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“Bolaño salvaje”, de Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón PatriauBolaño salvaje

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El salvaje periplo de Roberto Bolaño continúa, no para. Esta vez, sin dilación, apartado del mundanal ruido de Barcelona, que es decir también su lejana Santiago o Ciudad de México, el viaje entra y sale de las páginas de Bolaño salvaje (Editorial Candaya, 2008), una edición de Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau, imprescindible esfuerzo donde se congregan los nombres de los más serios y cercanos investigadores que le marcaron los pasos al autor de Nocturno de Chile.

De estos viajes, uno, el de Caracas en ocasión del Premio “Rómulo Gallegos”. De esa experiencia dejó dicho: “Perdone, don Rómulo. Pero es que incluso doña Bárbara, con b, suena a Venezuela y a Bogotá, y también Bolívar suena a Venezuela y a doña Bárbara; Bolívar y Bárbara, qué buena pareja hubieran hecho...”, síntesis que augura o contiene la imagen casi aturdida de estos días de tartamudeos ideológicos, que nos han llevado a deslindar campos: a someternos a fronteras, a olvidos y sobresaltos. Es decir, Bolaño nos ubica en dos personajes: el histórico, el héroe, y el ficcional, la antiheroína. En medio de ellos dos nos enfrentamos, armados con el dossier de sus biografías, con el referente de quienes sobre sus bases intentan reconstruir o destruir el pasado. Con esa fórmula, el escritor chileno nos mira, nos tasa, nos encuentra y nos hace, díscolos desde el mismo título de la obra ganadora del certamen caraqueño, Los detectives salvajes.

Esta visión bifocal, donde realidad e imaginación se debaten, nos previene a la hora de mirarnos: los latinoamericanos, los que respiramos estos aires enrarecidos por la desesperanza y sabernos parte aún del paraíso terrenal, somos un espejismo, simples personajes de novela, augurios de aquello que los conquistadores y luego los fundadores de nuestros límites nacionales vieron con el alma desorbitada: somos dos en uno borrosos: salvajes y santos, determinismo que en Gallegos, por ejemplo, sumó tiempo y espacio, y que Bolaño supo tomar y decir aquel día de premiación, y que ha quedado en el ánima de los libros de este hombre que aún va y viene en nuestra esquizofrenia americana.

 

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Bolaño salvaje, como lo afirman Paz Soldán Faverón Patriau, “presenta, por un lado, estudios inéditos que dan una buena muestra de la forma en que la crítica académica aborda hoy la obra del escritor chileno. Aquí se encuentran notables trabajos de pioneros en el estudio de Bolaño y de críticos de las nuevas generaciones en España, Hispanoamérica y los Estados Unidos. Por otro lado, el libro también incluye trabajos que exploran no sólo la obra sino la compleja personalidad de Bolaño; más ensayísticos, aquí encontraremos tanto textos inéditos como algunos ya clásicos”.

Así, entre sus palabras, su percepción del mundo, su política, su estética y sus otras genealogías, se resuelve este libro que la gente de Candaya ha lanzado para beneplácito de todos los lectores, curiosos, chamanes y brujos de este mundo al que tantas vueltas le dio Roberto Bolaño a través de las páginas que dejó escritas.

Arturo Belano y Ulises Lima representan, más allá de atarnos a un mito, las sombras de quienes —la realidad marca y deja aturdido al más calculador de los pedantes— se asumen como iconos de lo que ha quedado de aquellos poetas náufragos de DF, pero que se agitan en el ahogo del malogrado autor y en nosotros como lectores. Nada, Bolívar y doña Bárbara son una materia pendiente, como podrían ser para algunos románticos Cortázar, Borges o Sarmiento. Los detectives salvajes, esa transgresión, le ahorra a los latinoamericanos el esfuerzo de retornar y toparse con un sonriente dúo de poetas frustrados.

El salto en la escritura de este intento forma parte de esa aventura bolaña, casi bastarda, toda vez que muchas veces nos tenemos como huérfanos o extranjeros en nuestra propia estrechez, vista como inmensidad desde el espejo de los nacionalismos.

Pero dejemos este asunto y entremos en este Roberto Bolaño a quien le escriben.

 

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El volumen nos entrompa: Bolaño habla en Caracas hasta la golosina del premio. De su mundo, Enrique Vila-Matas, Chris Andrews, Juan Villoro, Matías Ayala, Carlos Franz y Fernando Iwasaki: crónicas que descubren al hombre, al común y corriente, al talentoso, al huraño, al desatado, al silencioso.

Un paso adelante, la política, la del autor que supo de la dictadura chilena y escribió sobre sus ruindades. Allí, Paula Aguilar, y luego María Luisa Fischer, anclada en Estrella distante y su memoria. Los detectives salvajes encuentra muelle en Andrea Cobas Carral y Verónica Garibotto. Cierra Jorge Volpi: una enfermedad recorre el mundo, la epidemia llamada Roberto Bolaño.

Sigue el viaje en la estética del sureño: Jeremías Gamboa se debate entre vanguardia y postmodernismo. Valeria de los Ríos nos muestra los mapas y fotografías de la obra de Bolaño. Peter Elmore accede en esa extrañeza, 2666. Rodrigo Fresán lo arma ninja o samurai, pero romántico. Juan Antonio Masoliver destapa el tiempo con palabras, y Alan Pauls, intenta una ecuación en Los detectives...

Salta el salvaje de entre epígonos y horas aún por llegar: las otras genealogías, herencias solitarias, silenciosas, omniabarcantes. En este episodio donde el suspense sale a flote, están Celina Manzoni, Jorge Carrión (las vísceras de Bolaño son muy reales); Gustavo Faverón Patriau registra el pampero que Bolaño llevaba en la Argentina de sus levedades borgeanas. Carmen Boullosa dibuja al provocador, mientras Ignacio Echevarría enfoca la centralidad en varias de sus novelas. Para el cierre, el boleto de Luis Bagué Quílez y Luis Martín-Estudillo, con el que Bolaño entra y sale de la narrativa hispana de estos días. Otras son las palabras que el chileno comparte con Sonia Hernández y Marta Puig en una memorable entrevista.

El documental de Erik Haasnoot aún espera por nosotros. Allí sentiremos el liviano ascenso de este suramericano a la eternidad. De él seguramente no saldremos ilesos.