Acertó el autor de Putas asesinas de tocar la puerta del poeta de paso (Poesía de paso), libro que consagró a Lihn internacionalmente (Premio Casa de Las Américas) y del que conservo su primera edición en mi biblioteca con su dedicatoria simple y directa. Su letra neurótica, sin pretensiones de posteridad. La caligrafía nos recuerda a las personas, al menos a mí me sucede y si uno hace alguna memoria, recuerda el gesto del autor.

Bolaño, de acuerdo con los datos biográficos más confiables, leía como una aspiradora en su cuarto en el Distrito Federal y no sólo acompañaba a sus amigos en la bohemia callejera en el mítico café La Habana de Bucareli, y ejercía la poesía a viva voz por las calles y escenarios, tertulias improvisadas, oficiales, del DF. Tiempos sin timón aparente, en el delirio. Asonadas, descargas de fusilería, estallido de granadas, fuego, fuego del verbo amanecer, palabras cortadas por el filo de la navaja de los días iniciáticos, únicos, imborrables, irrepetibles.

El mensaje de Lihn fue no correrse, como dijo Vallejo en París, y Bolaño también cumplió. Lihn era partidario, me consta, del tiempo completo, literatura total, cuadrar el círculo del ejercicio poético y artístico. Fue poeta, narrador-novelista, cuentista-ensayista lúcido, profesor universitario, director de revistas, de talleres literarios, performance, amante voraz del lenguaje, sin concesiones, y Bolaño siguió ese camino, salvo que la patria de su literatura era América Latina, aunque los libros son de donde uno los lee y reescribe para siempre en la memoria. Las páginas y las historias, como la poesía, habitan los cuartos y los veranos, como las madrugadas tibias o los amaneceres fríos, lluviosos. Es el no lugar para el lector, aunque se hable de literatura regional, compartimente en estancos a los autores, la obra vuelve al sitio del crimen, donde realmente la vive y recrea el lector. Bolaño conocía ese secreto de la obra abierta, llena de historias, escrita para un curioso y ávido re-lector, mecanismo que puso a funcionar como un reloj con su bomba de tiempo a punto de estallar. Él pertenecía al camuflaje de lo real en la ficción de lo inverosímil, un espejo de múltiples caras, cual de todas más oscuras. Construía laberintos sutiles, armaba crucigramas, trazaba rutas paralelas, puentes sobre ríos infinitos y en el horizonte, en algún lugar del camino puede asomar un gran y desolado desierto. En ese inmenso espacio, vive y muere la vida. Para acomodarse en las secretas esquinas de la noche.

Le pregunté un día a Lihn por Roque Dalton, poeta que Bolaño conoció y al cual se le refiere como un dato del mito del autor de 2666, y me dijo, sin pensarlo dos veces, que su cabeza estaba en otra cosa, porque, aunque Dalton hizo una obra inmensa, para Lihn, se necesitaba respirar con los pulmones de la poesía las 24 horas del día, sin distracción alguna. Según Lihn, Neruda abandonó la vanguardia y la dejó en manos de Nicanor Parra, para su asombro, autor del cual Bolaño se siente algo más que deudor agradecido. Parra le dio las gracias porque lo volvió a poner en la gloria literaria como autor de culto, aunque el antipoeta ha sobrevivido más allá de su propia poesía y es un maratonista de tranco largo, firme y seguro, un verdadero corredor de fondo. Neruda y Lihn fueron narrados en Putas asesinas y el vate sureño en una novela sorprendente, poco tomada en cuenta a veces, por los críticos bolañistas, como lo es Nocturno de Chile. Hay maestría en esas páginas, un ambiente degradado, la ambigüedad, personajes reales en sordina, un crítico literario famoso y vivo aún, odiado por Lihn. Ambos autores formaban parte privilegiada de su biblioteca privada, como Huidobro, aunque su mujer, Carolina López, destaca que a pesar de todo tenía a Neruda, pero, digo, es que su fantasma es más real de lo que se puede pensar para cualquier autor chileno y latinoamericano. En El Aleph de Borges está retratado Neruda. El propio Bolaño lo comentó.

Bolaño y Lihn se devoraron en su momento las Residencias nerudianas y después se distanciaron de él. Borges pudo ser un gran personaje literario, y lo fue de sí mismo, pero Bolaño al parecer respetó a un autor que siguió con particular devoción. El mismo Bolaño es un personaje de novela, a partir no sólo de su vida, sino más bien de sus obsesiones frente a la literatura y otros autores. Su mujer cuenta que hablaba con los autores, separaba los libros por afinidades, alineaba autores y de hecho se enfrascaba especialmente con los chilenos en críticas abiertas. Solamente se detuvo cuando la enfermedad se lo impidió y tuvo que dedicarle más tiempo a la literatura, porque posiblemente vislumbraba un final cercano. Se habla del mito, de su impacto en Estados Unidos, de que se deben estar escribiendo varias biografías; aparecen nuevas novelas, un documental de su juventud en México editado en España (La batalla futura), y en ese orden, el crítico español y amigo del autor de Estrella distante, Ignacio Echevarría, por encargo de la Universidad Diego Portales de Chile, donde se aloja la Cátedra Bolaño, escribirá un perfil el año entrante. Echevarría hace mitología al creer que Bolaño se ganó enemigos en Chile entre los intelectuales por decir que los dos mejores poetas de Chile son Enrique Lihn y Nicanor Parra. Grandes poetas ambos, sin duda, y he escrito numerosos artículos sobre ellos porque además los conocí en plena creación poética, sino porque en el país de la Mistral hay unos cuantos poetas y de distinto linaje y provenientes de parras propias y muy diversas, lo que convierte en magnífica la poética castellana. Los españoles sólo conocen a Neruda, no les ha interesado mayormente la poesía chilena, ni siquiera al ídolo de Bolaño, Parra, editado en una antología por el propio Echevarría hace unos pocos años (recientemente otra de Carmen Balcells), y ya tiene 96 años. La poesía no vende, no es materia de atención, y tal vez dos premios Nobel chilenos en poesía, un Cervantes, un Reina Sofía, un Rulfo, intimida, a más de alguno. El propio Manco de Lepanto diría: Cosas veredes, Sancho, en el país de Bolaño están los molinos de viento. ¿Qué habrá bajo las piedras de Chile?, se interrogarán los hombres de Castilla. ¿Más poetas? La poesía chilena descansa en varios pilares y su templo es muy amplio como el alma de cada lector. Y la palabra es polvo, desierto de Atacama / río Bío Bío / Mapocho oscuro / ¿tiempo sin límite, Patagonia / o perdido, Proust?... Todos somos estudiantes, como en el primer día de clases, profesora.

Bolaño fue más allá de sus gustos personales, criticó abiertamente a algunos autores chilenos, especialmente narradores, especialmente poetas. Ironizó en una respuesta a Rodrigo Pinto sobre el conocimiento y estado anímico de la poesía y los poetas de Chile: “En un país como Chile, donde hasta los expertos en poesía no tienen ni idea de qué es un dímetro coriámbico, resulta peligroso definirse como poeta”. La esfera de la poesía supera la gramática, a pesar de las medidas versiculares y los metros, ritmos, y considero un poco académico este coro que aparece expresado con lujo y detalle en el taller al que asisten los detectives infrarrealistas súper salvajes. Las normas y reglas son buenas para romperlas.

En su novelaEstrella distante, Bolaño afirma que la poesía chilena va a cambiar el día que leamos correctamente a Enrique Lihn. O sea, dentro de mucho tiempo, ironiza. De esta y otras maneras literariamente, o de viva voz, rayó la cancha con dos poetas: Parra y Lihn. Esa es y era la pasión de Bolaño, definirse por sus autores favoritos, su apuesta en el límite y en el hábito de la provocación. La literatura chilena carecía de un polemista de este nivel de compromiso con la propia literatura. Una suerte de ejercicio feroz. Morder la oreja y enseñar los dientes. Bolaño estuvo hasta el final de sus días arriba del cuadrilátero. Su padre boxeaba. ¿Una herencia inmaterial? ¿O una vocación propia?

Un material interesante para estos perfiles o biografías son las cartas entre Lihn y Bolaño, sugerencias, aprobaciones, críticas, opiniones, apoyos que le salvaron la vida literaria en el momento preciso. La literatura como un espejo biográfico frente al abismo y la (a)ventura. Más allá probablemente de Parra, un zapador del establecimiento, quien casi lo duplica en años vividos, y que en algunos períodos disfrutó su propio oficialismo. Bolaño no tuvo patria (América Latina que puede ser todo y nada), trabajó y vivió en un camping, siempre a la intemperie literariamente hablando, y anteriormente en las calles del DF, apropiándose de las páginas físicas, ajenas de los libros en venta en las librerías del Distrito Federal, cuna de sus sueños juveniles. Fue un vendimiador de su propia suerte y parra, cosechó finalmente los frutos de su viña.

Borges se sentía honrado con el título de “El mito escandinavo”, ya que su candidatura al Nobel se transformó en una eterna ficción que nunca se hizo real. Bolaño, que también comienza con Bo y tiene seis letras, sabía de antemano que nunca sería Premio Nobel y posiblemente ignoraba que se transformaría en un mito literario. Quizás el Mito Bolaño comenzó a tomar fuerza real en Sevilla, el día de su última aparición pública, donde recibió todas las adhesiones, reconocimientos y afectos posibles de escritores y admiradores. Sevilla me mata, tituló su conferencia, sus últimas relucientes, irónicas, destempladas palabras desde la asfixia casi total, la más final, impostergable, y a los pocos días falleció, era junio del 2003. Tuvo mucho humor y remarcó su condición de latinoamericano, a pesar de que su cuerpo ya estaba más del lado de allá: “¿Que quieren que vaya a un tablao flamenco? Se equivocaron, una vez más, conmigo. Yo sólo voy a un rodeo mexicano o chileno o argentino. Y una vez allí, entre el olor a bosta fresca y copihues, procedo a quedarme dormido y a soñar”. Palabras premonitorias. Pero ya era un personaje descrito en Soldados de Salamina por el escritor español y amigo Javier Cercas. Las señales son precisas: un vigilante de un camping y escritor no realizado. Bolaño deambulaba en las páginas de la historia literaria y era cuestión de tiempo transformarse en un referente para una nueva generación. Al poco tiempo se fundió en el mar Mediterráneo, en una ceremonia vikinga, como fueron sus deseos. Por esos días escribí un largo E-mail a Roberto Bolaño y el destinatario había partido, es cierto, pero las palabras volaron como sus cenizas, en paz.

El telón de fondo de Los detectives salvajes son estos poetas que se inician en la vida, puristas, frescos, solos contra el mundo, audaces, insertos en la sociedad mexicana que ellos reconstruyen en su imaginario y dinamitan con el pájaro de fuego de sus palabras. Pero hay tanta podesía y podetas, que el paisaje huye de la palabra. La literatura de Bolaño es la literatura de los demás, toda la literatura que tenga en su memoria el autor, y como si fuera un menú sin fronteras, añade platos y postres, bocadillos, cócteles, incluidos los bajativos y eructos. Los detectives salvajes es una novela biográfica, reconocida por el propio Bolaño, y sólo el poeta idealista llamado García Madero no es real. Después de todo, la poesía atravesó su vida. Es mejor entender esto, que no fue una circunstancia, para entender a Bolaño. Sus personajes, incluido él, migran en las páginas de sus historias en una contrastante geografía que es parte de su vida y de otras. El desierto de Sonora, un espejismo real, donde la poesía adquiere la fuerza de ninguna dirección en la imagen de la poeta pionera del real visceralismo, Cesárea Tinajero. En el revés de toda moneda, la poesía no es moneda corriente.

En literatura no hay una última palabra y en Bolaño, menos. Las palabras traen otras palabras.

 

Bibliografía complementaria del autor sobre la obra y vida de Roberto Bolaño

Todos los textos se encuentran diseminados por Internet, desde el año 2002 aproximadamente. En algún momento los ordenaremos por fechas. Van tal y como los fui encontrando en la red. Posiblemente existan otros. Si usted, amigo internauta, conoce alguno que no esté recopilado en estas páginas, por favor háganoslo llegar. No se olvide que Roberto Bolaño se reescribe a sí mismo.

  1. La cabellera del piel roja.
  2. El sótano de Babel.
  3. Que el hígado se lo coman otros.
  4. Se borró la película de Bolaño.
  5. El sueño de Los detectives salvajes.
  6. La tonada chilena de Bolaño en Buenos Aires.
  7. Las putas asesinas.
  8. El fantasma de Bolaño en Buenos Aires.
  9. ¿Vuelve Bolaño?, es que no se ha ido.
  10. De archivos viejos y futuros. Bolaño sigue en cartelera.
  11. Premio Diáspora Roberto Bolaño.
  12. Los frutos ocultos de Bolaño.
  13. E-mail a Roberto Bolaño.
  14. El carnaval de Bolaño.
  15. Mi penúltima palabra y el francotirador: Parra, Neruda, Bolaño.
  16. Post Bolaño que estás en el mar y vienes volando.
  17. Bolaño vs. Bolaño.
  18. El boom de Bolaño.
  19. Bolaño baja el telón de la narrativa chilena.
  20. Anoche tuve un sueño con Bolaño.

 

Epílogo

La crítica norteamericana consagró a Bolaño como el “último beat”, un viejo rockero, trashumante, sin patria, creador de una banda de poetas infrarrealistas, un detective salvaje, lejos del mundanal ruido del mundo editorial y de los grandes e icónicos congresos de literatura. Así entra en su vida, según la también mítica cantante estadounidense, Patti Smith, quien rindió homenaje en España a Roberto Bolaño, un autor que ha marcado su vida, reconoce. Es ella quien acaricia suavemente con su mano el rostro de Bolaño en un poster, motivo de esta nota, que se disparó en muchas direcciones, como corresponde a un escritor de la complejidad y versatilidad del poeta y narrador chileno. Ella lo conoció después de su muerte, pero le bastó la lectura de Los detectives salvajes, un libro que pensó haber escrito, pero ya tenía autor. Patti Smith vincula también a México a su desarrollo artístico y enriquecimiento de su vida espiritual y cultural, la patria literaria adoptiva de Bolaño, con su perdón. Smith considera que su química con Bolaño es el fondo místico del artista-artista, que le conecta “con Whitman, Ginsberg o William Blake”.

Lo que dice y hace Smith en la acción y memoria de Bolaño es un guiño al mito y a la influencia de que es capaz de ejercer su escritura y visión de mundo. Me parece más viva la literatura e impronta de Bolaño, que las últimas dos décadas del flamante Premio Nobel 2010, Mario Vargas Llosa, con el permiso de mis lectores, unas cuantas “galgas y galgos”, tal vez, cruzando la línea del Ecuador con el garbo de una bailarina del Bolshoi. No dejen que la imagen se apodere de nuestras convicciones más íntimas, y si hemos de sumarnos a la retórica, que sea con pleno convencimiento y maestría. Es el derecho a la palabra sagrada, única y veraz, como la mejor mentira del mundo.

Patti Smith nació en Chicago, proviene de una familia muy pobre que le inculcó el arte desde niña. Acaba de editar su primer libro, Éramos unos niños (Just Kids), donde cuenta su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe. Fue su etapa más dura en las calles y en las drogas, una experiencia límite, vital para adentrarse en el mundo del arte, como Baudelaire se lo había enseñado. Todo ocurrió en Nueva York. Con ese libro se ganó uno de los premios más codiciados de Estados Unidos y con el cual ella soñaba desde joven: el National Book Award.

Musa mítica musical de la paz, underground del 70 neoyorquino, alucinante de alcucinógenos, Patti Smith decidió contar la pasión de su vida con Robert y la de él, cómo crecieron en medio de la carencia. Smith no robaba libros como Bolaño sino comida para matar el hambre de aquellos tiempos turbulentos. Ella se siente en medio de dos Robertos, ha dicho, y tiene deudas con México, país que descubrió y asimiló a través de experiencias “entrañables e importantes”. Fue en México donde comenzó a escribir. La patria literaria, si se pudiera decir, de Bolaño. Patti compartió sus grandes y más difíciles momentos creativos con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, quien falleció en 1989. Él fue su amante, amigo, confidente, cómplice. ¿Qué más?